Mantenerse lúcido en tiempos difíciles
Extraido de Celebrar la Vida
“Más que nunca en la historia , la Humanidad se enfrenta a una encrucijada . Un camino lleva a la desesperanza y al pesimismo absoluto y el otro a la extinción total. Recemos para tener la sabiduría de elegir correctamente”. Eso decía Woody Allen sobre nuestro tiempo presente.
Me gustan los chistes porque son formas no serias de decir cosas serias. Sobrepasan nuestras defensas. Nos podremos enfrentar a aquello de lo que nos podamos reír. Normalmente negaremos todo aquello de lo que no nos podamos reír. Hay pocas dudas de que algo ha ido mal entre las muchas cosas que han ido bien en el mundo de hoy. Podemos decir lo que es. En la búsqueda del progreso hemos extraviado el guión. Nuestro mundo se mueve a la velocidad del viento, pero no estamos seguros de hacia dónde vamos. Estamos viviendo una era de transición y el cambio continuo es de las cosas más difíciles de soportar por los seres humanos. Pocos se preguntan por qué la nuestra ha sido denominada “la era de la ansiedad” o como dice el título del último libro de Francis Fukuyama, La Gran Ruptura. Hay veces en las que nos sentimos como el famoso político ruso que al dirigirse a sus compañeros parlamentarios comenzó su discurso diciendo: “Amigos, ayer estábamos al borde del abismo, pero hoy hemos dado un gran paso adelante”.
Podemos diagnosticar precisamente dónde se encuentra el problema. La Declaración de Independencia Americana resumió los fines de la sociedad como “la vida , la libertad y la búsqueda de la felicidad”. En las democracias liberales de Occidente, lo hemos hecho bien en cuanto a la vida y la libertad, pero la felicidad ha resultado esquiva. A pesar de los inmensos progresos en el bienestar y en la expectativa de vida, encuesta tras encuesta se demuestra que no somos más felices de lo que lo eran nuestros padres hace una generación, y nuestros hijos lo son aún menos. Una encuesta de 1996 del Wall Street Journal descubrió que el 60 por ciento de los encuestados no esperan que la vida de sus hijos sea mejor que la suya. En 1993, una encuesta entre los escolares americanos demostró que el 87 por ciento creía que la “mayoría de los demás niños” estaban deprimidos y el 63 por ciento dijo que la mayoría de sus amigos habían pensado en suicidarse en algún momento. Otra encuesta del mismo año, esta vez entre jóvenes adultos, encontró que sólo el 21 por ciento creía tener una buena oportunidad de conseguir una buena vida, frente al 41 por ciento de 15 años antes. Esto es tremendamente significativo. Explica la pérdida de la idea que ha dominado Occidente durante tres siglos: el progreso, la idea de que la historia humana es un avance continuo . La nuestra es la primera generación en siglos que no cree que el futuro será mejor que el pasado.
Incluso podemos señalar el porqué. La segunda mitad del siglo pasado ha visto el predominio de dos instituciones inmensamente poderosas, el Estado y el mercado. Entre las dos se pensaba que se podían solucionar la mayoría de los problemas humanos. El gran debate político entre la derecha y la izquierda consistía en saber a cuál de las dos favorecer. La izquierda prefería al Estado , y la derecha al mercado. La tercera vía que surgió en los años noventa optaba por una mezcla entre las dos. Sin embargo , si buscamos la felicidad no la encontraremos en ninguna de las dos. La felicidad consiste en lo que tenemos; el mercado se concentra en lo que no tenemos. La felicidad trata del bien que hacemos ; el Gobierno se ocupa del bien que pagamos para que otros hagan. Un mundo en el que solo hubiera Estados y mercados sería eficiente. Pero sería también un mundo sin felicidad.
Ha sido también una época en la que hemos preguntado a los científicos (geneticistas, neurofisiólogos y sociobiólogos) para explicar la condición humana. La ciencia es una herramienta inmensamente poderosa para poder entender la naturaleza , pero un instrumento muy débil para entender la naturaleza humana. Para decirlo de forma más precisa, sistemáticamente confunde quiénes y qué somos. La ciencia habla de causas pero no de propósitos. Entiende los acontecimientos producidos por las cosas en el pasado, pero no los actos y decisiones motivados por una visión del futuro. Es buena cuando se ocupa del cuerpo, pero está fuera de su alcance cuando trata con la mente o con lo que en épocas pasadas denominábamos el alma. Tiene poco que decir sobre las ideas que dan significado a una vida. Ante la depresión , un científico receta Prozac. Sin embargo, los fármacos no pueden lograr la felicidad. Como mucho pueden mitigar el dolor.
La felicidad no está lejos. Esta aquí , pero antes tenemos que saber cómo buscarla. Escribí este libro como consecuencia de una experiencia. Fue uno de los periodos más difíciles de mi vida. Vi a mi padre morir y su pérdida me afectó gravemente. Cometí errores y , siendo un personaje público, sufrí por ellos. Durante dos años, sentí que me ahogaba. Fue entonces cuando recordé algo que había aprendido mucho antes: que no necesitas medicinas o terapias para curar la depresión , aunque éstas seguramente ayuden a mucha gente. No hay ningún problema del que uno pueda sentirse libre, pero eso necesita un pensamiento especial. Se necesita la capacidad para rehacerse , ver las cosas de manera diferente, cambiar la perspectiva, algunas veces darle la vuelta a la imagen mental . Eso en el sentido clásico era una de las grandes virtudes de la visión religiosa. No es nada nuevo. Te enseña las cosas que siempre has visto pero en las que nunca reparaste. Eso es todo lo que necesitas. Es lo que permite, en la maravillosa frase de C. S. Lewis “ser sorprendido por la alegría”.
Nuestra cultura nos ha dado una visión muy selectiva, que vuelve invisible mucho de lo que nos rodea. Como consecuencia hace que la alegría, el júbilo, la “buena vida”, sea innecesariamente difícil de conseguir. En estas reflexiones, he intentado decir en qué consiste la felicidad, cómo la logramos, cómo la perdemos y cómo algunas veces pasamos delante de ella sin reconocerla. La perdemos cuando buscamos en los lugares equivocados. Cuando consumimos, como si fuera algo que pudiéramos comprar. En nuestro ocio, como si fuera un sitio al que pudiéramos escapar. En los cambios de relaciones o de estilo de vida, como si estuviera al final del horizonte. No está en ningún otro sitio, está donde nosotros estamos. No es algo que hacemos ni que tenemos; ya la poseemos. No es fantasía; es la realidad experimentada de alguna manera. La felicidad es un pariente cercano de la fe. No la fe estrechamente concebida como una doctrina religiosa – que tiene su lugar, pero no es el tema que nos ocupa aquí- sino la fe como una forma de atención, como una forma de no dar las cosas por ciertas, como una forma de dar gracias. La fe como la valentía de hacer y mantener compromisos de los que nacen las relaciones de confianza.
Roberto Benigni hizo una película sobre el Holocausto y la llamó “La vida es bella”. No sé si yo podría ir tan lejos, pero en el título había una afirmación sorprendente. Se trata del poder del espíritu humano de derrotar a la tragedia celebrando la vida en medio del sufrimiento. La vida es bella si abrimos nuestros ojos. Este libro trata de cómo yo aprendí a abrir los míos.
Rab Jonathan Sacks