Festejando
Reflexiones y comentarios
Shavuot
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Haremos y Escucharemos

Por Simcha benyosef

He aquí que vendrán días, dice el Eterno, en los que enviaré el hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra del Eterno.
(Amós 8:11)


EL NOMBRE DE LA FESTIVIDAD

LA FESTIVIDAD QUE MARCA EL EPíLOGO de los cuarenta y nueve días del ómer se conoce comúnmente como Shabuot, la Festividad de las Semanas.
Cabe recalcar que este nombre, Shabuot, pareciera no estar relacionado con la esencia del día, como sucede con las otras fiestas. Por ejemplo, al referirnos a Pésaj como la Festividad de Matzot, se debe a que la mitzvá del día consiste en comer el pan que nuestros antepasados consumieron al salir de Egipto. Sucot literalmente significa «cabañas», pues durante esta fiesta habitamos en cabañas tal como lo hicieron nuestros ancestros en el desierto. Rosh Hashaná, el Año Nuevo, es conocido como un día de Teruá, Convocatoria, debido al precepto de tocar el shofar, cuerno de carnero. Yom Kipur debe su nombre a la expiación que se produce ese día.
El nombre Shabuot, no obstante, se refiere al período que antecede a la festividad y al hecho de contar siete semanas, en tanto que los nombres Atzéret, Asamblea, o Bicurim, «Día de las Primicias», que describen el día en sí, son menos comunes.
Debemos considerar dos puntos:

1. La Torá no describe a Shabuot como el día de la Entrega de la Torá.
2. La Torá no establece ninguna fecha fija para esta festividad, limitándose a decir que ocurre el quincuagésimo día después de Pésaj.

De todo esto podemos concluir que el aspecto más resaltante de Shabuot es que, en este día, terminamos de contar el período de siete semanas. Por ello, la santidad del día está relacionada con la finalización de la cuenta. Entonces, ¿cuál es la importancia espiritual de estas siete semanas?

SIGNIFICADO DE LA FESTIVIDAD

El Zohar compara el período de siete semanas que media entre Pésaj y Shabuot con los siete días puros que una mujer debe esperar después de la menstruación, días que finalizan con su inmersión en una mikve, un cuerpo de agua pura que reestablece el vínculo de la mujer con el Jardín del Edén. Posteriormente, ella vuelve a unirse con su esposo. La separación que se suscita al iniciar su ciclo y que dura hasta su inmersión en la mikve es tan importante para la unión matrimonial como los días en que pueden estar físicamente juntos, en el sentido de que el anhelo mutuo que se despierta durante ese período suscita una renovación mensual de su relación. Es más, representa un modelo terrenal de la añoranza que a Congregación de Israel siente por su Amado del Alma.
El período de la purificación de Israel, que le permitió sentir la revelación del Sinaí, refleja fielmente este proceso. Sólo después de que los israelitas hubieron contado siete semanas desde el momento que salieron de Egipto, pudieron unirse con su Amado. En el quincuagésimo día alcanzaron una pureza comparable con el de las cohortes celestiales, logrando el nivel de «seres divinos» sobre quienes el ángel de la Muerte no tenía control. Fue entonces que ellos se elevaron al estadio de «hijos del Altísimo».
Por ello, el nombre Shabuot está relacionado con las siete semanas que los israelitas contaron antes de unirse con Dios y captura la esencia de esta festividad, pues la Congregación de Israel necesitaba ese período para deshacerse de la impureza de Egipto, que había impedido que forjara su vínculo con la Fuente de Luz.

LA LEVADURA DE LA MASA

El Zohar enseña que el dominio de los egipcios sobre los israelitas sometió a éstos a las tentaciones de su inclinación maligna. Al igual que la levadura de la masa, la inclinación maligna penetra la conciencia del hombre y se extiende en forma gradual hasta que la persona está totalmente dominada por su influencia. Por ello, la levadura simboliza al cuerpo y sus deseos de satisfacer placeres ilícitos. Por ello, estaba prohibido traer leudo al Templo como ofrenda.
En Shabuot, sin embargo, se traían dos hogazas de pan leudado al Templo, como prueba tangible de que incluso la levadura de los israelitas -su carácter físico y material- se encontraba ahora perfectamente pura a consecuencia de sus esfuerzos por perfeccionarse durante el período del ómer y que se hallaban más allá del control de las fuerzas del mal. De ahí que a Shabuot también se le llama «la época de las primicias de los trigales».
Por ello, en Shabuot los judíos se regocijan por sus logros espirituales, absteniéndose de trabajar y tomando parte en banquetes festivos, a lo que alude el nombre Atzéret, asamblea general. Recapitulando, la Torá no se refiere a Shabuot como la festividad de la Entrega de la Torá, porque el hecho de que Israel haya recibido la Torá en este día fue consecuencia del alto grado de pureza que había alcanzado.
Debemos estudiar con mayor detenimiento el proceso de purificación al cual se sometió el pueblo de Israel en el desierto, así como los frutos de su esfuerzo.

PERCEPCIóN DE LA TORá

Nuestros sabios enseñaron que justo antes del éxodo, los israelitas habían descendido a un estado de impureza tan densa que, si se hubieran demorado aunque sea un instante más, nunca habrían logrado escapar. El mal habría ejercido tanto control sobre ellos que el arrepentimiento les hubiera resultado imposible.
Al inicio de la redención, Dios propinó un devastador golpe al sistema maléfico representado por Egipto. La primera etapa fue la muerte de los primogénitos egipcios. La segunda fue la destrucción del Faraón y de su ejército en el Mar Rojo. Las nubes de impureza que impedían a los israelitas percibir a Dios fueron ahuyentadas y ellos fueron ahora capaces de vivir la revelación espiritual.
No obstante, para hacerse merecedores de sentir la extática intimidad con Dios que les aguardaba en el Sinaí, debieron purificar el cuerpo durante las siete semanas del ómer. Parte fundamental de esta depuración dependía de su alimentación y, por ello, debieron comer y beber en un estado de santidad semejante al de los Patriarcas, quienes tuvieron experiencias espirituales muy profundas incluso antes de la entrega de la Torá. De Abraham se dice que sus riñones eran como dos manantiales de sabiduría de la Torá. Posteriormente, el Rey David cantaría «Tu Torá está en mis entrañas».
Para consumir alimentos en santidad, uno debe mantener un nivel de conciencia de lo Divino durante toda la comida, lo que a su vez se logra pensando que los destellos santos que dan existencia a la comida o bebida, al igual que el placer que sienten de nuestras papilas gustativas, provienen directamente del Creador. Cuando pretendemos servir a Dios con la energía que adquirimos, estas chispas Divinas son liberadas al interior de nuestro sistema mientras ingerimos el alimento. Podemos entonces elevar esta chispa hacia su Fuente, gracias a la bendición que pronunciamos antes de consumir la comida.
Rabí Eliahu de Vidas, cabalista del siglo XVI, trata esta materia en su obra Reshit Jojmá (El Inicio de la Sabiduría) explicando que el néfesh, debido a la muralla que erige el hígado donde habita, no puede disfrutar del fulgor Divino como lo hiciera otrora. La bendición que pronuncia el hombre antes de comer le da sustento espiritual a su néfesh, de modo que pueda absorber la energía celestial que atrae sobre sí mientras come.
La persona que come y bebe de esta forma sirve a Dios con todo su ser. Huelga decir que se requiere de enorme esfuerzo para refinar nuestro carácter físico-material. Los israelitas, después de varias generaciones de esclavitud, eran incapaces de hacerlo. Dios les ayudó enviándoles el maná celestial y dándoles agua de un pozo milagroso conocido como el «pozo de Miriam», pues sus refrescantes aguas fluían en mérito de esta profetisa.
Transcurridas siete semanas en el desierto, los israelitas alcanzaron un nivel de pureza que les calificaba para recibir la Torá. Por ello, decimos en la Hagadá de Pésaj:

Si él nos hubiera llevado al Monte Sinaí y no nos hubiera entregado la Torá, nos habría bastado.

Los cabalistas interpretan esto como una expresión de gratitud hacia Dios, por la novedosa habilidad que los israelitas habían adquirido para percibir la Torá, pues ésta no fue entregada sino hasta que ellos consiguieron por su cuenta el nivel de conciencia necesaria. Sin embargo, el mismo instante en que su percepción de la Torá surgió espontáneamente desde su interior, Dios se las entregó como obsequio.

«HAREMOS Y ESCUCHAREMOS»

De ahí observamos que hay dos caminos hacia la Torá: su percepción desde adentro o su recepción desde Arriba. Según el Arí, éstos definen la relación entre los días del período del ómer y Shabuot. En cada uno de los 50 días, los israelitas purificaron un nivel adicional de su mente para atraer hacia sí una medida adicional del excelso estado de mojín, conciencia, que se requiere para percibir la Torá. Por otra parte, al contar siete semanas, en un paralelo a los siete días puros de una mujer, se aprestaron para recibir la Torá desde Arriba, como obsequio.
Durante la comunión de almas que se produjo al quincuagésimo día, Dios les entregó las 22 letras hebreas utilizadas para escribir la Torá, permitiendo así que los israelitas las incorporaran a su estructura interna. Esta es la base para las dos hogazas de trigo que Israel posteriormente ofrendaría en el Templo ese día, pues el valor numérico de la palabra hebrea que denota trigo, jitá, es 22, la cantidad de letras en el alfabeto hebreo.
¿En qué difiere la percepción de la Torá de su recepción?
Cuando una persona santifica los diversos aspectos de su naturaleza física, como comer, beber y el impulso sexual, su intelecto se agudiza de manera natural y se hace capaz de atraer la luz de las esferas espirituales. Ello resulta en que podrá obtener un entendimiento aun más profundo de la Torá, pudiendo captar los motivos que sirven de fundamento para los preceptos y, en última instancia, comprenderlos exclusivamente como fruto de sus esfuerzos perceptivos.
La Torá, en cambio, fue entregada como resultado de la comunión de almas entre Dios y el pueblo judío. Pese a que el receptor ya había adquirido la Torá perceptivamente, un nuevo aspecto de esta sabiduría le fue entregado a través del debekut y la comunión de almas.
Rashí explica que antes de la entrega de los Diez Mandamientos, Dios pidió a Moisés que ascendiera la montaña. Cuando hubo descendido, Moisés escribió en un pergamino el «Libro del Pacto», todos los preceptos desde el Génesis hasta ese punto en el Libro del éxodo, tal como Dios se los había transmitido. A la mañana siguiente, Moisés congregó a los israelitas para leérselos. Sin embargo, antes de la lectura, los israelitas exclamaron: «Cumpliremos con cada palabra que Dios ha pronunciado». Incluso sin haber oído el mensaje Divino, ellos ya estaban conscientes de su contenido gracias a la percepción directa de la Torá de que ya gozaban.
Después de leer este libro, Moisés hizo que el pueblo celebrara un pacto con Dios, ordenando que 12 hombres jóvenes, uno de cada tribu, sacrificaran novillos según las instrucciones de Dios.
El relato bíblico prosigue así:

Moisés recogió la mitad de la sangre [de estas ofrendas] y la colocó en grandes recipientes. La otra mitad él salpicó sobre el altar.

La sangre del Pacto fue dividida en dos con precisión infinitesimal, la mitad que habría de salpicarse sobre el altar y la otra mitad sobre el pueblo. La igualdad de estas mitades alude al lazo afectivo que iba a forjarse: la relación sería estrictamente igualitaria. Los israelitas comprendieron que había algo más elevado que sencillamente captar la Torá por intuición: se dieron cuenta de que la Torá es un obsequio, originado en la comunión de almas entre sus almas colectivas y el Creador.
En el texto bíblico encontramos alusiones que respaldan la diferenciación entre el nivel de sabiduría de Torá que proviene de la percepción y aquel fruto de la comunión de almas. Las leyes entregadas a Moisés para que las transmitiera al pueblo, tal como fueron redactadas en el Libro del Pacto, están libres de toda insinuación de afecto y reflejan exclusivamente el aspecto de la percepción de la Torá. En cambio, las referencias bíblicas a la ceremonia posterior en la que este Pacto fue sellado con sangre y grabado para las futuras generaciones, sí justifica la interpretación cabalística de que ahí se produjo debekut y yijud, unificación espiritual.
De ahí que los cabalistas infieren que la declaración de los israelitas, «Haremos y escucharemos todo lo que Dios ha proclamado», significa que en vez de concentrarse en recibir una Torá que ya eran capaces de percibir, ellos deseaban acceder a la Torá desde el aspecto de la unificación espiritual, donde el principal anhelo es aferrarse apasionadamente al Creador.
Otro objetivo, mencionado por el Maguid, el ángel que bajó a enseñar Torá a Rabí Yosef Caro (1488-1575), el recopilador del Código de Ley Judía, consistía en que «escuchar» algo que ya sabían les iba a resultar útil para someter su ser físico a la disciplina de la observancia de la Torá.
Ese mismo ferviente deseo hace eco en el Cantar de los Cantares, del Rey Salomón:

¡Si tan sólo él me besara con los ósculos de Su boca! Tu amor del espíritu es con mucho más preciado para mí que el vino [todos los placeres y estimulantes físicos].

Los israelitas de todas las generaciones desean oír nuevamente de Dios los secretos más recónditos de Su Torá, tal como lo hicieron en el Sinaí, a saber, a través de un «beso», una revelación originada en su apego apasionado a él, no sólo proveniente de la percepción intelectual. Por ello se declara: «Tu amor del espíritu es mucho más preciado para mí que el vino»; en otras palabras, «el deleite que se siente al apegarse apasionadamente a Dios es mucho más intenso que aquél derivado de estudiar la Torá como un mero estímulo intelectual».
Al escuchar el clamor, «Haremos y escucharemos», Moisés salpicó sobre el pueblo la mitad de la sangre para hacer hincapié en que ellos se convertirían ciertamente en la «Congregación de Israel, Su Amada del alma». Para alcanzar ese nivel, sin embargo, ellos ya se habían purificado durante las siete semanas previas, deshaciéndose de todo lo que les impidiera experimentar el contacto directo con su Creador.
Esto nos ayuda a comprender una enseñanza del Talmud:

Cuando Israel proclamó: «Haremos y escucharemos», una Voz celestial preguntó: «¿Quién le reveló a Mis hijos este secreto que permanece custodiado por los ángeles guardianes?»

Hasta la Entrega de la Torá, el secreto del yijud sólo había sido del conocimiento de los ángeles guardianes y aquellas personas que habían alcanzado ese excelso nivel. Empero, ahora había una nación entera que, no contenta con una percepción exclusivamente intelectual de la Torá, anhelaba vivir la íntima experiencia de «escuchar» al Creador.

LA FESTIVIDAD DE SHABUOT

Hemos visto que hay dos modalidades para recibir la Torá: 1) atrayendo sobre nosotros niveles cada vez más elevados de conciencia durante el período del ómer y 2) recibiéndola como un obsequio, gracias a la unificación espiritual que vivimos después de contar siete semanas de pureza.
Podemos apreciar ahora el motivo por el cual la Torá no llama a Shabuot en forma explícita como la estación de «la Entrega de la Torá». La Torá fue tanto entregada como recibida y, sin embargo, dado que este obsequio fue fruto de la íntima unión entre Dios e Israel, debía conservar un aura de reserva y no podía mencionarse abiertamente. En consecuencia, éste es uno de los misterios de la Torá al cual los sabios tan sólo han hecho alusión en sus enseñanzas verbales.
La Torá tiene el poder de purificar a la persona, al extremo que ésta puede transformarse en un ángel y, entonces, hacerse merecedora de recibir la Torá en tanto obsequio y acceder a sus secretos más profundos. No obstante habernos sido entregada la Torá en el Monte Sinaí, ese resplandor regresa cada año en esta época. Si aprovechamos los días del período del ómer para superarnos en los aspectos de santidad y pureza, cada quien según sus esfuerzos, podremos recibir la luz de la Torá tal como lo hicieron nuestros ancestros en el Sinaí.

 

Simcha Benyosef

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