Estudiando
5.Jaie Sará
El Libro De Bereshit (Génesis)
+100%-

Maor Hashabat: Revelar lo nuestro

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh

Los hechos que relataremos a continuación, acontecieron en Estados Unidos, en un hogar de ancianos de gran categoría. La enseñanza que debemos recoger de ellos es que, nunca debemos bajar los brazos, sentirnos desesperanzados y decidir que un iehudí es irrecuperable, sea quien sea, aunque haya vivido noventa años sin cumplir Mitzvot.

El director del mencionado hogar, es un Iehudí, que lo conduce con idoneidad y lo mantiene en los más altos niveles. Todos los ancianos internados allí, son goim, a excepción de una mujer, una judía de noventa años, por quien el director del establecimiento no escatima esfuerzos para proveerle de comida casher, que le es suministrada por una empresa que abastece a las compañías de aviación.

De esta forma, mientras que, diariamente, cuatro veces al día, en el comedor del establecimiento, los ancianos reciben su comida, servida prolijamente en platos de loza, a la anciana judía, le llega con doble envoltura y con la firma lacrada de un rabino.

Sin embargo, ella está lejos del cumplimiento de la Torá y las Mitzvot. Durante toda su vida, no cumplió siquiera una. En una oportunidad, el geriátrico fue visitado por un Gaon de Israel, quien intentó persuadir al director del mismo para que se acercara a la anciana y la convenciera de que cumpliera Mitzvot.

El director se excusó de intentarlo: A esa edad no había, prácticamente, ninguna posibilidad de que volviera en Teshubá. El Rab insistió una y otra vez, tratando de hacerle entender la importancia de esa Mitzvá, el valor de recuperar un alma judía. Pero el hombre se mantuvo firme en su postura: «no valía la pena esforzarse por algo carente de esperanza».

Un día, la anciana judía, decidió presentar una demanda contra el hogar. En ella, la mujer resaltó la discriminación de que era objeto. Así se refirió a la forma en que recibía diariamente su alimentación, en contraposición a como lo hacían el resto de los ancianos. Pidió que el juez exigiera al director del geriátrico que se le diera a ella la misma comida que al resto de los internos.

El juez, por supuesto, hizo lugar a su petición, y dictaminó que el director debía elegir entre dos alternativas: servir comida casher a todos, o darle comida taref, también a la mujer judía.
El director estaba consternado. ¿Qué decisión debía tomar? ¿Cómo cumpliría la sentencia? Hizo cuentas… pero proveer a todos los ancianos de comida casher, significaba un costo mensual de cien mil dólares, lo que representaba un millón doscientos mil al año. Eso era la quiebra.
Pero, ¿acaso él sería capaz de darle de comer a esa anciana, con sus propias manos, comida taref?

Golpeó la puerta de la habitación, ingreso lentamente y… estalló en llanto.
Le rogó que desistiera de su reclamo, que le permitiera seguir alimentándola con comida casher, le recalcó que sus padres, y también los de ella, sacrificaron sus vidas, en el holocausto, por el casher, y cuidaron sus leyes hasta su último aliento. «Y ahora tú, que llegaste a los noventa años, comenzarás a comer taref?». Concluyó, enjugándose sus lágrimas, mientras la miraba con mirada suplicante. Felizmente, la anciana dejó sin efecto su demanda y continuó comiendo casher.

Pero esto no fue todo. El haber tomado la decisión de comer casher, por su propia voluntad, influyó en la pureza de su alma y… una Mitzvá atrae a otra Mitzvá… comenzó a encender las velas de Shabat, a rezar y a cumplir también otras Mitzvot.
Nuevamente el Rabino visitó el hogar de ancianos, pero esta vez, el director lo recibió exultante de alegría, contándole el increíble cambio que se había producido en el comportamiento de la anciana.

El Rab lo miró fijamente y le dijo: «Es lo mismo que te dije en mi primera visita; no digas no puedo convencer a esta mujer, di no deseo hacerlo… Tus ojos han podido comprobarlo, y no es extraño, si realmente lo deseamos, con la ayuda de Hashem lo logramos. Recién cuando la espada del sustento estuvo sobre tu cabeza, decidiste intentarlo.»

A veces se nos presenta la oportunidad de santificar el nombre de Hashem, delante de personas alejadas de la Torá y Mitzvot. No es conveniente dejarla pasar, ya que, así como deshonrar el nombre de Hashem es el pecado más grave, la Mitzvá de santificar Su Nombre, es la más grande, porque a través de ella nos transformamos en los hijos dilectos del Creador, se abren para nosotros los portones del Cielo!

A veces nos preguntamos cómo es posible que sólo con un saludo amable, una pequeña ayuda o la sencilla explicación de alguna Mitzvá de la Torá, una persona llega al nivel de cumplir todos los preceptos.

En esta Perashá tenemos la respuesta. Abraham Abinu decidió adquirir la Meharat Hamajpela, debido a que había visto que Adam y Javá descansaban allí, y la luz del Paraíso brillaba en ese lugar. Su corazón y su pensamiento quedaron ligados a la Mehará y su fulgor.
Continúa el Zoar: si Efrom hubiese visto en la Mehará, lo que Abraham vio, nunca la hubiera vendido. No queda duda que no vio nada, ya que sólo a los dueños legítimos se les revela, por eso se le reveló a Abraham, porque era suya. Efrom no vio nada especial, porque no le pertenecía, ya que Abraham no pidió más que la cueva, en cambio Efrom mencionó también el campo.

Esto nos explica por qué hay tantos deseos contradictorios. Por ejemplo, mientras que algunos ven en Shabat un día de elevación espiritual y descanso, otros esperan que termine. Y esto se debe a que, quienes lo disfrutan, realmente lo desean, por eso se les descubre a ellos la luz de Shabat, en cambio, los otros, al no desearlo, no ven más que oscuridad.
Sin embargo, una vez que prueban el sabor de una Mitzvá, desean otra…

Deje su comentario

Su email no se publica. Campos requeridos *

Top