La autoestima es una necesidad básica
Extraido de Hablame bien.
Esta historia refleja una verdad fácil de identificar. Todos queremos sentirnos importantes y significativos, a nuestros ojos y a los de nuestros semejantes. Esta necesidad se reconoce, una y otra vez, en distintas investigaciones como uno de los componentes básicos de la naturaleza de las personas.
Por desgracia, muy poca gente en el mundo vive con su autoestima alta independientemente de la opinión ajena. La mayoría de nosotros necesita de la aprobación de otros o de cierta posición social para convencerse de que es merecedora de respeto. Este es el motivo por el cual una de las primeras preguntas que formulamos al conocer a alguien se refiere a qué hace o hizo en la vida. A través de esta pregunta, en realidad, identificamos su posición. Una respuesta del estilo: «soy médico, dibujante o egresado de la universidad de Harvard de los Estados Unidos» impresionará al interlocutor y fortalecerá la autoestima de aquella persona. Otras respuestas tal vez despierten menor sorpresa y, proporcionalmente, se verá influenciada la percepción de la propia imagen de quien responda.
Esta dependencia que tenemos de la aprobación externa para nuestra autoestima es también causante del gran temor que sentimos al fracaso. Tememos que de no lograr impresionar a nadie, la torre de cartas que hemos construido -nuestra autoestima- se desmorone. Los fracasos pueden provocarles a las personas pensamientos tales como: «¿qué es lo que no está bien en mí? No logro encontrar empleo. Seguramente, hay algo que no es normal», y llevarlas a una verdadera depresión.
Todo esto ocurre dado que, según una creencia muy difundida, nadie nace digno de valoración por sí solo, sino que debe trabajar muy duro para ganársela. El ser humano necesita de logros concretos, físicos, para justificar su existencia. Y esta afirmación está tan arraigada en nosotros, estamos tan convencidos de que en verdad es así, que realmente nos es difícil pensar distinto.
Esta creencia interna colectiva genera una presión y una tensión terribles en la gente. La mayoría de nosotros comprende que somos limitados, si no por nuestras propias capacidades, seguramente por el infinito número de causalidades que no tenemos bajo control y que pueden determinar que logremos conseguir, o no, lo que otros consideran importante.
Puede pasar, por ejemplo, que aun teniendo las aptitudes necesarias para cierto cargo, aparezca otra persona más idónea. O podemos ser dueños de una gran capacidad mental, pero no tener el dinero suficiente para estudiar en las universidades correspondientes. Y, por supuesto, no todos tenemos las mismas habilidades, ni poseemos igual inteligencia, ni somos, de igual forma, bellos; de manera tal que, obligatoriamente, no todos somos adecuados para los mismos cargos sociales que son considerados «exitosos».
Por eso, si el «éxito», según estos parámetros, es el único camino para valorarnos a nosotros mismos, muchos de nosotros nunca sentirán haberlo alcanzado. Más aún: aquellos que sí lo hayan logrado según estos parámetros, vivirán siempre a la sombra de la amenazadora posibilidad de perderlo a causa de factores que estén fuera de su control.
¿Cómo construimos una verdadera autoestima que no dependa de factores externos?
La verdadera autoestima se construye, principalmente, sobre la base del esfuerzo que la persona invierte en su crecimiento y en su desarrollo personal. La medida de esta inversión, la lucha que estemos dispuestos a enfrentar para conocernos y realizarnos es lo que cuenta.
En los casos en que ya hemos transitado este camino, la consecuencia final puede transformarse en menos relevante, y el «éxito» o el «fracaso» ya no depender de los logros físicos externos, sino de nuestra capacidad de movernos del lugar en donde nos encontrábamos hacia el lugar adonde queríamos estar.
Nuestro verdadero éxito como personas es consecuencia del esfuerzo y la inversión realizados en pos de nuestro crecimiento personal e interior. La falta de logros concretos no transforma a las personas en «nada» y, del mismo modo, solo logros sin crecimiento personal, no convierten, indefectiblemente, a las personas en exitosas.
¿A qué se refiere esto? Imagínense a alguien que se crió en una familia de delincuentes, de las cabecillas de la mafia. Una familia que esperó desde un principio a que esta persona llegara a la edad correspondiente para sumarse a los «negocios familiares» como asesina. Pero cuando ese momento llegó, esta persona no quiso vivir su vida como un criminal y eligió alejarse de la familia y buscar otros rumbos. Dado que no contaba con ninguna habilidad ni aptitud profesional que le posibilitaran sustentarse en una sociedad normal, se encontró, a la edad en la cual muchos ya han hallado el rumbo de sus vidas, deambulando por las calles, falto de ingresos, sin siquiera una moneda para comprarse, al menos, un sándwich. Quien lo observa desde afuera seguro lo verá como otro «fracasado», como un desgraciado que no logró hacer mucho con su vida; puesto que no hay nada que represente el «antiéxito» más que alguien sin vivienda, vagabundeando por las calles y sin hacer nada. En cambio, quien observa todo el cuadro sabe que estamos hablando de un ser que luchó con todas sus fuerzas para salir del camino de la delincuencia que le había sido impuesto por su familia y su entorno. Al fin y al cabo, el lugar en el que se encuentra hoy en día es un verdadero logro para él. Eligió escaparse del sitio en donde no estaba conforme, fue fiel a sus principios y, recorrió un largo e importante camino para transformarse en mejor persona.
En contraposición, todos escuchamos acerca de gente famosa en el mundo entero, que ha logrado reconocimiento y aprecio, que ha alcanzado la cima de lo que nuestro mundo describe como logros, pero que, como seres humanos no son exitosos. Esto se debe a que en muchos de ellos, el reconocimiento mundial, el honor, la fama y los logros materiales no están acompañados de crecimiento personal, interno, con la voluntad de desarrollarse y ser mejores personas. De vez en cuando, en los medios, se lee o escucha acerca de su comportamiento vergonzoso frente a los demás, cosa que creen que pueden permitirse por poseer suficiente dinero. Pero si les sacamos su posición y su dinero, ¿qué queda de ellos? No mucho… se asemejan a un león al que le han rasurado toda su espléndida cabellera. Se paran frente a sí mismos y no pueden dejar de ver que su éxito dependía solo de cierto factor que al desaparecer los deja sin nada.
Por eso, cuando queremos esclarecer qué es el éxito, debemos ver el panorama completo. Lo que en realidad vale, lo que construye nuestra verdadera autoestima, la interior, la profunda, no es adónde nos encontramos nosotros en la escalera, sino cuántos escalones hemos ascendido desde el lugar de partida hasta el que nos hallamos ahora. Lo que establece quiénes somos nosotros no es lo que nos fue dado cuando llegamos al mundo, sino cómo nos hemos superado con nuestro tipo de vida, qué hemos hecho con los factores que nos fueron impuestos. Esto es lo que fija el éxito y la verdadera autovaloración de cada uno. Por eso, mientras sepamos que estamos esforzándonos, que estamos superándonos, que estamos despiertos respecto de nosotros mismos, podemos vivir con el placer interior de una autoestima que va construyéndose.
No debemos temer a las consecuencias de nuestro esfuerzo. Si ponemos el máximo empeño, entonces ya hemos logrado el éxito. No tenemos la obligación de demostrar a los demás que valemos. Solo necesitamos centrarnos en las cosas por hacer; dar todo lo que tenemos para dar, de la mejor forma que conozcamos. Incluso si las consecuencias no son las que esperábamos, podemos tener la sensación de autovaloración más profunda que una persona pueda sentir, porque sabemos que ponemos todas nuestras energías en pos de mejorarnos. La autoestima que surge del trabajo interior no está supeditada a estados de ánimo o modas cambiantes.
De esta forma, el potencial existente en cada uno de nosotros para alcanzar la grandeza se transforma en un sendero de satisfacción constante. El hecho de saber que mientras invirtamos verdadero esfuerzo día tras día para desarrollarnos como seres humanos nos hace en realidad exitosos, nos fortalece mucho, nos alienta, nos da una sensación de trascendencia interminable.
De esta forma, el potencial que posee cada uno de nosotros para alcanzar la grandeza se transforma en un sendero de satisfacción constante. Mientras sepamos que nos estamos esforzando día tras día para desarrollarnos como seres humanos, seguiremos sintiéndonos exitosos, fuertes. Eso nos alentará y nos dará una sensación de trascendencia interminable.
Cuando reconocemos nuestro propio valor, nuestra experiencia de vida se transforma de un extremo a otro y nos comunicamos con el entorno de manera más agradable. Esto nos posibilita enfrentar al mundo con la cabeza en alto, sin sentir que somos víctimas de las circunstancias, sin agredir ni estar a la defensiva por temor a perder nuestro lugar, sino sintiéndonos seguros y bien parados.
A su vez, esto influye sobre la comunicación con quienes nos rodean. La persona que conoce su propio valor no necesita elevar su autoestima a través de la burla o el desprecio al prójimo. No precisa buscar las falencias y los problemas de los demás para sentirse bien consigo misma. Una concepción de uno mismo construida sobre el desprecio de los demás crea en el individuo la sensación -errada- de que él es mejor. Frases como: «él es una mala persona. Yo no soy así. Yo soy mejor que él», «No tiene idea de nada, en las reuniones siempre está callado y volando en una nube»; o incluso: «Sus hijos son maleducados. Los míos son más respetuosos», elevan al emisor a una posición más alta en comparación con otros. Pero la verdad es que esta arrogancia y soberbia crean una autoestima falsa que en definitiva es poco sana, que no está basada en algo que la persona haya hecho o logrado, ni en ningún trabajo interno, sino en el otro y su denigración. Por el contrario. Con sus hirientes palabras está cubriendo su propia inseguridad y dirige todas sus fuerzas hacia esta acción de camuflaje que solo crea una autovaloración falsa, en lugar de ocuparse de lo que realmente importa. Por eso, para construir y perfeccionar la autoestima, conviene mucho cuidarse y evitar palabras de desprecio y anulación del prójimo, palabras que señalan, principalmente, la incapacidad que cada uno tiene para reconocer su valor personal.
Cuando conocemos nuestro verdadero valor, cambia la relación que tenemos con el mundo. No nos enfrentamos al resto con inferioridad ni con superioridad, sino con altura. No necesitamos defendernos o atacar, sino simplemente, ser quienes somos. Desde este lugar también construimos nuestra comunicación con los demás y establecemos vínculos sanos, de mejor calidad y de más largo plazo.
La fuerza de toda relación se mide por su eslabón más débil: la persona que desconoce su propio valor. Puesto que quien posee una sana autoestima sabe apreciar también a los demás por sus valores internos y no solo por sus logros externos -los que están sujetos a cambios- del mismo modo, sus relaciones serán, seguramente, más firmes, profundas y de mejor calidad.
Lic. Ezequiel Madanes, Rab Yejezkel Stelzer
Muy interesante , gratificante con aliento fresco y con abundancia de apreciar cada día el grato vivir y vencer la necesidad de cada día con gratitud y fortaleza
Interesante, existen artículos que indican que el problema se da desde que la persona está en una etapa de la niñez, la falta de comunicación de los padres, el cariño, etc. esos puntos no los toma en cuenta. Saludos
«Cuando conocemos nuestro verdadero valor, cambia la relación que tenemos con el mundo. No nos enfrentamos al resto con inferioridad ni con superioridad, sino con altura»
UNA FRASE QUE NO LEI Y NECESITE ESTOS 29 AÑOS DE VIDA!
Gracias por ayudarnos a detectar lo que aún nos falta transformar.