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Profecias
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Los acontecimientos no fueron predecibles

(selección extraída del libro «Profecía y Providencia» por R. Meir Sokolovski, © Kest-lebovits)

Los Acontecimientos que causaron la Primera Destrucción y su Galut Fueron Imposibles de Predecir

Hoy, a dos mil años de nuestra expulsión de la tierra, el galut (dispersión) se nos aparece como parte integrante de la vida judía, un componente más de la conciencia nacional, hasta el grado en que lo vemos como algo inevitable, consecuencia natural de la situación prevaleciente. Pero si examinamos la situación reinante en el momento en que por primera vez se pronunciaron estas profecías, veremos que el curso de los acontecimientos no fue de ningún modo directo o natural, y por cierto que no fue inevitable.
En el momento en que se predijo el exilio, todos los factores parecían indicar que, según el curso natural de los acontecimientos, el Pueblo Judío continuaría viviendo en su tierra indefinidamente, y jamás tendría por qué ser exiliado de allí. Hubo muchas otras naciones que sufrieron también períodos de decadencia, en que fueron conquistadas y subyugadas por potencias extranjeras, pero muy pocas debieron ser exiliadas de sus tierras. Existen muchos pueblos antiguos que siguen viviendo hasta el día de hoy en sus tierras nativas.

Además, en el momento en que Moshé escribió las profecías, la experiencia histórica no abarcaba el exilio de naciones enteras tras la derrota. ¿Quién pudo haber sabido que los judíos serían exiliados de su tierra? ¿Quién pudo haber predicho que Nevujadnetzar, rey de Babilonia, tomaría la decisión de exiliar a las naciones que habría de conquistar, incluyendo a los judíos? (Las otras naciones conquistadoras, tales como Persia, Grecia y Roma no lo hicieron). Y, cuando casi mil años más tarde el rey de Babilonia luchó con Judea y Jerusalén, capturándolas, esa victoria no tuvo por qué necesariamente conducir a la destrucción del Beit ha-Mikdash y al exilio del Pueblo Judío. Al principio, lo único que hizo Nevujadnetzar fue exigir un tributo de Israel, dictaminando que el rey de Judea debía dar un voto de alianza con él, tal como está escrito: «En sus días subió Nevujadnetzar, rey de Babilonia, y Yehoyakim fue siervo suyo durante tres años» (Melajim II 24:1).
Ni siquiera cuando Yehoyakim se rebeló contra el rey de Babilonia, y Nevujadnetzar montó un segundo ataque contra Jerusalén y la capturó, ni siquiera entonces expulsó al pueblo de su tierra, sino tan sólo al rey, sus ministros y líderes militares. La vasta mayoría del pueblo pudo permanecer en sus hogares, según leemos:

… Por entonces subieron a Jerusalén los siervos de Nevujadnetzar, rey de Babilonia, y la ciudad fue sitiada… Y se llevó a todo Jerusalén, y a todos los príncipes, y a todos los hombres valientes, diez mil cautivos en total, y a todos los artesanos y los herreros. Nadie quedó, salvo los más pobres del pueblo de la tierra… Y el rey de Babilonia hizo a Mataniahu, hermano de su padre, rey del lugar y cambió su nombre por el de Tzidkiahu. (Melajim 11 24:10-17)

Fue solo después de que Tzidkiahu, que a su vez también se rebeló contra Babilonia, y Nevujadnetzar había capturado la ciudad por tercera vez, que fue arrasada Jerusalén e incendiado el Beit ha-Mikdash. Recién entonces Nevujadnetzar exilió a toda la nación hacia Babilonia. ¿Quién podía haber anticipado esta cadena de acontecimientos que causó el exilio predicho por la Torá con tanta certeza y tanta claridad? Si tan sólo uno de los eslabones de la cadena no hubiera encajado como corresponde, el curso de la historia podría haber sido completamente diferente. De hecho, había suficientes factores naturales como para alterar la historia en forma radical.
Yirmiyahu le advirtió a Tzidkiahu, en el nombre de D-os, que se sometiera al mandato del rey de Babilonia: «Y yo le hablé a Tzidkiahu, rey de Judea, conforme a todas esas palabras, diciendo: «Inclinad vuestra cerviz bajo el yugo del rey de Babilonia, y servidle a él y a su pueblo, y vivid» (Yirmiyahu 27:12). Si Tzidkiahu hubiera escuchado al profeta, cuya voz era también la voz de la lógica y del sentido común, y no hubiera incitado a la rebelión contra Nevuiadnetzar -rebelión que estaba destinada al fracaso- entonces el Beit ha-Mikdash no se hubiera destruido y el pueblo no habría sido exiliado de su tierra.
El reino de Nevujadnetzar no duró mucho, ni tampoco Babilonia disfrutó del poder indefinidamente. El imperio cayó ante Ciro, rey de Persia, quien apoyaba a los judíos, a los que les permitió inclusive retomar a su tierra y reconstruir el Beit ha-Mikdash. Si el rey Tzidkiahu hubiera durado un poco más en el poder, todo el exilio con sus amargas consecuencias no habría tenido lugar.
Pero esto no debía suceder puesto que, tal como lo explica el Tanaj, se había dictado un decreto Celestial por el cual, si los judíos no se arrepentían, judea y Jerusalén serían destruidas «a causa del pecado de Menashe» (ver Yirmiyahu 15:4).

Fue así como ocurrió lo inesperado y lo imprevisto, y Tzidkiahu, rey de judea, se rebeló, según está escrito: «Debido a la ira del Eterno sucedió eso en Jerusalén y judea, hasta que la arrojó de Su presencia. Y rebelóse Tzidkiahu contra el rey de Babilonia» (Melajim 11 24:20). Y Rashi explica el versículo del modo siguiente: «D-os implantó en su corazón la idea de rebelarse, para que fuera exiliado».
El Mismo que describió en la Torá el advenimiento del galut también se aseguró luego de que tuviera lugar. Pues «El corazón del rey está en manos del Eterno» (Mishlei 21:1) y El hace inclinar sus decisiones en la dirección que El desee, a fin de que se cumplan Sus palabras.

Tras la destrucción del primer Beit ha-Mikdash, quedaba una última esperanza de que se mantuviera una imagen de normalidad y alguna medida de autonomía. El rey de Babilonia dejó un resto de nativos judíos paupérrimos para que trabajaran los viñedos y los campos, y designó a Gedalia ben Ajikam para que los supervisara. Había todavía una posibilidad de que la tierra pudiera recuperarse de las heridas de la batalla. Tal vez, con el tiempo hasta podrían haber regresado los exiliados. Pero se había dictado un decreto Celestial de que Eretz Israel debía quedar desolada. Gedalia ben Ajikam fue asesinado a manos de traidores, y el resto de gente que quedaba se dispersó en todas direcciones, y fue así como finalmente la Tierra Santa quedó totalmente abandonada.
Este fue el último eslabón de la cadena de acontecimientos que condujo al cumplimiento de las palabras de D-os. ¿Quién podía haber predicho tal fin en el curso natural y lógico de la historia?

La Influencia de D-os se Reveló Sobre la Historia en la Epoca del Segundo Exilio

Con la destrucción del segundo Beit ha-Mikdash y la expulsión del Pueblo judío a manos de los romanos, podemos ver con claridad cómo la Mano de la Providencia determinó el cumplimiento de las profecías de la Torá de que habría galut (exilio) y destrucción.
Los romanos, que arrasaron el segundo Beit ha-Mikdash, eran un imperio mundial. Habían conquistado muchos pueblos, imponiendo su mandato sobre muchas culturas y muchas lenguas, subyugaron a todas las naciones, mas desterraron a una sola: el Pueblo de Israel, la misma nación que mil años antes había sido advertida que sería desterrada de su tierra si no cumplía con la palabra de D-os. Esta nación fue la única en ser exiliada, así como su tierra fue la única en quedar desolada. ¿Quién, en el momento en que fue escrita la Torá, podía haber predicho que los romanos tomarían Eretz Israel? ¿Quién Podía haber sabido que este conquistador decidiría exiliar al Pueblo judío de su tierra? Cuando los romanos tomaron por primera vez Eretz Israel, no tenían la menor intención de tratar a los judíos en forma diferente de las demás naciones conquistadas.

En efecto, al principio instituyeron un gobierno ocupacional, similar al que impusieron en las demás naciones que subyugaron. No pensaron siquiera en arrasar la tierra o deportar a sus ciudadanos. Pero debido a los pecados de Israel, el decreto Celestial ya se había firmado y sellado. Como resultado, los acontecimientos fueron dirigidos de manera tal que «por coincidencia» los unos se encadenaron con los otros, culminando (unos 140 años después de que Pompeyo marchara a Palestina tras la invitación del rey judío hasmoneo) en una insurrección que fue escalando hasta convertirse en una guerra de gran envergadura. Josefo se refirió a esta guerra como la más terrible y sangrienta que el mundo había conocido (hasta ese entonces). La revuelta y la guerra subsiguiente fueron la causa directa de la destrucción del segundo Beit ha-Mikdash y de la desolación de Eretz Israel, y antesala del segundo Exilio.
Los acontecimientos que causaron esta guerra, donde los judíos sufrirían tan devastadora derrota, son muy conocidos y demasiado numerosos como para detallarlos aquí. Pero todo el que analice el curso de los acontecimientos en profundidad admitirá que no hubo factores determinantes que dictaran trágica derrota que constituyó su clímax. La más leve desviación del desarrollo de la historia podría haber alterado el resultado final en forma drástica. La revuelta y la guerra ni fueron históricamente inevitables; por el contrario, la serie de eventos que finalmente produjo la destrucción del Beit ha-Mikdash no fue predecible ni natural. Estos eventos sólo pueden explicarse como algo extraordinario, ilógico predeterminado desde el Cielo. Una Mano invisible cegó los judíos, para que no pudieran ver en qué dirección se dirigían, y así no pudieran buscar su propio beneficio ni actual según sus propios intereses.

Inclusive cuando la guerra ya había estallado, no era imposible evitar la destrucción total y el exilio. A lo largo del Imperio Romano hubo muchas escaramuzas y revueltas, que fueron aplacadas sin necesidad de arrasar con los territorios (excepto Cartago, a quien Roma consideraba su principal competidora por el control del Mediterráneo, y que fue arrasada hasta sus mismísimos cimientos). La rebelión de Eretz Israel también podría haberse reprimido desde el comienzo, sin destruir ciudades ni dejar a la tierra desolada. Pero por algún motivo los romanos no pudieron sofocar la rebelión judía en su inicio, y lo que en un principio fue una simple revuelta muy pronto se convirtió en una guerra de singulares proporciones.
De todos modos, la guerra podría haber tenido otro fin. La victoria romana no fue fácil. En muchas oportunidades durante el curso de la guerra los romanos se mostraron dispuestos a hacer las paces. Mas el decreto Divino ya había sido sellado, y cuando parecía que había más posibilidades de alcanzar la paz, «D-os implantó en sus corazones la idea obstinada de perseguir tenazmente el camino que conduce al daño y la calamidad, y así escogieron un destino mucho peor que el exilio y la exterminación» (Josefo, Las guerras de los judíos IV, 9:11).
Al tiempo que reinaba la lucha entre los extremistas y los moderados por el control de Jerusalén, fueron esos mismos moderados, que estaban a favor de la paz, los que llevaron a la ciudad a la violenta facción de Shimon bar Giora y sus seguidores. Estas brigadas (los birionim, como los llamaron los Sabios), que hasta entonces no eran más que una banda de ladrones y asesinos, alienados de la sociedad, se transformaron en los nuevos gobernantes de la ciudad. La vida dentro de Jerusalén se convirtió en un verdadero infierno. Y como resultado de esto, todos los esfuerzos de Rabí Yoianan ben Zakai y sus colegas por llegar a la paz y poner fin a la guerra fueron fútiles y en vano.
Inclusive cuando la guerra ya llegaba a su término, después de que los romanos penetraron en las murallas de la ciudad y la derrota era previsible, incluso entonces los brigadas de bar Giora se negaron a rendirse y así librar al Beit ha-Mikdash de una segura destrucción. Fue así como el Templo estalló en llamas a causa de una locura disparatada, obstinada e irracional.

R. Meir Sokolovski

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