Historias de Mitzvot: No comer algo para idolatria
Extraido de 613 historias Basadas en los 613 preceptos
Iankel tocó la pesada bolsa de oro que colgaba de su cinturón, asegurándose por enésima vez que todavía estaba ahí. Había estado lejos de su familia por mucho tiempo, pero había sido fructífero. Al fin había ganado suficiente dinero como para proveer a sus hijas de una dote y posibilitarles que se casaran. ¡No podía esperar a volver a Praga y ver nuevamente a su esposa e hijos! Quiso ahorrar la mayor cantidad de dinero posible, así que con placer encontró a un comerciante en vinos que viajaba a Praga en ese momento. Se aproximó al ocupado comerciante mientras supervisaba cuidadosamente a sus trabajadores que cargaban el caro vino húngaro en su carreta. “Tengo entendido que usted va a Praga” comenzó Iankel. “Es verdad” dijo sonriendo el comerciante. “Este vino húngaro es realmente apreciado en Praga. Con la ayuda de Hashem tendré una buena ganancia”.
“Yo también voy a Praga” dijo Iankel “¿Le molestaría si viajo en su carreta? Eso haría mi viaje mucho más fácil”. “¡Ciertamente!” dijo calurosamente el comerciante “Estaré contento con su compañía”. Iankel subió y se ubicó junto al mercader en el cómodo y acolchado asiento. Estaba agradecido por esta oportunidad de viajar de regreso a su ciudad con un mínimo de gastos. Agarró fuertemente su preciosa bolsa de dinero, temeroso de soltarla. Representaba muchos años de dura labor. No se atrevía a dejarla fuera de su vista. ¿Cómo podía estar seguro de que estaría a salvo durante el viaje?
No podía confiar en el campesino que guiaba la carreta. Se detuvieron a descansar por la noche en una de las muchas posadas que había a lo largo del camino principal. Cuando entraron al cálido mesón, Iankel tuvo una idea repentina. ¡Se le había ocurrido el escondite perfecto para su dinero ganado tan difícilmente! Esperó hasta tarde en la noche, cuando todos estuvieron dormidos. Silenciosamente se deslizó fuera de la posada y se dirigió hacia la carreta del comerciante en vinos, con su carga de vino caro en vasijas selladas.
Trabajando rápidamente, Iankel destapó una de las vasijas. Envolvió la preciosa bolsa de dinero en una tela impermeable y la apretó dentro del cuello de la vasija. La apretó y ajustó por un momento, hasta que se sintió satisfecho de que estaba por completo segura. Luego selló nuevamente la boca de la vasija. Examinó cuidadosamente el recipiente de vino húngaro y asintió satisfecho. Si, parecía igual a las otras. Hizo una pequeña señal en la parte superior. Nadie prestaría atención a la pequeña marca, pero él podría identificar en qué vasija estaba la bolsa de dinero. Con una fuerte sensación de alivio Iankel la acomodó en su lugar anterior y comenzó a caminar hacia la puerta de la posada.
Repentinamente quedó inmovilizado. Allí, al otro lado del patio, estaba el comerciante en vinos paseando sin rumbo y mirando las estrellas. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Lo había visto ocultar el dinero? Iankel miró al hombre por un momento. El mercader caminaba ida y vuelta, murmurando una tonada. Aparentemente había salido a tomar un poco de aire fresco. Seguramente no estaría tan tranquilo si hubiera visto a Iankel metiéndose con su vino. Iankel continuó mirándolo por varios minutos, hasta que el mercader dió una nueva vuelta alrededor del patio antes de volver a entrar. No, el hombre no lo había visto, se dijo Iankel. Se había asustado por nada, y su dinero estaba seguro. Espero unos minutos más antes de volver al interior de la posada y prepararse para dormir.
A la mañana siguiente los dos hombres se levantaron al amanecer, oraron y volvieron al camino. Iankel, sintiéndose relajado y confiado pudo disfrutar el viaje. Conversó amigablemente con el comerciante en vino mientras el cochero apuraba a los caballos rumbo a Praga. Varios días después llegaron a destino. Mientras trotaban por las calles de Praga, el mercader en vinos miró a su compañero de viaje. “¿Dónde puedo dejarte?” preguntó. “No se preocupe por mí” dijo evasivamente Iankel “Usted ya ha hecho mucho por mí. Iré a mi casa desde cualquier lugar al que usted llegue”. Cuando llegaron al negocio del comerciante en vinos, el hombre despidió al cochero y descendió de la carreta. “Vuelvo en unos minutos” le dijo a Iankel. Señalando hacia la puerta cerrada de su vinería. El hombre desapareció en el interior.
Iankel se precipitó hacia la parte trasera de la carreta, ansioso por recuperar su preciosa bolsa de dinero de la vasija de vino marcada. Con dedos temblorosos quitó cuidadosamente la tapa del recipiente y buscó en el interior. Miró fijo un largo momento hasta que se dio cuenta de la verdad. ¡La bolsa de dinero había desaparecido! Iankel se sintió enfermo. Temblando examinó la gran vasija cuidadosamente. ¿Quizás había abierto una equivocada? No, ahí estaba la marca secreta que había hecho. Era la vasija correcta, pero el dinero que había ganado tan penosamente había desaparecido. Ocultó el rostro en sus manos, sintiéndose abrumado por la desesperación. ¿Cómo había ocurrido? ¿Quién podía haberlo tomado? Entonces Iankel recordó la noche en que había ocultado la bolsa de dinero. El mercader había estado afuera. En ese momento pensó que el comerciante no había visto lo que estaba haciendo. ¿Pero era cierto?
Juntó todo su coraje y se acercó al negocio de vinos. El comerciante estaba ocupado preparando el lugar para traer las nuevas vasijas de vino y apenas miró a Iankel. Con voz vacilante Iankel explicó que su bolsa de dinero había desaparecido. Aunque no quería acusar a nadie, parecía que no había otra persona que pudiera haber sido responsable de la pérdida del dinero. ¿Podría ser que el comerciante en vino…? No tuvo oportunidad de terminar la frase.
El mercader lo miró evidentemente furioso. “¡No puedo creer que me vengas con semejante historia!” rugió. “De todo corazón te hago un favor trayéndote hasta Praga, ¡¿Y tienes la desfachatez de acusarme de robar tu dinero?!” “Por favor” rogó Iankel “Yo sé que usted es un judío recto y honesto. Pero quizás simplemente la tentación fue demasiado grande para usted. Por favor, si tuviera algo de compasión…”. “Le agradeceré que se vaya” dijo fríamente el hombre. “Nunca me encontré con una persona más ingrata en mi vida. Realmente no tomé su dinero. ¡En primer lugar me pregunto si realmente existió esa bolsa de dinero!” La cara de Iankel estaba roja de vergüenza mientras salía del negocio de vinos. ¿Qué debía hacer? A pesar de las enojadas palabras del comerciante y su indignada actitud, no podía evitar el sospechar de él.
Ninguna otra persona podía saber donde había ocultado la bolsa de dinero, y ninguna otra persona había tenido la oportunidad de sacarla de la vasija de vino. Pero mientras el hombre continuara negando esto, ¿cómo podría Iankel esperar a recuperar su dinero? “Está más allá de mis posibilidades” dijo al fin. “Debo hablar con el Rab”. En esa época el Rab de la ciudad era el gran Rabí Iejezkel Landau, más conocido como el Noda BeIehudá. Su sagacidad y sabiduría eran famosas en toda Europa. Iankel estaba seguro que de alguna manera Rabí Iejezkel podría descubrir la verdad.
Rabí Iejezkel escuchó atentamente mientras Iankel contaba su triste historia. “A mí me parece que no hay otra respuesta” concluyó. “El comerciante en vinos debe haberme visto ocultar la bolsa de dinero en la vasija de vino. No había nadie más rondando que me pudiera haber visto. Pero él lo niega y yo no tengo pruebas”. El Noda BeIehudá asintió pensativo. “Muy bien. Convócalo a un din Torá y veremos qué tiene que decir”. El mercader estaba furioso por la citación para presentarse ante el tribunal judío. Fue inmediatamente a la casa del Rab e irrumpió gritando insultos. “¿Cómo puede el Rab sospechar que un hombre honesto robó?
Ese Iankel es un individuo desagradecido que tendría que darme las gracias por haberlo traído gratis a Praga. ¡En cambio me acusa de robarlo! ¡Está desparramando falsos rumores acerca de mí y tratando de destruir mi buen nombre! ¿Quiere que le devuelva su dinero? ¡Nunca lo tuve!” “Un momento por favor” dijo Rabí Iejezkel. “Hasta ahora nadie te está exigiendo que devuelvas el dinero de Iankel. La ley de la Torá no nos permite dictaminar sin pruebas, y no hay ninguna evidencia”. El comerciante se relajó y sonrió. “Me alegra que el Rab comprenda la situación” dijo. “Al mismo tiempo” continuó el Noda BeIehudá “debemos tratar de determinar que ocurrió con la bolsa de dinero. Iankel asegura que alguien tomó el dinero; tú afirmas que no lo tocaste. Muy bien, entonces debemos hallar otro culpable.
Tengo entendido que has contratado a un campesino para que guiara tu carreta hasta Praga. ¿Es correcto?” “Si, así es” respondió el comerciante. “Un gentil de la zona. Gregory fue cochero para mí muchas veces antes”. “¿Y es posible que Gregory sea el ladrón? ¿Puede haber tenido oportunidad de tomar el dinero?” “Ciertamente es posible” asintió el comerciante. El rostro de Rabí Iejezkel se puso serio. “Si este es el caso, hay un serio problema” dijo. “Esto lleva a cuestionar el kashrut del vino. Como sabes, el vino que ha sido tocado por un no judío cae en la categoría de iain nesej (vino inadecuado para el consumo ritual) y ese vino no puede ser tomado. Si realmente es posible que Gregory haya abierto una de tus vasijas de vino, entonces podemos sospechar que lo hizo también con las otras. No tengo otro remedio que prohibir a los judíos de la ciudad que compren el vino”.
El comerciante apretó los labios. Esta posibilidad no se le había ocurrido. Si no podía vender el vino, la pérdida sería tremenda. Había invertido una gran cantidad de dinero en el vino húngaro, imaginando una buena ganancia; pero si el tribunal judío declaraba a su vino iain nesej, no habría un solo judío en Praga que se atreviera a probar una sola gota de él. La sala estaba en silencio mientras el comerciante se paseaba incansable en círculos. Tras varios minutos el hombre alzó la cabeza. “Quisiera hablar a solas con el Rab” dijo con un ronco susurro. Rabí Iejezkel llevó al hombre aparte. El comerciante, demasiado avergonzado como para mirar a los ojos al Noda BeIehudá, miraba al piso. “Yo tomé el dinero” confesó. “Vi a Iankel ocultando la bolsa en la vasija y la tentación fue demasiado grande para mí. Le prometo Rab que devolveré hasta la última moneda, pero por favor, le ruego, ¡no declare a mi vino iain nesej!”
Rabí Iejezkel miró al hombre con expresión severa. “No estoy seguro de poder creer tu confesión” dijo “¿Por qué no admitiste la verdad hasta ahora? ¿Cómo puedo saber si lo que confiesas es verdad? Puedes haber estado calculando perder la cantidad de dinero que Iankel reclama que le fue robada, y no perder las grandes ganancias que lograrás al vender tu caro vino húngaro. No puedo arriesgarme a que el vino sea realmente iain nesej. Debes darme una prueba”. “No, no, ¡realmente yo soy el ladrón!” dijo rápidamente el comerciante. “Puedo probarlo. Tengo la bolsa de dinero dentro del negocio”.
Rabí Iejezkel miró seriamente al sudoroso comerciante. “Muy bien” dijo al fin. “Estoy dispuesto a declarar que tu vino está permitido, pero hay una condición. No sólo debes devolver el dinero, sino que también debes darle una donación adicional para ayudarlo a casar a sus hijas mayores”. El comerciante aceptó con presteza, y Rabí Iejezkel declaró oficialmente que el vino húngaro era kasher. Iankel dejó el tribunal apretando la preciosa bolsa de dinero, ahora sustancialmente más pesada, en su mano. Susurraba una plegaria de agradecimiento a Hashem; porque se había hecho justicia y por la sabiduría de Rabí Iejezkel Landau.
M. Frankel