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Ayuno 17 tammuz
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Las tablas Rotas: una puerta al arrepentimiento

Extraído de Nosotros y el tiempo. Escrito por el Rab Eliahu Kitov

El 7 de Siván, luego de que fuera entregada la Torá, Moshé volvió a ascender al Monte Sinaí para aprender del Todopoderoso los principios generales, los detalles e inferencias de la Torá, y para recibir las Tablas de Testimonio.

Antes de ascender a los Cielos, Moshé dijo al pueblo: «Luego de que hayan transcurrido cuarenta días, en el comienzo de la sexta hora, regresaré y os traeré la Torá». El pueblo supuso que el día mismo del ascenso debía ser considerado como el primero de los cuarenta días -siendo cada uno un día completo de veinticuatro horas-. Sin embargo, la intención de Moshé era que cada día debía ser completo, es decir, debía incluir la noche anterior [pues según el calendario judío el día comienza desde la noche que le precede], y por cuanto él subió de día, la cuenta debía comenzar a partir del día siguiente [que ya incluía la noche]. Así, según su cuenta, el plazo culminaba el 17 de Tamuz.

El 16 de Tamuz vino el Satán y trajo con él oscuridad y confusión, lobreguez y desorden. Les preguntó [a los Hijos de Israel]: «¿Dónde está Moshé, vuestro maestro?»

Ellos respondieron: «Ha ascendido al Cielo».

Les dijo: «La sexta [hora] ha llegado [es decir, él ya debería haber regresado]», pero no le prestaron atención.

«¡Está muerto!», [dijo el Satán,] pero no le prestaron atención. Entonces, les mostró la imagen de su lecho de muerte [de Moshé] (Talmud, Shabat 89a).

La fe que el pueblo había depositado en Moshé y en cada una de sus palabras era incluso mucho más grande que la que un hombre tiene en algo que ve o conoce por sí mismo. Así, en el momento en que una sola cosa que Moshé les había dicho no se cumplió, sintieron como si el cielo y la tierra hubieran colapsado y perdieron el control de sus sentidos. La intensidad de su apego a Moshé, el hombre de Di-s, era tan grande, que ya no podían continuar ni una hora sin él. Fue entonces que se acercaron a Aharón -confundidos y como enloquecidos- y le pidieron: ¡Haznos un dios! (éxodo 32:1)

¿Cómo era posible que una nación que había presenciado la visión de Di-s y Lo había escuchado hablar, pudiera volcarse a la idolatría con tanta rapidez?

¿Cómo era posible que toda la nación se viera movida unánimemente hacia una transgresión sin dividirse en grupos diferentes con distintas ideas? ¿Y cómo fue que ningún miembro de la tribu de Leví se sintió atraído a venerar al
falso dios?

¿Dónde estaban Najshón ben Aminadav y sus compañeros? ¿Dónde estaban los setenta Ancianos a quienes Di-s más tarde hizo depositarios del Espíritu Divino? ¿Dónde se encontraban Calev, Urí, Betzalel y todas las otras personas absolutamente justas? ¿Fueron todas víctimas de este pecado?

El tema puede comprenderse de la siguiente manera: Como preparación para el recibimiento de la Torá, Di-s purificó las almas de todos los judíos, y fue así que aceptaron la Torá como si fueran un «solo hombre, con un único corazón». Pero cuando construyeron el Becerro de Oro no todos estaban unidos en este acto -Di-s libre-; de hecho, se habían dividido en muchos grupos diferentes.

Cuando se acercaron a Aharón y le dijeron Haznos un dios, casi todos lo dijeron en nombre del Cielo, con intenciones puras. Aunque nadie sabía lo que Aharón haría, todos querían tener una participación absoluta para que a través de sus acciones surgiera un poder equivalente al de Moshé, quien iría delante de ellos (Exodo 32:1).

Luego de que surgió el becerro como resultado de la brujería de aquellos que practicaban y se encontraban sumidos en la idolatría, las diferencias de posturas se revelaron. Estaban aquellos, unos pocos, que al ver semejante imagen idólatra retomaron de inmediato sus antiguas prácticas paganas. Fueron advertidos, pero no se intimidaron.

Otros, más numerosos que los del primer grupo, que mantenían apenas un vestigio de su inclinación anterior [de idolatría] por cuanto el deseo de practiar cultos paganos no había sido totalmente erradicado de sus corazones sino sólo aplacado momentáneamente por el imponente efecto de la revelación en el Monte Sinaí y las maravillas que habían presenciado previamente, sintieron en aquel momento un despertar de su [mala] inclinación anterior que los movió a enaltecer a aquellos que veneraban al ídolo, mientras observaban y se regocijaban.

Sin embargo, otros -un tercer grupo- quedaron atónitos por la terrible escena que estaban presenciando y comenzaron a burlarse tanto de aquellos que veneraban al becerro como de aquellos que se mostraban inquebrantables en su fe. Vieron que ambas facciones se estaban maldiciendo entre sí y dijeron: «Ambas posturas son igualmente erróneas», y denigraron a ambas.

Por último, estaban los justos del pueblo, que, al ver la terrible y decadente situación de sus hermanos, se desanimaron y perdieron toda esperanza de que estos se arrepintieran. Y aunque lo hicieran, no creían que el arrepentimiento de aquellos pudiera ser aceptado por Di-s ni que a partir de ellos se formara «una nación de kohaním y un pueblo santo». Fue así que se dirigieron a sus hermanos y les dijeron: «Vosotros no sois más nuestros hermanos; no seréis contados en la congregación de Di-s».

Aunque los grupos se dividían en cuanto a su actitud hacia el Becerro de Oro -y las diferencias entre ellos eran tan opuestas como el este y el oeste-, Di-s describió sus acciones a Moshé como si todos fueran culpables de idolatría. Incluso aquellos cuya intención era defender a Di-s de quienes suscitaban Su ira, de no haber atribuido algo de verdad al culto idólatra, jamás habrían perdido las esperanzas por sus hermanos. Por el contrario, habrían considerado su díscolo comportamiento como una travesura de jóvenes estudiantes cuyo maestro no se encuentra con ellos. ¿Acaso existe algo substancialmente real en la idolatría que pueda extirpar la santidad del Pueblo de Di-s para siempre?

Moshé debía regresar al día siguiente. Aquellos que habían pecado serían castigados y el resto de la nación regresaría a sus patrones normales de comportamiento. Además, su vergüenza por haber pecado los llevaría a aferrarse a Di-s con más fuerza aún, mucha más que antes de haber pecado. ¿Por qué, entonces, estaban tan indignados los justos? ¿Por qué decían que ya no había esperanza para quienes habían venerado al ídolo? ¡Sólo podía ser porque ellos mismos también atribuyeron al ídolo cierto grado de poder! En verdad, la nación toda, de alguna manera, se había corrompido.

De hecho, cuando Moshé descendió de la montaña al día siguiente y proclamó (Exodo 32:26): Quien esté del lado de Di-s que se una a mí, sólo se presentó la tribu de Leví. Los miembros de esta tribu se diferenciaban de los justos de las otras sólo en el hecho de que obedecían a Moshé por completo y estaban dispuestos a seguirlo aunque dijera que «la derecha era izquierda, y la izquierda derecha». Eran como un ejército disciplinado que sólo aguarda la orden de su comandante. Por el contrario, los otros justos y piadosos de la nación dijeron: «¿A quiénes llamas? ¿A aquellos que pecaron, o aquellos que no protestaron? ¿Crees posible devolver al pueblo a su condición anterior por su intermedio? Ni por ellos ni por nosotros será construida la Casa de Di-s».

Su duda en cuanto a Moshé equivalía a dudar acerca de Di-s mismo. Esta no era una actitud propia de una nación que había estado al pie del Monte Sinaí, de un pueblo ante el que cielos y firmamentos se habían abierto mostrando como no hay nadie fuera de El (Deuteronomio 4:35). Era indecoroso de su parte creer que un mero ídolo tenía la capacidad de corromper y profanar una nación santa de forma tal que nunca podría llegar a rectificarse.

La rotura de las tablas

Cuando Di-s entregó las Tablas a Moshé, ellas soportaban su propio peso. Pero cuando Moshé descendió del Monte Sinaí y se aproximó al campamento hebreo, viendo el becerro que el pueblo había construido, las letras se separaron de las Tablas, salieron volando, y éstas se tornaron muy pesadas en sus manos. De inmediato, Moshé se enojó y las arrojó de sus manos (éxodo 32:19) (Midrash Tanjumá, Ki Tisá).

¿Cómo fueron rotas las Tablas? Cuando Moshé subió al Monte a recibirlas y descendió, estaba muy feliz y contento. Pero al notar que los judíos habían pecado, dijo: «Si les entrego las Tablas ahora los obligaré al cumplimiento de mitzvot muy importantes y, por su condición actual, serían pasibles de la pena de muerte, por cuanto está escrito: No tendréis [otros dioses]» (Exodo 20:3). Entonces regresó. Los Ancianos lo vieron y corrieron tras él hasta alcanzarlo. Moshé se aferró a las Tablas y ellos también, pero la fuerza de Moshé era mucho mayor que la de los setenta Ancianos juntos, como declara el versículo: Y ante toda la mano poderosa (Deuteronomio 34:12). Moshé miró las Tablas y vio que las letras se elevaban hacia el cielo. En ese momento las Tablas se hicieron muy pesadas, cayeron de sus manos, y se rompieron. Otros Sabios opinan que Moshé no rompió las Tablas sino hasta que Di-s le dijo, aprobando su proceder, que tú has quebrado (Exodo 34:1); o sea, que «seas fortalecido» -iyasher kojajá, expresión que denota «felicitación»- por haberlas quebrado (Ialkut Shimoní, 393).

¿Con qué puede compararse ello? Con un rey que desposó a una mujer a quien escribió una ketubá -contrato matrimonial donde se especifican los deberes del hombre hacia su mujer- que dejó en manos de un miembro del séquito real. Más tarde, se divulgaron informes difamatorios acerca de su fidelidad. ¿Qué hizo el funcionario del séquito real? Rompió inmediatamente la ketubá. Dijo: «Es preferible que su esposa sea juzgada como una mujer soltera y no como una mujer casada». Eso mismo hizo Moshé. Dijo: «Si no rompo las Tablas, el pueblo de Israel no tendrá existencia, como expresa el versículo (Exodo 22:19): El que hiciere una ofrenda a dioses falsos será exterminado». ¿Qué hizo entonces? Las rompió y dijo a Di-s: «Ellos [los Hijos de Israel] no sabían lo que estaba escrito en ellas» (Shemot Rabá, 46:1).

Una oportunidad para quienes buscan arrepentirse

En ninguna generación hubo menos probabilidades de que se cometiera tamaña transgresión que en aquella, por cuantera la más ilustre de todas las épocas, llena del conocimiento de Di-s. Ello es cierto también respecto de todos los demás pecados que cometieron -como ser el envío de los espías a la Tierra Prometida, las quejas contra Di-s, y la disputa de Kóraj y su facción-. ¿Por qué entonces, Di-s, quien prevé el futuro y divisa todas las generaciones, hizo que esta «generación ilustre» fuera culpable de transgresiones tan graves?

La finalidad de ello fue enseñar a las masas el camino hacia el arrepentimiento. Los Hijos de Israel acababan de convertirse en nación. Desde un principio la Shejiná (Presencia Divina) moró en medio de ellos, comían pan proveniente del Cielo y bebían agua de un manantial que fluía milagrosamente. Acampaban según sus estandartes, siempre circundados por las nubes de gloria, y con Moshé y Aharón sirviendo como sus dirigentes.

Pero el camino que se abría ante ellos era sumamente largo, uno que podía extenderse por miles de años antes de alcanzar el fin de los tiempos. Asimismo, también era extremadamente peligroso, plagado de pruebas de pobreza y riqueza, de esclavitud y libertad. Muchas trampas estaban tendidas a su paso con las que Israel podía tropezar, cayendo en el pecado, rebelándose y actuando erróneamente. Para no tener lugar a decir: «Hemos caído en el pecado y el camino al arrepentimiento está cerrado a nosotros; estamos perdidos para siempre», Di-s les enseñó, a ellos y a todas las generaciones futuras, el camino de retorno hacia El. Aunque se encontraran dispersos en los rincones más remotos de la Tierra, Di-s los traería de vuelta y los retornaría hacia El (Nejemías 1:9). Ninguna generación pudo cometer un pecado más grave que aquella en el desierto; sin embargo, Di-s la hizo regresar a Sí y la convirtió en Su herencia preciada.

El Talmud (Avodá Zará 4b) señala:

Rabí Iehoshúa ben Leví dijo: El pueblo de Israel hizo el Becerro sólo para dar una oportunidad a aquellos que buscan arrepentirse, como expresa el versículo (Deuteronomio 5:26): ¡Ojalá estos sentimientos perduren en ellos, para que Me teman y observen todos Mis preceptos para siempre! Rashi explica que los judíos de aquella generación eran fuertes y valerosos en su temor a Di-s, y poseían un dominio absoluto sobre su «mal instinto» (iétzer hará). Sin embargo, era la voluntad de Di-s, un decreto del Rey, que éste [el iétzer hará] se impusiera a ellos [haciéndolos pecar] para brindar una oportunidad a aquellos que buscan arrepentirse, y que estos aprecien que los portones del arrepentimiento nunca se cierran. Si un pecador dice: «No me arrepentiré ya que [Di-s] no me aceptará», se le responde: «Ve y aprende del episodio del becerro, cuando [los judíos] negaron a Di-s, mas cuando se arrepintieron fueron aceptados por El».

También el Profeta (Isaías 1:18) dijo: Venid y aclararemos juntos… si vuestros pecados son como el carmín, se tornarán blancos como la nieve. Esta es la forma en que actúa el iétzer hará: Primero seduce al hombre a pecar. Luego, cuando éste se ve envuelto en el pecado y busca arrepentirse, le dice: «¿Qué sentido tiene tu arrepentimiento? No será aceptado». Por ello, el Profeta declara al pueblo [en contra de este argumento]: Si vuestros pecados son como el carmín, [al arrepentiros] se tornarán blancos como la nieve.

Rab Eliahu Kitov

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