La lengua sagrada
En estos tiempos posteriores a la destrucción del Bet Hamikdash (Sagrado Templo de Jerusalen), el Iehudí no es afectado por el Saraat (una enfermedad parecida a la lepra de hoy en día). Asimismo, tampoco tenemos la presencia del Cohen Gadol (Sumo sacerdote), a quien podía dirigirse una persona afectada con Saraat. Sin embargo, lamentablemente, continúa la epidemia que provoca el Saraat. El pecado del Lashon Hará (hablar calumnias)
.
Está escrito en el libro Dibré Emet: «Todas las enfermedades de la persona, son provocadas por el mal uso de la lengua, falta en la que la mayoría de la gente tropieza y cae. Quien incurre en esa falta debe acudir al Cohen Gadol de nuestros días, al Jajam (sabio) y al Sadik (justo) más grande: el Jafez Jaim. Estudiando sus libros tan valiosos, ellos nos dirán cómo debemos proceder en este aspecto. Dichosa la persona que lea y practique lo que está escrito en esas obras sagradas, que están llenas de palabras y consejos sabios. El hombre que se rija de acuerdo a sus proverbios, salvará su alma de caer en el abismo, y gozará de grandes satisfacciones y tranquilidad».
El Jafez Jaim solía ejemplificar el poder del habla y sus consecuencias con una persona que entra a una enorme fábrica donde encuentra 248 máquinas funcionando en medio de un recinto inmenso. Este hombre, observando cada uno de los aparatos, se da cuenta de que uno de ellos es diferente a todos: le han puesto a su lado varios cuidadores que lo vigilan celosamente y nadie puede acercarse a él sin un permiso especial.
Cuando el visitante pregunta por la razón de este cuidado tan rígido, le responden que ese aparato tiene una misión muy importante: poner en funcionamiento a todos los demás aparatos de la fábrica. Si ese aparato presentase alguna falla, por pequeña que fuese, perjudicaría a todo el funcionamiento de la fábrica. El establecimiento se detendría por completo.
Los 248 «aparatos» son las 248 Mizvot que el Iehudí está obligado a cumplir. Y el «aparato» más importante, que merece el cuidado más grande, es el poder del habla que le fue conferido a la persona. En manos de la palabra, están la vida y la muerte, y por eso el que ama la vida debe cuidar su lengua de no hablar lo que no debe.
Este es el regalo más precioso que ha recibido la persona de Su Creador. Su deber es cuidarlo como a sus propios ojos, para no sacar de su boca ninguna palabra indebida.
Cuando el Jafez Jaim concluyó su libro (en realidad se llamaba Ribí Israel Meir Hacohen, pero le decían Jafez Jaim porque así se titulaba su obra más conocida), se lo llevó a Ribí Mordejai Lipshitz, uno de los Gueonim de la época, para pedirle una carta de recomendación.
El Gaón no conocía al Jafez Jaim, y cuando vio el libro se sintió profundamente impresionado. Tenía frente a sí a un joven entusiasta y estudioso, además de modesto en una dimensión nunca vista, que se había tomado el trabajo y la misión de luchar para mostrarle a todo el mundo el ilimitado poder del habla.
Después de aceptar redactarle una carta de recomendación como se la había solicitado, el Gaón Ribí Mordejai Lipshitz quiso probar si el Jafez Jaim era realmente lo que aparentaba. Le pidió a varios de sus alumnos entablar conversación con él, tanto sobre temas de Torá, como sobre temas mundanos. Cuando abordaban estos últimos temas, la intención era llevarlo a referirse a personas conocidas como contrarias a los principios de la Torá, y probar cómo se conducía el Jafez Jaim cuando le hablaban Lashon Hará. Uno de estos espías era el Rab Natan Kamji, que más tarde contó que estuvo hablando con el Jafez Jaim durante seis horas seguidas. La charla giró en torno a diferentes temas de judaísmo. En un momento, el «espía» intentó provocar al Jafez Jaim a que dijera aunque fuera una sola palabra de Lashon Hará, pero no tuvo éxito. Al final, regresó con el Rab Mordejai Lipshitz y le confesó que con esta persona no valía la pena ni intentar que dijera alguna palabra o gesto que pudiera perjudicar a alguna persona.
Después de comprobar que las palabras que había escrito en la carta de recomendación eran ciertas, se la entregó alegre y satisfecho. En dicha carta describía al Jafez Jaim como «un hombre que tiene el oficio sagrado, cuya Luz proviene de la sabiduría Divina, y cumple lo que dice».
Algo similar sucedió con el Rab Mordejai Klotzky. Cuando el Jafez Jaim se dirigió a él para pedirle una carta de recomendación para su libro no lo aceptó, y tuvo que retirarse de allí entristecido. En esa ocasión se encontró con el Daian (juez) de la ciudad que cuando se enteró de que el Rab Mordejai Klotzky no le quiso dar la carta de recomendación, le dijo que era un hombre muy meticuloso y difícil. El Jafez Jaim lo hizo callar inmediatamente, y juzgó al Rab para bien. El Daian se quedó impresionado de tanto que se cuidaba el Jafez Jaim de no sacar nada de su boca indebidamente. Se dirigió de ahí a hablar con el Rab para contarle lo que había escuchado.
Cuando el Rab Mordejai Klotzky supo qué clase de persona era el Jafez Jaim, exclamó: «¡Entonces este hombre escribió en su libro lo que realmente hace!». Enseguida, mandó llamar al Jafez Jaim y le dio la carta de recomendación que le había solicitado.
Lekaj Tob
(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )