Profundizando
1. Perspectiva del Amor desde la Torá
El Amor, La Mujer Judía y El Matrimonio
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La crisis del matrimonio hoy

Extraído de Veshinantam levaneja, escrito por el Rab Oppenheimer

Ema y Joaquín están casados hace veinte años. Todos los conocen. En el club donde hacen su vida social, en el templo donde concurren para Kabalat Shabbat (recepción del Shabbat) y para las fiestas desde hace mucho tiempo, son parte de la «barra», participan de todos lo eventos, de las comisiones, sus dos hijos fueron abanderados en la escuela y madrijim (dirigentes de movimientos juveniles) del club. Nunca podían faltar a ningún acontecimiento importante o sencillo de la comunidad. A su vez, dado que económicamente estaban en buena situación, los dos colaboraban con dinero para cuanto proyecto comunitario se recaudara. Siempre estaban allí y, si por alguna circunstancia, uno de los dos faltara, se suponía, como por lógica, que debería estar enfermo. ¿Qué otra cosa le podría ocurrir, acaso?
Si bien estas cosas no se pueden manifestar en público, eran la envidia oculta de los demás. Todos querrían ser aquella familia exitosa que siempre cae bien a todos, que les va bien en lo monetario, que tienen esos hijos carismáticos y codiciados.
Como en casi todas las historias, el asunto no se ve desde afuera del mismo modo en que se ve desde adentro.
En el hogar de Ema y Joaquín, efectivamente habían, de tanto en tanto, discusiones fuertes, momentos de tensión, frustración y enojo, pero siempre se reconciliaban sin que se notara afuera y, comparado con las tensiones de las cuales se escuchaba en otras casas, se podía considerar un matrimonio «ideal». Además, habiendo chicos en el medio, siempre hay que restablecer las cosas, en especial «por los chicos». Fue así que la vida siguió adelante.

Todo anduvo bien, hasta que dejó de andar bien. Ninguno de los dos puede precisar qué es lo que pasó. En realidad, no pasó nada en particular que no hubiese sucedido antes. Los chicos ya hacían su vida, cada uno en lo suyo, uno ingresando a la facultad y el otro en su último año del secundario. Durante los fines de semana, los padres ya no veían a los chicos, o los veían muy poco. ¿Cómo dicen? es la edad… De todos modos, no dejaban de ir «religiosamente» al club, y cada uno practicaba su deporte favorito, aparte de jugar al buraco, para Ema y a los dados, para Joaquín. Dada la coyuntura de la economía, Joaquín estaba cada vez más absorbido en su negocio y llegaba más tarde a casa, obviamente súper-agotado. Ema, a su vez, se interesaba por su profesión, tenía sus hobbies, hacía gimnasia regularmente y salía con las amigas a tomar té. Marta, la «chica», que atendía su hermosa casa, era más que eficiente y se ocupaba «de todo». Los días, las semanas y los meses pasaban en esta rutina. Como Ema lo veía a Joaquín tan cansado, sugirió ir de vacaciones juntos. La cosa se postergó porque «no era el momento». Cuando por fin se fueron por unos días, se miraban y se veían «raros». Joaquín estaba «ido» pensando en sus cosas. Ema sentía que él no mostraba suficiente interés por ella. él se sentía molesto de que ella le marcara esta situación. Al final volvieron a casa más irritados y distanciados de lo que se habían ido. Hasta ni en su propia casa, que ya les quedaba grande, porque ni los chicos ni sus amigos la frecuentaban, podían estar cómodos viéndose mutuamente…
Ema se paraba frente a la foto de bodas, en la cual vestía su traje de novia y estaba posando junto a aquel joven buen mozo, que ahora era su marido y a quien sentía como un extraño. ¿Me habré equivocado? – se preguntaba. ¿Adónde vamos de acá? Si fuimos compatibles, ¿lo seguimos siendo? ¿Tenemos algo en común? ¿Por qué estamos casados?

Lamentablemente, la historia de Ema y Joaquín se repite con frecuencia, salvo que, habitualmente, ocurre con más ofensa y con más dolor para ambos. Esto sin contar todos los que, influenciados por el entorno y las novelas, entran en situaciones de infidelidad y destruyen su matrimonio de esa manera.
Si buscamos en las fuentes judías, encontraremos que el hogar, que hoy perdió jerarquía como tal a ojos de nuestra sociedad, tiene un rol indelegable que, ciertamente, sirve como centro para la educación de los hijos, pero que, además, sirve de encuentro para la pareja que son marido y esposa para complementarse durante toda la vida y no solamente para acompañar a los hijos en su niñez.
Para acercarnos al tema, deberemos, no obstante, tener en cuenta que, gran parte de las parejas que se casan, no saben exactamente por qué se están casando. Sería terrible pensar que aquellos novios que hoy están bajo la Jupá (palio nupcial), dentro de unos años se odiarán con pasión. Muchos dirán, posiblemente, que se casan «porque se aman» (al otro, o a sí mismos…). Algunos tendrán el ideal de «formar una familia» o «tener hijos», deseos nobles sin lugar a dudas. Los niños llegan, en la mayoría de los casos y se educan, o no, a los ponchazos. ¿Qué pasa después que ya crecieron? ¿Qué pasa cuando la pareja no tiene la bendición de gestar hijos? ¿Para qué y por cuánto tiempo son pareja? ¿Es inevitable que se desgaste con el tiempo? ¿Puede ser que lleguen a un punto de aburrimiento mutuo a medida que transcurran los años? Eso, en todo caso «se verá con el tiempo».

Los Sabios nos legaron una enorme cantidad de citas respecto al proyecto de construcción y de sustentamiento en conjunto que se llama hogar («bayit» en hebreo). Las ideas son amplias, pero la receta exacta y diferenciada, la elabora cada pareja por su cuenta y de manera mancomunada. Sin embargo, debemos partir de la base de que uno no «tiene la vida hecha» ni a los cuarenta, ni a los sesenta, ni a los ochenta años. Las oportunidades de crecimiento se dan en todo momento, aun cuando ya se está físicamente frágil, mientras haya un hálito de vida en el ser humano. En todo caso, lo que cambia, es el escenario y las nuevas tareas que tiene uno por delante, acorde a las circunstancias individuales. Es por eso, que la Torá habla de Moshé mencionando que «vaielej» (fue, caminó) aun en el último día de su vida. Esto significa, que la vida no se considera como si fuese una curva que va decayendo en su ocaso (como, posiblemente, se la vea desde lo laboral o lucrativo), sino que siempre hay más para «caminar».

Al comienzo de Pirké Avot, dos Sabios nos hablan del tema. Iosé ben Ioezer nos dice que «tu hogar sea un lugar de reunión para los estudiosos…». Su colega, Iosé ben Iojanán, nos agrega que «tu hogar esté holgadamente abierto, que los necesitados se consideren como parte de tu familia y… no mantengas charlatanería con tu esposa, aun menos con mujeres ajenas…»
En primer lugar, vemos que la casa no debe ser una especie de hotel, en el cual la chica lleve adelante las tareas domésticas, donde todos vienen a comer cuando pueden y tienen hambre, y siguen corriendo hacia sus cosas.

Si hay estudio en la casa, crecemos todos. Si crecemos, nuestra vida va cobrando nuevo significado a diario. El estudio, bien encarado, nos permite sentir humildad ante todo lo que todavía ignoramos. Esa humildad, a su vez, nos permite reconocer y aprender de los que tenemos a nuestro lado. Sin embargo, la cosa no queda solamente en el plano intelectual, dice Iosé ben Iojanan. La acción mancomunada es la que provoca la unión entre las partes que deben llevar las tareas del mismo modo que los acróbatas, quienes maniobrando en el aire, saben que su vida depende totalmente de la responsabilidad y precisión de sus colegas, quienes, a su vez, esperan de estos aquel mismo compromiso para que sus ejercicios sean exitosos.
La pareja que obra de modo aunado, se puede brindar hacia los de afuera, faltos de lo material, de afecto, de espiritualidad, de tranquilidad, de aliento, en una manera que el individuo aislado nunca lograría hacerlo.

Si es así, ¿por qué la Mishná recomienda que no se mantenga charlas con la esposa? El Rav Sh.R. Hirsch sz»l señala en su comentario que el texto fue muy cuidadoso en no insinuar una quita en la conversación necesaria y positiva, la cual, sin duda, es imprescindible para un buen trabajo en conjunto. Lo que sí exige el pasaje, es no utilizar los momentos de diálogo para conversaciones nimias, insignificantes y frívolas, que no conducen a unir, sino a desorientar y descarriar a la pareja de su proyecto mancomunado que había iniciado bajo la Jupá.
Los Sabios reconocieron que la mujer, aun recatada en presencia de hombres extraños, como lo exige la Torá, es más perceptiva de las necesidades y características de los huéspedes. Si bien, desde lo que acabamos de citar, aprendemos que la elevación ocurre a través de la «asistencia» que se le brinda a terceros, esto no excluye que la superación surja por el mismo trato cotidiano entre ellos. El amor, a diferencia de lo que comúnmente se pretende, no es una infatuación espontánea o un sentimiento que aparece instintivamente por la gratificación de estar cerca de una persona que «le cae bien», sino, por lo contrario, es una creación humana, producto del esfuerzo diario de brindarse hacia otros. Una vez que la pareja ya pasó la etapa de ganarse cada uno la simpatía y el interés del otro, cuando después de años de casados cada uno ya conoce a su compañero, sus ideas, sus reacciones y sus debilidades, recién en aquel momento el afecto y la veneración que profesan el uno por el otro son puros y nobles.

El agotamiento de la relación que sienten los integrantes de la pareja después de años de estar juntos, comúnmente parte de la identificación de su par con ciertos fracasos propios, que a menudo pueden existir, pero que, casi siempre, son excedidos ampliamente por los logros positivos y concretos que los unen.
Sin duda, los Sabios conocieron hace miles de años la vulnerabilidad del matrimonio. Hoy, cuando corre peligro esta institución, la más veterana de la humanidad, creada por D»s para que transmitamos las enseñanzas morales con continuidad y experiencia acumulada de generación en generación, debemos redoblar los esfuerzos para concientizarnos y enseñar la importancia de la misma a los demás.

Rab Oppenheimer

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