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Hora de revisar las Mochilas

Extraido de Entre Todos, Centro Comunitario Sucath David

Un maestro, una vez, dio a sus alumnos una tarea muy particular. Debían llenar una bolsa plástica con papas crudas, introducirlas en sus mochilas y llevarlas con ellos a cualquier lugar a donde se dirigieran. El primer día fue una experiencia fácil y, hasta podría decirse, divertida para aquellos alumnos que estaban intrigados por una tarea tan atípica. Pero, al cabo de un tiempo, el peso y el desagradable olor que despedían aquellos tubérculos, que ya no tenían la frescura del principio, empezaron a resultar una carga fastidiosa y hasta, en ocasiones, insoportable de llevar.

Se presentaron entonces ante el profesor reclamando una explicación por esta ridícula tarea y le informaron a éste que ya no podían seguir cargando con esa mochila llena de papas en descomposición. Agregaron, también, que el tener que ocuparse todo el tiempo de esa pesada carga los distraía significativamente de sus obligaciones diarias y tampoco les permitía guardar en sus mochilas otras cosas importantes que sí debían llevar. Fue allí cuando el profesor les dijo con alegría: -Muy bien, queridos jóvenes, el objetivo se ha cumplido y ahora les explicaré cuál fue el sentido de esta singular tarea.

A lo largo de nuestras vidas, muchas veces, solemos pasar por situaciones que a veces nos resultan difíciles de perdonar y vamos entonces, sin darnos cuenta, cargando nuestra mochila sentimental con rencores y, lamentablemente, estos nos acompañan todo el tiempo estemos donde estemos. Este peso tan desagradable e inútil no nos permite albergar en nuestros corazones buenos sentimientos ya que esos enconos nos quitan espacio y energía para guardar en nuestra mochila cosas que si son realmente valiosas y placenteras.

Es por ello que quise demostrarles con estas simbólicas papas, qué pesado e infructuoso puede llegar a ser arrastrar odios y resentimientos por no perdonar cosas que alguna vez nos lastimaron. El perdón, siguió este maestro, no es sólo un favor que le hacemos al otro sino, especialmente, un favor que nos hacemos a nosotros mismos.

Todas las noches, antes de acostarnos a dormir, en Kriat shema decimos: Ribono shel olam hareni mojel vesoleaj Patrón del mundo yo perdono e indulto a todo aquel que encolerizó y me hizo enojar o que pecó contra mí, tanto en mi físico como en mis bienes, tanto en mi prestigio como en todo lo que poseo, tanto forzadamente, tanto voluntariamente, tanto sin querer como a propósito, tanto con dicción como con acción, tanto en la reencarnación actual como en otra reencarnación, a todo hijo de Israel y que no sea castigada ninguna persona por causa mía.

Este texto tan completo debería ser una herramienta diaria para tener nuestras mochilas siempre limpias de este tipo de rencores, pero, la mayoría de las veces decimos “sí, perdono” “cuando en realidad quedan, tal vez inconscientemente, vestigios en nuestros corazones. A diferencia del perdón humano, veamos qué ocurre con el perdón Divino.

El Rab Twersky lo ejemplifica de la siguiente manera: Al igual que cuando una nube desaparece o cuando la niebla aclara y no deja señal de su existencia en absoluto, así es el Perdón de Dis. Cuando nuestra teshubá es sincera, Él borra y deshace el acto totalmente, haciéndolo desaparecer como si nunca hubiese existido. Basándonos en la obligación que tenemos de emular a Di-s en todas sus formas (Vehalajta bidrajav) deberíamos entonces, por lo menos, ambicionar llevar este aspecto primordial también a la práctica, es decir, perdonar y olvidar.

Aunque sepamos que internalizar estos sentimientos no es tarea fácil, es nuestro deber hacer siempre el intento. Debemos trabajar con todas nuestras fuerzas para que el perdón de palabra no quede solo en eso y convertirlo en un perdón con todas las letras y con todos sus efectos. Tener en claro los siguientes ítems nos ayudará a superar este tipo de emociones tan poco gratas para todos.

Patricia Cohen

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