Estudiando
1.Devarim
El Libro de Devarim (Deuteronomio)
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Maor Hashabat: Más leña al fuego

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh

Ele hadebarim asher diber moshe
Estas son las palabras que hablo Moshé…

Moshé reprochó al pueblo. Y cómo lo hizo? Nombrando cada uno de los lugares en los que ellos encendieron la furia del Creador.
La lógica indica que Moshé debería haber enumerado cada uno de los actos negativos que realizaron, pero él solo mencionó los lugares donde acontecieron, ya que si en lugar de insinuar los hechos los hubiera nombrado explícitamente, los hubiera avergonzado.
A pesar que su intención al reprocharlos era buena, se cuidó de hacerlos pasar vergüenza.

Cuando falleció el padre del Gaon Rabí Yaacob Israel Lobchiansky, el yerno del Saba de Novardok, los miembros de la comunidad le insistieron para que ocupara su lugar, ya que no encontraban a nadie más digno que él para esta misión.
En un principio el Rab se negó, tratando por todos los medios de escapar de este honor, pero le insistieron hasta convencerlo, y finalmente aceptó.
Pasado algún tiempo se acercaron a él miembros de la comisión directiva, solicitándole su aprobación para despedir al anciano Shamash (asistente) del Bet Hakneset.
El trabajo del Shamash era levantarse diariamente por la madrugada e ir al Bet Hakneset a encender las hornallas para que cuando llegaran por la mañana quienes iban a estudiar antes de la Tefilá, encontraran el lugar cálido y alumbrado. Cuánto tiempo tenía para dormir, después de esto? Solo una hora, no más…

Durante muchos años cumplió el Shamash fielmente con su función, pero su avanzada edad no le permitía continuar con ella.
Su trabajo se había convertido en una pesada carga, terminaba tarde por la noche, se iba a dormir, y no se despertaba hasta la mitad de la mañana. Cuando la gente llegaba al Bet Hakneset, encontraba el lugar cerrado, oscuro y frío. «Ya no se puede seguir así, debemos buscar un Shamash más joven y eficiente».
«Ustedes tienen razón, respondió el Rab, pero ¿qué será de él? Dedicó toda su vida a la comunidad y ¡¿ahora lo vamos a dejar sin trabajo?! Además de sentirse despreciado, ¿de qué vivirá? No tiene obra social, ni jubilación…»
«Hablen con él, les pidió, explíquenle la gravedad de la situación, posiblemente tomará conciencia y volverá a ser el de antes».
Los líderes de la comunidad le respondieron: «Ya hemos hablado con él varias veces, pero no hay solución, ya no puede con este trabajo… está muy anciano».
«No hay nada que no se pueda hacer poniendo voluntad, yo hablaré con él». Dijo el Rab.

Así decidió el Rab, y así lo hizo. Las palabras que salen del corazón llegan al corazón…
De hecho, al día siguiente cuando todos llegaron al Bet Hakneset, lo encontraron abierto, alumbrado y agradablemente calefaccionado.
El Shamash vino, hizo su trabajo y nuevamente se fue a dormir… El asunto del despido quedó en el olvido.
Nadie supo, ni se le ocurrió pensar, que en realidad el Rab había hablado con el Shamash, pero sin ningún resultado… No había con quien hablar…
Al verlo tan anciano y desvalido, el Rab se apiadó de él, y tomó su lugar en la tarea de levantarse cada madrugada, encender las velas, también los leños, luego de lo cual se iba a su casa a estudiar un rato, antes de la Tefilá.
Cuando regresaba al Bet Hakneset, en el horario habitual, alababa al Shamash frente a todos, por haber vuelto a la normalidad…

Una noche, en la que el Shamash se había ido a dormir como de costumbre, como suele suceder a esa edad, al escuchar las campanadas del reloj, que marcaban cada hora, se dijo a sí mismo: «debo cumplir con mi función»
Se levantó, se vistió, y arrastrando pesadamente sus pies, se dirigió al Bet Hakneset, tiritando de frío. ¡Cuán grande fue su asombro al llegar y descubrir que el lugar que debía estar cerrado y a oscuras, estaba bellamente iluminado!
¡¿Cómo es posible?! Se llenó de furia. Como él sospechaba, había alguien allí. También estaban prendidos los hornos!
¿Quién te dio permiso? ¡Apaga ya mismo ese fuego!

El Rab, como siempre, estaba encendiendo los leños, tarea no fácil, teniendo en cuenta la humedad que impregnaba las maderas, cuando escuchó la voz del Shamash, y sus pies arrastrándose pesadamente. Si lo veía, rápidamente comprendería que era él quien encendía el fuego todas las noches y se sentiría muy avergonzado.
¿Eres sordo tú? Gritó el Shamash.
El Rab no podía salir y mientras tanto el fuego comenzó a prenderse, se escuchaban los chispazos… de pronto la barba del Rab se chamuscó… mientras escapaba dando un rodeo para que el Shamash no lo viera.
«Ya te voy a agarrar!», le gritaba este.
Cuando el Rab volvió a su casa, su esposa se estremeció al verlo: ¡¿Yaacob, qué pasó con tu barba?! El Rab le contó toda la historia.
«Qué hubiera pasado si el Shamash seguía detrás de ti y no podías escaparte?»
No comprendo: ¿Cuál es la pregunta? Le respondió. Nuestros sabios dijeron que es preferible que la persona se arroje al fuego, antes de hacer pasar vergüenza al compañero.

Moshé Rabenu, ante la necesidad de reprochar al pueblo de Israel, se cuidó de hacerlos pasar vergüenza, aunque el reproche estaba dirigido a todo el pueblo.
De aquí aprendemos que hay mucha gente a nuestro alrededor que necesita de nuestro reproche, tengamos en cuenta que a pesar de tratarse de un reproche debemos cuidarnos de no avergonzarlos, elogiándolos por sus cualidades, felicitándolos por lo que sí hacen correctamente, para que de esta forma abran sus oídos para recibir nuestra amonestación.

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