Festejando
La historia de Pesaj, según jasidut de Breslov
Pesaj
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Historia VIII

(selección extraída del libro «La Hagadá de Breslov» © Breslov Institute Research – www.breslov.org)

No sólo fue el Faraón quien quiso que los Judíos saliesen lo antes posible. Todos los Egipcios se juntaron alrededor de Goshen, rogándoles a los Judíos que se fueran de allí. Los Judíos respondieron que ni siquiera podían salir de sus casas hasta la mañana siguiente. Cuando amaneció, en la mañana del Exodo, los Egipcios volvieron a presionar a los Hijos de Israel para que se fuesen de allí. Los Judíos les pidieron entonces una remuneración diciendo, «Préstennos algunos de vuestros vestidos, de vuestros objetos de oro y plata…» Al comienzo los Egipcios negaron poseer nada de valor. «Pero nosotros lo vimos en vuestras casas… en tal habitación,» insistieron los Judíos. Comprendiendo que los Judíos podían haber tomado todo aquello que hubieran querido sin que nadie se los hubiese impedido, los Egipcios aceptaron y les dieron todo lo de valor que tenían. De esta manera los Judíos se volvieron extremadamente ricos y así se cumplió la promesa que Dios le hiciere a Abraham respecto a que El les daría a los Judíos una gran riqueza al momento que los redimiese de su esclavitud. Hasta el Faraón mismo les entregó muchos regalos y abundante ganado. Mientras los Judíos estaban ocupados recolectando toda la riqueza que podían, Moshé fue a buscar el sarcófago de Iosef. Todos los hijos de Iaacov les habían hecho prometer a sus descendientes que cuando dejasen Egipto se llevarían los huesos de sus padres de retorno con ellos a la Tierra Santa. Como Iosef había sido el regente del Faraón, sabía que tanto el Faraón como los Egipcios iban a querer mantener su cuerpo allí, pues lo adoraban por haber salvado a Egipto de la hambruna. Y así les hizo jurar a sus hermanos y a sus descendientes que llevarían su cuerpo con ellos. De modo que, ahora que había llegado el momento del Exodo, Moshé salió a buscar el sarcófago de Iosef. Algunos comentaristas mantienen que Iosef fue enterrado en la Tumba de los Faraones. Moshé fue hasta allí y llamó, «¡Iosef, ha llegado el momento de la Redención!» Uno de los ataúdes se movió y Moshé lo tomó y lo llevó consigo. Otros sugieren que el Faraón, sabiendo del juramento que Iosef les hiciera a sus hermanos y comprendiendo que de no encontrar su sarcófago, los Judíos nunca abandonarían Egipto, hizo sumergir el sarcófago de Iosef en medio del río Nilo. Cuando llegó el momento, Moshé tomó una placa de oro en la cual estaba grabado el Nombre Inefable y las palabras «Alei Shor» («Levántate, oh buey»), que hacía referencia a Iosef, la colocó en el Nilo y el sarcófago surgió a la superficie. Un tercer comentario mantiene que fue Seraj, la hija de Asher, quien le mostró a Moshé el lugar del Nilo donde estaba sumergido el sarcófago de Iosef. Moshé llamó, «Iosef, ha llegado el tiempo de la Redención. Si tú te levantas ahora, te llevaremos con nosotros. De lo contrario estamos libres del juramento.» Fue entonces que el sarcófago surgió a la superficie. Nuestros Sabios dicen que fue Seraj quien, más de doscientos años antes, le había informado a Iaacov que Iosef aún estaba con vida. Debido a esto Iaacov la bendijo para viviera para siempre. De modo que Seraj aún vivía cuando Iosef falleció, había sido testigo de su funeral y aún estaba con vida para mostrarle a Moshé dónde estaba el sarcófago. Los Judíos juntaron rápidamente sus pertenencias y empacaron para el viaje. Debido a la prisa no pudieron esperar a que la masa del pan leudase y lo hornearon como Matzá. Y así, con bolsos a sus espaldas y la gran riqueza que habían recolectado, los Hijos de Israel dejaron Egipto. Sus víveres alcanzaban para muy poco tiempo, lo suficiente para treinta días, pero los Judíos tenían absoluta fe en Dios y confiaban en que El Todopoderoso les daría alimento y bebida incluso en el desierto.

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El Exodo tuvo lugar el día 15 de Nisán del año 2.448 luego de la Creación. Con alegría dejaron los Judíos Egipto, luego de «residir» allí durante 210 años; 86 de los cuales debieron sufrir una aflicción y tortura indescriptibles. Esto fue un verdadero milagro: 600.000 hombres y miríadas más de mujeres y niños, dejaron a sus amos, abiertamente, a la luz del día, sin que nadie murmurase siquiera una protesta. Esta fue una experiencia especialmente dolorosa para los Egipcios. Por un lado aún estaban ocupados enterrando lo que quedaba de sus muertos, luego que los perros y las ratas diezmasen sus cuerpos; por el otro, observaban impotentes cómo sus esclavos salían en libertad. El Midrash ofrece la siguiente parábola para describir la situación del Faraón: Un rey le ordenó a su criado que le comprase pescado. El sirviente fue y le compró un pescado podrido. El rey montó en cólera y le dijo, «Tienes tres opciones. O te lo comes o recibes 100 latigazos o pagas por él.» El siervo optó por comerse el pescado pues éste parecía ser el menor de los tres males. Pero luego de un bocado aceptó cambiarlo por los 100 latigazos. Finalmente, luego de haber recibido la mitad de los golpes aceptó pagar por el pescado. Al Faraón se le pidió que liberase a los Judíos. Al comienzo se negó pero finalmente comprendió que: 1) De todos modos los Judíos saldrían libres, 2) Sufrió plagas catastróficas, 3) El mismo contribuyó a la enorme riqueza que los Judíos tomaron al partir.

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La Separación del Mar Rojo

El pedido original que Moshé le hiciera al Faraón había sido que éste les permitiese a los Judíos dejar Egipto durante tres días para servir a Dios en el desierto. Ahora, pese a todo el sufrimiento que él y los Egipcios habían experimentado, el Faraón pensó que era suficiente con otorgarles la liberación de la esclavitud. Nunca tuvo la intención de permitirles que se fueran para siempre. Y para asegurarse que los Judíos volvieran a Egipto luego de esos tres días, hizo que los acompañasen al desierto guardianes y vigilantes. Durante tres días Moshé guió a los Judíos en una ruta circular: no en dirección del desierto sino hacia el sur, hacia el Mar Rojo y cerca del ídolo Baal Tzafón. Una de las razones era para que los Judíos no se encontrasen con los restos de la Tribu de Efraím quienes habían dejado Egipto de manera prematura. Moshé no quería que los Judíos pensasen que les esperaba un destino similar. Una vez que pasaron los tres días, los guardias del Faraón les ordenaron volver a Egipto. Naturalmente, los Judíos se negaron a hacerlo. Fue entonces que arremetieron contra los guardianes Egipcios matándolos en su mayoría. Aquellos que sobrevivieron volvieron huyendo a Egipto. Mientras tanto, los Egipcios habían cambiado su manera de pensar respecto al hecho de haber liberado a los Judíos de su esclavitud. «¿Quién cuidará de nuestros campos y de nuestro grano? ¿Quién hará nuestro trabajo?» se preguntaban uno al otro. Cuando los guardias regresaron e informaron al Faraón que los Judíos no pensaban regresar, el odio contenido y la animosidad de los Egipcios en contra de sus antiguos esclavos estalló sin más. De inmediato reclamaron al Faraón y a su ejército que atrapasen y trajesen de vuelta a los Judíos. Por la manera en que los Judíos vagaban en círculo en el desierto, el Faraón pensó que era el ídolo Baal Tzafón quien los había confundido y había hecho que quedasen atrapados en el desierto. Esto convenció al Faraón que podía perseguir a los Judíos y forzarlos a volver a Egipto. El Faraón guiaba sus tropas diciendo, «No me comportaré como un rey. Pues un rey toma lo más precioso del botín de guerra. ¡Yo estoy dispuesto a repartir el botín de manera equitativa con todos ustedes!» Y sin esperar a sus sirvientes, el mismo Faraón preparó su carruaje real y guió a su ejercito hacia el desierto. Los Egipcios corrieron tras los Hijos de Israel y en el sexto día después del Exodo pudieron ver a los Judíos acampados cerca del Mar Rojo. La siguiente y bien conocida enseñanza Talmúdica, cita del Rabí Shimón bar Iojái, nos da una muy importante y valiosa lección, en especial para hoy en día: ¿De dónde sacaron los Egipcios los caballos que montaban y que uncieron a sus carruajes para poder así correr detrás de los Judíos? ¿No habían sido todos ellos aniquilados en las Plagas de la Peste y del Granizo? No eran caballos pertenecientes a los Judíos, pues éstos se habían llevado consigo todos sus animales. No había caballos en Egipto; y ¡mucho menos los suficientes como para tirar de los seiscientos carros de los guerreros más escogidos, ni de las miles de carretas usadas por el resto del cuerpo de carros de guerra y el más del millón de soldados que cabalgaban tras los Judíos! La respuesta es que estos caballos se habían mantenido con vida pues pertenecían a aquellos Egipcios que temían a Dios. Ellos creyeron en las advertencias de Moshé y habían guardado su ganado dentro de los establos durante el período de las plagas. ¡Estos eran los Egipcios que temían a Dios! Pero aún así, luego de haber visto a los elegidos de Dios salir en libertad, ahora corrían detrás de ellos con ansia de venganza. «De aquí aprendemos,» dice el Rabí Shimón, «que al mejor de los Mitzrim, ¡mátalo! A la mejor de las serpientes, ¡aplástale la cabeza!» Están aquellos que nunca podrán ser confiables como verdaderos amigos del Pueblo Judío.

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Cuando los Hijos de Israel salieron de Egipto, Dios lesotorgó las Siete Nubes de Gloria. Todos aquellos que tenían feen Dios fueron envueltos por esas Nubes, pero no así aquelloscarentes de ella que no disfrutaron de su protección. Fueronestos Judíos carentes de fe quienes fueron vistos por losenemigos, tales como Amalek y los que fueron perseguidos y atacados. Además deestas Nubes Dios les otorgó la Columna de Fuego para iluminar elcampamento Judío durante la noche. Las Nubes aparecían por lamañana y la Columna de Fuego cuando caía la oscuridad. En ciertosentido ambas, las Nubes y la Columna eran Dios Mismo, Quien seinvestía con esas vestimentas para proteger así a Su amadanación. El sexto día luego del Exodo, los Judíos acamparon cerca de Baal Tzafón. Este era el nombre de la deidad más apreciada por los Egipcios y era allí, en el lugar de ese gigantesco ídolo en donde los Egipcios habían enterrado los enormes tesoros que les fueron entregados durante los años de hambruna. Los Judíos conocían ese lugar y ahora estaban apropiándose del tesoro que valía muchas veces más que lo que habían sacado de Egipto. El Megaleh Amukot dice que cada Judío dejó Egipto con no menos de noventa mulas cargadas de oro, plata y piedras preciosas. ¡Koraj tenía trescientas mulas solamente para llevar las llaves de los arcones donde guardaba sus riquezas! De modo que cuando los Egipcios vieron a los Judíos juntando esos tesoros se enfurecieron más aún. En ese momento el Faraón y el ejército Egipcio se encontraban casi sobre los Hijos de Israel. Y así los Judíos se vieron rodeados por los cuatro costados. Frente a ellos estaba el Mar Rojo. Para un lado se abría el desierto en el cual Dios había hecho aparecer ilusorias bestias salvajes. Por el otro lado se encontraba Pi HaJirot, un desfiladero imposible de cruzar formado por dos enormes riscos con un valle entremedio. Y por detrás avanzaban los Egipcios con toda su furia. Los Judíos entraron en pánico y se acercaron a Moshé diciéndole, «¿No había acaso suficientes tumbas en Egipto? ¿Por qué nos trajiste a morir aquí en el desierto?» Y se dividieron en cuatro grupos. Algunos decían, «Es preferible morir ahogados antes que volver a Egipto.» Otros decían, «Volvamos a Egipto y quizás nuestros antiguos amos se apiaden de nosotros.» Algunos argumentaban, «Vayamos al desierto y enfrentemos las bestias salvajes.» Y otros decían, «Enfrentémoslos en batalla.» Pero Moshé les dijo, «No teman. Dios nos protegerá de los Egipcios y nunca más los volverán a ver. Pidámosle a Dios la salvación.» Los Judíos comprendieron que este era el camino correcto y comenzaron a orar. También Moshé estuvo de pie orándole a Dios. Mientras el Faraón corría detrás de los Judíos acercándoseles cada vez más, comenzó a tener pensamientos diferentes. Egipto acababa de ser golpeado por diez desastrosas plagas y él mismo había sufrido pérdidas personales y financieras. Por otro lado, se dijo el Faraón, los Judíos estaban confundidos a causa de su nueva condición de libertad y él confiaba en que Baal Tzafón lo iría a proteger. Pero nuevamente volvió a pensar que quizás lo mejor sería aceptar sus pérdidas y no arriesgarse a una derrota más. Fue respecto a ésto que Dios le dijo a Moshé, «Endureceré su corazón y él correrá detrás de ustedes. De éste modo realizaré mayores milagros y elevaré Mi Gloria, para que todos sepan que hay un Dios.» Nuestros Sabios nos dicen que cada nación de la tierra posee en el cielo un ángel protector que presenta los reclamos de esa nación y la defiende en contra de sus enemigos. Este ángel también funciona como abogado celestial, acusando a todo pueblo que siente que puede hacer un daño a su nación. Mientras los Judíos estuvieron en Egipto, el ángel protector de los Egipcios argumentaba constantemente en contra de los Hijos de Israel, acusándolos de ser idólatras y por lo tanto iguales y no mejores que los mismos Egipcios. Ahora, con sus vidas en peligro, el ángel argumentaba que los Judíos no eran dignos de ser salvados. Por el contrario, insistía, ese era el momento apropiado para que recibiesen su castigo. «¡Merecen morir!» demandó. Y era debido a ésto que los Judíos se encontraban en ese momento frente a un grave peligro. Dios le dijo a Moshé, «Mis hijos están en peligro y ¿tú te quedas aquí orando? ¡No es tiempo de orar!… Levanta tu vara y extiende tu mano sobre el Mar Rojo y Yo haré que se abra.» El Zohar agrega que los juicios y acusaciones que había en contra de los Judíos eran tan severos que Dios tuvo que apelar al nivel de misericordia que emana del más alto de los niveles de los Mundos Superiores, de Atik, donde no existen en absoluto los juicios. Sólo la misericordia proveniente de este nivel fue capaz de anular los decretos que amenazaban a los Judíos.

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