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Educación Judía
Las Festividades y la Educación
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La revelación Divina

Extraido de Banim Atem

«Si nos hubiese acercado al Monte Sinaí y no nos hubiese legado la Torá hubiese sido suficiente» (Hagadá de Pesaj).

Cuando leemos este texto en la noche del Seder, no deja de extrañarnos lo ilógico de la afirmación. ¿Qué sentido tendría, acaso, que D»s nos haga llegar hasta el Sinaí, si luego, de todos modos, nos fuésemos con las manos vacías?

Existen por lo menos dos respuestas a esta incógnita. Una pasa por lo ideológico y la otra por lo moral.

Después de 3300 años de estos sucesos, el evento de la revelación parece haber perdido su ingrediente principal. Puede ser que existen ciertas cosas que por tanto escucharlas nos han dejado de impresionar. El hecho es no sólo que tenemos una Torá, una ley, sino que esa Torá la recibimos directamente de D»s. Esto significa, que D»s se dirigió a los seres humanos para decirnos cómo se define el bien y el mal, cuál es el objetivo de nuestras vidas, cómo darle a nuestro tiempo limitado que nos toca andar por este mundo un significado, cuál es la verdadera «satisfacción», entre otras cosas.

En breve, D»s respondió a las preguntas existenciales que nos acosan hasta el día de hoy. (Las mismas preguntas a las cuales los ideólogos les fueron inventando teorías, que después de poco o mucho tiempo quedaron desactualizadas. Miles y millones de personas hasta en nuestro siglo dieron sus vidas por ideas que, pocos años más tarde, formaron parte de los libros de historia).

…Así que escuchamos La Ley de D»s. No es poca cosa. Por más inteligentes que fuéramos, los humanos no somos capaces de crear una Ley Eterna y Justa (y objetiva). Eso pertenece a lo Di-vino. Si hubiese dependido de nosotros, seguramente cada uno habría cortado la torta a su manera (dejando siempre una buena porción para sí).

Esta ley no puede ser «reinterpretada», no puede ser modificada. A pesar de miles de años que estuvimos alejados los judíos europeos de los judíos yemenitas (¡sin fax!), las diferencias se reducen a lo folklórico- al sabor de la comida, melodías, estilo y color de la ropa- y nunca a los preceptos mismos: Shabbat, Casher, Tzitzit, Tefilín, Mikvé, Peot, etc. La razón de esto, radica en que nosotros tuvimos y tenemos la certeza de haber presenciado la revelación y haber escuchado las leyes, sin lugar a dudas.

Cuando el arqueólogo Igal Yaddin investigó por primera vez las ruinas de lo que había sido «Masada», los rabinos estuvieron sumamente interesados en visitar el lugar. (Aún no estaba instalado el cable-carril…). ¿Por qué? En dos mil años los modos de medir cambiaron muchas veces y los judíos atravesamos por muchas culturas distintas. ¿Tendría la Mikvé de Masada las mismas dimensiones que tiene cualquier Mikvé moderna? Fueron y midieron y la respuesta fue un categórico: «¡Sí!»

Quienes hoy en día intentan justificar su incumplimiento de la precisión de las leyes con explicaciones en el sentido de que existen diferentes «corrientes», no están sino siguiendo los pasos de otros que «se bajaron del tren», creando religiones nuevas, o adhiriendo a otras ya existentes.

La segunda respuesta a la pregunta inicial pasa por lo moral. Me refiero a las cualidades humanas que sostienen la observancia de las leyes. En hebreo esto se denomina «Derej Eretz». Los judíos se hicieron merecedores de la ley únicamente porque pudieron amarse y respetarse. La ardua tarea de moldear la propia personalidad, quitando los rasgos defectuosos y fomentando lo noble y sublime, antecede a la ley (no reemplaza a la ley).

La alegría, humildad, bondad, modestia, sensibilidad al dolor ajeno, predisposición a ayudar, tranquilidad al hablar, perseverancia en la tarea, sentimiento de agradecimiento, son todos elementos previos que enaltecen el valor de la Torá. Si no figuran en la lista de leyes, es porque son una condición que la precede.

He aquí tres pequeñas historias de la vida del gran Rosh Ieshivá que lo demuestran:
La siguiente extraordinaria historia fue relatada por el Rabino Ia’acov Zaretzky del Kollel (casa de estudios superiores de Torá) «Jazón Ish» de Bnei Brak:

«él había crecido en el pueblo polaco de Lejovitch y estudiaba en el Jeider («escuelita») local. Cuando tenía once años, un día el Jeider recibió la visita de un muchacho que parecía tener no más de veinticinco años. El muchacho estaba en camino a la Ieshivá de Kletzk y tenía que cambiar de tren en Lejovitch. Dado que tenía varias horas de demora entre su tren y el próximo, decidió visitar el Jeider local. Pidió permiso al maestro para examinar oralmente los conocimientos de los chicos, lo cual le fue concedido de inmediato.

La prueba fue una experiencia estimulante: Varios niños demostraron que tenían una mente muy aguda y respondieron correctamente las difíciles preguntas. A continuación, el forastero preguntó al maestro acerca de dónde los muchachitos seguirían sus estudios después de culminar el Jeider, para lo cual ya no faltaba mucho. Meneando la cabeza, el maestro respondió que, lamentablemente, el pueblo no poseía un lugar de estudio más avanzado y que los padres no tenían intención de enviarlos a estudiar a otro sitio. Al terminar el Jeider, cada niño recibiría aprendizaje relacionado con algún oficio del cual viviría y, con cierta ilusión, seguiría manteniéndose dentro de la observancia dedicando parte de su día al estudio de la Torá.

El joven estudiante se mostró muy apenado por la situación. ¡Estos muchachitos auguraban tanta grandeza… y ahora se les iban a cortar las posibilidades, siendo ellos tan jóvenes! ¡Había que hacer algo al respecto!
Miró su reloj. Quedaba aún tiempo hasta la partida de su tren. Pidió al maestro que convocara a los padres de los alumnos para una reunión de emergencia en el Jeider.

En la reunión, el visitante explicó a los padres cuán impresionado había quedado con los conocimientos de sus hijos. Estos jóvenes recién comenzaban a florecer y ya mostraban un gran potencial. ¡Qué trágico sería si su estudio de Torá queda truncado a esta altura!

El joven ofreció a los padres ocuparse de encontrar una ubicación en una Ieshivá Guedolá (una institución de estudios superiores). Solamente pedía su consentimiento al respecto.
Seis de los padres consintieron a la propuesta del joven. Tomó sus nombres, trató ciertos temas y salió corriendo al tren.
Cada uno de los seis muchachos fue a estudiar a una Ieshivá y tuvo éxito en sus estudios, convirtiéndose cada uno en un Talmid Jajam, siendo el Rabino Ia’acov Zaretzky uno de ellos».
¿Y quién fue el joven visitante que hizo posible esto? Nada menos que quien luego sería el Rosh Ieshivá de Ponevitz: Rav Eliezer Menajem Man Shach sz»l, uno de los líderes máximos del pueblo judío, quien falleció a comienzos de este siglo.

Esto ocurrió a comienzos de los años ochenta. Por cierto problema que aquejaba a un muchacho, el Rav Shach se comunicó con una persona en Ierushalaim para que atienda al joven. Dado que se trataba del día anterior a Bedikat Jametz, el Rav Shach se disculpó y le explicó la urgencia del tema a este individuo. El señor entendió y respondió que con gusto recibiría al muchacho aquella misma noche, indicándole la hora en que debía llegar.
«Bien» – respondió el Rav Shach – «entonces estaremos allí hoy a la noche».
«¿Estaremos?» – preguntó el buen hombre «¡No querrá insinuarme que Ud. acompañará al joven hasta Ierushalaim en la noche de Bedikat Jametz!». «El muchacho está muy preocupado y creo que será conveniente que lo escolte» – respondió nuevamente el Rav Shach.
«Disculpe por lo que voy a decir, pero estoy únicamente motivado por la salud del Rosh Ieshivá» – insistió la persona – «pero cuando abra la puerta hoy a al noche quiero ver solamente al joven». Rav Shach no respondió.

Cuando llegó la hora convenida, el muchacho golpeó la puerta del buen hombre, quien se sintió aliviado al ver que estaba solo. Conversó varias horas con él, brindándole la asistencia que estaba a su alcance. Satisfecho, el joven se retiró.
Al día siguiente, una persona del barrio se le aproximó y le preguntó: «¿Qué pasó en tu casa anoche?»
«¡Nada especial! – ¿por qué preguntás…?»
«Pues lo vi al Rosh Ieshivá (al Rav Shach) caminando ida y vuelta en las inmediaciones de tu casa por varias horas. No me animé a preguntarle qué es lo que pasaba…»

Una historia más:
A pesar de su avanzada edad, el Rav Shach decidió participar de un funeral de una persona anciana en Bnei Brak. El sepelio se llevó a cabo bajo a lluvia, y Rav Shach acompañó a pie hasta el cementerio. Uno de los alumnos le preguntó al Rosh Ieshivá por qué le pareció necesario hacer un esfuerzo tan importante en su estado precario de salud, siendo que podía haber cumplido la Mitzvá yendo en automóvil.

Cuando Rav Shach era joven, debido a algunas circunstancias, no estudió en una Ieshivá por cierto lapso de tiempo y prosiguió sus estudios en una pequeña sinagoga que quedaba lejos de su hogar. Comía cuando alguna de los habitantes generosos del pueblo lo invitaban a su hogar, y si no, se contentaba con conseguir algo de pan. Sin embargo, peor que el hambre era el frío, que si bien de día lo toleraba, por la concentración y diligencia que aplicaba al estudio, de noche se tornaba muy intenso y padecía en los bancos duros y helados sobre los cuales intentaba descansar. La pequeña estufa no alcanzaba a entibiar el lugar y frazadas eran un lujo inalcanzable en aquellas épocas. Un buen día, una persona se acercó y le dio un saco con el cual se pudo proteger cubriéndose de noche y logró así dedicarse a sus libros con más atención.
Esa era la persona a quien honró al participar en el funeral de aquel día lluvioso.
(Historias extraídas de «Shabbos Stories» Artscroll/Mesorah)

He traído a su lectura tres historias acerca de un líder de nuestro pueblo. Desde nuestro humilde ángulo, es difícil reconocer la altura de aquellos que no han derrochado ni desperdiciado su precioso tiempo en vanidades, tanto en momentos de paz como en época de guerra. Difícilmente podamos acercarnos a reconocer su estatura. No obstante, narré las historias que están más cercanas a nuestra vida, y que podemos intentar emular.

Estas dos cosas, haber escuchado a D»s directamente y haberse predispuesto éticamente a recibirlo, fueron suficiente razón para haber estado en Sinaí. De allí en más la ley.
Todos los días la voz de Sinaí (Jorev) vuelve a llamarnos. ¿Estamos en condiciones de sintonizar?

Rab Daniel Oppenheimer

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