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La grandeza de Rabi Taieb

La capacidad mental e intelectual del Gaón Rabí Izjak Taieb, Z”L, era asombrosa. La comunidad judía de Túnez de antaño, orgullosa de sus Jajamim (sabios), lo tenía a Rabí Izjak como uno de su máximos exponentes, y su nombre recorrió las fronteras de todo el mundo judío a través de sus numerosos y valiosos libros.

Rabí Abraham Palaci (hijo del Gaón Rabí Jaim Palaci, Z”L) contó que Rabí Izjak Taieb escuchaba a las dos partes en litigio en un juicio, y al mismo tiempo daba su veredicto.
También dijo que podía responder verbalmente a lo que le hacían preguntas, y simultáneamente escribir lo que salía de su boca, todo esto a una velocidad increíble.
Algunos preguntaban cómo era posible que una persona pueda hacer dos cosas al mismo tiempo, y hacían viajes largos para comprobar lo que se decía de él. Grande era el asombro que experimentaban cuando comprobaban que todo lo que habían escuchado era una sola parte de su maravillosa personalidad. Sus obras literarias muestran su grandiosa gama de conocimientos, no sólo en el campo de la Torá, sino en el de las ciencias y las matemáticas.

Uno de los Jajamim de su época dijo de él: “Era la confirmación del Pasuk (versiculo) que dice: ‘De la boca del Sadik (justo) brota sabiduría, y su lengua imparte Justicia’. Fue un hombre que tuvo el Zejut (merito) de que, cuando su lengua emitía un juicio, siempre se ajustó a la verdad”.

Era muy conocido no sólo por los judíos, sino también por los demás pueblos, en especial los árabes que vivían a su alrededor. Una vez dos vecinos árabes tenían un terreno que limitaba uno con el otro.
Uno de ellos tuvo que hacer un viaje y, al cabo de unas semanas, cuando regresó, se encontró con que su vecino había invadido su terreno en una gran parte. Los postes que puso en la tierra para delimitar su territorio, habían desaparecido, y no tenía idea de donde empezaban y acababan los límites originales. Por supuesto que el vecino que se había quedado, negó todo, y decía que siempre había estado de esa manera.
Fueron a juicio en un tribunal musulmán, pero el juez no pudo pronunciarse, dado que no había pruebas de que el viajero tenía la razón, y por el otro lado sospechaba que el otro vecino no estaba diciendo la verdad.
El asunto pasó a manos del “Shej”, pero éste se declaró incompetente. Al final, llegaron hasta el mismo palacio del Rey.
El monarca, al ver que el litigio se presentaba como demasiado difícil de resolver, recordó al Jajam de los judíos, y le mandó decir que le pedía su intervención.
Los dos árabes se presentaron frente al Rab Izjak Taieb y expusieron sus argumentos.
Después de escucharlos, le preguntó el Rab al vecino viajero si en su casa tenía una mula con la que hacía sus trabajos.
El árabe contestó afirmativamente.
“¿Cuánto tiempo hace que la tienes?”, quiso saber el Rab.
“Muchos años”, respondió el árabe.
“Vamos todos al terreno”, propuso el Rab.
Y agregó: “y trae esa mula con nosotros”.
Cuando estuvieron allí, le dijo el Rab al árabe que haga correr a su mula sola, desde su casa hacia delante.
Así lo hizo, y llegó un momento en que el animal se detuvo en un punto donde el otro vecino decía que era de él. Es sabido que una mula no invade terreno ajeno, y sólo camina por el que le pertenece a su dueño.
En ese mismo lugar donde la mula se detuvo, el Rab ordenó cavar, y efectivamente encontraron parte de los postes que habían estado enterrados allí anteriormente marcando el límite de los terrenos.
El árabe se quedó impresionado ante la inteligencia de Rabí Izjak Taieb. En reconocimiento a su intervención, al día siguiente del juicio apareció en la casa del Rab con un regalo muy valioso.
El Gaón le dijo al árabe: “Te agradezco mucho, pero no puedo aceptarlo. Si hubiese recibido todos los regalos que me quiso dar la gente con la que traté, no hubiese podido emitir ni un juicio como el de ayer…”.

Extraído de Amasé Abotenu

(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )

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