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La mitzvá de Rashi

Rabenu Shelomó Isjaki Z»L, mejor conocido por sus iniciales hebreas «Rashi», fue uno de los más grandes personajes de la historia de nuestro pueblo. Se destacó principalmente por su monumental obra de interpretación y comentarios sobre la Torá, el Midrash y el Talmud, la que es utilizada en el estudio de la Torá de manera permanente. Pero también incursionó en otras áreas de ciencias y conocimientos seculares que hasta hoy nos llevan al asombro y la admiración, lo que es mucho decir si tenemos en cuenta que vivió hace casi mil años…
Hubo una época en la que Rashi solía viajar de ciudad en ciudad para visitar las distintas comunidades judías de aquella época. En uno de sus trayectos, le tocó como compañero de viaje un obispo católico. Entablaron largas conversaciones sobre varios temas, y cuando llegaron a destino, cada cuál tomó su rumbo. Estando en la ciudad, Rashi se enteró de que el obispo había enfermado seriamente, y como él tenía vastos conocimientos de medicina, se ofreció a visitarlo y atenderlo, hasta que finalmente sanó.
Cuando el obispo se repuso totalmente, mandó a llamar a Rashi y le ofreció recompensas y regalos, en reconocimiento y agradecimiento por haberle salvado la vida. Rashi se rehusó terminantemente.
«Hice lo que está escrito en nuestra Sagrada Torá, que nos ordena ayudar a todo necesitado, sin hacer distinción en su género u origen. Por lo tanto, no me corresponde ningún pago ni premio», le dijo, «Sólo le voy a pedir una cosa: Que haga lo mismo que hice yo. Y cuando alguno de mi comunidad le solicite ayuda, se la dé».
«¡Claro que sí, Rabino! ¡Cuente con ello; tiene mi palabra!», le respondió el obispo, y con estas palabras se despidieron.
Pasaron varios años, y Rashi concluyó sus viajes, y cuando se dispuso a regresar a su tierra en Francia, pasó por la ciudad de Praga.
El nombre de Rashi recorrió las fronteras, y cuando los miembros de la comunidad judía de aquella ciudad se enteraron de su llegada, fueron a recibirlo y le prodigaron todo tipo de honores.
Entre los no judíos de aquella ciudad había quienes odiaban a los judíos, y cuando vieron que hombres, mujeres y niños estaban disfrutando y alegres por el recibimiento que le habían hecho a Rashi, se propusieron amargarles la fiesta. ¿Qué hicieron? Fueron con el duque de Bratislav, que gobernaba Praga (él era uno de los más acérrimos enemigos del Am Israel), y le dijeron:
«Un importante Rabino de los judíos ha llegado a la ciudad, y sus correligionarios le están prodigando honores y bienvenidas. Nos hemos enterado que este Rabino estuvo en varios países antes de llegar aquí, por lo que no nos queda duda de que es un espía de nuestros enemigos. ¡Hay que encerrarlo para que no logre sus propósitos de perjudicar a nuestra nación…!».
El duque no investigó mucho e inmediatamente mandó encarcelar a Rashi. No contento con eso, decretó que al día siguiente iba a ser ejecutado.
Todos los integrantes de la comunidad judía se congregaron en el Bet Hakeneset, y comenzaron a elevar sus desesperadas plegarias, para que Hashem salve a Rashi y a todo el Am Israel de esta grave situación.
Por ese lugar pasó al obispo de una ciudad lejana de Europa, que estaba de visita en Praga. Al escuchar los gritos y los llantos, se introdujo en el Bet Hakeneset para conocer el motivo de tanta angustia. Los judíos le contaron que uno de sus más importantes representantes estaba encerrado en la cárcel, y que pesaba sobre él la acusación de ser un espía, por lo que al día siguiente sería pasible de la pena de muerte.
El obispo fue desde allí directamente a la casa del duque de Bratislav, a quien conocía personalmente, y le pidió ver al judío prisionero. Por respeto al obispo, el duque aceptó su pedido, y en el momento en que encontró en el calabozo a Rashi, reconoció a quien le había salvado la vida años atrás.
«Usted es… El Rabino Shelomó Isjaki, ¿verdad?».
«Servidor», respondió el Rab, sin saber con quién estaba hablando. En ese instante, el obispo se echó a sus pies y comenzó a alabarlo, mientras gruesas lágrimas surcaban su rostro.
«¿Acaso no me conoce?», le dijo el obispo a Rashi, «¡Yo soy el mismo a quién usted le salvó la vida hace muchos años, cuando estábamos en tal ciudad! ¡Ahora llegó el momento en que le voy a poder regresar el gran favor que me hizo, pues le aseguro que saldrá en libertad…!».
Se dirigió al duque y le dijo:
«Debes saber que este hombre es totalmente inocente de lo que se le acusa…».
«¿Cómo puede saberlo su excelencia?», preguntó el duque respetuosamente.
Entonces el obispo le contó todo lo que había pasado con él cuando estuvo a punto de morir, y que no quiso recibir nada material a cambio de haberle salvado la vida.
«¡Un hombre que ha hecho esto, no es sino un hombre de Di-s, y de ninguna manera se puede dedicar al espionaje…!», concluyó el obispo.
Inmediatamente, el duque ordenó la libertad para Rashi, y le dio honores oficiales desde allí hasta verlo partir hacia su casa. Desde esa vez, el duque se convirtió en un amigo de los judíos, y toda la comunidad vivió en Praga muchos años con tranquilidad y bienestar.

Rashi Ubaalé Hatosafot

(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )

3 comentarios
  1. Maria Feliciano

    Saludos, como puedo consegui en español el libro de Rashi, y la Biblia Ha Torah USA.

    12/03/2017 a las 10:22
  2. Editor - iojai

    fijese en http://www.libreriajudaica.com/jumash.asp

    12/03/2017 a las 23:22
  3. esperanza

    Hola, me parece una historia muy interesante, viva, digna de conocer, ya me imagino sus escritos, formidable. Shalom.

    26/09/2019 a las 18:23

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