La imagen completa (10 de Tevet)

El Rabino Nissan Mangel, un superviviente del Holocausto, es un renombrado erudito y filósofo jasídico, ampliamente aclamado por la traducción del Sidur Nusaj HaArí de Jabad al inglés.
El mes de Tevet está marcado, entre otras cosas, por el ayuno del día 10, que conmemora el inicio del sitio sobre la ciudad de Jerusalén que culminó con la destrucción del Gran Templo, quiera Di-s reconstruirlo prontamente en nuestros días. El hombre moderno se cuestiona a menudo el por qué de sucesos desagradables en su vida y la de quienes lo rodean. El Rabino Nissan Mangel, superviviente del Holocausto, testigo de una era donde esta pregunta era el pan de cada día, nos da una lección de fe.
A lo largo de las eras el hombre ha tratado de resolver la perenne dicotomía de un Di-s justo y recto en contraste con los sufrimientos y la maldad de este mundo. Desde los albores de los tiempos, los filósofos han luchado por comprender las aparentemente injustificables tragedias que aquejan al más piadoso de los hombres, en tanto las vidas de los despiadados, crueles y egoístas, aparecen a menudo llenas de prosperidad.
Dentro del plano del judaísmo la cuestión de «Justicia Divina» ha sido sondeada por cada Profeta que vivió alguna vez, remontándonos hasta el mismísimo Moshé. El propósito de la creación, según la filosofía judía y el pensamiento cabalístico, es permitir a Di-s dispensar Su absoluta benevolencia y bondad sobre el universo… y con todo habitamos un mundo plagado de desastres. Si Di-s es, de hecho, omnipotente y omnipresente, ciertamente podría intervenir para bloquear el curso del mal y apartar las mareas del infortunio.
Sucesos mundiales de proporciones horroríficas tales como el Holocausto, en el que seis millones de judíos uno millón de los cuales eran niños inocentes fueron asesinados sin sentido, han llevado a muchos a volverse al ateísmo y llegar a la conclusión de que Di-s (¡líbrenos el Cielo!) simplemente no existe.
Esta teoría, por más ardientemente que sea propuesta, presenta problemas de envergadura. Si no hay Di-s, ¿cómo se originó este mundo? Tal como una casa necesita de un constructor, y un árbol de una semilla, así también el mundo necesita un Creador. Incluso intelectualmente, la supresión de semejante Creador tiene poco sentido y, no obstante, el concepto de la co existencia del sufrimiento y un Di-s todomisericordioso y omnipotente en el mismo universo, cuando parecen ser tan mutuamente excluyentes, no se asocian fácilmente.
Esto da lugar a otra teoría más: la del deísmo. Sí, Di-s existe, y sí, El creó este mundo, pero… luego lo abandonó, partió para lograr cosas más excelsas «arriba». Y ahora, en esta Tierra, todo se regula con las leyes de la «naturaleza», una serie de eventos y condiciones aleatorias basadas en circunstancias sin relación que constituyen una vida.
Sin embargo, ¿cómo pudo Di s, quien creó este mundo a partir de la nada absoluta, rechazarlo de tal manera, abandonándolo a los antojos de la «Madre Naturaleza»? ¿No creó Di-s Mismo la naturaleza? E incluso nosotros, como humanos, hasta los más avanzados de nosotros, ¿sabemos realmente qué es la naturaleza?
Es mucho más probable que mientras el semblante de Di-s podría ocultarse de nosotros, Su poder y presencia están investidos en las maravillosas «ropas» de la naturaleza. De marcharse El, siquiera por un segundo, el mundo volvería a la nada absoluta original.
Otra teoría adicional que ha ganado mucha popularidad y reconocimiento en años recientes es que Di s creó este mundo, pero luego otorgó a la humanidad «libertad de elección» para hacer lo que quiera, cualquier cosa que le pareciera adecuado. Como tal, El no tiene control absoluto sobre el curso de la existencia y, por lo tanto, mientras es un Di-s bueno, desafortunadamente también es uno impotente.
En contraste con la intelectualmente insostenible creencia en el ateísmo, o el concepto de «existencia aleatoria» abogado por los seguidores del deísmo, o el más digerible ideal de «libertad de elección», la Torá ofrece una perspectiva diferente: los sucesos no son al azar, como parecen, sino más bien controlados y energizados por Di s, la fuerza activa detrás de todo el sistema de la Creación. De hecho, un principio fundamental del judaísmo es que Di s es todopoderoso, omnisapiente, y todo misericordioso. ¿Cómo podemos entonces afirmar el propósito de la Creación conferir bondad como lo enuncia la Torá, cuando su sombra se refleja contra el telón de fondo de la pavorosa realidad de este mundo?
Antes de continuar sondeando este dilema, es importante expresar la perspectiva sostenida por nuestros Sabios que la mayoría de todos los incidentes trágicos y las muertes extemporáneas pueden atribuirse al error humano, mientras que sólo un pequeño porcentaje puede atribuirse directamente a Di-s. Un hombre que cae del tejado de su casa debido a su propia negligencia no puede culpar a Di-s por sus heridas. Ni puede hacerlo un hombre que compromete su bienestar bebiendo y fumando o abocándose a actividades similarmente malsanas. Así, en la mayoría de los casos, es la propia actitud del hombre la que resulta en tragedia. El mundo está repleto de recursos naturales, suficientes para proveer a todos sus habitantes, y el fracaso de los gobiernos en la tarea de obtener el potencial de la tierra y alimentar al hambriento no es una falla de Di-s. Similarmente, la amenaza de «superpoblación» puede considerarse una fantasía de manufactura humana nutrida por su exlusivista foco en sí mismo. La pregunta universal respecto de problemas mundiales debería expresarse, por lo tanto, en términos de «¿Cómo puede el hombre dejar que esto suceda?» en lugar de «¿Cómo puede Di-s dejar que esto suceda?»
Nuestro propósito, dentro de las limitadas restricciones de un ensayo, es alcanzar una mejor comprensión de cómo «ese pequeño porcentaje de incidentes trágicos», no atribuibles al error humano, calzan en el plan total de cosas en nuestro universo. Sería incorrecto presumir que existe una única explicación, todo abarcante, para justificar todos los enigmas de la vida. Más bien, hay una serie de explicaciones, diferentes para individuos diferentes, apropiadas a sus distintas experiencias de vida. Sin embargo, cuanto más comprendemos de la «gran imagen», más nos será posible captar los pormenores de nuestros acertijos individuales en la vida.
En primer lugar debemos tener en cuenta que el plano de la comprensión humana es sumamente limitado, y aunque podamos temblar ante las aflicciones de los aparentemente justos, quizás no todo sea como parece ser. ¿Cómo podemos nosotros, desde afuera, juzgar la devoción y piedad de un hombre o su valor? Sólo Di s puede hacerlo. Cada judío es premiado por el cumplimiento de mitzvot, los mandamientos de Di-s. Sin embargo, para el judío observante que fue criado en una atmósfera de devoción y plegaria, ponerse tefilín todos los días no es ninguna hazaña. Lo ha estado haciendo toda su vida. Es instintivo, y como tal no es considerado una mitzvá del mayor calibre. Pero un hombre no religioso, que nunca antes se vio expuesto a semejante práctica, y que se pone los tefilín por primera vez para conectarse con su Di-s esa mitzvá tiene mucho peso. Por lo tanto, Di-s solo tiene el libro mayor de mitzvot, y únicamente El puede llevar la cuenta final. ¿Quién sabe cuántas mitzvot puede haber sumado un individuo en comparación con sus actos de mal? ¿Quién sabe qué pesa más que qué?
También debemos ser conscientes que mientras el sufrimiento y la tragedia pueden interpretarse como terribles en el momento de su ocurrencia, finalmente pueden demostrar ser en nuestro beneficio, para ayudar a evitar una tragedia aún mayor en una fecha futura, como lo evidencia una cierta experiencia en la vida del piadoso erudito, Rabí Akivá:
Una vez sucedió que llegó a una ciudad después de un agotador viaje de todo un día sólo para encontrarse con las puertas cerradas. De modo que se vio forzado a buscar amparo en un campo cercano en vez de en el lujo de la hostería que había ansiado. En lugar de regañar a su Di s por la incomodidad, aceptó su destino de buena gana confiando en que todo sucede con buena razón. Al despertar a la mañana siguiente se enteró que durante la noche la ciudad había sido invadida y todos los habitantes asesinados, tras lo cual agradeció a Di s por su salvación.
Si hemos de creer que todo resulta ser «para mejor», podríamos entonces preguntar: «¿Por qué rezar cuando tenemos un problema, por qué ir al médico cuando estamos enfermos?» Los judíos enviados a las cámaras de gas, ¿deberían haberse sometido de buena gana a su destino y marchar serenamente hacia la muerte porque Di s así lo ha ordenado? ¿O deberían haber peleado por la liberación si bien su destino parecía indicar desastre? Como meros humanos, no estamos capacitados para determinar si las experiencias que vivimos son simplemente pruebas a nuestra fe y coraje, o una manifestación de nuestro real destino. Por lo tanto, siempre debemos ser conscientes de que la conservación de la vida misma es la mayor mitzvá de todas, pues en su ausencia no habría cumplimiento de mitzvot. Así, la carga de hacer absolutamente todo lo que esté dentro de nuestro poder para proteger aquella preciosa fuerza vital cae sobre nosotros. Si todos nuestros esfuerzos fracasan, y quedamos sin ninguna otra opción, podemos concluir entonces que sí, «que esto es lo que Di s ha ordenado para mí».
Sufrir, en algunos casos, sirve para purificar a la persona o para traer a luz su fortaleza interior. En explicación de esto, un pasaje del Talmud compara al pueblo judío al olivo. Tal como la aceituna no rendirá su precioso aceite sino hasta haber sido implacablemente aplastada, el judío no producirá su faro de luz al mundo hasta no haber sido machacado. Uno puede tener un tremendo potencial, pero ser incapaz de evocar esta cualidad por sí solo. Y únicamente con un crisol puede este auténtico poder ser concretado.
El Rey Salomón escribe en Proverbios 3:12: «Pues a quien Di-s ama El reprende, como un padre reprende a su hijo…». El mal con el que el hombre es a veces enfrentado sirve de hecho para fortalecer con ello su fibra moral ennobleciéndolo. Como tal, el tormento que debe soportar sirve para refinarlo mediante la disciplina, una a la que Di-s somete solamente a aquellos a quienes cree capaces de mejora y ennoblecimiento.
Otro principio importante a ser recordado es que nosotros, como humanos, no tenemos acceso a la imagen total. Nosotros sólo tenemos al presente, y nuestra perspectiva como tal es limitada y finita. Si fuéramos capaces de ver el presente en el contexto de tanto pasado como futuro, lo veríamos todo muy diferente.
Como individuos sobre este planeta somos responsables no solamente por nuestras acciones en esta vida, sino también por los errores de nuestra neshamá (alma) en vidas previas, puesto que nuestras vidas están comprendidas por el tiempo pasado en la Tierra en nuestro cuerpo físico presente, tal como también por las vidas que nuestras almas han pasado en cuerpos físicos diferentes desde el comienzo de la existencia. Vistas dentro del contexto de esta perspectiva, nuestras vidas, y el sufrimiento que implican, resultan más fácilmente comprensibles. El pasado afecta al presente; el presente da forma al futuro, y todos son irrevocablemente entretejidos por el hilo del tiempo. A veces, el sufrimiento por ninguna razón evidente es el pago de una «deuda» (es decir, una transgresión) incurrida en una vida previa. Similarmente, la bendición y el éxito aparentemente inmerecidos son la recompensa por actos virtuosos en una encarnación anterior.
Al contrario de la opinión popular, este concepto de Reencarnación, o Guilgul en hebreo, no se originó de una religión oriental, sino que es un concepto judío al que se hace referencia en las obras cabalísticas. Según la Cabalá, cada alma posee diversos niveles y atributos que deben refinarse y ser elevados a través del cumplimiento de todas las 613 mitzvot antes de poder volver a unirse con el Creador. Si esta misión no es cumplida en el curso de una vida, el alma será enviada de regreso a este mundo repetidamente hasta haber evolucionado al punto en que pueda una vez más unirse a su Creador.
El Zohar (la más básica obra cabalística) menciona el caso de los judíos en Egipto que fueron forzados a sufrir una existencia atormentada de labor quebrantadora con el cemento y el mortero. ¿Por qué precisamente cemento y mortero? Ha sido comentado por nuestros Sabios que los judíos de Egipto tenían las almas de aquellos que habían pecado siglos antes construyendo la Torre de Babel. Vidas después habrían de ser encontradas en Egipto, construyendo con cemento y mortero, tal como en la Torre, pero esta vez para purificar sus almas. Los sufrimientos de nuestros Patriarcas y Matriarcas a partir de Avraham pueden explicarse cuando son vistos en el contexto de una existencia previa.
La mortandad infantil y ejemplos similares de muerte prematura con frecuencia tienen en su raíz el propósito de perfección final de un alma de otra manera incompleta. Nuestros Sabios citan incontables ejemplos para explicar esto, demasiado numerosos para enumerarlos aquí; sin embargo, un incidente acaecido en la época del Baal Shem Tov, el fundador del Jasidismo, que involucra a un sordomudo y una gallina, servirán para ilustrar la idea. Había una vez una mujer que compró una gallina en el mercado. Al degollar el ave encontró una pequeña herida en sus intestinos y no podía decidir si era kasher o no. Se acercó al Baal Shem Tov con el dilema, quien miró la gallina e inmediatamente le dijo que le preguntara al mudo de 14 años del pueblo. Ella se asombró. ¡Cómo podría este pobre muchacho, sordo y mudo, saber la respuesta a semejante pregunta! El muchacho tomó la gallina en sus manos, la examinó y la declaró kasher. ¡Repentinamente era capaz de escuchar y hablar! Apenas instantes después de tocar la gallina había ocurrido un milagro. Al día siguiente murió, y la ciudad entera se escandalizó. Como sordomudo, había disfrutado de buena salud. Tan pronto como sus facultades le fueron devueltas, y podía ser reconocido como el erudito de Torá que era, ¡murió!
El Baal Shem Tov explicó que en una vida anterior este muchacho había sido un grande y reverenciado sabio, quien un día había enfrentado exactamente el mismo dilema de decidir si una gallina era kasher o no. En ese momento estaba ocupado, involucrado en asuntos más importantes, y sin pensarlo determinó que la gallina no era kasher, condenando de esa manera al alma del ave para siempre a las fuerzas del mal. Al llegar al cielo, el Tribunal Celestial le informó que tendría que re visitar la Tierra a fin de corregir esta única equivocación. El imploró a Di-s: por favor, haz que no pueda hablar, no me dejes escuchar, pues todo conduce al pecado; cuando hablamos, corremos el riesgo de incurrir en habladurías perversas, difamar, etc., y si he de vivir solamente para neutralizar lo que he hecho, dejen que sea de esta manera. Y así fue. Vivió 14 años en preparación para este único acto de neutralizar su error anterior. ¡Su misión finalmente fue se concretó y murió!
La mente humana es demasiado limitada como para abarcar todo el espectro del universo natural, mucho menos el espiritual. En este ensayo hemos intentado demostrar esto ofreciendo algunas imágenes del plano abstracto en función de una comprensión más profunda del orden que predomina en nuestro universo. Es, de hecho, un inmenso orden, donde todo en el pasado se conecta con aquello que aún ha de ocurrir en el futuro, para formar un hermoso tapiz entretejido por la fibra de la vida.
Es nuestra plegaria que con la venida del Mashíaj todos los cabos sueltos finalmente se unirán, todos los misterios serán develados, ofreciéndonos una vista panorámica de nuestras vidas conjuntamente con el entendimiento y la visión para vivirla en la senda de la justicia y la verdad de Di-s.
(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).
Rabino Nissan Mangel