Historia VII
(selección extraída del libro «La Hagadá de Breslov» © Breslov Institute Research – www.breslov.org)
LA MUERTE DE LOS PRIMOGENITOS. Antes de la Plaga de la Oscuridad, cuando Moshé le advirtió al Faraón sobre la plaga que vendría, el Faraón se encolerizó con Moshé y le ordenó que no volviese a presentarse delante de él. En ese momento Moshé le advirtió también respecto de la décima y última plaga, la Muerte de los Primogénitos. El Faraón, siendo él mismo un primogénito se asustó de ello y expulsó a Moshé de su palacio. Al salir, Moshé le dijo al Faraón, «Es correcto lo que dices. Yo no volveré más a ti. La próxima vez, ¡serás tú quien vendrá hacia mí!» El 10 de Nisan, que era un Shabat, los Judíos recibieron la orden de tomar un cordero y guardarlo para el 14 de ese mes. Se les ordenó que ese día debían degollar el cordero como un sacrificio a Dios y colocar su sangre en los marcos de las puertas exteriores de sus casas. Esto sirvió como señal de que había Judíos viviendo allí, Judíos que pese a todo, habían mantenido su fe en que Dios los redimiría de su amargo exilio. Este fue el Cordero de Peisaj. Y ésto en sí mismo fue un milagro; pues los Egipcios adoraban también a las ovejas (el signo del zodíaco del mes de Nisan), pero ahora los Judíos eran libres de hacer lo que quisieran con la deidad Egipcia. En la mañana del 14 de Nisan, los Judíos volvieron a instituir la Mitzvá de la circuncisión. Y otro milagro tuvo lugar: Moshé Rabeinu, de alguna manera, tuvo el tiempo suficiente y la fortaleza para circuncidar a todos los 600.000 Judíos que tomarían parte del Exodo. (Una de las leyes respecto al Cordero de Peisaj requiere que todos aquellos que lo compartan deban estar circuncidados). Como se mencionó más arriba, llegado el tiempo del Exodo, los Judíos se vieron sin mitzvot. El mérito de estas dos mitzvot, la circuncisión y el Cordero de Peisaj, cumplidas ambas en el mismo día, fue su «pasaporte» espiritual para dejar Egipto. Dios les ordenó también que no abandonasen sus hogares en la noche del 15 de Nisan, cuando tendría lugar la Plaga de la Muerte de los Primogénitos. La décima plaga cayó sobre los Egipcios pues éstos habían asesinado a los niños Judíos ahogándolos en el río, usándolos como ladrillos y degollándolos para usar su sangre en los baños del Faraón, etc. Fue exactamente a medianoche que Dios Mismo pasó por toda la tierra de Egipto, matando a todos los primogénitos de Egipto. Todo aquél o todo aquello que fuese considerado como primogénito fue aniquilado en esa plaga. De modo que el hijo mayor del Faraón, quien era su heredero, fue muerto en ese momento. Y también los primogénitos de sus consejeros y generales e incluso los primogénitos de los cautivos y prisioneros. Aunque esos cautivos y prisioneros no habían tomado parte en la esclavitud de los Judíos, también fueron muertos por la plaga. Esto se debió a que en un momento, cuando los Egipcios mismos pensaron dejar libres a los Judíos, les ofrecieron a esos prisioneros, condenados a muerte, la oportunidad de reemplazar a los Judíos como esclavos. Pero éstos eligieron permanecer prisioneros antes que dejar que los Judíos fueran liberados. Cuando Moshé anunció esta última plaga, los primogénitos Egipcios se asustaron y tomaron la advertencia muy seriamente. Les rogaron a sus padres que los protegiesen, pero éstos, temerosos del Faraón, no hicieron nada. Esto enfureció a muchos primogénitos que se levantaron contra sus padres y los mataron. Pero incluso aquellos primogénitos cuyos padres tomaron seriamente la advertencia de Moshé Rabeinu y dejaron a sus hijos en hogares Judíos, murieron también víctimas de la plaga. Ni siquiera un primogénito ilegítimo, cuya situación había sido algo secreto antes de esta plaga, pudo salvar su vida. Muchas de las mujeres Egipcias eran promiscuas y tenían relaciones con otros hombres. De modo que una mujer podía tener cinco «primogénitos» en su hogar. Todos estos primogénitos, tanto de padre o madre, fueron alcanzados también por la mortandad. Si no había ningún hijo primogénito en la casa, entonces era el de mayor edad quien moría. Las mujeres embarazadas que llevaban un niño destinado a ser primogénito, perdían su embarazo. También los primogénitos Egipcios que vivían en otros países e incluso los primogénitos de otras naciones que se encontraban en Egipto, murieron esa noche. Cuando llegó la mañana, no había casa en todo Egipto que hubiese escapado al Angel de la Muerte. Incluso el ganado primogénito fue aniquilado por la plaga. Esto tuvo por finalidad el mostrar a los Egipcios que sus animales primogénitos, a los cuales ellos atribuían habilidades especiales, no tenían poder alguno frente a Dios. Y para completar la angustia de los Egipcios, no pudieron evitar que la carne y los huesos de sus muertos fuese devorada por hordas de perros y ratas, a la vista de todos. Aunque Dios golpeó a los primogénitos a medianoche, éstos estuvieron agonizando hasta la mañana, cuando los Judíos que habían recibido la orden de permanecer en sus casas durante la noche, pudieron ser testigos de la muerte de sus enemigos. De modo que se nos enseña que los primogénitos fueron golpeados por Dios a medianoche, cosa que El hizo; mientras que el Angel de la Muerte llegó y tomó sus almas por la mañana.
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Dios dijo, «Yo, no un ángel; Yo, no un serafín; Yo, no un mensajero; Yo y ningún otro.» Cuando un ángel recibe el permiso de destruir, no puede diferenciar entre los rectos y los malvados. De modo que Dios Mismo y no un ángel, fue Quien golpeó a los primogénitos. Sin embargo, siendo un Cohen (un sacerdote), Le estaba prohibido, si así pudiera decirse, el impurificarse con los muertos. Es por ello que envió al Angel de la Muerte para completar la tarea. Más aún, un ángel o serafín no puede distinguir entre un primogénito y otros niños, sólo Dios puede hacerlo y ¡así lo hizo! Hay ciertos objetos adorados por los hombres, tales como el sol, que un mensajero humano es incapaz de destruir. Fue necesario entonces que Dios Mismo interviniese y no a través de un mensajero, para contrarrestar así las creencias idolátricas de los Egipcios. De modo que, con la conclusión de la última plaga, la única forma de idolatría dejada a los Egipcios fue su creencia y adoración de Baal Tzafón. Dios permitió que los Egipcios siguieran creyendo en esta deidad para llevarlos hacia el Mar Rojo donde sufrirían su última derrota. De modo que Dios dijo, «Yo y ningún otro; ni siquiera Baal Tzafón, pues también este ídolo será destruido.»
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La Hagadá nos llama la atención respecto a varios temas y plagas antes de mencionar las Diez Plagas. Estos son: Pestilencia, la Espada, la Revelación de la Divina Presencia, la Vara de Moshé y la Sangre.
La Pestilencia es nombrada pues ella apareció con cada una de las otras plagas. Esto tiene la intención de mostrar que la frase, «Una mano fuerte,» que es lo que la Hagadá nos dice que usó Dios para traer la Plaga de la Pestilencia, se aplica de hecho a las Diez Plagas.
La Espada denota la décima plaga, durante la cual los primogénitos Egipcios mataron a sus padres. También se refiere al Angel de la Muerte quien mató a los primogénitos Egipcios con la espada.
La Revelación de la Divina Presencia es mencionada debido a que Dios le prometió a Iaacov que El Mismo aparecería en Egipto para liberar a sus descendientes de la esclavitud. Esta revelación tuvo lugar cuando Dios exterminó a los primogénitos. Y aunque la tierra de Egipto estaba llena de impurezas e idolatría, de modo que no era apta para una tal revelación, Dios Mismo apareció allí para redimir a Su nación. La Vara de Moshé es mencionada pues allí estaban grabados los nombres de cada una de las Diez Plagas. Esta vara fue creada en la tarde del Sexto Día de la Creación. Adán, que tomó posesión de ella, se la pasó a Enoj, el que a su vez se la dio a Noaj. Noaj le dio la vara a Abraham y luego ésta pasó de padre a hijo, de Itzjak a Iaacov y luego a Iosef. Luego que la casa de Iosef fuera saqueada por los servidores de Faraón, la vara estuvo en el palacio del Faraón hasta que su consejero, Ietró la tomó y huyó con ella a Midián. Allí llegó a las manos de Moshé Rabeinu, en cuyas manos recibió el poder del Angel Metat. La Sangre es usada como un término genérico para referirse a todas las Plagas. De hecho, la Plaga de la Sangre fue la única en la cual una entidad física, el agua, fue milagrosamente convertida en otra cosa. Todas las otras plagas implicaron influencias externas pero no alteraron la Creación cambiando una sustancia en otra.
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El Exodo
Horrorizado por la muerte y la destrucción que ahora lo rodeaban, el Faraón terminó por aceptar que no había ya ninguna esperanza de retener a los Hijos de Israel bajo la esclavitud. Encolerizado con aquellos que le habían aconsejado mantener a los Judíos en el cautiverio, ordenó que fuesen ejecutados. De hecho ésta fue la tercera clase de mortandad que tuvo lugar esa noche. Los primogénitos Egipcios habían matado a sus padres, la plaga había segado la vida de todos los hijos primogénitos y ahora el Faraón había mandado ejecutar a sus consejeros más importantes y a sus generales. Comentando el comportamiento del Faraón, nuestros Sabios nos dicen que esa es la manera de los malvados: al comienzo se niegan a creer; cuando se les demuestra más allá de toda sombra de duda de que están equivocados, buscan excusas y finalmente, enfrentados con la destrucción, culpan a los demásdel sufrimiento y el dolor que han traído, nunca a sí mismos. El Faraón comenzó por llamar a Moshé Rabeinu. Estaba dispuesto a permitirle sacar a los Judíos fuera de Egipto. El palacio del Faraón se encontraba muy lejos de la tierra de Goshen, en medio de Egipto. Pero aún así y debido a su gran temor, el Faraón gritó y llamó a Moshé con tanta fuerza que su voz pudo escucharse en Goshen. Cuando Moshé no fue a verlo, el Faraón corrió buscándolo por las calles de Egipto. Finalmente llegó a Goshen, clamando por Moshé. Pero el Faraón no tenía modo de saber donde estaba Moshé. Tal como Dios les había ordenado, todos los Judíos se quedaron en sus casas hasta la mañana. De modo que el Faraón no tuvo más alternativa que golpear a todas las puertas de Goshen. Pero todo aquel al que le preguntaba senegaba a contestar o lo engañaba respecto al paradero de Moshé. Esa noche, fuera a donde fuese, el Faraón se encontraba con sus compatriotas Egipcios llorando y lamentándose por su suerte; mientras que los Judíos a cuyas puertas golpeaba estaban recitando el Halel con la expectante alegría del Exodo que vendría. La noche era oscura para el Faraón, pero para los Judíos, que tenían una gran luz brillando sobre ellos, esa noche era radiante como el día más límpido. Batiah, la hija del Faraón, estaba comiendo con Moshé y su familia. «¿Por qué los Egipcios deben sufrir tan tremendo castigo?», preguntó. «¿Acaso no fue mi familia la que te salvo y crió?» «Sí,» respondió Moshé, «y es por eso que tú no sufriste personalmente con ninguna de las plagas. En cuanto al Faraón, yo le pedí que liberase a los Judíos y le advertí antes de cada plaga. Aun así, cada vez que lo hacía, él se burlaba de Dios y se negaba a creerlo. ¡Este es su castigo!» El Faraón, que le ordenó a Moshé que no volviese jamás a presentarse ante él, era quien ahora lo buscaba desesperadamente. Finalmente logró encontrarlo, «¡Rápido, váyanse pronto! ¡Ahora mismo!» «¿Somos acaso ladrones que debemos salir en mitad de la noche?» le preguntó Moshé. «Dios nos ordenó quedarnos en nuestras casas hasta la mañana.» El Faraón le rogó, diciéndole a Moshé que también él era un primogénito y que temía por lo tanto por su vida. Moshé le aseguró al Faraón que no moriría pues Dios quería que fuese testigo de los milagros aún mayores que tendrían lugar en el futuro.