La Magnitud de la obligación de cumplir la Torá
En él se explica la magnitud de la obligación de cumplir la Torá incluso cuando el hombre se encuentra errante en los confines del mundo, de nación en nación; y gracias a este mérito llegará la Redención. Asimismo se mencionan los motivos que conducen a alejarse de la Torá en esos momentos y cómo cuidarse de ellos.
Bendito es el Eterno, Dios de los Cielos, que nos separó de los errados y se nos reveló con la Luz de Su Divinidad en medio de una gran divulgación, ante seiscientas mil personas; habló con nosotros cara a cara y nos entregó Su Sagrada Torá para que vivamos en este mundo y ameritemos la eternidad, como está escrito[1]: “Y nos ordenó el Eterno cumplir todos estos Decretos, para temer al Eterno, nuestro Dios, por nuestro bien todos los días y para que nos haga vivir como en este día”. Y el significado de este versículo es que a través del cumplimiento de la Torá el hombre amerita tanto la vida y la existencia en este mundo –como está escrito[2]: “Entonces dijo: Si oyeres la voz del Eterno, tu Dios, lo recto ante Sus Ojos hicieres, prestares atención a Sus preceptos y cuidares todas Sus leyes, toda enfermedad que he puesto en Egipto, no la pondré sobre ti, porque Yo soy el Eterno, quien te cura”– como la Vida Eterna en el Mundo Venidero. Y he aquí que si reflexionamos detenidamente sobre todos los acontecimientos que nos sucedieron desde el momento de nuestra existencia como Pueblo, veremos claramente que cuando obedecimos la Torá del Eterno se cumplieron en nosotros todas las bendiciones que Él nos prometió en Su Sagrada Torá, sin omitir ni una sola de las bondades que nos mencionó; como atestiguó Yehoshúa en presencia de todo el Pueblo de Israel, y se relata en el Capítulo 23 del Libro de Yehoshúa. Igualmente en tiempos de los reyes de Yehudá e Israel, cuando se fortalecieron para conducirse por los senderos de la Torá del Eterno, prosperaron enormemente; como está escrito en las palabras de los Profetas. Y al revés, cuando nos apartamos del Todopoderoso y comenzamos a transgredir Su Torá, fuimos descendiendo continuamente; como está escrito en la Parashá Bejukotay: “Y si después de ello no me oyereis, incrementaré en castigaros…” (Vayikrá, 26:18-41). Hasta que finalmente se completó la medida de nuestros pecados y fuimos dispersados entre los pueblos en tierras lejanas; como dijo el versículo en la Parashá Ki Tabó: “Y te dispersará el Eterno por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de la tierra; y servirás allí a ídolos extraños que no conociste ni tú ni tus padres, de madera y piedra” (Debarim, 28:64). Y así también está escrito en la Parashá Nitsavim: “Aun si estuviese tu alejamiento en un extremo del cielo, de allí te reunirá el Eterno, tu Dios, y de allí te tomará” (Debarim, 30:4). [Y todo esto se está cumpliendo, por nuestros muchos pecados, en nuestros días; pues el Pueblo de Israel se encuentra disperso por todos los confines del mundo, desde las lejanas tierras de América hasta otros remotos países]. Y esto mismo encontramos también en la Parashá Vaetjanán: “Y os dispersará el Eterno entre los pueblos y quedaréis pocos en número entre las naciones a las cuales os conducirá el Eterno” (Debarim, 4:27).
Y a pesar de todo, el hombre no debe desesperanzarse de la Misericordia del Eterno, ya que ésta es ilimitada, y en esa misma Parashá ya nos prometió que cuando lo busquemos, incluso desde allí lo encontraremos; no obstante deberemos buscarlo con todas nuestras fuerzas, como está escrito en el versículo: “Pero si buscareis desde allí al Eterno, tu Dios, entonces lo encontrarás, si lo requirieses con todo tu corazón y con toda tu alma” (Debarim, 4:29). Además, a continuación está escrito: “Cuando estés sufriendo y te sucedan todas estas cosas al final de los días, entonces retornarás al Eterno, tu Dios, y escucharás Su Voz” (Ibíd., 4:30). Sin embargo, allí no nos dijo la Torá de forma explícita cómo debe ser este arrepentimiento y retorno al Creador [Teshubá], sino que nos lo reveló en otro lugar, en la Parashá Nitsavim, donde se vuelve a hacer referencia a este mismo tema: “Y sucederá que cuando vinieren sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que puse delante de ti, y reflexionares en tu corazón entre todas las naciones donde te hubiere dispersado el Eterno, tu Dios [quiere decir, que reflexiones acerca de las bendiciones que recayeron sobre ti antes, cuando cumpliste la Torá, y los castigos que vienen sobre ti al final; pues todo es por la Providencia Divina, ya que no vinieron sobre ti otras bondades y maldades sino solamente las que puso delante de nosotros]; y retornares al Eterno, tu Dios, y oyeres Su Voz como todo lo que Yo te ordeno hoy; tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma; entonces te hará volver el Eterno, tu Dios, de tu cautiverio y tendrá misericordia de ti. Te hará volver y te reunirá de todos los pueblos adonde te ha esparcido el Eterno, tu Dios” (Debarim, 30:1-3). Y nuevamente, al final de la Parashá (Ibíd., 30:10), volvió a repetirnos: “Cuando escuches la Voz del Eterno, tu Dios, para cuidar Sus preceptos y Sus decretos, escritos en este Libro…”; resulta entonces que nos aclaró explícitamente que lo fundamental de la Teshubá es que nos preocupemos por cumplir la Torá aunque nos encontremos dispersos entre los pueblos, y que nuestro arrepentimiento sea sincero, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, y gracias a este mérito llegará la Redención.
Y he aquí que cuando reflexionamos acerca del cumplimiento de las mitsvot de la Torá y sus Decretos en la actualidad, vemos que –por nuestros muchos pecados– se debilitó enormemente incluso en personas que residen en sus hogares y en su ambiente. Y de forma particular, entre aquellos que se encuentran errantes en tierras remotas como América, África o Inglaterra, son muchos los que descuidaron el cumplimiento de la Torá y de las mitsvot, llegando algunos al extremo de transgredir los preceptos de la Torá con desprecio, a veces incluso cuando se trata de cuestiones sobre las cuales la Torá nos ordenó dejarnos matar y no transgredirlas. Y cuando profundizamos en los motivos por los cuales estas personas son negligentes en el cumplimiento de la Torá y de las mitsvot, encontramos que son cuatro las razones principales que provocan que el hombre se aparte del camino del Todopoderoso:
– En algunas personas este descuido se debe a que al llegar al nuevo país les parece que en determinadas cuestiones se verán forzados a transgredir los vallados de la Torá y piensan que puesto que sucedió que el Eterno dispusiera los acontecimientos para que tuvieran que deambular por estos países, probablemente los apartó de frente a él, con lo cual ya descendió su categoría respecto al resto de Israel, el Pueblo escogido por el Creador. Entonces, “se bendice en su corazón diciendo: paz yo tendré cuando según el parecer de mi corazón anduviere[3]”. Y con el paso del tiempo acaba renunciando completamente al cumplimiento de las mitsvot, con lo cual a veces cometerá incluso las transgresiones más graves, como profanar el Shabat, cometer pecados de inmoralidad [עריות], etc., y toda la Torá será ante sus ojos como algo con lo que no tiene ningún tipo de obligación.
– En otros casos, el motivo de la negligencia reside en la falta de conocimiento, ya que no saben como conducirse en esos momentos, cuando se encuentran errantes en tierras remotas. Pues no hay allí a quien preguntar, ni siquiera las leyes más simples, y con mayor razón si se trata de leyes complejas que requieren profundización, ni tampoco consejos acerca de cómo fortalecerse en asuntos relativos a la Fe. Y en aquellos países es necesaria mucha fuerza en todo lo referente a la Fe debido a que cuando la persona se encuentra en su medio ambiente, la vergüenza actúa como un vallado que le ayuda a transitar por el camino del Todopoderoso para no avergonzarse delante de sus amigos y conocidos si se aparta del sendero del Creador; sin embargo en aquellos países –por nuestros muchos pecados– hay lugares donde por la influencia de personas inapropiadas sucede lo contrario.
– Hay un tercer motivo, que es el más grave y el más frecuente de todos, y es el hecho de ver habitualmente a muchos amigos y conocidos, procedentes de su mismo país, que abandonaron completamente el cumplimiento de los preceptos de la Torá; con lo cual el instinto del mal lo seduce diciéndole “¡no soy yo el único que actúa de esta forma; lo que les suceda a las demás personas de esta ciudad me sucederá también a mí!”. Y el comportamiento de estas personas se asemeja al siguiente ejemplo: Imaginemos que alguien se encuentra preso en la cárcel a causa de una calumnia que cayó sobre él, condenado a cumplir una pena determinada. Acudieron sus familiares a consolarlo y le relataron que no hace mucho, en otro país, a determinada persona le sucedió algo parecido y también se encuentra prisionero en una situación difícil. Entonces, el prisionero les replicó: “¿Acaso es esto un consuelo para mí? ¡Es una aflicción! Si me hubieseis dicho que al final aquella persona fue salvada del castigo, quizás hubierais aliviado un poco mi preocupación; o al menos, si me dijerais que tal persona fue apresada por el mismo asunto y que hoy o mañana será encerrada conmigo en esta celda, tal vez también me hubiera servido de consuelo el hecho de saber que no estoy solo en esta situación. Pero ahora que fue apresado en otro país, ¿en qué me ayuda el hecho que apresaron y castigaron a otro hombre?”. Y exactamente así sucede en el asunto que nos ocupa, ya que ¿cuál es la ventaja que obtiene la persona si también otro comete una transgresión y es recluido en condiciones tan duras como las suyas en otro lugar? Pues es sabido que el Guehinom es un lugar inmenso –ya que la totalidad del mundo no llega ni la milésima parte del tamaño del Guehinom, como dijeron nuestros Sabios, Z”L, en el Tratado de Pesajim, 94a– y tiene capacidad para albergar millares de personas, alejadas una de otra varios cientos de leguas, con lo cual ninguna de ellas podrá ver ni oír lo que sucede con su prójimo. Además, el fuego del Guehinom no es como el fuego que conocemos, que alumbra, sino que es un fuego de oscuridad [esto es, que solamente tiene capacidad de abrasar, pero no de iluminar]; y como está escrito en el Midrash, que la oscuridad que había al comienzo de la Creación del Universo permaneció en el Guehinom. Por lo tanto, nadie ve al prójimo ni escucha nada de él, sino que cada cual llora y se lamenta en su lugar. De todo lo dicho resulta que el hombre no debe fijarse en los demás cuando se trata de comportamientos inadecuados, ni siquiera cuando sean muchos quienes se conduzcan de forma inapropiada; como ya nos insinuó la Torá en el versículo “No irás tras de muchos para mal” (Shemot, 23:2). Y el único consejo cuando se trata de estas personas, es alejarse de ellas con todas sus fuerzas para no llegar a fraternizar con ellas e imitar sus comportamientos. Pues está escrito: “Dichoso del hombre que no se condujo por el consejo de los malvados; en el camino de los pecadores no se detuvo y en la reunión de burladores no se sentó” (Tehilim, 1:1); y al respecto dijeron nuestros Sabios, Z”L: Si se condujo, acabará deteniéndose; y si se detuvo, al final se sentará. Y nos extenderemos más sobre este asunto en los capítulos siguientes, con la ayuda del Todopoderoso.
– Y el cuarto motivo, que provoca que la santidad del Eterno se aparte del hombre, –y por consiguiente éste se aleje del cumplimiento de la Torá y las mitsvot– será explicado en el Capítulo 10.
A continuación nos referiremos exclusivamente a los dos primeros grupos de personas que mencionamos, y comenzaremos por rebatir el argumento esgrimido por el primero de ellos. Y es preciso saber que este pretexto utilizado por el instinto del mal no es algo nuevo, sino que ya existió en las generaciones de la época de la destrucción del Templo; y el Eterno nos informó, a través de Sus Profetas, sobre el error de esta alegación. Pues, como es sabido, dijeron nuestros Sabios, Z”L, en el Tratado de Sanhedrín (105a) que cuando el Pueblo de Israel fue exiliado de su tierra, gente que pretendió apartar de sobre sí el Yugo del Todopoderoso acudió al Profeta Yejezkel y éste les dijo que se arrepintieran de sus actos y retornaran al sendero del Creador. Pero ellos replicaron que el esclavo que fue vendido por su amo o la mujer que fue divorciada por su esposo, ¿acaso tiene uno alguna obligación hacia el otro? De esta forma quisieron decir que forzosamente, puesto que el Eterno nos entregó en manos de las naciones, ya nos apartó de ser Su Pueblo. Entonces le dijo el Eterno al Profeta, ve y diles a ellos “Así ha dicho el Eterno: ¿Qué clase de acta de divorcio di a vuestra madre cuando la envié? ¿O a quién de Mis acreedores os he vendido a vosotros?” (Yeshayá, 50:1). Y el significado de este versículo es que el fundamento de nuestro exilio no tiene que ver con el divorcio o con la venta, puesto que todo el Universo le pertenece al Todopoderoso, Bendito Él, y no existe ninguna criatura a quien le tenga que vender a Sus hijos por causa de una deuda. Por lo tanto, el exilio entre los idólatras tiene como finalidad terminar con la transgresión y acabar con los pecados, como está escrito en el Profeta Daniel[4]. Además existen otros motivos, como explicaremos seguidamente en el Capítulo 2. Y aun encontrándonos bajo el dominio de nuestros enemigos, Él es solamente nuestro Dios y no el Dios de las naciones idólatras; como está escrito en el versículo: “Y aun así, cuando estuvieren en la tierra de sus enemigos, no los rechazaré ni los repudiaré para exterminarlos anulando Mi Pacto con ellos; porque Yo soy el Eterno, su Dios” (Vayikrá, 26:44). Y se explica en Torat Cohanim que este versículo se refiere a los cuatro reinados que subyugaron al Pueblo de Israel, así como después, en tiempos de Gog; y en todos ellos Él es solamente Dios nuestro, que designa Su Nombre sobre nosotros. Por todo ello, el hombre judío que deambula de nación en nación, debe saber que aunque se encuentre en los confines del mundo no descendió de categoría en ningún aspecto y el Eterno, Dios del Universo, sigue siendo su Dios. E incluso si se halla en un lugar donde se ve forzado a transgredir algún detalle de las leyes prescritas por la Torá para no poner su vida en peligro literalmente, de todas formas debe saber que sigue siendo un judío como lo era antes y está obligado a cumplir el resto de las mitsvot de la Torá igual que los demás judíos. Y si no hace así es considerado un malvado, como cualquier otro judío que transgreda la Voluntad del Todopoderoso intencionadamente*). Y vemos que incluso en el caso de quien se vende a sí mismo a un extranjero residente o al descendiente de un extranjero –en cuyo caso con certeza es un hombre despreciado por causa de ello, puesto que es sabido que incumplirá muchas veces las leyes de la Torá– de todas formas son varios los versículos al final de la Parashá Behar, donde la Torá nos aclara que el Eterno sigue siendo su Dios; pues está escrito “Porque para Mí los hijos de Israel son siervos; Mis siervos son ellos, a quienes saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el Eterno, vuestro Dios” (Vayikrá, 25:55). E inmediatamente después, dijo el versículo (Ibíd., 26:1): “No haréis para vosotros ídolos ni imágenes esculpidas; monumentos para idolatría no erigiréis para vosotros,… porque Yo soy el Eterno, vuestro Dios”. Y al respecto explicó RASHI (basándose en Torat Cohanim) lo siguiente: El versículo habla acerca de quien se vendió a un idólatra, para que no diga “puesto que mi amo practica la idolatría, yo también hago como él; puesto que mi amo transgrede las prohibiciones relativas a la inmoralidad, yo también hago como él; puesto que mi amo profana el Shabat, yo también hago como él”. Por ello fueron dichos estos versículos. [Hasta aquí las palabras de RASHI]. Y cuánto más en estos casos, donde el hombre no se vendió a sí mismo, sino que únicamente desde el Cielo fue decretado sobre él que deambule por tierras lejanas, ciertamente no supone para él ningún deterioro. Asimismo, de la Parashá Nitsavim citada anteriormente, se demuestra explícitamente que incluso cuando el Pueblo de Israel se encuentra exiliado en los confines de la tierra, de todas formas tiene sobre él el Yugo de la Torá y de las mitsvot; y cuando reflexionen sobre esto y lo cumplan, a causa de ello ameritarán que llegue la Redención. De todo lo dicho resulta que el judío, aunque se encuentre errante en los confines de la tierra, bajo el dominio de cualquier nación idólatra, ha de saber que el Todopoderoso no apartó Su Rostro de él y sigue siendo Su parte y Su heredad eternamente.
*) Y escuché en nombre de un gran sabio de las generaciones anteriores quien, con su refinado lenguaje, dijo que la persona que aceptó sobre sí la idolatría y se liberó completamente del Yugo de las mitsvot [esto es que se enorgullece afirmando que ya apartó de sí toda obligación hacia el cumplimiento de las mitsvot, completamente] será castigado incluso por no pronunciar la Bendición de Hamotsí sobre el pan, y otros preceptos similares ordenados por nuestros Sabios, Z”L, como mover muktsé, etc. Es decir, que en el Juicio Celestial el hecho de cometer muchas transgresiones graves no es motivo para obviar una transgresión leve; y aquel que pertenece a la simiente de Israel no tiene capacidad para apartar de sobre sí el Yugo de las mitsvot de ninguna manera, jamás. Y con mayor razón, quien circunstancialmente transgredió algún precepto de la Torá, Dios no permita que por ello sea menos cuidadoso en el cumplimiento del resto de los preceptos, sino que se arrepentirá por el pecado cometido y el Todopoderoso recibirá su Teshubá con agrado puesto que Él no rechaza a los arrepentidos. Y así encontramos también que estableció el RAMBAM en su escrito “Iguéret Temán”, acerca de los obligados a manos de los idólatras, y estas son sus palabras: Se esforzará en hacer y cumplir todo lo que pueda de las mitsvot, y si sucedió que transgredió muchos preceptos o profanó el Shabat, no transportará lo que no está permitido transportar, y no dirá “lo que transgredí es mucho más grave que esto por lo que me estoy preocupando”, sino que se cuidará en todo lo que esté a su alcance. Y has de saber que el hombre debe tener presente permanentemente uno de los principios fundamentales de la Fe, y es que Yarobam ben Nebat y todos los que son como él, serán castigados tanto por la fabricación de ídolos como por no cumplir el precepto de Eruv Tavshilín y otros similares; por lo que no dirá la persona “seré castigado por el pecado más grave”, puesto que este principio rige exclusivamente en el juicio terrenal, en este mundo, pero el Eterno castiga al hombre tanto por las transgresiones más graves como por las más leves y recompensa por toda buena acción realizada. Así pues, el hombre debe saber que por cualquier transgresión que cometa será castigado y por cualquier mitsvá será recompensado. [Hasta aquí las palabras del RAMBAM].
[1] Debarim, 6:24.
[2] Shemot, 15:26.
[3] El Jaféts Jayim utiliza el lenguaje del versículo en Debarim, 29:18.
[4] Y estas son las palabras del versículo: “Setenta semanas fue decretado sobre tu pueblo, y sobre la ciudad de tu Santidad, para terminar la transgresión, terminar los pecados, expiar la iniquidad y traer rectitud para siempre…” (Daniel, 9:24).