Maor Hashabat: Agudizando la Punteria

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh
Trataremos de explicar la belleza de esta Perasha, coincidente con el comienzo del mes de Elul, por medio de una parábola.
Un señor, contrajo una enfermedad muy extraña. Un solo síntoma la caracterizaba y se destacaba, manifestándose en todo tiempo y lugar, sin darle tregua ni descanso.
Este síntoma consistía en un ataque de risa estruendoso e incontrolable, que estallaba en cualquier momento y en cualquier sitio, sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.
La gente que, circunstancialmente, se encontraba a su alrededor, primero se sorprendía, a veces se sonreía, pero siempre terminaba enojándose… sin que él lograra controlarse.
Esta situación comenzó a tornarse muy molesta, y muy preocupado, comenzó a aislarse de la gente, hasta que decidió consultar con el Jajam, para pedirle un consejo.
Este le respondió: «Trata de participar de un acontecimiento en el que haya mucha gente llorando, quizás eso conmueva tu corazón y te cures de tu mal».
Escuchó su consejo, y mientras caminaba por la calle, vio un cartel que anunciaba un discurso en memoria de un difunto, y allí se dirigió.
El disertante hablaba con palabras cargadas de emoción, recordando al fallecido, frente a un público conmovido y una familia dolorida por la pérdida.
Pero un extraño defecto en el sombrero del orador, hizo que este señor estallara en risas, sin poder evitarlo.
Por supuesto, lo echaron sin más trámite.
Cuando pudo serenarse, siguió caminando, cuando se encontró con una Levaiá (sepelio) y se unió a ellos.
Pero aquí nuevamente llamó su atención una situación curiosa y nuevamente estalló en carcajadas. La gente comenzó a gritarle y a recriminarle su falta de respeto hasta que terminó huyendo de allí, antes que la situación pasara a mayores.
Luego fue al cementerio, pero allí también encontró de qué reírse, así que resolvió regresar con el Jajam.
«Disculpe Rab, pero todavía no logré curarme de mi enfermedad».
«Acompáñame», le dijo el Sabio, «ven conmigo»
Fueron juntos hasta una casa, ubicada en la ciudad, a unos cuantos minutos de viaje. El Rab golpeó la puerta e inmediatamente los hicieron pasar, éste lo seguía detrás esforzándose por contener la risa.
Se escuchó un suspiro que rompía el corazón, proveniente de una de las habitaciones. Cuando ingresaron se encontraron con una persona, acostada en su lecho de enfermo, quejándose de sus dolores. A su alrededor estaba su familia, con los ojos empequeñecidos por el llanto y la falta de sueño.
Observó que también el doctor suspiraba y alzaba sus manos con desesperanza.
«Estoy estremecido», susurró al oído del Jajam.
«¿Por qué?», le preguntó éste en voz baja.
«No me estremecen los suspiros del paciente, seguramente está sufriendo por su enfermedad, tampoco el llanto de la familia, ya que ellos tienen el corazón destrozado, pero esta es la primera vez que me encuentro con un doctor quebrado y vencido. ¿Cómo es posible? él debe estar acostumbrado a ver enfermos en estado desesperante. Si va a suspirar por cada enfermo, y va a llorar por cada acontecimiento, no le alcanzarán las lágrimas…
El médico, que había escuchado sus palabras, le respondió: «Es cierto que estoy acostumbrado a los sufrimientos y dolores, pero este es un caso especial. Este enfermo es diferente al resto, ya que él, pobrecito, además de ser sordo y mudo, está paralizado».
«Pobrecito», aceptó el visitante. «Pero seguramente viste sufrimientos más grandes que este».
«Ciertamente», asintió el doctor, «pero, según lo que parece, su enfermedad carece de gravedad, y es posible que sea sencillo curarla. Pero debido a su discapacidad, no puede señalar el lugar que le duele. Llora, pero no sabemos porqué y no encontramos una solución. Aunque la enfermedad sea leve, puede morir a causa de ella, si los exámenes no arrojan ninguna pista y no descubrimos que medicamento darle».
En ese preciso momento, el enfermo que padecía el mal de la risa, suspiró y por el costado de uno de sus ojos cayó una lágrima.
Nos encontramos en el mes de Elul, el mes previo a Rosh Hashaná. Todos deseamos que sea decretado, para nosotros, un año de salud y prosperidad. Sabemos, que tanto este mes, como los diez días de Teshubá que median entre Rosh Hashaná y Iom Kipur, son de gran influencia para ello.
Cada uno de nosotros posee un alma especial y sinceros deseos de acercarse al Creador. Durante el año, nuestros sentidos se van adormeciendo y paralizando, lo que hace que nos cueste señalar el punto doloroso, aquel sobre el que debemos trabajar.
Algunas personas utilizan la risa como anestesia, pero si bien, en su justa medida es saludable, hay momentos en los que debemos ponernos serios y apuntar hacia la zona álgida, con mano firme y deseos de mejorar.
Cada uno debe hacer su parte, sin engañarse ni esperar que otro lo haga por él, como ese cliente, en el restaurante, que luchaba infructuosamente para pinchar una aceituna con su tenedor, hasta que se acercó el mozo, que lo estaba observando, y con un único y certero movimiento, le clavó un tenedor y se la ofreció gentilmente.
«Tuviste suerte, ya que después de dar tantas vueltas la encontraste cansada», se justificó, algo avergonzado el cliente.
«No es suerte, sino saber hacia donde apuntar el tenedor…»