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La Madre Insegura

Extraido de Criar Hijos con Conciencia

Si una joven madre ha sido criada en un hogar estable, con padres amorosos que proveyeran de una aceptación incondicional y oportunidades para dominar las habilidades y disciplinas necesarias para el manejo de un hogar, ella tendrá sin duda una sensación general de ser amada, afectuosa y competente.

No obstante, si tiene tendencia a sentirse insegura y con poca confianza, tiene poca experiencia con los niños o el manejo de una casa, o no cuenta con un marido que la apoye, tendrá una mayor dificultad para sentirse bien consigo misma. Es posible que vea mujeres con familias numerosas que parezcan arreglárselas con mucha facilidad, mientras que ella tenga muchísimas dificultades para llevar a cabo las tareas más sencillas.

Tal vez piense: ¿Qué clase de madre es aquella cuyos hijos desobedecen, que no puede tener la casa en un orden de primera, que se siente tan cansada la mitad del tiempo, que no es lo suficientemente agradecida por las muchas bendiciones que Hashem le ha concedido, que tiene trastes sucios en el lavaplatos, que no puede siquiera mantener un balance en la chequera, que no hace más con su vida, que no puede incluso poner a los niños en la cama sin gritar o vestirlos por la mañana sin propinarles golpes? ¡Un fracaso! ¡Es eso lo que es!

Las sensaciones de vergüenza se ven exacerbadas si hay miembros cercanos de la familia o vecinos que transmitan el mensaje del fracaso con consejos no solicitados, muecas, silencios hostiles o criticismo. También es posible que los niños expresen sus quejas o se muestren hostiles debido a que la comida no es de su gusto o el disfraz de Purim no es tan creativo como el de algún otro niño, o porque la madre de otro es más bonita o mejor en algo que la de ellos.

Las madres son célebres por jugar un juego destructivo llamado «comparar y competir ». Hasta la más ligera desventaja o diferencia puede inducir a las sensaciones de fracaso. Además, están las inevitables enfermedades —tanto las propias como las de sus hijos—, que acaban con su resistencia y le hacen pensar: «Vaya, sencillamente no puedo arreglármelas». Con todo esto, es fácil adoptar una actitud de «no estoy bien».

Es una broma común que cuando algo no anda bien con los hijos o el matrimonio, se le echa la culpa a la madre o esposa. Pero no es ninguna broma cuando la madre empieza a sentirse desanimada y pierde la esperanza en cuanto a su habilidad para lidiar con las cosas. La madre insegura debe comprender que está peleando una batalla difícil y que su mayor desafío es evitar el desánimo y la autocompasión por el hecho de tener que trabajar tan duro para hacer lo que parece resultarles tan fácil a otras madres. Más bien, el mismísimo acto de tener que esforzarse por la mejora personal es su manera de traer una mayor kedushá al mundo. Para acrecentar la confianza en sí misma, es importante permanecer fuera del ciclo negativo y quedarse dentro del positivo.

¿Cómo sales del ciclo negativo una vez que estás en él? Para adentrarte en el ciclo positivo, debes efectuar algún acto de amor, alegría, autodisciplina o afirmación, sin importar cuán menor, superficial o poco sincero parezca en el momento. Por ejemplo, pudieras sonreír en vez de hacer muecas, a pesar de sentirte realmente fatal, cantar o guardar silencio en vez de criticar, abandonar la mesa en lugar de comer hasta el hartazgo, abrazar a tu hijo en lugar de ignorarlo, o hablar en lugar de propinar golpes.

Estos actos te pondrán en contacto con tu fuente interior de fortaleza y valía personal. Todo acto de autocontrol puede acrecentar tu sentido de valía personal. Una ventaja adicional es que cuando tus hijos te ven luchando por la mejora personal les das un mayor obsequio que si pretendes estar en el más alto nivel de la excelencia, pues les demuestras que también ellos tienen que jugar un rol activo en una lucha de toda la vida para la mejora constante de sus midot.

Era una de aquellas mañanas difíciles. Me desperté sintiéndome gorda, lo cual era ya lo suficientemente malo. Pero, además, el bebé tenía fiebre y apenas había dormido toda la noche. Mi hijo de cuatro años estaba haraganeando y no quería que lo vistiera, a pesar de que era casi momento de que llegara el autobús escolar. Mis hijos de seis y ocho años estaban provocándose el uno al otro y no querían comer el desayuno. Mi hija de nueve años iba de un lado a otro dando fuertes pisadas con enojo porque la blusa blanca que necesitaba para la escuela estaba para lavar. Por lo general, les hubiera estado gritando a todos ellos por pura impotencia. En lugar de ello, no dejé de tararear modé aní para mí misma una y otra vez mientras los preparaba para la escuela. Toda la atmósfera se vio aliviada al rehusarme a ser arrastrada hacia la negatividad y ansiedad de ellos. Cuando mi hijo de dos años armó un escándalo por tener que ponerle los zapatos, estuve a punto de golpearlo, pero me contuve y lo miré a los ojos, con el rostro lleno de frustración. Me devolvió la mirada, me dio palmaditas en el rostro y me dijo: «Te quiero». Esa fue mi recompensa. Me di cuenta de que todo mi autocontrol había tenido en ellos un efecto positivo. Me sentía muy orgullosa de mí misma. ¡Hasta contuve el deseo de comer en exceso después de que se fueron!

¡Sé paciente! Tal como lleva tiempo reestructurar el cuerpo con ejercicios físicos, así también lo lleva reestructurar la psiquis y los patrones de costumbre.

Miriam Adaham

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