La Torá … ¿Es capitalista o socialista?

por el Prof. Iehudá Levi(de su libro en hebreo: El Judaísmo Encara Temas Actuales)de Beor Hatorá (Jerusalén)
Recientemente hemos sido testigos del colapso del comunismo.
Durante 70 años, el comunismo en la ex Unión Soviética subyugó las vidas de millones de personas que se interpusieron en su camino y conquistó los corazones de cientos de miles de otras que desde lejos lo vieron como la redención de la humanidad, conduciendo al fin de los días cuando «el lobo vivirá con el cordero y el tigre yacerá con el niño» (Isaías 11:6).
Ostensiblemente basado en la hermandad pura, el comunismo hizo estragos en poblaciones enteras hasta demostrarse finalmente falso. Ahora, mientras «el experimento socialista» está siendo desmantelado, es un buen momento para observar el enfoque de la Torá en materia de economía: ¿es ella capitalista o socialista?
Ante todo, analizaremos los principales enfoques que hallamos en las naciones desarrolladas de hoy. Consideramos aquí sólo los principios fundamentales, sin tomar en cuenta si tales sistemas económicos existen en la práctica en su forma prístina. Es cierto que hoy no hay ningún régimen puramente capitalista. Esto, sin embargo, no nos impide analizar separadamente el principio capitalista así como también los elementos socialistas con que ha sido aleado.
Aparato e Ideología
Principalmente existen dos enfoques nacionales en cuanto a la economía: el capitalismo, que protege el derecho del individuo a su propiedad, y el socialismo, que controla la propiedad de la sociedad entera, especialmente los principales medios de producción. (En su forma más extrema, llamada comunismo, el socialismo niega por entero el derecho del individuo a adquirir propiedad).
Estos son los aparatos de los dos sistemas.
Además de su aparato, cada sistema tiene su ideología y espíritu inherente. El capitalismo cree en la iniciativa privada y fomenta la competencia como base saludable necesaria para el éxito económico. La competencia e iniciativa privada, junto al derecho a la propiedad privada, son las piedras angulares del capitalismo. El socialismo, del otro lado, cree que es deber de la sociedad cuidar las necesidades de cada individuo; el amor al semejante debe liderar la economía.
Desde el punto de vista sociológico, el capitalismo puro conduce al sometimiento y explotación del débil por parte de los más fuertes y más astutos. En la sociedad capitalista, una gran clase pobre sirve a una pequeña y adinerada. Y aunque las naciones capitalistas hayan aprendido a moderar su sistema y hacerlo más humano, su egoísmo básico perdura.
Tratando de corregir la inequidad del capitalismo, el socialismo negó al individuo su derecho a adquirir y poseer propiedad. En cambio, la sociedad toda controla íntegramente la propiedad y los medios de producción. Desde el punto de vista de las posesiones físicas, esto hace iguales a todos. Ostensiblemente, nadie puede ser explotado. En la teoría, cada uno contribuye a la sociedad conforme su capacidad, y recibe de ella conforme sus necesidades. El socialismo está construido sobre ideales excelsos, sobre la ética y la hermandad, en tanto que el capitalismo se basa en el egoísmo y la rivalidad.
Lo que es más, en una economía capitalista cada uno trabaja y produce a su antojo. Con frecuencia, los esfuerzos de una persona entran en conflicto con los de otra, y uno anula al otro. Esto es además del caos de la inservible duplicación. Por otra parte, una economía socialista es planificada según las prioridades de la sociedad por entero y coordinada para prevenir conflictos y duplicación.
¿Por cual sistema aboga la Torá?
Cuando examinamos la halajá (ley judía), encontramos principalmente un enfoque capitalista. La halajá protege los derechos del individuo de poseer y controlar su propia propiedad. Cierto, hay elementos socialistas dentro de la halajá (Nota: al decir «elementos socialistas dentro de la Torá» obviamente no pretendemos decir que estos hayan sido tomados del socialismo; empleamos simplemente este término según su significado actual), limitando el control del individuo sobre su propiedad — que analizaremos al final de este artículo. Desde un punto de vista puramente económico, sin embargo, estos parecen marginales. Siendo así, cómo podemos comprender que la Torá –el epítome de la moralidad, que nos enseña que abstenernos de hacer aquello que es odioso a los demás es toda la Torá (Talmud, Shabat 31)– abogue por una economía más bien capitalista que socialista?
Socialismo en Acción
A fin de comprenderlo, dejemos la teoría a un lado por un momento y observemos los resultados de los experimentos en el área.
Hace unos 70 años se estableció en Rusia un enorme «laboratorio socialista». Desde entonces, «laboratorios subsidiarios» fueron establecidos en una serie de países. Todos ellos fracasaron exactamente en las dos áreas que el socialismo quiso corregir: en las de la ética y la eficiencia.
Cuando el gobierno de Alemania Oriental erigió el Muro de Berlín en 1961, su propósito era impedir que sus propios ciudadanos huyeran, no para impedir a los occidentales disfrutar del paraíso socialista. La privación comunista de los derechos humanos ha llegado a ser proverbial, y en cuanto a la eficiencia económica, cuán afortunado es para el mundo que el fracaso tecnológico e industrial coartara el imperialismo comunista.
¿Por qué hay una tan descarada contradicción entre la teoría y la realidad del socialismo? La respuesta es simple. En tanto que la Torá fue escrita por el Creador y es acorde en su totalidad a este mundo, el socialismo es producto de seres humanos, de los que incluso los más sabios están limitados en su saber. Al analizar el fracaso del socialismo, ahondaremos nuestra comprensión y apreciación del sistema de la Torá.
Hay dos razones para la ineficiencia del socialismo. Se requiere de un aparato muy grande para organizar toda una economía según un plano general, y luego ejecutarla, supervisarla, e imponerla. Cuando la mayoría de la población está abocada más a este torpe aparato que a la producción, no necesitamos preguntarnos a dónde se fue la eficiencia económica. Este es también el origen de la burocracia socialista, que no solamente derrocha cantidades enormes de fuerza humana, sino que conduce a la operación ineficiente porque el burócrata término medio no tiene motivación especial en servir al público eficientemente. El poder del cargo del burócrata rápidamente se convierte en un fin en sí mismo, del que todos sufren. La corrupción y el soborno no son subproductos ajenos a la burocracia.
Reconocemos que el sistema puramente capitalista también necesita legislación y supervisión, pero a una escala mucho más limitada y principalmente para proteger los derechos del individuo. En contraste, el socialismo controla la producción y comercialización, la educación y la salud, la religión, la cultura y la diversión, además de proteger los derechos del individuo. En un sistema capitalista, la intervención del gobierno en estos ámbitos es mínima, en tanto que en el sistema comunista la intervención del gobierno es muy amplia y profunda. Semejante intervención no solamente afecta la eficiencia sino que también tienta al grupo gobernante a controlar el espíritu y la opinión de la gente. El pretexto para hacerlo es que la gente (o sea, el régimen) debe educar al individuo. Este poder es fácilmente explotado por una dictadura egoísta, razón por la cual el comunismo ha llegado a ser casi sinónimo de dictadura.
La segunda razón de la ineficiencia del socialismo es inherente a la naturaleza humana. El hombre nace como una criatura enteramente egoísta, «pues el impulso del corazón del hombre es perverso desde su juventud» (Génesis 8:21). Aunque puede ser educado, éste es trabajo de toda una vida, y hacia el final quizás llegue a estar cerca del genuino amor fraternal. Un sistema sociológico debería tomar esto en cuenta. Así, no es razonable esperar que una persona se dedique a sí misma a una misión pública con el mismo compromiso y entusiasmo que como lo haría con una iniciativa personal de apoyo a su familia. En vista de que el socialismo convierte cada actividad económica en una misión pública, está sujeta a sufrir de la carencia del celo y cuidado. Ello no solamente impide la eficiencia económica, sino que, además, el hábito se convierte en naturaleza, y eventualmente el socialismo fomenta la pereza y el derroche.
El socialismo conduce no solamente a la ineficiencia, sino también a malos rasgos de carácter. Un peligroso deterioro del carácter tiene lugar a través del desaliento socialista de precisamente aquellas características necesarias para mejorar a la sociedad. Paradójicamente, el socialismo exime al individuo de toda responsabilidad hacia los demás y hacia la sociedad. El estado quita del individuo toda responsabilidad fuera de su trabajo regular, que, también, tiende a volverse desordenado bajo ese sistema. La persona que no tiene dinero no puede dar caridad al pobre; más bien, el estado lo hace. La persona que no es capaz de iniciar una actividad en aras del bien público muy rápidamente dejará de preocuparse del bien público, y gradualmente perderá el interés en ayudar a mejorar la sociedad, porque «el hombre es formado por sus acciones» (Sefer HaJinuj, Precepto 16).
Cómo Funciona la Economía de la Torá
El Dador de la Torá sabía todo esto, y por eso eligió un aparato capitalista para Su pueblo Israel y la humanidad en general. (La prohibición del robo, protegiendo el derecho del individuo a su propiedad, es una de las Siete Leyes Noájicas [Talmud, Sanhedrín 56a]). Además, cuando la estudiamos estrechamente, descubrimos que ciertamente la Torá adopta el aparato capitalista, pero niega de plano el ideal capitalista de alentar la competencia. Así, la Torá triunfa en prevenir las influencias negativas existentes en el capitalismo. Nos educa para desarrollar amor fraternal y buenos rasgos de carácter. En tanto que el motor que impulsa la economía capitalista es la competencia, el ideal de la economía de la Torá es el amor fraternal. En la medida en que se logra este ideal de Torá, los problemas del capitalismo se corrigen. En otras palabras, el sistema económico de la Torá se basa en un aparato capitalista de ideología socialista.
Esto no significa que el judaísmo prohíba la competencia. Más bien, el judaísmo lo limita, no lo ve como un ideal, e incluso educa al individuo a moderarla constantemente. Podemos ilustrar esto por medio de una enseñanza talmúdica: «El versículo `Cuando vengas al viñedo de tu amigo, podrás comer tu cuota de uvas’ se refiere al obrero» (Talmud, Bavá Metziá 87b, basado en Deuteronomio 23:25. La Torá lo expresa de un modo general, como si cualquiera tuviera permitido extraer el producto del campo; así debemos ver a cada judío como un hermano. Pero en vista de que esto es difícil de lograr, y pocas personas lograr este nivel moral, la Torá limitó esta autorización al obrero, hacia quien el patrón tiene una responsabilidad especial. Esta es la interpretación de Rabí Rafael Breuer). Mientras tanto el obrero y el propietario del viñedo se vean uno al otro como amigos, la mayoría de los problemas del capitalismo ya han desaparecido.
¿Cómo logra la Torá esto? De hecho, parecería que toda la Torá, incluyendo la halajá, está encaminada a ello. Nuestros Sabios dijeron: «¿Qué le importa a Di-s si alguien faena al animal por la garganta o por el dorso del pescuezo? El dio las mitzvot sólo para refinar a la humanidad» (Midrash Bereshit Rabá 44:1; Midrash Tanjumá, Sheminí 7:8). Esto es simplemente lo que hemos dicho antes, que el amor fraternal es, de hecho, «toda la Torá por entero», o sea, toda la Torá y todos los Mandamientos. Y aunque las mitzvot pretenden enseñarnos santidad y temor al Cielo, también estos son pasos en el desarrollo del amor fraternal, basado en la imagen Divina con que el hombre fue creado. Y ciertamente todas las mitzvot son una cadena en nuestra educación de amor a la humanidad. Pero hay mitzvot en las que esta intención es especialmente evidente, y entre ellas están los «mandamientos socialistas» a través de los cuales la Torá limita el derecho del individuo a su propiedad a fin de beneficiar al necesitado.
Observemos algunas de estas «mitzvot socialistas».
La Prohibición de Interés
No hay nada moralmente malo en cobrar interés. Si se me permite exigir el pago del alquiler por mi casa, ¿por qué no podría tener yo el derecho de recibir pago cuando «alquilo» mi dinero?
No hay nada de malo en cobrar interés — pero dentro de la familia uno no cobra interés.
Es por eso que Najmánides (en su Comentario a Deuteronomio 23:20) escribió: «El interés está prohibido sólo a causa de la hermandad y el amor a la bondad, como se ordena: `Ama a tu prójimo como a ti mismo… bondad y misericordia hará a sus hermanos cuando les preste [dinero sin interés]«. (Esto se refiere a alguien que pide prestado por necesidad personal. Hay también gente que pide prestado para iniciativas comerciales. En este caso, el prestamista tiene el pleno derecho de exigir su parte en la ganancia del negocio, si está dispuesto a compartir los riesgos con el prestatario). Además, quizás la prohibición de interés esté también entre las mitzvot destinadas a limitar nuestros derechos a nuestra propiedad y recordarnos que Di-s es el dueño del Cielo y la Tierra (Rabí Shamshon Rafael Hirsch sobre Exodo 22:24).
Dando al Pobre
Los mandamientos que ordenan a los granjeros abandonar los productos caídos, olvidados, y un rincón del campo para el pobre, tienen una naturaleza socialista, pero no son económicamente significativos porque no tienen un mínimo definido por la ley original de la Torá. Así, estas mitzvot no pueden observarse como siendo ordenadas principalmente por razones económicas. Incluso el diezmo al pobre, donde la cantidad exacta es especificada por la halajá, permite al propietario escoger a qué pobre darlo, disminuyendo con ello el carácter socialista de este acto.
La Torá requiere también que la venta de todos los bienes raíces (salvo casas en ciudades amuralladas) se realicen en forma de un arreglo de arrienda; toda propiedad tal regresa al propietario original en el quincuagésimo año, el de Jubileo (Levítico 25:8 y ss.). Esto se llama «año sabático de la tierra». Además, la Torá ordena que anulemos, al final de cada séptimo año, todas las deudas pendientes vencidas anteriormente (Deuteronomio 15:1-3). Esto se llama «año sabático del dinero».
Estos «sabáticos» son límites que la Torá impone sobre nuestro derecho a la propiedad a fin de beneficiar al necesitado. El año sabático de la tierra protegió a al pueblo de Israel de convertirse en una mayoría de granjeros inquilinos que trabajan una tierra poseída por una élite reducida. Semejante inequidad era muy común en el mundo antiguo, y todavía aflige a muchos países de hoy. Su maldición radica no solamente en la pobreza que ocasiona, sino también en su efecto sobre la personalidad de los granjeros que viven en servidumbre. Semejante esclavitud está en conflicto con el deseo de Di-s de que seamos Sus sirvientes, y no «sirvientes de sirvientes» (Talmud, Bavá Metziá 10a). Nuestro servicio a Di-s es completo conforme la perfección de nuestra fortaleza espiritual, material, y económica.
Las mencionadas mitzvot pretenden enseñarnos que controlamos nuestra propiedad no por derecho propio, sino en virtud de su propietario verdadero: «Pues toda la tierra es Mía» (Levítico 25:23) y «La plata es Mía y el oro es Mío — dice el Di-s de las huestes» (Hagái 2:8). Rabí Ionatán Aibeshutz manifestó esta idea explícitamente sobre el «año sabático del dinero»: «Esta mitzvá hace que Israel no se encuentre excesivamente involucrada en negociar y haciendo transacciones comerciales… uno necesita pedir prestado de uno de sus hermanos para hacer esto… cosa imposible de hacer mientras se guarda esta mitzvá» (Urím veTumím a Ioré Deá 67:1).
Rabí Aibeshutz agrega: «Estamos obligados a ser frugales». La frugalidad niega el capitalismo, el que florece en base al sobreconsumo.
Las mitzvot mencionadas no están destinadas primariamente a resolver problemas sociales específicos, sino más bien a resolver todos los problemas en general al educarnos a percatarnos de que nosotros no somos verdaderamente los dueños de nuestra propiedad. Debemos usar la propiedad como su Propietario lo quiere, con preocupación por nuestro semejante, nuestro socio en el servicio a Di-s. A través de su impacto educativo sobre nuestra personalidad, estas mitzvot resuelven problemas sociales de una manera fundamental y general. En definitiva, el aparato económico de la Torá es capitalista, pero su espíritu es socialista.
(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).
Prof. Iehudá Levi
Encuentro excelente todo lo que hacen, y que gran manera de aportar a nuestro judaísmo. Soy de Chile, de la localidad de Pucón (Sur). No tenemos una kehilá cercana con mi esposa e hijas, por lo que siempre nos nutrimos de lo que podamos en internet, y obviamente que sea fidedigno y serio. Gracias por su gran beneficio. Shalom, Shalom!