La pérdida primordial de la armonía
Extraído de Pautas en el tiempo, por R. Matis Weinberg
¿Por qué no dice «era bueno» en el segundo día [de la Creación]? Rabí Janiná dijo: Porque en ese día se creó majlóket [división], como se declara: «Y [el firmamento] dividió entre el agua que estaba debajo del cielo y el agua que estaba encima del cielo» (Bereshit 1:7).
Incluso una división indispensable para completar y poblar la Tierra no puede ser llamada «buena».
Bereshit Rabá 4:8
El origen de la división en el mundo radica en la división entre el Cielo y la Tierra, entre lo completo y lo fragmentado, entre lo potencial y lo actual. Las aguas de abajo se separaron de las aguas de arriba con llanto y lágrimas, de igual modo que el alma de un ser humano es forzada, en medio de lágrimas, a dejar su lugar y unirse a un fragmento, producto de la Tierra.
El acto de creación mismo consiste en construir un universo compuesto de elementos y de diversidad, transformando así lo klal [general] en prat [particular], lo completo en detalles. No obstante, aunque la Creación está predicada en la división y la separación para que todos los seres puedan tener una existencia separada, el acto mismo de separación se constituye en el origen del cisma y la división, así como de las consecuencias infernales que le siguen:
Que haya un firmamento… que divida entre las aguas.
Bereshit 1:6
Este es el primer majlóket [división]… el comienzo de guehinam [infierno].
Zóhar, Bereshit 17b
Es esta división la que separa entre Torá shebiketab [Torá Escrita] – que es el klal, lo general- y Torá shebeal pé [Torá Oral] – que es el prat, lo particular. Esta misma división fue la que casuó la escisión de los judíos helenistas, los mityavnim. La idea de majlóket leshem shamáyim, la discusión dentro de los parámetros de la Torá, que representa la reunión de klal y de prat, degeneró en un abismo devastador.
Una discusión entre Yosef y sus hermanos, cada una de cuyas perspectivas era íntegra y correcta, degeneró en las batallas del Galut Yaván. Un dualismo valioso llegó a explotar en un auténtico cisma nacional: una escisión que amenaza nuestra identidad como Pueblo Elegido, una ruptura que incluso ahora acarrea consigo una fragmentación progresivamente más honda cada día que pasa.
Pero no sólo Israel, en tanto nación, está atrapado en esta escisión, sino también cada individuo. Esto se debe a que Israel es considerado la encarnación última de lo que significa ser Adam, una expresión macrocósmica del alma de Adam, el primer hombre. Por consiguiente, la escisión en Israel implica la ruptura dentro del alma humana, una dicotomía en el interior de nuestro ser individual.
UN ALMA DIVIDIDA
Dentro de cada individuo reside una dicotomía que, en mayor o menor grado, siempre está presente, pero que constituye el signo distintivo del periodo de la adolescencia. Por un lado nos sentimos impulsados a descubrirnos a nosotros mismos en tanto individuos. Anhelamos descubrir qué es lo que nos hace diferentes y qué es lo que mejor podría expresar nuestra singularidad: buscamos identidad. Nos sentimos impulsados hacia la «libertad» personal, el juvenil abandono y las relaciones humanas sin restricciones, a celebrar la expresión de la vida individual dentro de un olam hazé dinámico y material.
El rey Shelomó describió así este periodo en la vida: Regocíjate, joven, en tu niñez; que tu corazón te dé gozo en los días de tu juventud, y sigue los caminos de tu corazón y tus deseos..
Kohélet 11:9
Pero también tenemos otro impulso, no menos poderoso. Procuramos identificarnos y relacionarnos con el origen y la meta de nuestras vidas. Anhelamos tener propósito y sentido por medio de la relación con lo eterno, a través de la trascendencia del ego. Este impulso exige el reconocimiento de la realidad y la aceptación de responsabilidad. En su nivel más alto, consiste en un deseo de descubrir la verdad, de conocer a Dios, de llegar a olam habá, el mundo venidero. En su versión tristemente reducida, puede convertirse en la búsqueda de seguridad, la huida de la verdadera libertad.
Estas aspiraciones opuestas son síntomas de la dualidad que yace en cada ser humano, quien es un ser individual y, simultáneamente, forma parte de un todo más amplio. Cada persona es parte de un klal y posee un alma tomada de la totalidad del Trono de Gloria divino [kisé hakabod]. Cada destino individual está ligado con la historia y los propósitos generales de toda la Creación. Y, sin embargo, cada individuo también debe cumplir un propósito individual y poseer un momento, un lugar y una conciencia particulares. Cada individuo hereda un universo propio.
En este mundo, el hombre es la esencia de klal y prat, la totalidad y lo individual… La restauración de este mundo es la restauración de klal y prat.
Zóhar, Shemot 25a
Esta dualidad nos afecta no sólo en las pasiones que sentimos, sino también al analizar fríamente las prioridades, al balancear las responsabilidades que tenemos hacia nosotros mismos con las que tenemos hacia otros, al sopesar la actitud deliberada con la espontaneidad y al intentar reconciliar la multitud de afinidades contradictorias que tenemos en nuestro interior. Y fácilmente erramos y perdemos el delicado y sutil balance.
LA PéRDIDA PRIMORDIAL DE ARMONíA
El dominio de uno mismo, que es el resultado de la armonización de impulsos complementarios, es uno de los logros más difíciles. Nuestra susceptibilidad a la pérdida de balance es un legado que poseemos desde el momento de la Creación; forma parte de la condición humana desde el Jardín de Edén mismo. Cada individuo constituye una expresión limitada de esa humanidad completa que existió dentro del primer hombre, Adam, el individuo que en sí mismo era una especie entera.
Tomar del fruto del «árbol dentro del jardín» fue la respuesta de Adam a esta ruptura en su interior, lo que engendró una pérdida primordial de balance. La falla de Adam fue expresión de su deseo de no ser un klal tal como había sido creado, sino un individuo, un prat. Su deseo era potenciar su capacidad para crearse a sí mismo y aumentar sus oportunidades para ejercer su libre albedrío, ser más Adam, el propósito de la Creación. Aunque el anhelo de separación inevitablemente implica un salto hacia la mortalidad, no fue una reacción momentánea lo que condujo al primer pecado, sino un compromiso profundo:
Vaojal… [Adam] dijo: «¡Lo comí, y lo haría de nuevo!»
Bereshit Rabá 19:12
Desde su óptica, la alternativa era nunca desarrollarse en un ser que entonces podría servir a Dios de su propia voluntad. Consideró que para llegar a ser ese siervo se requería convertirse en un individuo por medio del árbol del Conocimiento. El balance es, en efecto, delicado y sutil, al grado tal que el árbol del Conocimiento – portador de la muerte- y el árbol de la Vida no son más que distintas ramas de una misma raíz. Cada uno de estos impulsos puede conducir al bien o, si se le deja seguir su curso, a la autodestrucción.
Una búsqueda interminable de identidad destruye la esperanza de alcanzar un logro real: la expresión personal se vuelve sinónimo de disipación del ser propio, el deseo de relacionarse y el abandono juvenil se convierten en necesidades obsesivas. En última instancia, la monstruosa servidumbre a nuestros impulsos personales y a nuestros sueños adictivos se convierte en adoración del Becerro de Oro, el Señor de la Búsqueda de la Felicidad.
El impulso opuesto también puede conducir al mal. La atracción que ejercen los cultos representa una manifestación del peligro potencial que aguarda al individuo cuyo único anhelo es perderse a sí mismo en aras del bien común. Lo que comenzó como búsqueda de sentido acaba siendo pérdida del significado personal. Peor aún, el individuo puede llegar a confundir el bien común o el dios supremo consigo mismo. Lo que comenzó como un intento de evitar el egoísmo se convierte en camuflaje de él, y el ego humilde se convierte en el objeto oculto del culto egocéntrico a un ideal.
DE ADAM A JANUCá
Una misma escisión puede tener muchos rostros. Las personalidades que nos definen son expresión de una misma humanidad cuyas raíces se remontan hasta Adam. Y el alma de Adam posteriormente se expresaría en el Adam que es Israel, una nación dividida en direcciones divergentes, ambas de las cuales a veces se dedican a la consecución del bien último. Los hermanos correctamente percibieron los peligros latentes en Yosef, reconociéndolos como consecuencias de los mismos impulsos que trajeron la muerte al mundo. No fue por accidente que el Becerro de Oro reintrodujo la mortalidad a una nación que se había vuelto inmortal en el Sinaí. Pero Yosef también reconoció los riesgos alternativos y vislumbró no menos peligros en el enfoque adoptado por sus hermanos: …Yosef les dijo: «Son ustedes los que eventualmente adorarán ídolos mudos antes de los becerros de Yerobam». Bereshit Rabá 44:929
El desgarre lacerante que los mityavnim volvieron a abrir todavía nos afecta. La batalla por la imagen de Israel nunca ha sido más amarga que ahora, y nunca se ha expresado tanto como ahora en tantas facciones o con tanto extremismo. Los individuos se sienten hondamente desgarrados por aquello que creen que son las alternativas: espontaneidad contra ritual, creatividad contra imitación, y abodá ferviente contra intelectualismo analítico. La escisión nacional es el resultado de muchos conflictos peleados dentro de muchas almas.
La pregunta que Dios hizo a Adam cuando éste, después de cometer su pecado, se ocultó, reverbera a través de la eternidad e interroga siempre a cada individuo: ¿Ayeka – dónde estás? Bereshit 3:9
¿Hacia dónde te ha llevado el descubrimiento de tu ser propio? ¿Qué tanto te has alejado de la vida que estaba destinada para ti?
La palabra [ayeka] sólo tiene sentido como guematriá [valor numérico]: significa treinta y seis.
Midrash Zutá, Ejá 1:1, 4330
En los ocho días de Janucá se encienden treinta y seis candelas, lo cual constituye una alusión al inicio de la síntesis destinada a conducir a Israel a una redención completa. Pues hay un instrumento de síntesis, que se llama Maljut. Veremos más adelante que Janucá es esencial para ese mecanismo.
R. Matis Weinberg