Profundizando
Educación Judía
Los fundamentos
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La Kedusha tiene influencia a largo plazo

Extraido de Disertaciones del Rab Pinkus zl, sobre educacion

La función del padre – brindarle a su hijo las bases sobre la cuales él mismo construirá su formación espiritual

Dos partes en la educación: Interior y Superficial

El tema sobre el cual trataremos hoy es la educación: Nuestra propia educación y la de nuestros hijos.
En relación a la manera de educar, encontramos dos métodos, los cuales compararemos con el ámbito de la medicina. A veces la persona tiene una lastimadura en su mano – el médico le instruye untar sobre ella una pomada, y así Beezrat Hashem se curará. Sin embargo, a veces el médico no se conforma sólo con una pomada, y le receta tomar antibiótico. “¿Cómo será que una píldora que ingresa a mi cuerpo, curará la lastimadura de mi mano?” – se asombra el paciente, y el médico le explica: “En base a una examen que realicé, comprobé que tienes una infección interna. La lastimadura externa sólo atestigua sobre un virus que prolifera dentro tuyo, y para vencerlo, hay necesidad
de una medicina más profunda, como el antibiótico”.

De la misma manera ocurre en la educación: Cuando un niño responde insolentemente, existe la posibilidad de enseñarle a hablar respetuosamente, y acostumbrarlo a mantener esta conducta (“curación externa”). Pero hay circunstancias (generalmente la mayoría de las veces), en las cuales la insolencia proviene de algún punto interno, y siendo así, no se obtendrá resultado al enseñarle cómo hablar, ya que la “lastimadura” no se encuentra en su boca, sino en su interior. En su alma hay alguna “infección” que se debe eliminar desde su raíz.

En la educación universal, generalmente se suele tratar la parte externa – cómo hablar, qué decir y qué no. No obstante el beneficio de esto es muy dudoso. Tanto es así, que hemos escuchado que en los terribles crematorios de los campos de concentración, mientras trasladaban cuerpos de las cámaras de gas hacia los hornos, habían nazis que se decían uno al otro: ¡“Por favor”! ¡“gracias”!… Quedando al descubierto, que las verdaderas buenas cualidades dependen del contenido interno de la persona, y que una manera amable de hablar no garantiza que quien la utiliza sea delicado y amable, y cuánto más no garantiza que la persona sea temerosa de Hashem. Por ende, cuando se va a educar a un niño, se deben trabajar los dos ámbitos, tanto los síntomas externos, como la raíz interna.

La Kedushá tiene influencia a largo plazo

Primeramente debemos saber una base fundamental referente a la educación. Nuestros Sabios nos enseñan que apenas comienza el niño a hablar, deben sus padres enseñarle a decir “Torá tzivá lanu Moshé morashá kehilát Iaakob” (Torá fuimos ordenados por Moshé, herencia es de la comunidad de Iaakob). Debemos saber que cuando el niño recita esto, a pesar de que no comprende el significado de la oración, de todos modos las palabras penetran dentro suyo e insuflan Kedushá en su alma. Tal es así, que incluso después de treinta años, si él tuviese un problema de Shalom Bait (paz hogareña), es posible que por mérito de esas puras palabras que repitió siendo un pequeño de tan sólo tres años, ¡se abstenga y no conteste nada contra las palabras de su conyugue!

Así está escrito, “Mis palabras son como fuego, dijo Hashem” (Irmiahu 23, 29) – Las Mitzvót son como fuego Di-vino, fuego ardiente de Kedushá. Cada palabra de Torá, cada cumplimiento de una Mitzvá de la Torá (Shofar, Lulav, etc.) influencian internamente sobre la persona. Así como cuando se toma un medicamento, su efecto no siempre se percibe inmediatamente en el enfermo, del mismo modo con respecto a la educación, no siempre las consecuencias son inmediatas, pero ellas seguro llegarán en algún momento.

Referente a esto, escuché de mi mamá, que en la Ieshivá de Mir, en la Europa de principios de siglo XX, debido a la suma pobreza que padecían, habían muchachos que sufrían de desnutrición, y una vez al año viajaban de “Datche”, una sencilla cabaña en medio del bosque, en el cual recibían alimentos enriquecedores (manteca y parecidos) para alimentarse y recuperarse. Mi madre relataba, que cada vez que los muchachos concluían su magnífico “banquete”, corrían rápidamente hacia el espejo para ver si habían engordado un poco… La influencia del estudio no se aprecia inmediatamente, sin embargo incide en lo profundo del alma del niño. Cada versículo de Torá, actúa sobre el niño haciéndolo crecer temeroso de Hashem.

El problema de muchos padres es que pretenden ver resultados inmediatos en el estudio con sus hijos – ¡acción y consecuencia! Por este motivo, hay algunos progenitores que aflojan en el estudio del Jumash con sus hijos de cinco años. Aquel padre piensa para sí mismo: “Claro, si estudio Guemará con mi hijo mayor, esto lo ayudará a convertirse en un Talmid Jajam con el correr del tiempo. En cambio, si estudio con mi hijo menor un versículo del Jumash, ¡¿acaso esto influirá en él cuando llegue a la edad de dieciocho, veinte o treinta años?!”… Sin embargo aquel padre se equivoca. ¿A qué se compara esto? A un bebé que llora en la mitad de la noche y hay que prepararle la mamadera.

El padre piensa para sí mismo: ¿De qué sirve que me esfuerce ahora en prepararle la mamadera – ésta no le traerá ningún provecho cuando llegue a los veinte años?, le daré simplemente una gaseosa y ¡listo!… O en su defecto, si el pequeño necesita comer, le daré un chocolate o un caramelo, lo principal es que se mantenga en silencio!… Todos comprendemos que la falta de alimento sano cuando el niño es un bebé, tendrá graves repercusiones durante su madurez. Lo mismo ocurre con la educación del niño – su nutrición de alimento espiritual –. Por ejemplo: Cuando llegan las vacaciones, época en la cual el niño sufre de falta de “alimento espiritual”, en lugar de nutrirlo con una hoja de Guemará, Mishná, o un versículo del Jumash, tiende el padre a “sacárselo de encima” mandándolo a una excursión o a dar una vueltas en bicicleta. Este padre, que no tiene paciencia para sentarse con su hijo y estudiar con él, debe saber que cuando su hijo pasa un día o más sin hacer Tefilá o estudiar Torá, es como si fuese que ayunó – no comió ni bebió – durante aquellos días, ¡¿y quién sabe qué perjuicio irreversible le traerá aparejado el día de mañana?!

Debemos comprender, que así como un día sin beber y comer es peligroso para el cuerpo humano hasta el punto de riesgo de vida, de igual manera el receso en el estudio de la Torá o Tefilá es peligroso para el alma del niño. Por consiguiente, hay que preocuparse que bajo ningún punto de vista, pase un día del niño sin estudio de Torá y Tefilá.

La fuerza de nuestra Tefilá

Este tema comprende también la Tefilá de los padres sobre sí mismos y sobre sus hijos. Hay madres que manifiestan pereza al momento de rogar a Hashem en la Amidá de Shajrít o al proponerse leer Tehilím por su propia Hatzlajá y la de sus hijos, ya que piensan que sólo tienen influencia las Tefilót dichas con lágrimas y con gran devoción, tal cual vieron ellas en sus abuelas, y piensan, que versículos dichos sin concentración y meditación, como de costumbre, no tienen ningún sentido alguno.
Este es un grave error.
Nuestras Tefilót, a pesar de no ser dichas con su máxima devoción, atesoran una inmensa energía, ¡verdaderamente fuego! Ya que “Tefilót Avot Tiknum” – Las Tefilót fueron compuestas por nuestros Patriarcas (Berajot 26,2). Los sagrados Patriarcas nos establecieron la Tefilá. También el orden de la Amidá fue compuesto por Nuestros Sabios, miembros del Gran Tribunal. “Ciento veinte Sabios, y de ellos unos cuántos eran profetas, compusieron la Tefilá y su orden”. (Meguilá 18,1).

La Tefilá, por lo tanto, también dicha sin concentración (excepto la primer bendición de la Amidá) es como una “bomba”, y tiene la fuerza de introducir en la persona una enorme grandeza. Cada palabra de ella entra en la cabeza y en el corazón de la persona (tanto del niño, como de los padres…), y quema – metafóricamente hablando – toda impureza interna. Este es uno de nuestros grandes problemas: No educamos a los niños a rezar como corresponde, consecuentemente no recitan la Tefilá con ganas y emoción, y esto puede provocar que abandonen el rezo definitivamente.

La raíz del problema radica en que el niño fue educado a pensar que “Tefilá” es sinónimo de sentarse en un horario preciso frente al Sidur, murmurando determinadas palabras, meneándose de adelante hacia atrás. Es lamentable que así sea, ya que cada Tefilá es un mundo entero ¡que tiene la fuerza de mantener al niño por siempre! El solo hecho de recitar un capítulo de Tehilím tiene una fuerza inmensa. Cuando un Iehudí recita uno de ellos, es como si fuese que el propio David Hamelej lo dijera, ya que “todo Talmid Jajam en cuyo nombre se diga una palabra de Torá en este mundo, sus labios murmuran en su tumba” (Iebamót 97,1). Por ende, diciendo un capítulo de Tehilím, tenemos el mérito de que ¡David Hamelej haga Tefilá por nosotros! El problema radica en que no nos esforzamos por inculcar en nosotros mismos y en nuestros hijos este verdadero sentimiento.

Esta es, por lo tanto, la primera base de la educación de un verdadero Iehudí: Saber que cada palabra de Torá infunde Kedushá en el niño ¡y genera en él una verdadera revolución!

 

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