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Extraido de Jabad Magazine

En nuestros tiempos la oferta de obras literarias y espectáculos audiovisuales es enorme. Todos ellos nos ofrecen la posibilidad de interactuar emocionalmente con los personajes de estas obras, e incluir experiencias ajenas a nuestra propia experiencia. Muchas de las obras literarias están exquisitamente escritas, y a no dudarlo, los espectáculos teatrales y cinematográficos, cuentan cada vez con mayores elementos técnicos con los cuáles sorprender y maravillar a sus espectadores.

Ayudados por los autores de estas obras y espectáculos, comentaristas, críticos y periodistas especializados, podemos entender cabalmente una película, o una obra de teatro que nos haya gustado especialmente, y a través de la cuál nos hayamos identificado con alguno de sus personajes, o con todos. De esta forma logramos ampliar nuestros horizontes conociendo diferentes modalidades de conducta, actividad humana imprescindible.

Pero yo, para realizar este proceso, elijo estudiar Torá. Tengo conmigo misma, el compromiso de estudiar Torá, compromiso que renuevo cada vez que se acercan las festividades del mes de Tishrei. Durante el mes de Tishrei, terminamos de leer el Jumash (Pentateuco), y simultáneamente comenzamos otra vez el ciclo. Empezamos de nuevo con el Génesis (Bereshit, el primer libro del Jumásh).

El efecto de esta simple acción no podía ser más maravilloso, ya que como la última letra del Deuteronomio (Devarim) es la lamed de Israel, y la primera del Génesis es la beth de Bereshit, así formamos “Lev”, que traducimos como corazón. Las fiestas del mes de Tishrei, no por casualidad, comienzan con Rosh Hashaná. Y este vocablo, Shaná, nos remite simultáneamente a tres significados diversos: año, cambio y repetición, ya que con la misma raíz (todas las palabras hebreas derivan de raíces) formamos esos tres significados.

Pero, ¿cómo sabremos qué repetir o qué cambiar en nuestras vidas? Justamente el estudio de la Torá nos ayudará en ese proceso de discriminación. Nuevamente repetiremos el estudio de las mismas parashiot que ya estudiamos en años anteriores. Estas parashiot son las porciones de la Torá en que los sabios dividieron los cinco libros de Moisés, poniéndole a cada una de ellas un nombre sumamente sugerente, y condensador él mismo de intensos significados.

Nos conviene recordar que la palabra hebrea “parashá”, proviene de la misma raíz que los verbos: explicar, especificar, como también extenderse y desplegar. Cada semana, durante el transcurso del año, si concurrimos a un “shiur”, (clase de Torá) tendremos ocasión de estudiar alguna de ellas, la que corresponda a esa semana específica.

Sabemos que la parashá Noaj, narra los acontecimientos que rodearon al diluvio, o que la parashá Balak, se refiere a un profeta de las naciones, que a pesar de sus intenciones, no logró maldecir al pueblo de Israel, sino que de su boca solo brotaron bendiciones dirigidas a ese pueblo. También tenemos parashiot que se refieren a leyes, testimonios y decretos, establecidos por el Altísimo y dictadas a Moshé durante la travesía por el desierto, desde la salida de Egipto y hasta la entrada a la Tierra de Israel. Y así, cada una de estas parashiot, abarca a cada uno de los acontecimientos bíblicos en todas sus implicancias.

Pero estudiar la “parashá”, no es sólo remitirse al relato bíblico. Los sabios de todas las épocas han opinado sobre ellas. Cada uno de estos sabios trató de aplicar en sus opiniones su mayor sagacidad y poder de análisis. De esta manera las “parashiot”, nos sirven por un lado, para saber la vida de nuestros patriarcas, las leyes y los mandamientos de Di-s, pero además y fundamentalmente, para reflexionar sobre esas vidas y sobre esos mandamientos.

A lo largo del año, cada semana, cada judío que concurre a la sinagoga, a un shiur (clase) o a la “Ieshivá”, (lugar donde se estudia la Torá y el Talmud) revive, repite en el estudio igual que el año que lo precedió, los distintos aspectos de la vida humana que aparecen en el Pentateuco ó las leyes, más las circunstancias en que fueron entregadas, más todas sus implicancias y connotaciones, sin dejar de lado, los pensamientos de todos aquellos que ya antes habrían abrevado de la fuente de esos primeros libros.

Si aceptamos el desafío de introducir la práctica del estudio de la Torá en nuestras vidas, veremos que el texto siempre nos deparará sorpresas. Un filósofo griego decía que es imposible introducirse dos veces en las mismas aguas. Es decir, aunque uno penetrase en el mismo río, las aguas que nos bañan son otras y también nuestro cuerpo ha cambiado. El tiempo que pasa, los conocimientos que adquirimos, las experiencias que nos conmueven, van moldeando nuestra capacidad de absorción de elementos diferentes de la realidad. La cuestión fundamental es la de ser flexibles.

Esta repetición con la cuál programamos el estudio de la Torá, garantiza la flexibilidad espiritual, ya que nos permite cotejarnos a nosotros mismos con nosotros mismos, nuestras ideas con muchas ideas, ampliando el panorama de nuestra mente. Por todo esto, sin menospreciar las otras buenas lecturas, los buenos espectáculos cinematográficos o teatrales, yo elijo estudiar Torá, ya que así me garantizo la ampliación de mi experiencia espiritual, con la ventaja en relación a los otros métodos de lograrla, que estudiando Torá, no sólo obtengo el conocimiento de mi problemática, conflictos, limitaciones, propias y ajenas, sino que además, con la vastedad de interpretaciones que fueron realizando los sabios a lo largo de los milenios, obtengo también la forma de solucionar o reparar todas estas problemáticas, se presenten como patologías, o solamente como defectos anímicos. Así también estaremos mejor preparados para afrontar con mayor eficacia los permanentes desafíos que nos depara la vida

Lic. Dora Freidin

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