Maor Hashabat: Afinando nuestros instrumentos

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh
Erase una vez… Un señor muy emprendedor, que soñaba con ser el director de un circo muy especial… su circo debería ser el mejor y mas original de todos los tiempos…
Como ya dijimos era muy emprendedor, y además decidido, así, que sin perder tiempo puso manos a la obra…
Para lograr el objetivo de originalidad… nada mejor que organizar un espectáculo protagonizado por animales amaestrados.
Sin perdida de tiempo se internó en el bosque, y seleccionó los animales más bellos y llamativos.
Los cargó en su camioneta satisfecho y lleno de excitación, soñando, mientras viajaba de regreso, con aplausos y ovaciones de un público que colmaba la capacidad de su circo, gritando: ¡OTRA! ¡OTRA! ¡BRAVO!…
Luego de un par de horas, llego a la carpa de su amado circo, acomodó a los animales, cada uno en su jaula, les dio de comer y los dejó descansar hasta el día siguiente…
Mañana será un gran día, se dijo, muy temprano comenzaré a amaestrar a mis fieras… serán las estrellas del circo…
Por la mañana, se dispuso a comenzar con la tarea… pero no era tan fácil como había pensado… Los animales no reconocían su autoridad… le gritaba al león para que se pusiera en dos patas, y este le daba la espalda.
El domador gritaba cada vez más fuerte, hasta que finalmente con un rugido ensordecedor el león le mostró su desprecio.
La misma suerte tuvo con el tigre, el mono daba vueltas en el aire, y haciéndole burla tiró la cáscara de una banana, que hizo patinar y caer al burro, que molesto por haber pasado vergüenza, le dio una patada al ciervo…
Todo se convirtió en un caos, el dueño del circo vociferaba descontrolado tratando de controlar el descontrol generalizado. Amenazaba y gesticulaba, -Esta noche se van a dormir sin comer…!!
-Queda cancelado el paseo del domingo…!
Nada daba resultado… así un día tras otro… tras otro… No solo el domador estaba cada día más enojado y desilusionado de sus animales, sino que estos ya no lo soportaban…
Murmuraban entre ellos cuando lo veían llegar, y cada vez estaban más agresivos, parecía una cadena interminable de gritos y gruñidos… cuanto más fuerte gritaba el domador, más fuerte gruñían las fieras…
Un día pasaba casualmente por allí un amigo de la infancia del domador, y al escuchar tanto ruido, sabiendo que ese era el circo de su amigo, decidió entrar, no fuera cosa que este estuviera en problemas.
Justo entró para salvarlo de las garras del león… quien estaba a punto de descargar toda su furia sobre él…
Entre lágrimas el domador le contó a su amigo el inmenso fracaso de su vida… esos animales eran incorregibles… nadie sería capaz de domesticarlos… eran desobedientes y testarudos…
Una a una le fue contando todas las angustias y desvelos que había sufrido por ellos, como todos los castigos y amenazas eran en vano, nada les importaba…
Entonces le dijo su amigo… -y si probaras hacer al revés…
Si en vez de castigarlos, les dieras aliento, si en vez de un reproche por el fracaso, les demostraras tu confianza en su capacidad para lograrlo la próxima vez…
Si en vez de mandarlos a dormir sin comer, cuando algo les sale mal, les das un dulce cuando lo intentan nuevamente y lo logran…
El domador quedó boquiabierto ante las palabras de su amigo… después de todo otra salida no tenia… probaría… igual ya no tenia nada que perder…
Mas sorprendidos que él, estuvieron los animales… al principio no entendían nada…
-Se habrá vuelto loco? Murmuraban entre ellos. Pero lo cierto es que poco a poco fueron cediendo… Al león le encantaba recibir una palmada en su lomo, cada vez que conformaba a su jefe…
El burro se desvivía por un rico terrón de azúcar… el mono estaba feliz con las nuevas galletitas que le había comprado el domador…
Pronto el feliz domador descubrió que la oveja era una excelente flautista… el burro tenia aptitudes para la trompeta… el león se destacaba con el violonchelo… y así se fueron revelando en cada uno talentos diferentes y especiales…
Ni él mismo lo podía creer… con solo cambiar un grito por una palabra de aliento… bastó con mostrar sus dientes a través de una sonrisa, en lugar de mostrarlos a través de una mueca furiosa… Había logrado su objetivo… era un milagro… tenía una orquesta de animales… su circo sería una sensación… y el milagro lo había logrado nada más ni nada menos, con solo modificar su actitud…
Nos cuenta nuestra Perasha que antes de fallecer, Moshe reprochó a Am Israel. Pero… ¿Cómo los reprochó? ¿Acaso les recriminó cada uno de los errores que cometieron? En absoluto. El solo les nombró los lugares en los que transgredieron la palabra de Hashem, sin entrar en detalles que hubieran sido dolorosos para ellos… no solo por respeto a Am Israel, sino que sabía que de esta forma sería aceptada la crítica.
De esto podemos aprender la enorme importancia que tiene la forma en que decimos las cosas, no importa la gravedad de la falta cometida, no importa que la razón este de nuestra parte, si queremos que quien nos escucha reciba nuestra crítica, y esta sea provechosa, debemos controlar nuestra reacción y buscar la forma de mostrarle su error sin herir sus sentimientos. No existe una cualidad que la persona no pueda mejorar con su voluntad, y nosotros con nuestro apoyo, estaríamos ayudándolo a hacerlo…
UNA BUENA INVERSION
Queremos compartir con ustedes una historia que escuchamos recientemente.
En ella vemos la influencia que se puede ejercer sobre cualquier persona, con solo una palabra positiva, una frase de aliento, aunque el mensaje contenga un reproche.
Más aun, muchas veces alcanza con una ligera alusión al problema que queremos plantear, para lograr que la persona reflexione, al punto de hacerle cambiar el rumbo de su vida.
El hecho ocurrió en la ciudad de Londres, Inglaterra.
Un hombre de negocios, un iehudí temeroso de Hashem, cerró una importante operación de negocios, por la que recibió el pago al contado.
Salió del imponente edificio de oficinas con cien mil liras dentro de su maletín.
Había caminado unos pocos metros, cuando le salieron al cruce tres individuos, que a juzgar por su actitud, hacía rato que lo estaban siguiendo, y estaban esperando el momento oportuno, precisamente cuando él concretara la operación, para despojarlo de su dinero…
-Pronto!!, entréganos tu maletín… si no quieres morir… – le gritaron amenazantes.
Pasado el primer impacto, el iehudí mantuvo la calma, y observó detenidamente a cada uno de los delincuentes, quienes se veían ansiosos e impacientes…
Luego de unos breves pero tensos segundos, se dirigió a quien evidenciaba ser el cabecilla, y mirándolo a los ojos le dijo:
-Veo en ti muy buenas características, se nota en tu cara que eres una persona inteligente, dime: ¿para qué necesitas tu todo este dinero?
Tratando de disimular su asombro, y queriendo aparentar una actitud amenazante, le contestó el ladrón:
-Lo necesito para bebida y drogas…
-¿Y cuanto sale eso?, volvió a preguntar el iehudí.
-Diez liras, le contestó.
Sacó el comerciante veinte liras de su bolsillo, y se las entregó
-Toma, te doy el doble de lo que necesitas, ahora déjame ir en paz…
Esta conversación afectó milagrosamente el corazón del ladrón, quien tomó el dinero y con una seña les indicó a sus cómplices que debían irse.
El iehudí se fue rápidamente a su casa, con gran agradecimiento a Hashem, y le contó a su familia la aventura que acababa de vivir, y el milagro que Boré Olam había hecho para él.
Exhausto se fue a dormir, para levantarse muy temprano por la mañana, con la intención de llegar al primer minian, como era su costumbre.
Al llegar al Bet HaKneset, ubicado en una zona Jaredí (observante) de Londres, ve al ladrón parado frente al portón del mismo, esperándolo…
En ese momento, sintió un frío que le recorrió todo el cuerpo, su corazón comenzó a palpitar fuertemente, quedó paralizado en el lugar, por más que su cerebro les ordenaba a sus piernas que caminaran, estas se negaban a avanzar…
-Seguro que vino a anular el negocio que hicimos ayer…, pensó
Finalmente, juntó coraje, y se encaminó resueltamente en dirección al delincuente, que seguía esperándolo.
Cuando estuvo frente a él, este le extendió la mano entregándole un billete de diez liras.
-Te traje el cambio de los veinte que me diste ayer. Le dijo.
Ahora el sorprendido era el comerciante:
-Explícame…por qué este cambio… ayer me querías matar…
Le contestó el ladrón: -Tengo 27 años, y hasta ayer nunca en mi vida había escuchado que yo era una buena persona, que se notaba en mi cara que tenía buenas características. Eres la primera persona que me dice esas cosas… y yo sentí que eras sincero, que realmente pensabas eso, que no me lo decías por el interés de salvar tu dinero, sino porque viste eso en mi.
Tanto entraron en mi corazón tus palabras, que sentí que a ti no te podía robar, que esto no era para mi categoría… por eso me conformé con las diez liras y el resto te lo vine a devolver…
Esta impresionante historia la contó el Rab Agaon Eliahu Toisig, quien conoce al protagonista, y de ella podemos aprender el valor incalculable de una palabra de aliento.
Hagamos un cálculo: si una observación hecha con afecto, destacando lo bueno para mejorar lo no bueno, puede provocar semejante efecto sobre una persona absolutamente marginada de la sociedad, sobre quien podríamos pensar que no hay esperanza alguna, cuanto más y más puede hacer una buena palabra, que confirme nuestro cariño, y nuestra confianza en su potencial para generar el cambio, sobre nuestros hijos, sobre nuestro cónyuge, nuestros alumnos…
¿Por qué tenemos la costumbre de ahorrar palabras de aliento? Acaso ¿decir una palabra buena nos quita algo? ¿Acaso todos nuestros bienes pasan a la persona que la recibe?
Como dice el dicho: una palabra de aliento no cuesta plata.
Hagamos una buena inversión: una persona que acostumbra a decir palabras de aliento, acumula méritos, no cometamos el error de perderlos haciendo cálculos pequeños…