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Los tres anillos

Extraído de Tovim Hashnaim, del Rab Daniel Oppenheimer

Entre los males que aquejan la relación de los seres humanos en general, y carcomen la vida matrimonial en particular, están la falta de asesoramiento adecuado, la creencia de que «se sabe todo» y que por el hecho de estar enamorados, ya se tiene asegurada la felicidad eterna; la superficialidad en los vínculos, la noción de que la vida debe ser divertida, excitante y con intriga. También lo son el fenómeno de la idealización desmesurada y las expectativas surrealistas que ya no admiten la más pequeña molestia y que conducen a la inevitable frustración, la fisura generalizada en las normas de civilidad, la irritación provocada por falta de confort, el peso de la presión económica, la interferencia familiar y el concepto endeble de que «el tiempo» resolverá los problemas, cuando sabemos que en la realidad, jamás nada se arregla por sí solo.

En el hablar común de la gente, se rotula la cuestión de la que estamos hablando como «Shalom Bait» – (traducido como «paz, o armonía familiar»). En cierta oportunidad, al conversar con un rabino muy entendido en el tema, me comentó escuetamente: «¿Shalom Bait…? – ¡si ni siquiera tienen idea de lo que es un Bait…!»

En efecto, probablemente es ese uno de los problemas más acuciantes: la falta de conocimiento de lo que es un hogar. Si bien para alguna gente referirse al Shalom Bait se reduce a las pulseadas, desencantos y roces entre marido y esposa, y en algunos casos hasta a violencia física, amenazas, acosos múltiples, infidelidad, etc., estas manifestaciones representan las situaciones extremas y más graves de la falta de Shalom Bait. Sin embargo, en su definición real, debemos entender el Shalom Bait como la tarea indispensable de construcción ordenada, mutua y amalgamada de una estructura íntima y espiritual de los contrayentes, que permita elevar el nivel de ambos para cumplir con sus roles de marido y esposa entre ellos, y de padre y madre hacia sus hijos, y como pareja hacia terceros.

El profeta Hoshea (2:21, 22), nos habla del «matrimonio» entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel: «y te desposé para la eternidad, y te desposé con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia, y te desposé con confianza, y te uniste a D»s».
Nuestra costumbre es recitar este pasaje cuando enrollamos con tres vueltas la correa de los Tefilín en forma de anillos alrededor de nuestro dedo mayor. Ese modo de colocar el Tefilín sobre el dedo se asemeja a la formación de anillos – lo que coincide con los versículos que estamos citando.
Si bien estos pasajes se remiten a la «boda» entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel, no deja de ser un ejemplo de lo que debe ser una unión, en la que ambos lados se enlazan para la infinitud a fin de cumplir con los objetivos espirituales que se proponen, que es lo que sucedió entre D»s y el pueblo de Israel.

Si tomamos estos versículos como modelo, podemos intuir que hay un orden según el cual se edifica un hogar. Hay un antes y un después. Los padres preparan a los jóvenes tratando de ser sus modelos mediante su propia conducta, hasta que los creen aptos para fundar su nuevo hogar con la persona adecuada.

De ahí en más, la unión se va consolidando a partir del momento del matrimonio. Bajo la Jupá, el novio desposa a la novia «para la eternidad», o sea, que hay un compromiso entre ellos para edificar en conjunto un hogar. El compromiso está dado a través de la palabra. El valor del ser humano y su semejanza al Todopoderoso, surge mediante la posibilidad de expresarse con la palabra. Sin convenio de responsabilidad recíproca, no existen los cimientos de una construcción.

Una vez que está dada la palabra de obligación mutua, comienzan a regir las conductas vitales que hacen a la convivencia: «con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia». El trayecto es largo. Al salir de la Jupá, recién comienza la tarea de vivir con los atributos y las cualidades humanas que unen a la pareja. Si esto sucede, entonces con el tiempo, llegará la confianza correspondiente al tercer anillo. Es menester señalar respecto a este versículo, que las condiciones que permiten cimentar el hogar, son las virtudes más excelsas y elevadas a las que debe aspirar toda persona. De la experiencia de vida, sabemos que la confianza es tan difícil de lograr – y tan fácil de perder…

La familiaridad que lleva a la intimidad (el ser realmente unidos) requiere mucho esfuerzo. Cuando utilizamos la palabra «esfuerzo», no queremos dar la idea de martirio. Por lo contrario: D»s nos dio los medios por los cuales podemos dar y recibir compañerismo, solidaridad y sentimientos de apoyo y sostén mutuos en las situaciones que se cruzan en la vida de cada uno. Cada incidente y circunstancia de la vida, puede permitir que la pareja se afiance más y más.

óptimo sería que se conviertan en una suerte de acróbatas que tienen la certeza de que pueden depender y contar uno con el otro para complementar sus tareas, y cuando toda su existencia se torna dependiente uno del otro. Cuando con la mera mirada ya entienden lo que piensa el otro, y aun sin mirarse forman una armonía y afinidad indivisible, están aproximándose a esa unión ideal.

Del mismo modo en que D»s y el Pueblo de Israel (nuestros abuelos) firmaron un pacto en cuyo mérito atravesamos ya más de tres milenios, en los que D»s nos mantuvo milagrosamente, y en los que muchos de nuestros antecesores innumerables veces ofrendaron sus vidas para sostener el apego y la creencia en él, el matrimonio entre dos seres humanos debe analogar aquella misma unión. Creo que ningún compromiso o pacto que celebramos los seres humanos desde el momento en que nuestros antepasados juraron y dijeron «Naasé veNishmá» frente al Monte Sinaí, abarca a la persona de manera tan cabal e íntegra en sus acciones y sentimientos como lo son las palabras que expresa el novio a la novia bajo la Jupá.

En el primer capítulo de Pirké Avot (Mishná 4,5), los Sabios Iosé ben Ioezer y Iosé ben Iojanán mencionan ciertos criterios básicos para cualquier hogar. Esas pautas tienen que ver con las obligaciones espirituales de estudio («Que sea tu casa un centro de encuentro de los Sabios…»), y los deberes sociales («Que sea tu casa muy abierta, y que sean los menesterosos parte de tu morada…»).

Reconocer los deberes que incumben a cada contrayente en su rol, es el comienzo del Shalom Bait. Es la edificación del Bait mismo. Sin duda, si están preparados con una educación apropiada, entonces en ese hogar reinará el Shalom que se manifiesta con la Presencia de D»s.

Doy por sentado que a algunas personas que lean este apartado, les parecerá que lo que vertí en estas líneas es un tanto obvio. No obstante, lo obvio debe cada tanto ser releído y recordado. Quizás, sea precisamente el hecho de creer que todo en la vida es elemental e indiscutible, lo que nos haga olvidar el cuidado de lo más preciado y valioso que hemos de construir y que por ese motivo lo obvio deje de serlo.

Rab Daniel Oppenheimer

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