La Entrega de la Torá
(selección extraída del libro «Fechas y conmemoraciones» por Shelomo Sued, © Shlomo Sued)
En este grandioso día (seis de Siván), D-os se presentó en el Monte Sinaí para entregar la Torá a su pueblo escogido.
Inmediatamente saliendo Israel de la esclavitud corporal en Egipto, lo llamó D-os para que recibiera. el «Yugo Espiritual» de la Torá.
El pueblo, complacido por la propuesta, aceptó con júbilo y declaró con firmeza: «Haremos y Escucharemos» (Shemot 24-7).
Cincuenta días contó con ansiedad para llegar al dichoso día en el que, se consagraría oficialmente como «El Pueblo de D-os.
En el momento de la entrega de la Torá, el mundo entero se estremeció. La voz de D’s colmaba el espacio, Su tono era tan potente que rompía los cedros en pedazos. Los desiertos se sacudían, los ciervos se despedazaban y los bosques se desnudaban.
El Rey David, narra brevemente aquel acontecimiento despeluznante que dejó huella en la historia universal. Así lo describe:
«Oh D-os, cuando ibas delante de tu pueblo; cuando marchabas por el desierto, la tierra temblaba, los cielos seinclinaban ante tu presencia…» (Salmos 68-8/9).
Asimismo relata el Midrash Yalkut Shimoní:
«Cuando D-os se presentó en el Monte Sinaí para entregar la Torá a su pueblo, lo acompañaron veintidós mil carruajes celestiales». «El sonido del Shofar se escuchaba fuertemente; su intensidad llegó a tal grado que logró alarmar al mundo entero. Cuando ya entregaba la Torá, la voz de D-os se oía desde los extremos del mundo».»Los Reyes de la tierra, aterrados por el asombroso panorama, acudieron con Bilám (Profeta de las naciones) y le preguntaron:
A qué se debe esta voz tan potente que oímos?; ¿será que D-os quiere mandar el diluvio para destruir al mundo?».
– «Ya juró que no mandaría el diluvio al mundo». Respondió claramente Bilám.
– «¿Tal vez diluvio de agua no mandaría, pero ráfagas de fuego, sí?». Volvieron a preguntar los Reyes.
– «El escándalo se debe, respondió finalmente Bil-ám, a que en este momento D-os está entregando a Israel su tesoro preciado (refiriéndose a la Torá), el cual lo tenía guardado en sus arcas celestiales hace ya 974 generaciones antes de la creación del mundo; de esta manera se desprende de él y de este modo lo entrega».
Al percatarse las naciones de la solemnidad del acto, se unieron al mismo y proclamaron al unísono: «D-os bendiga a su pueblo con la paz». (Talmud, tratado de Zebajím 116- 1).
La mencionada cita, describe a grandes rasgos el resplandor de aquel magno evento, así como el fuerte estupor que se generó en el seno de las naciones.
No obstante, los sucesos posteriores a aquella escena, guardan una íntima relación con la misma.
Ciertamente, después de que fueron entregadas las Tablas de la Ley, D-os le ordenó a Moshé que construyera un Tabernáculo móvil, para que fungiera como Templo provisorio mientras Israel permanecía en el desierto). Entre los múltiples objetos que contenía este Tabernáculo, se encontraba el arca sagrada donde se colocaban las Tablas de la Ley. Esta arca estaba ubicada dentro del recinto más venerado del Tabernáculo, al cual podía entrar solo el Cohén Gadól (Sumo Sacerdote), en el día más sagrado para el pueblo de Israel: «El día de Kipur».
Cabe entonces mencionar dos interrogantes:
Primero: ¿Con qué finalidad fue entregada la Torá con tanto escándalo, causando el alboroto del mundo entero?, ¿qué necesidad hubo para ello?; ¿por qué no hizo D-os la escena de la entrega más modesta y recatada?.
Segundo: Si ya se entregó la Torá con tanto esplendor; ¿por qué luego se la escondió dentro del arca?. En su caso, se la debería colocar tras una vitrina; en un lugar visible, donde todos pudieran observarla y admirarla!.
A esta supuesta contradicción, podríamos responder valiéndonos de la siguiente interpretación que nuestros sabios escribieron en el Talmud tratado de Shabat (88-1).
En la narración de la creación del mundo, menciona el versículo: «… y fue noche, y fue mañana, el día sexto» (Bereshit 1-31). «De aqui aprendemos, afirman nuestros sabios, que D-os le impuso al mundo una condición, le dijo: Si Israel recibirá la Torá, (aludiendo al seis de Siván, fecha que coincide con el sexto y último día de la creación), ustedes existirán, y si no, los regresaré a la desolación».
Ciertamente, la condición que le impuso D-os al universo no era un castigo, ni mucho menos una imposición, por el contrario, era una realidad y muy cierta. ¿De qué serviría el mundo material sin el oxígeno espiritual de la Torá?; ¿acaso podría el hombre dominar su instinto animal, sin aquella luz prodigiosa que la Torá le otorga al alma?.
La relación entre ambos (Mundo-Torá), es inseparable. Universo sin Torá, equivale a un ser humano sin vida. No obstante, a partir de aquella condición, el universo todo esperó a que llegara Shabuot, pues su futuro era muy incierto. Los mares, los ríos, las montañas, los valles, los animales, los vegetales, todos, sin excepción estaban pendientes del día en que Israel recibiría la Torá, pues solo entonces, cobrarían su derecho legítimo a la existencia. Durante 2448 años, el universo funcionó a la espera de tal decisión.
En el momento en que Israel proclamó: «Haremos y Escucharemos» el universo se llenó de júbilo y fervor. Finalmente el momento había llegado, la larga agonía se había acabado. Para entonces, los componentes del mismo, quisieron testimoniar a viva voz que, era la Torá quien les daba el mérito de existencia; que fue Israel quien votó por su permanencia.
Esta pues, podría ser la razón, de aquel gran alboroto en la entrega de la Torá.
Ellos a su modo, participaron también en el grandioso acto. Los desiertos se sacudieron, la tierra tembló, los cielos se inclinaron, los pájaros no piaron, las aves no volaron; y todo ello con el propósito de dar a conocer en forma categórica la supremacía de la Torá sobre el mundo. Indudablemente, aquella escena maravillosa no tuvo parangón en la historia universal. Por única vez, la humanidad se había elevado espiritualmente sobremanera. La luz Divina se reflejaba en los rostros de todos y cada uno de los integrantes del pueblo de Israel. La satisfacción que emanaba de sus corazones los llenaba de placidez y orgullo.
No obstante, ese factor fue precisamente el quid de la cuestión. Esa misma algarabía, esa misma brillantez, fue la que llevó al pueblo a caer en un grave error, que -de haber perseverado en él-, hubiese perdido definitivamente la categoría y el prestigio que había alcanzado. Para ese entonces, los hijos de Israel se sentían satisfechos y muy tranquilos, pues orgullosamente poseían el título de: «El pueblo privilegiado». El dueño del mundo los guiaba por el árido desierto y además, les ofrecía su protección y manutención. La esclavitud de Egipto había pasado ya al olvido, nada les preocupaba, se sentían muy placenteros con la vida que llevaban. Bajo esas condiciones, ¿qué más podían pedir?.
No obstante, poco a poco fueron desdeñando sus deberes. La desidia había comenzado a hacer estragos en su vida rutinaria. De pronto, olvidaron las obligaciones que dicha posición exigía. Los retos y desafíos que se le presentaban a diario no los tomaban en cuenta, pues, de hecho, no sentían la necesidad de superarlos. La Torá había pasado a ser su símbolo y corona frente al resto de las naciones. El solo hecho de poseerla, los hacía sentirse seguros de si mismos. La recibieron y eso era todo. Ya no era necesario esforzarse para por alcanzar las altas categorías que ella ofrece. El conformismo predominaba en la mayoría del pueblo. D-os detectó esta pequeña manifestación de desprecio frente a sus obligaciones morales y espirituales, por esa razón ordenó inmediatamente a Moshé que construyera un Tabernáculo y escondiera allí la Torá.
Ello, con el propósito de enseñarle al pueblo una lección que le sirviera para todas las generaciones:
«Ciertamente la Torá es lo más grandioso que hay, pero a la vez, lo más difícil de conseguir».
Pertenecer al pueblo de Israel es un privilegio. Ello le otorga al Judío el derecho de ser partícipe del estudio de la Torá, más no lo convierte en estudioso y practicante activo. Sin esfuerzo, sin dedicación, jamás sentirá el hombre la luz y la felicidad que ella otorga. Para que la Torá pueda proporcionar paz y saciedad espiritual al alma del hombre, es menester que éste la estudie; que la adapte a su sistema de vida, pero por sobre todo, que persevere en ella.
Varios son los que argumentan:
«Su estudio es difícil para mi, requiere de mucho tiempo, esfuerzo y concentración, y de acuerdo con mi nivel académico, jamás alcanzaría grandes logros». «En realidad, me basta con asistir a los rezos diarios que se ofician en el Templo, y con ello, me doy por satisfecho!! «.
Este modo de pensar es erróneo. D-os no exige del Hombre más de lo que él pueda realizar. Solo pretende que desarrolle su capacidad intelectual para que alcance su propio nivel.
En la entrega de la Torá participaron seiscientos mil hombres (además de mujeres, ancianos, niños y lactantes), y las letras de la Torá suman esa misma cantidad. (Zohar Jadash Shir Hashirím (74-4).
Esta similitud tiene como propósito enseñamos que cada miembro del pueblo de Israel tiene una parte en ella. Cada quien debe esforzarse en indagar cual es su letra y su misión que tiene que descubrir en la Torá,. Shabuot es la fiesta de la entrega de la Torá. Ella está escondida en el Hejál (arca sagrada), esperando que cada quien tome la parte que le corresponde, de acuerdo con el nivel de su alma.
Shelomo Sued