La Omnipresencia y los cuatro hijos
(por el Maharal de Praga, selección extraída del libro «Memoria del Exodo», (c) Ediciones Lev Moshe)
Bendito el Omnipresente! ¡Bendito es! ¡Bendito el que entregó la Torá a su pueblo Israel! ¡Bendito es! De cuatro clases de hijos nos habla la Torá: uno sabio, otro malvado, uno simple y uno que no sabe preguntar» (Texto tomado de la Hagadá de Pesaj).
Se han formulado muchísimas preguntas en tomo a este párrafo. ¿Por qué se llama a Di-s el Omnipresente? ¿Por qué nos lleva a alabar a Hashem el hecho de que la Torá habla de cuatro tipos de hijos? Y muchas otras…
En primer lugar, debemos comprender que este párrafo, al igual que los párrafos anteriores, busca enfatizar la importancia de hablar del Exodo. Lo que nos quiere decir es que hablar del Exodo la noche de Pesaj es tan pero tan importante, que la Torá se dirige a cuatro hijos por separado, y nos exige que hablemos del Exodo con cada uno de esos hijos, del modo que más se adapte a cada hijo en particular.
El título «Omnipresente» («presente en todo») resulta muy adecuado, ya que la presencia contiene todo en ella, y es universalmente incluyente. Al ser Hashem omnipresente, Su Torá es absolutamente incluyente, y esto resulta especialmente obvio en el tema que nos ocupa. Vemos que la Torá es tan incluyente que no sólo se relaciona al hijo sabio, sino hasta a los hijos más simples, e inclusive a los malvados. Es justamente esa calidad de universalidad la que nos lleva a alabar al Eterno.
No obstante, estas cuatro categorías también ofrecen sus dificultades, pues resultan bastante arbitrarias. Por ejemplo, ¿por qué la Hagadá yuxtapone el hijo sabio con el malvado, en vez del sabio con el simple, o el recto con el malvado? Sin embargo, hay que saber que tal disposición es muy significativa y hasta necesaria. La Hagadá ordena a los hijos en tres niveles consecutivos:
Primer nivel: el hijo sabio quiere saber por el saber mismo. Aunque no haya nada interesante, igual hace preguntas y más preguntas, en su incesante búsqueda de la sabiduría.
Segundo nivel: el hijo simple formula preguntas únicamente cuando ocurre algo inusual. Pero no siente una motivación por averiguar y saber.
Tercer nivel: el hijo que no sabe cómo preguntar jamás hace preguntas.
Es así que tenemos un concepto y su opuesto, y el término medio entre ambos. El hijo sabio pregunta aunque no haya ocurrido nada especial; el tercer hijo no pregunta nada, ni siquiera cuando ocurre algo inusual. Y el hijo simple pregunta únicamente cuando ocurre algo fuera de lo común.
Sin embargo, hay otros grupos de características que también se aplican a todos los hijos. Por ejemplo, la gente puede dividirse en rica, pobre y clase media. Estas descripciones se hallan dentro de una categoría, por lo que no tiene sentido hablar de una persona «rica pobre». Pero el ser «sano», por ejemplo, pertenece a una categoría diferente, y se puede aplicar por igual al rico, al pobre, o al de clase media.
Al dividir a los hijos en tres categorías: el que discierne, el que no percibe, y la categoría intermedia y al invocar luego una categoría adicional externa, lo que hace la Torá es dirigirse a todas las clases de hijos (de dentro de la categoría, y de fuera de la categoría). Esto, que no es sino una de las expresiones de universalidad más cabales de la Torá, nos infunde una sensación de temor y reverencia.
Ahora bien: la Hagadá yuxtapone específicamente al hijo sabio con el malvado, a pesar de que, en verdad, el malvado es bastante «diestro». Pero es justamente esa destreza la que lo hace malvado, y en cierto sentido, la diferencia entre «destreza» y «sabiduría» es más pronunciada (por ser ambas similares) que la diferencia entre «sabiduría» y «simpleza». De este modo, la Hagadá nos presenta otro aspecto más de este tema tan profundo