Investigando
El Enfoque de la Ciencia frente a la Torá I.
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Introducción

Profesor Herman Branover Universidad Ben Gurión, Neguev, Israel, de su libro «Ma Rabú Maaseja» (Kfar Jabad, 1992)

Nuestra época se caracteriza por el sorprendente desarrollo de las ciencias y la tecnología, un proceso iniciado hace unos doscientos años que impuso su sello sobre el estilo de vida de la humanidad. Los adelantos tecnológicos y su penetración en las cuestiones cotidianas impresionan mucho a la gente y fortalecen una suerte de convicción en la propia fuerza. La ciencia especulativa y experimental obtuvo logros sorprendentes particularmente en la física, y estos, en esencia, llevaron a esta explosión tecnológica.

A su vez, esta situación generó un para nada despreciable trastorno entre los judíos. Muchos justifican su alejamiento del judaísmo aduciendo que el mundo «cambió». Aunque este pensamiento convive en las instituciones educativas laicas, donde el falso «modernismo» se apodera de por vida de los jóvenes, a decir verdad, también reina cierto desconcierto entre algunos educadores de instituciones religiosas.

Estos «confusos» se dividen en dos grupos. Uno intenta «armonizar» la perspectiva de la Torá – alterando el fundamento mismo de su enfoque con la de la era del «progreso». El segundo, a veces desecha el desarrollo científico y otras se desentiende totalmente de éste, dejando al judío simple sin respuestas.

La visión del Rebe de Lubavitch es más que clara: en primer lugar, la «explosión» tecnológica no debe asustarnos. Estaba prevista por la Torá: «en la sexta centuria del sexto milenio -o sea, a partir del año 5600 (1840)- se abrirán los portales de la sabiduría en lo Alto y también las fuentes de la sabiduría [secular] aquí abajo» (Zohar I, 117a).

En segundo lugar, tanto la ciencia como todo lo creado es, por naturaleza propia, neutral. Ni bueno ni malo. Como el mundo y todo lo que contiene fue creado «en aras de la Torá y en aras de Israel» y «todo lo que Di-s creó en Su mundo, no lo creó sino para Su gloria», todo dependerá del empleo que el judío, en virtud de su libre albedrío, de al nuevo descubrimiento o la teoría científica perfeccionada. Si bien el Creador pretende, que se emplee en función de lo sagrado, la ejecución práctica depende de la elección del hombre.

El Rebe lo ilustra con el descubrimiento de las ondas electromagnéticas y el invento del receptor de radio. La comunicación radial amplia el círculo de judíos que pueden aprender Torá en forma simultánea. Además, la expansión de las ondas electromagnéticas que transportan la información por el aire cubriendo distancias enormes, cristaliza el estado mesiánico de «se llenará la tierra del conocimiento de Di-s» de una manera muy física y tangible.

Por último, los fenómenos de los campos magnético y eléctrico permiten percibir mejor la unidad imperante en la Creación y, por su intermedio, también la unidad de Di-s. Hasta cierta época, la ciencia observaba los fenómenos eléctricos y magnéticos como dos fenómenos (y fuerzas) diferentes. Pero la mayor información experimental hacía cada vez más evidente un estrecho vínculo entre ambos, hasta que las comparaciones de Maxwell mostraron que esencialmente eran una misma cosa. En las ondas electromagnéticas hay una permanente conversión de energía eléctrica en energía magnética y viceversa, destacando más particularmente la unidad.

Contradicciones Entre la Torá y la Ciencia: ¿existen?

Hay una vasta literatura acerca de las así llamadas «contradicciones entre la Torá y la ciencia», pero muchas de estas obras carecen de una óptica y un sistema definidos, por lo que no ayudan al lector a disipar el conflicto. En algunas hasta impera la apología, la tendencia a alterar el sentido literal de la Torá para armonizarla con lo que, a su juicio, es la opinión científica moderna.

El enfoque del Rebe es lúcido y no se presta a ambigüedades: puesto que Di-s «observó la Torá y creó el mundo», el «producto» -el mundo y su naturaleza- no puede contradecir el «bosquejo» en base al cual fuera creado. Así, la Torá es la única fuente de conocimiento genuino, perfecto y concluyente de cualquier disciplina, incluyendo los fenómenos investigados por la ciencia. En contraste, el conocimiento que la ciencia obtiene con el acopio de información empírica es limitado, relativo y mutante. Por lo que no se le puede asignar el carácter de «verdad «. Esta idea, sin embargo, no degrada la importancia de la ciencia y su capacidad en cuestiones prácticas como la ingeniería, la medicina, etc. (Dicho sea de paso, también el pensamiento científico contemporáneo reconoce que la ciencia no busca «verdades» sino probabilidades más aceptables).

Esta perspectiva incondicional es el fundamento de todas las enseñanzas y explicaciones del Rebe en estas esferas.
¿Cuál es la respuesta del Rebe para quienes enarbolan el método de la apología, expresado, por ejemplo, en la tendencia a interpretar los seis días del Génesis como épocas y no como días literales, haciéndose eco de las numerosas teorías de los últimos cien años acerca de la edad del mundo, particularmente la Teoría de la Evolución?

El Rebe enfatiza que sus primeros exponentes eran bien intencionados, pero incurrieron en un doble error: fallaron al desconocer la verdadera naturaleza de las hipótesis científicas, atribuyéndole características que no tienen ni pueden tener -eternidad y valor concluyente-. Los descubrimientos de la ciencia cambian permanentemente y ello no es sólo característico sino vital para su desarrollo. Además, pensaron que sus reinterpretaciones fortalecerían el apego de muchos judíos a la Torá y a sus mitzvot, cuando las «concesiones» distancian en lugar de acercar.

De descubrirse una contradicción, es preciso analizar la teoría desde un ángulo de observación fiel a la Torá y, paralelamente, revisar cómo resiste el análisis lógico, las normas y los criterios de la ciencia misma; es probable que entonces la «contradicción» se vea resuelta. No obstante, dice el Rebe, no hay que fijar «vencimiento» para esta solución. Es natural que el hombre, una criatura limitada, no siempre encuentre respuestas inmediatas a preguntas vinculadas con la naturaleza de un mundo creado por el Creador infinito.

Con referencia al valor a asignar a las teorías científicas, el Rebe enfatiza que hay teorías que tratan fenómenos en los que el investigador puede tener un contacto directo e inmediato para descubrir características ocultas -como la teoría de la luz, la de la composición de la materia, o la de los fenómenos electromagnéticos-. Si bien estas teorías son las más contables, no constituyen verdad absoluta por cuanto el método científico modifica sus teorías en virtud de nuevas investigaciones.

Una segunda clase de teorías se dedica a cuerpos más distantes de nosotros; por ejemplo, las estrellas y las galaxias. Ante su enunciado es menester clarificar primero la interpretación de las señales recogidas durante su observación. Este tipo de teorías son menos contables. Para demostrar su veracidad sería necesaria una cantidad infinita de experimentos, cosa que el hombre limitado no puede hacer.

Por último, hay opiniones que se atribuyen el carácter de teoria, pero que a duras penas pueden denominarse conjetura o hipótesis. Son las que pretenden imaginar procesos naturales del pasado remoto. A este grupo pertenecen las «teorías» de la cosmogonía, la geología, así como la del desarrollo evolucionaría del mundo vivo. Sin otro recurso, sus portaestandartes recurren a la extrapolación basándose en conjeturas, supuestos e intuición. Sus difusores (cuya primera intención era justificar su negación de Di-s) no confiesan a sus discípulos que están ante una conjetura que no sólo no es demostrable sino que ni siquiera su factibilidad puede verificarse.

Si es así, ¿por qué encandiló la Teoría de la Evolución a tanta gente? El Rebe sostiene que la razón es sicológica. El individuo que olvida (o ignora) que el pensamiento humano no puede abarcar a Di-s, aborda el tema partiendo de sus concepciones humanas. Su reflexión sería más o menos así. «Si tuviera que crear un mundo y dispusiera de dos opciones (1) crear todo lo inanimado, lo vegetal y lo animal por separado o, (2) crear la materia, asignarle leyes, y dejar que todo evolucione por sí mismo – elegirla la segunda opción. No me alcanzaría todo el tiempo del mundo para crear individualmente miles dé millones de cosas». Este individuo, obviamente, no se percata de que está atribuyendo al Creador la capacidad limitada del hombre y su línea de pensamiento.

Una segunda motivación sicológica es la tendencia a creer en las fuerzas propias. El hombre que no distingue las proporciones entre él y el Creador se ve seducido por la idea de que puede encontrar una explicación mejor que la del relato bíblico para la creación de las especies

En relación con el valor de las conclusiones así llamadas «científicas» obtenidas mediante la extrapolación retroactiva, el Rebe explica cuán antojadizas e improcedentes son. En primer lugar, la extrapolación, por definición, jamás deja de ser una conjetura. En segundo lugar, cuando se trata de la edad del mundo y la evolución, la extrapolación temporal se realiza en base a las características de procesos observados en el curso de unos cien años, en tanto que el alcance de la extrapolación es de millones o miles de millones de años (a juicio de quienes se dedican a estos ejercicios). Todos saben que es lógico transportar un tanto el margen experimental hacia los dominios de lo ignorado, pero nadie tomará seriamente una medición llevada a un millón de veces el rango conocido. Además, la extrapolación es retroactiva en el tiempo, lo que imposibilita su verificación por via de la experimentación directa. Por último, no hay conocimientos fidedignos acerca de las condiciones naturales imperantes durante aquella hipotética era.

La Ciencia se Acerca a la Verdad de la Torá

El Rebe enfatizó en numerosas ocasiones que el desarrollo contemporáneo de las ciencias más bien las reconcilia con las palabras de nuestros Sabios. Ya hemos mencionado la unidad del Creador percibido con la observación de la unidad en la Creación. El Rebe señala al respecto la unidad de materia y energía, así como la unidad de fuerzas naturales diferentes, producto de las investigaciones de Einstein y de la física moderna en general.

Por ejemplo: cuando las Escrituras, los Sabios, o Maimónides, hablan de la Tierra como centro del universo y que el sol gira a su alrededor, puede entenderse tal cual. Con más razón cuando según la teoría de la relatividad general de Einstein el espacio y el movimiento absolutos no existen; es decir, la ciencia contemporánea no puede determinar cuál de los cuerpos involucrados en el movimiento se mueve y cuál no. Cualquiera de las posturas [(a) la Tierra está rija y el sol gira, (b) el sol está fijo y la Tierra gira; y, dicho sea de paso, (c) ambos giran alrededor de un punto determinado] son factibles desde la perspectiva científica y la definición al respecto no es posible. A nivel práctico, la postura (a) facilita y simplifica el cálculo de efemérides astronómicas pero, obviamente, ese no es argumento para darle preferencia. Por ejemplo: es idénticamente posible basar el cálculo del curso de misiles y cohetes sobre cualquiera de las tres hipótesis. Los cálculos serán distintos, pero la precisión del resultado no se verá alterada.

Mucho después de que el Rebe shlitá abordara por vez primera esta cuestión, numerosos astrofísicos comenzaron a basar sus investigaciones en el Principio de Entropía -que habla del centralismo del globo terráqueo-, y en el hecho de que los millones de estrellas y galaxias crean condiciones físicas específicas sobre el planeta Tierra, necesarias para la existencia del hombre.

Pese a que la Teoría de la relatividad se difundiera hace unos ochenta años y es aceptada hoy por todos los científicos, estas conclusiones, fundamentales en la teoría, todavía no se han abierto paso a los libros de texto escolar e incluso físicos de profesión que sin duda estudiaron la teoría en profundidad no se ajustan a ella al considerar actitudes de enfoque ligadas a la estructura del mundo. Lo extraño es que por un lado, claro está, coinciden con la Teoría de la Relatividad, mientras que por el otro, cuando se trata de los criterios, objetivos y posibilidades de la ciencia, rechazan toda relatividad y proclaman el absolutismo más arcaico. Así se introduce en la cultura de muchos jóvenes contemporáneos prejuicios basados ciegamente en ideologías opuestas al enfoque de la Torá, que luego continuarán dominándolos incluso en oposición a su saber profesional.

El Rebe presta también suma atención al hecho de que la ciencia moderna ha desautorizado hace ya unos 70 años la ley de determinismo absoluto, introducida por Newton y su escuela, imperante en la ciencia durante las dos últimas centurias. Se aceptaba que el nexo entre causa y efecto era absoluto y previsible a tal grado que Laplace escribió que de contar con una descripción precisa del lugar y situación de cada partícula en el universo en un instante definido, podría, en principio, calcular el futuro del universo por tiempo ilimitado. El creía que este pronóstico incluiría también todo le que podría suceder con el ser humano, por cuanto Newton y sus acólitos adherían también a la doctrina rnecanicista y pensaban que no sólo el mundo mineral, sino también el animal y el humano, podian «explicarse» en base a las leyes de la mecánica (o al menos de la fisica, la química, etc.). Por supuesto, declamaciones como la de Laplace suprimían el libre albedrío del hombre. Incluso permitían negar la participación de
Di-s en lo que sucedia en el mundo y que la plegaria del hombre y sus acciones influyeran sobre su curso.

El Rebe explicó que el enunciado de la teoría cuántica había introducido en la ciencia el Principio de Incertidumbre, con el que los argumentos de Laplace habían perdido su fundamento.

La mecánica cuántica determina que es imposible predecir la conducta de una partícula específica; sólo se puede establecer la probabilidad de una conductas u otra en un número grande de partículas. Y no porque ahora no estuviéramos capacitados para predecir qué sucederá con la partícula en unos instantes más, sino porque por definición es imposible una predicción más allá que la de la probabilidad.

Hasta se puede decir -como lo están haciendo los fisicos en epocas recientes- que la conducta de la partícula e incluso su existencia misma se determinan sólo luego de que un hombre (poseedor de libre albedrío, por lo que no está supeditado a la naturaleza) la haya observado. Sin observador, la partícula y la materia -compuesta por muchas partículas sencillamente no existen (claro está, desde la percepción científico-racional). Sin el observador, sólo caben rangos de probabilidad.

De modo que el propio avance de la ciencia descarta el enfoque apologético, liberando al científico, y al judío en general, del complejo de inferioridad que lo arrastra a interpretaciones de la Torá reñidas con el sentido literal, a soluciones de compromiso y, en consecuencia, a una agresión a la halajá (ley judía) práctica.

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