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El Libro de Devarim (Deuteronomio)
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Maor Hashabat: Los portones de la riqueza

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh

La siguiente, es una impresionante historia, ocurrida en la época previa al holocausto, en la cual, muchos judíos deambulaban por las calles de Ierushalaim, en un estado de extrema pobreza.

Todos ellos, eran bien recibidos en el pequeño supermercado que poseían los padres de Rab Asher Zeev Luria, a pesar que sus dueños sabían perfectamente que, seguramente, esa gente no tendría con qué pagar la mercadería que se llevaba de su negocio.
Un día, entraron dos jóvenes solicitando una bebida. No tardaron en enterarse que se trataba de dos prófugos, que habían huido de Alemania, y fuera de la ropa que traían puesta, no poseían otra cosa.
Con verdadero interés les preguntaron cuál era su ocupación, en su país de origen, y ambos respondieron que habían trabajado en el negocio de la carne.

Al escucharlos, se iluminaron los ojos del dueño del supermercado. «Tenemos una buena oferta que hacerles: les daremos un lugar, en nuestro local, compraremos carne, para que ustedes la vendan, y con las ganancias tendrán suficiente para el sustento».
No podemos dejar de mencionar que el local donde funcionaba el supermercado de la familia Luria, era muy pequeño, y el sólo hecho de ofrecerles un espacio, hablaba de su gran generosidad.
Así hicieron.
El señor Luria compró una partida de carne, y sus clientes, apoyándose en su rectitud, comenzaron a comprar, hasta que se vendió en su totalidad.

Contó Rab Luria, que al día siguiente, su padre trajo el doble de mercadería, la cual se vendió rápidamente. De esta forma fueron aumentando las ventas y los dos jóvenes obtenían su sustento.
El padre de Rab Luria, no tenía límites cuando se trataba de la Mitzvá de ayudar al prójimo y después de dos semanas, se acercó a los jóvenes con una nueva propuesta.
Junto a su negocio había otro local, cuyos dueños le habían entregado la llave, con expresa autorización de utilizarlo. «Tomen estas llaves e instalen una carnicería aquí, así podrán obtener mayores ganancias», les dijo a los jóvenes.

Con el correr del tiempo, fueron aumentando las ventas y gran cantidad de gente compraba la carne que ellos vendían. El apellido de estos jóvenes era Heker, en la actualidad, una red de carnicerías, famosa en Israel.

Solemos escuchar, hoy en día, que hay familias, incluso todos conocemos alguna, que carece del sustento necesario para cubrir sus gastos, al extremo de verse obligados a medir la cantidad de leche que consumen sus hijos, como comentó en una oportunidad un padre de familia: «en mi hogar, los mayores no toman leche, ésta, está reservada sólo para los niños».
Eso nos compromete, a cada uno de nosotros, a aportar lo máximo de nuestras posibilidades para que a estas familias no les falte nada.

Habrá quienes reclamen que no es posible responder a todos los pedidos que se les presentan, que no puede ser que se les pida más y más dinero…
A ellos podríamos responderles contándoles un episodio, de la vida del Shevet Musar, quien era una persona muy rica, hasta que, debido a un incendio, perdió su casa y su negocio, convirtiéndose en un pobre indigente que no tenía ni para comer.
Aceptó con cariño lo que le había sucedido y se dijo «también esto es para bien».

Una semana antes de Pesaj, se le acercó un pobre, el cual, llorando le pidió que lo ayudara.
Tanteó sus bolsillos, comprobando que sólo tenía unas pocas monedas. Recordó los tiempos cuando sí tenía la posibilidad de ayudar a los menesterosos, entonces alzó sus manos al cielo rogando: «Señor del Mundo, nos ordenaste en tu Torá que ayudemos a los pobres. Yo quiero hacerlo, como lo hacía cuando era rico, por favor, permíteme volver a ayudarlos».

De pronto, el pobre que estaba frente a él, cambió su cara y le dijo: «Yo soy Eliahu Hanabi y fui enviado del cielo para probarte, debes saber que tus palabras tuvieron gran repercusión allí. Decidieron que por haber dicho, cuando perdiste todas tus riquezas, que todo era para bien, recibiendo el decreto con amor. Pero, en cambio, cuando el pobre te solicitó ayuda, le pediste a Hashem que te permita hacerlo – de ahora en adelante, recuperarás tu riqueza y podrás volver a ayudar a los pobres».

Esto nos enseña que, quien se esfuerza al máximo de sus posibilidades para ayudar a quien lo necesita, del Cielo lo ayudan a él para que pueda seguir haciéndolo cada vez más.

La palabra dinero, en hebreo, se puede decir Kesef o Damim (sangre).
Se sabe que cuando a la persona le extraen sangre, contrariamente a lo que se podría pensar, es beneficioso para su salud, ya que, de esta forma, se provoca la renovación y revitalización de la sangre. Incluso hay enfermedades que se curan de esta forma.
Similarmente, lo mismo ocurre cuando la persona extrae dinero de su bolsillo y lo entrega en Tzedaká. A simple vista, se podría pensar que esta acción priva a la persona de su dinero ocasionándole una pérdida.

Lo cierto es que, cuando la persona distribuye su dinero entre los necesitados, Hashem renueva y revitaliza los conductos a través de los cuales le llega, y de pronto se encuentra con que se abrieron frente a ella portones insospechados, con nuevas opciones y mayores ganancias, que nunca había calculado.

También cuando creemos que ya no tenemos de donde sacar, para socorrer a alguien, es el momento exacto para sacar lo que queda en el bolsillo, entonces descubriremos que del Cielo nos recompensan con creces.
Como dijo Rab Shteinman, «quien da el diezmo de sus ganancias, nunca será pobre, pero quien lo duplica, será rico».

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