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Haciendo la diferencia

Gentileza de la lectora Bibiana Sumay

Una persona debe verse a sí misma y al mundo como dos pesas igualmente equilibradas en la balanza; haciendo una sola buena acción, inclina la balanza y trae redención y salvación a sí mismo y a todo el mundo. (Maimónides)

Muchas veces nos preguntamos cuánto de verdad tienen estas palabras. En un mundo tan corrupto, donde aparentemente el malvado prospera, y el egoísmo prevalece, debemos recordar que Di-s nos otorgó el libre albedrío para elegir hacer el bien, y cada acción tiene un valor incalculable que puede destruir o salvar al mundo. Como prueba de ello esta historia:

«Un día, cuando cursaba la secundaria, vi a mi nuevo compañero de clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Kyle. Cargaba todos sus libros. Pensé: «¿Por qué se los llevará a hoy viernes? Debe ser un muy estudioso». Yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de fútbol con mis amigos. Me encogí de hombros y seguí mi camino. Pero vi a un montón de chicos corriéndolo. Al alcanzarlo, tiraron todos sus libros y lo empujaron al suelo. Sus lentes volaron y cayeron. Había una tremenda tristeza en su rostro. Mi corazón se estremeció, corrí hacia él. Vi lágrimas en sus ojos. Le acerqué los
lentes. Me miró y me dijo: «¡gracias!»

Lo ayudé con sus libros. Vivía cerca de mi casa. Me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Caminamos juntos. Parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol con nosotros y aceptó. Estuvimos juntos todo el fin de semana. Mientras más conocíamos a Kyle, mejor nos caía. Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Kyle con aquella enorme pila de libros de nuevo. Me paré y le dije: «Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días». Se rió y me dio la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores amigos.

Al terminar la secundaria, no seguiríamos juntos. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Llegó el gran día de la graduación. él preparó el discurso. Kyle se veía realmente bien. Era una de esas personas que se había encontrado a sí mismo, mejorado en todos los aspectos y se veía bien con sus anteojos que lo hacían todo un intelectual. Pude ver que estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmada en la espalda y le dije: «Vas a estar genial, amigo». Me miró y sonrió. «Gracias», me dijo. Limpió su garganta y comenzó su discurso:

«La graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles: padres, maestros, hermanos, quizá algún entrenador… pero principalmente a los amigos. Yo estoy aquí para decirles que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir. Les voy a contar una historia…». Yo miraba a mi amigo incrédulo, mientras relataba lo sucedido el primer día que nos conocimos. Aquel fin de semana él tenia planeado suicidarse, limpió su armario y se llevó todos sus libros, para que su madre no tuviera que ir después a recogerlos a la escuela. Me miraba fijamente y sonreía. «Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable».

Yo escuchaba con asombro como este apuesto y popular chico contaba sobre ese momento de debilidad. Sus padres también me miraban y sonreían con esa misma sonrisa de gratitud. A mi se me había hecho un nudo en la garganta y hacía desesperados esfuerzos para no romper en llanto. En ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras: «Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otro ser humano, para bien o para mal. Di-s cruza los caminos de las personas para que nuestros actos tengan un impacto en sus vidas». ¿Todavía duda de la fuerza de un solo acto de bien?




(extraído de La enseñanza semanal de Jabad Lubavitch, www.jabad.org.ar).


 

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