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El Libro De Bereshit (Génesis)
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Maor Hashabat: Solo por no hablar

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh

Rabí Ieshaia Jashin acostumbraba a contar la siguiente historia a los jóvenes que llegaban a la edad de Bar Mitzvá:

Rab Shelomó Zalmen Oierbaj de Pozna, era uno de los refugiados que había huido del horror de la inquisición española. Nadie sabía quienes habían sido sus padres, pero ya desde pequeño, se destacaba por su gran capacidad y su aplicación en el estudio.
En la época en la cual Rab Naftalí Katz era el rabino de la ciudad, estalló una epidemia devastadora, parecía no tener fin, familias enteras caían víctimas de la peste sin que nadie pudiera contenerla.

El Bet Din (Tribunal rabínico) decretó un día de ayuno y oración, y pidió a la población que, quien tuviera conocimiento de alguna anomalía, que lo informara de inmediato, a fin de que el alto tribunal la analizara, en búsqueda de la causa que impedía frenar este azote.
Inmediatamente, uno de los pobladores se acercó a notificar que, Rab Shelomó Zalmen había sido visto saliendo de su casa, todos los días a medianoche, en dirección al bosque, en las afueras de la ciudad, y no regresaba sino después de varias horas.

Rab Katz, junto al presidente del Bet Din, escucharon la historia con gran interés y decidieron corroborarla, y, ocultos por la oscuridad de la noche siguieron a Rab Shelomó Zalmen para descubrir qué lo llevaba, a esas horas, a internarse en el espeso bosque.
Lo vieron dirigirse hacia allí, alumbrando su camino con una pequeña lámpara, y al llegar a un lugar, apagarla y sentarse allí, sobre el suelo, a llorar por la destrucción del Bet Hamikdash en el Tikun Jatzot (rezo que se realiza en la mitad de la noche, pidiendo por su reconstrucción).

Ambos observadores se estremecieron ante la imagen de este hombre santo, rezando en soledad, en medio del bosque, pero mayor fue su estremecimiento al descubrir que, a pesar que no había ninguna otra persona en el lugar, se escuchaba otra voz, desconocida, que se sumaba al ruego conmovedor por la reconstrucción del Bet Hamikdash.
En silencio, retrocedieron sobre sus pasos y aguardaron pacientemente a que Rab Shelomó regresara a la ciudad.

Cuando así lo hizo, le explicaron lo sucedido y, por supuesto, le pidieron que les revelara de quien era la voz que habían escuchado. En un principio, Rab Shelomó se resistió a develar su secreto, pero ante la insistencia del presidente del Bet Din, les contó que se trataba del profeta Irmiahu que se acercaba a llorar junto a él, por la destrucción del Bet Hamikdash.
Conmovidos, los Rabanim le pidieron que, ya que tenía el mérito que el profeta se rebelara a él, que le preguntara como detener la epidemia que había caído sobre la ciudad.

Al día siguiente, regresó Rab Shelomó Zalmen con la respuesta del profeta Irmiahu:
«Cuarenta años antes que se destruyera el Bet Hamikdash, ya pesaba sobre él el decreto de destrucción, pero debido a que no se hablaba banalidades en los templos y en las casas de estudio, se postergó cuarenta años, a pesar que no se trataba de una generación de personas justas. El mérito de cuidarse de no hablar en el Bet Hakneset los había salvado. Pero, agregó Hirmiau, cuando comenzaron a hablar de cosas mundanas, llegó la destrucción y todos los sufrimientos de los Iehudim ocurren a causa de ello…»

Después de escuchar esto, el Rab reunió a todos los habitantes de la ciudad en el Bet Hakneset y les habló de la importancia del cuidado de la santidad del Templo, relatándoles lo sucedido.

Al finalizar el emocionado alegato, todos los presentes, unánimemente, se comprometieron a partir de ese mismo momento, a no volver a hablar de cosas mundanas dentro del Bet Hakneset. Inmediatamente se detuvo la epidemia y reinó nuevamente la calma.

Rab Itzjak Zilbershtein contó que, un maestro dio una clase de refuerzo a sus alumnos, instándolos a no hablar en medio de la Jazará, (repetición de la Amidá) haciendo referencia a las palabras del Shuljan Aruj (Libro de leyes), donde está escrito que ésta es una falta muy grave.

De pronto, uno de los niños se puso de pie y acusó al maestro de mentiroso. Ante la sorpresa de sus compañeros, el niño explicó al maestro: «¿Cómo es posible que usted diga que hablar en medio de la Tefilá es una falta grave, si yo veo que mi papá lo hace? Eso significa que usted está equivocado…».
El maestro se quedó atónito, buscando en su cerebro la respuesta apropiada para no avergonzar a su alumno delante de la clase…

En relación al mismo tema, una nota, pegada sobre la puerta de uno de los salones de estudio, en una importante Ieshibá de Estados Unidos, en su momento, dio mucho que hablar. Esto es lo que estaba escrito:
A la casa de Rab Abigdor Miler ZZ»L, un conocido Tzadik, se acercó uno de sus alumnos, para contarle con gran dolor que, los médicos le habían diagnosticado «la enfermedad», y antes de comenzar con los tratamientos que le habían indicado, quería que le aconsejara qué debía hacer.
«Te haré una pregunta», le dijo Rab Abigdor, «en el lugar donde tú rezas, ¿se habla mientras leen la Torá?
«Si», respondió el joven agachando su cabeza.
«De ser así, prosiguió el Rab, no hay remedio para tu enfermedad».
Inmediatamente el alumno comprendió qué debía hacer. Se cambió de Knis hacia otro donde no se hablaba durante la lectura del Sefer Torá
Y se curó completamente, ante la sorpresa de sus doctores que no entendían como había sucedido. Pero el Rab si entendía.
Pero aquí no termina la historia. También estaba escrito allí que, otra persona, víctima de la misma enfermedad, al tomar conocimiento de estos hechos, fue a hacer Tefilá a otro lugar, donde no se hablaba de banalidades, y también se curó.

En la comunidad Nitée Abigdor, de Estados Unidos, durante la fiesta de Simjá Torá, de este año, antes que los niños subieran a la Torá, para recibir la bendición de Hamalaj Hagoel (una bendición de protección que se dice ese día) una persona se acercó al Rab para pedirle que bendijera especialmente a su hijo, de tres años, el cual subiría con el resto de los niños, porque también padecía de aquella enfermedad.
El Rab, que había conocido los sucesos, relatados directamente por su protagonista, pidió silencio al público y contó la historia de Rab Miler.
Al finalizar, pidió a todos que, ya que un niño tan pequeño había sido golpeado por esa enfermedad, se comprometieran en conjunto a no hablar en medio de la Tefilá, a partir de la Perashá Bereshit hasta la Perashá Vezot Haberajá, durante un año, y que por este mérito, le pidieran a Hashem que le enviara una pronta curación al pequeño.
Todos estuvieron de acuerdo y, después de un tiempo, al repetir los exámenes clínicos, los médicos descubrieron sorprendidos que la enfermedad había desaparecido como si nunca hubiera existido.

Quizás hayan cincuenta justos en la ciudad (18:24). Así pidió Abraham a Hashem, por la salvación de los pobladores de Sodoma. Después descendió a cuarenta y cinco, luego a cuarenta, treinta, veinte, hasta llegar finalmente a diez justos…

Pregunta Jezkuni: ¿Por qué, en un principio de cincuenta pasó a cuarenta y cinco, y luego siguió descendiendo de diez en diez?

Responde: El pedido de Abraham no se limitó solamente a la ciudad de Sodoma, sino que incluía las aldeas que la rodeaban, lo que hacía un total de cinco, como está escrito en el Perek 10 Pasuk 19. Su pedido estaba apoyado en el mérito del Minian. Vale decir, si hubiera en cada una de ellas diez justos, tendrían el mérito de salvarse, por eso habló de cincuenta, diez por cada aldea, de no ser posible, bajó a cuarenta y cinco, nueve en cada una, y Hashem completaría el décimo, de no ser posible, cuarenta, para salvar cuatro aldeas, de no ser posible, pidió por treinta, para proteger tres ciudades y así hasta llegar a diez, y más no pidió.

Se destaca aquí la importancia del Minian de diez personas, reunidas con fines de santidad.
Y así como diez personas tienen el poder de salvar una ciudad, quienes se encuentran en el Knis, durante la Tefilá pueden influenciar sobre el resto, para bien o para mal.

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