Festejando
Pesaj
Pesaj y su significado
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Más rápido que el tiempo- Pésaj

selección extraída del libro «vivir Inspirado», por Akiva Tatz © Edit. Jerusalem de México

Analicemos ahora más profundamente la energía de los comienzos. Tanto Rosh Hashaná como Pésaj son comienzos del año. Rosh Hashaná es el momento de una creación nueva del ser humano como individuo; Pésaj es el momento de una creación nueva del pueblo judío. ¿Qué podemos aprender de este hecho?
Las fuerzas espirituales que cada año operan en la época de Pésaj son de tal naturaleza que el pueblo judío -y, de hecho, cualquier individuo judío- podría alcanzar lo imposible si las utilizara. Un intento por avanzar, por alcanzar un nuevo nivel de sensibilidad, de desarrollo personal, podría tener un cierto grado de éxito en Pésaj que sería mucho más difícil de alcanzar en cualquier otro momento.
Hay una asistencia divina especial en esta época que hace posible la adquisición de muchos niveles de desarrollo en un solo salto; en circunstancias normales, dichos niveles tendrían que ser adquiridos con mucho esfuerzo y gradualmente. La palabra «Pésaj» misma significa «salto»; en un sentido profundo connota saltar a niveles de crecimiento que normalmente sólo podrían ser alcanzados uno por uno.
Esta energía es particularmente intensa en la primera noche de Pésaj; es un momento de inspiración intensa. Las fuentes cabalísticas señalan que en las demás noches, el ma’ariv (el rezo nocturno) que rezamos opera ciertas conexiones en los mundos superiores, pero en la primera noche de Pésaj estas conexiones son hechas automáticamente; nuestra labor no es necesaria. Siendo así, ¿por qué rezamos el rezo de ma’ariv en la noche del séder? Para conectarnos con lo que está ocurriendo en los mundos superiores, para hacer que desciendan hasta nuestro nivel algunas de esas energías. Esta noche no necesita nada de la protección usual que es necesaria en las demás noches; en sí misma es leil shimurim, «noche de protección». En esa noche somos protegidos por Dios en mucha mayor medida que en las demás noches del año. Es realmente «diferente de todas las demás noches». Preguntemos entonces a un nivel más profundo la vieja cuestión de la Hagadá: «¿Por qué esta noche es diferente de las demás noches?»


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Aplicando los principios que previamente hemos discutido, podemos comenzar a comprender por qué esta noche tiene un poder inigualable: ésta fue la primera noche en que se comió el korbán pésaj, la ofrenda de Pésaj. El suceso culminante de las diez plagas, la muerte de los primogénitos egipcios, ocurrió a la medianoche. Nuestros hogares fueron «pasados por alto» por Dios cuando él mismo, sin el intermedio de agentes angélicos, abatió a los egipcios. El éxodo comenzó; la redención se puso de manifiesto. El momento de la redención ocurrió a una rapidez impresionante (k’jéref ain -como un parpadeo): no hubo tiempo para que el pan fermentase y, por ello, fue sacado de Egipto en forma de matzá, pan ázimo. Estos eventos son la expresión física de energías indescriptibles activadas en un nivel trascendental. ¿Qué podemos comprender acerca de la naturaleza de estos eventos y de sus raíces espirituales? ¿Cuál es el significado profundo de esta rapidez o de la esencia de la matzá?
Comencemos por plantearnos una interrogante que ha preocupado a los comentaristas más recientes. Las fuentes antiguas señalan que el pueblo judío en Egipto había llegado al cuadragésimo noveno nivel de impureza espiritual y tenía que ser redimido en ese momento, porque si hubieran permanecido en Egipto más tiempo se hubieran hundido en el quincuagésimo nivel, del cual ya no hay retorno posible. La redención ocurrió cuando lo hizo porque si Dios la hubiera demorado un poco más ya no habría habido pueblo judío que redimir; fuimos salvados en el último instante. Esto implica que en el último instante en Egipto, en el momento justo antes de que ocurriera el éxodo, nuestra existencia estaba suspendida en la balanza; un instante más y hubiera sido demasiado tarde.
Sin embargo, el problema es el siguiente: ¿cómo es posible que un instante más en Egipto hubiera provocado que desapareciéramos espiritualmente, que cayéramos irremediablemente en la impureza egipcia, si precisamente ese último instante fue el más grande que hemos experimentado jamás, el momento de la revelación más intensa, altamente cargado con la conciencia suprema de la cercanía de Dios? Ese momento de la medianoche irradiaba pureza; era el clímax de un proceso que había comenzado meses antes con la primera plaga, en cuyo momento había terminado la esclavitud. Las plagas siguientes fueron percibidas por los judíos como revelaciones cada vez más grandes de la hashgajá (dirección) de Dios; esa noche fue el pináculo de ese proceso. ¿Cómo es posible concebir entonces que estaba a punto de ocurrir la desintegración inminente del pueblo judío en la impureza y el olvido mediante la prolongación de esa situación? Lo más lógico sería que la mayor intensidad de esa revelación transformaría al pueblo judío en ángeles.
Las fuentes que tratan este problema entienden que la referencia aquí es literalmente a un instante más en ese estado; no un instante más en la condición anterior de esclavitud y persecución en general, sino específicamente más tiempo en la última noche en Egipto. ¿Cuál es la respuesta a esta cuestión?

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En las fuentes antiguas hallamos un modo de abordar este problema. Existe la idea de que uno podría vivir en las dimensiones físicas del espacio y del tiempo y estar sometido a ellas, ser parte de ellas, o uno puede vivir dentro de ellas pero al mismo tiempo trascenderlas. Para lograrlo, lo que hay que hacer es minimizar el contacto entre uno mismo y los elementos físicos. En la dimensión temporal, esto se conoce como zerizut, celo o presteza en la realización de las mitzvot y el servicio a Dios. El Maharal de Praga explica que si uno se mueve rápido, minimizando el tiempo requerido para llevar a cabo una acción, uno puede sobreponerse a los sofocantes efectos del tiempo. Por supuesto, siempre existe un tiempo finito para realizar una acción, pero la idea es que la espiritualidad es contradecida por la expansión innecesaria de las dimensiones físicas del espacio y del tiempo. El mínimo tiempo necesario no contradice en absoluto a la espiritualidad; de hecho, el acto realizado con celo eleva las dimensiones físicas al nivel espiritual. Puesto que el mundo espiritual está por encima del tiempo -el Maharal explica-, podemos establecer contacto con él al llegar a él lo más cercanamente posible a través de nuestro propio esfuerzo, mediante la reducción del elemento físico de nuestros actos al mínimo absolutamente esencial.
En otras palabras, la pereza o la lentitud del acto -lo cual implica la expansión de las dimensiones físicas- es lo que nos hace formar parte de esas dimensiones. La inercia es lo contrario de la espiritualidad. La pereza es incompatible con el crecimiento espiritual.
Utilizando los términos anteriores, lo que esto significa es que la vida espiritual es generada en el casi infinitamente efímero instante del fulgor de la concepción, la fase masculina de la realidad. El trabajo de la fase femenina consiste en mantener la energía espiritual de esa primera fase y traerla al mundo finito, pero esto sólo puede ser hecho si la fase de concepción creativa es vibrante y vívida, libre de la pesadez física.
Regresemos ahora a ese instante de la medianoche de Egipto. El problema con permanecer más tiempo en Egipto no era los efectos contaminantes de la impureza egipcia; ese peligro ya había cesado. El verdadero problema en permanecer más tiempo en Egipto hubiera sido el más tiempo mismo. Intentemos comprender esto. La redención tenía que ocurrir k’jéref ain, en un parpadeo, porque esa presteza es necesaria para que un hecho continúe siendo espiritual. Si hubiéramos dejado Egipto lentamente, de un modo relajado, hubiéramos sido un pueblo natural. La nación judía nacía en ese preciso momento; el instante del nacimiento tenía que ser trascendido porque «todo sigue al comienzo», es decir, que nos convertimos en y seguimos siendo un pueblo espiritual porque nuestro comienzo fue espiritual. El instante en que nos constituimos como tales tuvo lugar en el tiempo absolutamente mínimo, y desde entonces hemos vivido en ese borde del universo físico que se conecta con lo transcendente, lo Divino. El terrible peligro de permanecer más tiempo en Egipto hubiera sido el tiempo mismo; ésa es la impureza a la que se hace referencia aquí, la impureza de una nación destinada a la espiritualidad al convertirse en algo meramente físico, natural.

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Este es el secreto de Pésaj: deslizarse sobre la ola del tiempo mínimo. Sobreponerse al tiempo. Abandonamos Egipto demasiado rápido para que lo natural tuviera efecto. Demasiado rápido para caer en el peligro de frenarnos a causa de la fricción con el mundo natural. Demasiado rápido para frenar nuestro avance en lo material y lo finito. Demasiado rápido para que la masa fermentase, para que el alimento que sustenta nuestras vidas se inflase en la dimensión hinchada, abotagada.
Un pueblo que está apenas dentro de lo físico, nutrido por un alimento que no es más que la suma de sus ingredientes.
Pensemos un poco más: ¿qué es la matzá, uno de las mitzvot principales de Pésaj? ¿Cuál es la diferencia entre el jametz (levadura) y la matzá? El tiempo solamente. No hay diferencia en los ingredientes, sólo una diferencia en el tiempo. Harina y agua horneados dentro de un mínimo de tiempo se convierte en matzá. Un segundo más de retraso en ese mínimo de tiempo produce jametz. Así como las letras mismas de las palabras jametz y matzá únicamente difieren en una mínima pizca de tinta (la diferencia entre la Het de MKR y la U de U Y qué diferencia: ingerir matzá es un precepto positivo de la Torá; su recompensa es inmensurable. Ingerir jametz es una prohibición de la Torá castigable con karet, escisión espiritual. Literalmente, la diferencia entre la vida y la muerte originada en un par de instantes.

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Este es el secreto contenido en la afirmación de los Sabios: Mitzvá haba’a leyadeja, al tajmitzena -«cuando una mitzvá llegue a tus manos, no la dejes pasar», literalmente, «no dejes que se haga jametz, que se deteriore». «U’shmartem et ha’matzot» -«guarden las matzot«, también puede ser leída como «guarden las mitzvot». Esto no es un mero juego de palabras; la idea aquí es que así como la matzá se vuelve jametz si se la deja demasiado tiempo, así también una mitzvá -que es la vida espiritual para el que la realiza- se convierte en jametz, en deterioro, si es que uno deja que se vuelva parte de lo natural. Una mitzvá es un acto físico que contiene energía espiritual ilimitada, pero debe ser realizada como tal. Si es realizada como no más que un acto físico puede perder su ligazón con el mundo espiritual. Las mitzvot son como las matzot: realizadas en el nivel más alto, con celo y presteza, son trascendentes; realizadas perezosa, lentamente, se deterioran.
La expansión de lo físico es la raíz de la cual crece la tumá, la impureza, tanto en el tiempo como en el espacio. Los hechiceros egipcios no fueron capaces de duplicar la plaga de kinim, piojos. Los comentaristas explican la razón: kinim, los piojos, son demasiado pequeños para que la tumá, la impureza de la hechicería egipcia, surta efecto. La tumá únicamente actúa cuando hay una cantidad substancial de lo físico. Cuando se reduce lo físico, la impureza deja de tener efecto.

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Ahora entendemos algo de la profundidad espiritual implicada en esa última medianoche en Egipto. Dejamos Egipto con presteza, reduciendo el tiempo que tardamos en nacer como nación a un mínimo, manteniendo el poder de ese momento. Mientras los primogénitos egipcios eran abatidos, nosotros nacíamos. El instante de la creación del universo muchos siglos antes, el acto de activar el primero de los diez enunciados creativos de Dios llegó a la culminación en el evento paralelo y opuesto de destrucción de lo «primordial» de los egipcios -encarnado en los primogénitos- mientras que lo «primordial» en nosotros, nuestro nacimiento, ocurría. Abraham había proporcionado el nexo: el sacrificio de su primogénito (de Sará), como el clímax de sus diez pruebas formativas, el mérito de lo cual había conducido a la existencia del pueblo judío. Todos esos instantes «primordiales», de origen y nacimiento, fueron agrupados y activados para toda la historia en ese instante que simultáneamente estaba en el tiempo y lo trascendía. Ciertamente era «diferente de todas las demás noches».

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El autor de la obra Sefat Emet expresa el nexo entre la medianoche milagrosa y el resto de la historia judía de un modo muy bello. él se pregunta por qué llamamos «séder» al procedimiento de la noche del séder de Pésaj, si es que la palabra «séder» significa «orden», una serie de eventos predecibles, normales. Es raro que celebremos la serie más intensa de milagros, el alejamiento más agudo del orden normal de cosas, con la palabra séder, orden. Su respuesta es inolvidable. Para el pueblo judío, el orden natural es lo milagroso. Tenemos un séder de milagros. Fuimos forjados en circunstancias imposibles, concebidos en una llamarada de milagros, nacidos más allá del tiempo. Nunca podemos caer en lo natural, pues hacerlo implicaría un deterioro de lo peor, transformar la matzá en jametz; sería mortal para nosotros.

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Existe el concepto de que la fase de la concepción no tiene dimensiones, mientras que la fase de la continuación o mantenimiento es un círculo perfecto. La fase femenina, que consiste en la concretización, la encarnación en la dimensión física, es representada por un círculo. Un círculo es la única figura posible que no tiene un punto distintivo; a diferencia de cualquier otra figura geométrica, cualquiera de sus partes es idéntica a las demás. A partir del arco más pequeño se puede predecir el resto. No contiene en sí nada nuevo. El peligro de esta fase es que está abierta a la inercia, a la falta de creatividad, a la costumbre, a la depresión. Si la fase femenina es manejada con madurez llega a expresar la novedad continuamente; si no, se hiela, pierde su vitalidad, se vuelve insensible.
La letra del alfabeto hebreo que da expresión a esta idea es la sámej, que es un círculo. La Torá enseña que la novedad debe ser algo completamente fresco, potente en grado sumo, del siguiente modo: en todo el relato descriptivo de la Creación en el libro de Bereshit (Génesis) no hay ni una sola sámej. Increíble: una narrativa extensa escrita en su totalidad sin esta letra. Y hay otra parashá (sección) de la Torá que tampoco contiene la sámej: la parashá del bejor, donde se describen las leyes del primogénito.

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Debemos vivir en el nivel del jidush, la novedad. Nunca debemos expandirnos en lo natural. La primera ley en el Shulján Aruj, el código de la ley judía, trata acerca del inicio del día, la primera obligación del día. Es interesante comprobar que la primera obligación halájica (legal) es levantarse de la cama. Tomado superficialmente, esto constituye un buen consejo. Pero hay algo más aquí: lo que se pretende es enseñar una lección básica acerca del comienzo de todo: si una persona es fuerte como el león para levantarse por la mañana, si uno comienza el día sin pereza, sin dejar que la pesadez de la inercia humana natural contamine el instante en que uno se despierta, el primer instante de conciencia, entonces el día puede ser elevado espiritualmente.
Todo sigue al comienzo. Un comienzo puro, más allá del tiempo, no puede proporcionar ningún asidero para la negatividad de la inercia y la depresión. Es realmente el comienzo más idóneo para el código de la ley judía.
No existe ninguna negatividad en el instante de alguna creación nueva. Mientras que la energía de la creatividad fluye, la depresión y la desesperanza son imposibles. La raíz espiritual de la depresión es la falta de crecimiento de la personalidad propia. Cuando el tiempo transcurre ineluctablemente y no se está construyendo nada nuevo, cuando todo no es más que estática, la neshamá experimenta la mano fría de la muerte. La tristeza que se siente al final de la vida es que la actividad ya no es posible, que ya no se puede generar ningún cambio; todo está helado ya. ésta es la diferencia esencial que existe entre la vida y su opuesto, y la neshamá tiene una premonición de ese estado final cuando permanece inactiva en el mundo. éste es el gran secreto para poder comprender la depresión, y es también la razón por la que el remedio para la depresión es la actividad; al principio, cualquier actividad que tenga sentido, pero llegando tan pronto como se pueda a una actividad en la que la neshamá intervenga, el movimiento del crecimiento.

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La primera noche de Pésaj. Una energía increíble, una oportunidad increíble. Un tiempo para el comienzo trascendente. Un tiempo para inspirar a los niños, primerizos en el camino de la espiritualidad. Un tiempo para sentirse inspirado. Un tiempo para alcanzar lo imposible, para elevarse por encima del tiempo.

Akiva Tatz

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