La maldad de Naval
(selección extraída del libro «Relatos del Talmud, tratado de Rosh Hashaná» por Y. Weinstock, © Edit. Benei Sholem)
Los Hijos de Israel estaban atravesando épocas difíciles. El Rey Shaúl temía que su yerno David ambicionara su trono. La atmósfera de sospecha se podía sentir en todas partes. En este día, sin embargo, todos estaban unidos. Shmuel Hanaví (el profeta Samuel), el juez principal, era conducido a su descanso eterno. Shmuel, quien tenía cincuenta y dos años cuando falleció, había juzgado al pueblo durante los últimos once años.
Los que estaban de luto se encontraban llenos de dudas: «¿Quién puede suplantarlo? ¿Quién nos mostrará el camino? ¿Quién establecerá la paz entre nosotros?» preguntaban mientras fijaban sus miradas preocupadas en el futuro sombrío.
* * *
David, procurando eludir a Shaúl y sus hombres, escapó al desierto de Parán. Seiscientos de sus fieles seguidores lo acompañaron. El sol batía sobre sus cabezas, la sed corroía sus entrañas y el rugido de animales salvajes aterrorizaba sus corazones. Se agotaron sus provisiones y se tenían que arreglar con los frutos silvestres que crecían en los oasis del desierto.
Naval, un pariente de David, era fabulosamente adinerado y tan malvado como rico era. Su corazón era duro como una piedra. Por otra parte, Avigail, su esposa, tenía un buen corazón y, sin que lo supiera su marido, nunca pasaba por alto la oportunidad de ayudar a los pobres y los oprimidos.
David se enteró que Naval estaba por hacer una fiesta para celebrar la esquila de sus ovejas. Fue a buscar diez voluntarios. «Vayan a ver a Naval, mi pariente» les ordenó «Vive en la zona de Carmel. Exprésenle mis mejores deseos para su fiesta de la esquila y entréguenle mi bendición de que Hashem le permita celebrar el evento nuevamente, el año próximo. Recuérdenle, por favor, que sus pastores gozan de una buena relación con nosotros. Como él mismo debe recordar, nosotros los ayudamos a protegerse varias veces de ladrones y bestias feroces. Por esto pídanle amablemente que nos envíe un poco de alimentos para que nos alcance para la próxima festividad de Rosh HaShaná (Año Nuevo Judío)».
Los voluntarios partieron. Luego de varios días llegaron a Carmel. Subieron la pendiente empinada, y con sus ojos devoraban el espectáculo fascinante. árboles de pino salpicaban la cuesta. Flores de colores brillantes adornaban la montaña.
«¡Miren! ¡Hay flores!» exclamó uno de los hombres.
«Y hay rebaños de ovejas pastoreando en un floreciente prado verde» dijo otro agitadamente.
«¿Por qué se admiran?» dijo un tercero «¿Acaso no han observado nunca antes una vista semejante? Su larga estadía en el desierto ha provocado que olviden la belleza de la creación».
Las notas de una melodía venían desde arriba hacia ellos. Sí, más allá había una tienda grande; allí tenía lugar la fiesta de la esquila, sin duda.
Se dirigieron hacia ese lugar. Los sonidos de júbilo de repente cesaron. Todos miraron a los diez hombres llenos de polvo con el cabello cubierto de hierbas desatinadamente parados en la entrada de la tienda.
«¿Sería posible hablar con Naval?» preguntó el vocero del grupo quien era alto y ancho de espaldas.
Naval se acercó con un aspecto amenazador. «¿Qué están haciendo acá?» les preguntó, fijando su mirada demóstrandoles que eran mal acogidos.
El jefe dio un paso hacia adelante, inclinó su cabeza y dijo, «Como usted puede ver fácilmente, venimos de lejos. Somos enviados de David. envía saludos para usted y su familia».
Naval no hizo caso de la bendición desdeñosamente.
«Usted seguramente sabe» continuó diciendo el mensajero «que David ha sido forzado a esconderse de Shaúl. Nuestra vida en el escondite es muy difícil». Sus compañeros suspiraron suavemente e inclinaron la cabeza en señal de acuerdo. «Yo no voy a molestarlo con la descripción de nuestro programa diario ni describir la lucha interminable contra los elementos hostiles, el frío que enfría los huesos por la noche, el sol deslumbrante durante el día y la constante amenaza de las bestias salvajes. ¡No! No lo voy a agobiar con palabras. Pero deseo recordarle que el día sagrado de Rosh HaShaná se está acercando rápidamente y no tenemos nada. No nos sentaremos a una mesa llena de comida y deleites. Yo le pido en nombre de David, que por favor nos proporcione nuestras necesidades para la festividad. Y que esta buena acción le sirva a usted por muchos, muchos días».
«Por favor recuerde, le rogamos» agregó uno de sus compañeros «la amistad y buena voluntad que existió entre los hombres de David y los suyos. Pregúntele a sus pastores si nuestros hombres no rescataron sus ovejas de los dientes de bestias salvajes, o si no estuvimos de su parte en momentos de problemas y no los advertimos acerca de bandidos y saqueadores».
«¿Quién es David? ¿Quién es Ishai?» respondió Naval despectivamente «¡El, que es descendiente de Rut la Moabita! ¿Cómo se atreve a levantar su cabeza y darse ínfulas? El no es mejor que muchos otros sirvientes que, en esta época, se rebelan contra sus amos. ¡No! ¡Me niego a darle comida!».
Prosiguió un silencio inquietante.
Desconcertados y avergonzados, los diez hombres dejaron la tienda de Naval y regresaron con su amo. Cuando David escuchó lo que había sucedido, estalló en cólera «¿Cómo pudo haber olvidado todo el bien que le hicimos? ¿Cómo pudo rechazar nuestro pedido y así dejarnos con las manos vacías?».
Dejó a doscientos de sus hombres en el desierto para que protegieran sus pertenencias y partió a la cabeza de un cuerpo de cuatrocientos guerreros.
El sol batía sobre sus cabezas. Sus lenguas estaban adheridas al paladar. Un viento del este soplaba en el desierto, barriendo nubes de arena molesta delante de ellos. El aire brillaba tenuemente en el calor como si fuera un horno y un letargo que los hacía arrastrar se apoderó de sus miembros. Pero un último esfuerzo y el desierto estaría detrás de ellos. Desde lejos ya podían ver los tramos verdes de la ladera de la montaña. Los jinetes miraron hacia adelante anhelosamente y sintieron que sus almas revivían.
David estaba pensando acerca de la confrontación inminente con los hombres de Naval, cuando vio una figura cabalgando dirigiéndose hacia ellos al frente de una fila de burros. Era Avigail, quien se acercó, desmontó de su burro y dijo: «Por favor, señor, no le preste atención al malvado Naval. él se merece su nombre (Naval: «villano») ya que eso es lo que es, un hombre malo. Lamento no haberme encontrado con sus mensajeros cuando vinieron. Les hubiera dado generosamente todo lo que deseaban. Yo sólo escuché más tarde de uno de mis sirvientes que Naval los rechazó de mala manera y con las manos vacías. Acá preparé comida para ustedes». Luego Avigail descargó doscientas hogazas de pan, dos barriles de vino, cinco carneros asados, cien racimos de uvas y doscientos paquetes de higos secos.
El corazón de David se ablandó y le prometió a Avigail que no le haría daño a Naval ni a sus hombres.
Cuando Avigail regresó a su casa, escuchó los sonidos de jarana. «Otra fiesta» reflexionó tristemente. De hecho, el vino corría libremente como agua y su marido, Naval, estaba ebrio.
A la mañana siguiente, cuando Naval estaba nuevamente sobrio, Avigail le contó que le había dado comida a David. Naval se enfadó mucho, pero permaneció callado, por temor a la venganza de David. Diez días más tarde, falleció.