Feministas, las Nuevas Chauvinistas Masculinas
Rose Schrage, M.S. ED. P.D., es una experta psicoterapeuta cuya práctica incluye consejería familiar y matrimonial, psicoterapia individual, terapia modelada e discapacidades de aprendizaje
Esta acción produjo una disputa en todo el país respecto de la naturaleza del feminismo. ¿Las feministas liberales se han vuelto tan estrechas que sólo respetan a las mujeres que reflejan su propia imagen?
Hace años, era el varón chauvinista quien degradaría a una mujer usando la expresión «Ella es APENAS un ama de casa». Ahora eran las instruidas feministas, cuyo movimiento se creó en respuesta al chauvinismo masculino, quienes extendían el dedo acusador de irrespetuoso desacato incluso a quien era la estimada primera dama, por elegir la devoción a la familia como su profesión.
El movimiento feminista se fundó como la voz del derecho de la mujer a la libre elección. Adhirió al principio de que la mujer merece igual respeto que el hombre, ya sea si escoge ser una profesional o un «ama de casa».
Dicho sea de paso, el término inglés para «ama de casa», housewife (lit.: esposa de la casa), me irrita. Es un nombre inapropiado. Nunca me he encontrado con una mujer que salía en pareja con una casa y luego se casó con ella; más bien, se casó con su esposo y eligió dedicar su tiempo y esfuerzos a él y a los niños de ambos. Las mujeres que han soportado desveladas noches como madres cuidaron a sus niños enfermos, sirvieron de cocineras a sus familias hambrientas, proporcionaron sensatos consejos psicológicos y comprensión y proveyeron confort y seguridad a sus esposos e hijos. Estas mujeres son vistas con desprecio por su contribución desinteresada. ¿Hemos caído tan bajo que ridiculizamos el idealismo y el altruismo porque carece de rédito financiero? Un famoso proverbio danés declara: «Un hijo rico frecuentemente se sienta en el regazo de una madre pobre».
¿Todo lo que tiene valor se mide en términos monetarios?
Yo agradezco a las feministas por abrir las puertas de la igualdad de oportunidad y retribución igual para las mujeres, pero en el proceso hemos perdido de vista nuestros valores intrínsecos.
Un diamante sólo tiene una única dimensión. Es un objeto inanimado tan valioso como los dólares que logrará. Lamentablemente, en nuestra sociedad de hoy evaluamos a la gente de la misma manera. Una persona es considerada exitosa o fracasada en la vida según la cantidad de dinero que gana.
Sin embargo, el ser humano no es un objeto inanimado a ser medido por su valor en dólares. El ser humano posee muchas dimensiones. Como individuos capaces de inteligencia y pensamiento nuestro espíritu y alma busca llegar a alturas mayores de logro y propósito. En un sentido práctico, esto se logra mediante nuestra compasión por nuestro semejante, dando de nosotros mismos y ateniéndonos a los principios de nuestra Torá. Haciendo una contribución de alguna pequeña manera para dejar este mundo un lugar mejor que como lo encontramos.
¿Debe observarse como un éxito a la mujer que dedica su tiempo a ayudar a ancianos o visitar al enfermo si se le paga por sus esfuerzos, o debe ser respetada por proveer estos nobles servicios como voluntaria? Nuevamente, la sociedad de hoy la respeta solamente por el valor dólar que ganaría como enfermera o médica y no la admirará por su idealismo y devoción como voluntaria. Esta filosofía ha creado un fenómeno interesante.
Durante la era del Presidente Kennedy el pueblo americano joven estaba lleno de idealismo. Este idealismo fue expresado por las palabras de Kennedy: «No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu país». Así se concibieron el Cuerpo de Paz y otros grupos voluntarios, con un sentido de idealismo y propósito, buscando los valores intrínsecos como realización personal.
Luego el péndulo se balanceó en la dirección opuesta y nació la «Generación yo» preguntando «¿Qué hay en ella para mí?» Como resultado, por primera vez, había escasez de voluntarios para el trabajo caritativo. La primera dama de la época, la esposa de Ronald Reagan, viajó por el país intentando reclutar voluntarios para causas meritorias. Se descubrió que mujeres que ordinariamente realizan trabajo voluntario sólo podían ganar respeto si se les pagaba por sus esfuerzos, por lo que se volvieron mujeres de carrera.
El movimiento feminista cree que cada mujer debería tener una carrera. En este área hemos superado a los hombres y producido el síndrome «Superwoman» en el que la mujer tiene derecho a dos carreras en vez de una. Nunca ha abandonado su primera carrera como esposa y madre, y agregó una carrera adicional fuera del hogar. Una investigación reciente indica que las mujeres profesionales todavía desempeñan el 80% de las tareas del hogar, así que, ¿dónde está la igualdad de derechos?
Nuestra Torá nos enseña que hay que vivir según valores fundamentales que no se miden en dólares sino según nuestra inconmensurable contribución a la humanidad.
Para sentirnos contentas y seguras no debemos permitir a la sociedad, sino a nuestra eterna y oportuna Torá, que dicte qué somos. Los valores de la sociedad cambian con el viento o antojo de su líder. Alemania, durante la era hitleriana, constituye un perfecto ejemplo de cómo la sociedad puede deformar los valores esenciales. La Torá es el plano maestro del mundo y sus valores son eternos.
Un principio psicológico esencial es que quien es inseguro tiende a castigar a otros a fin de construir su propia autoestima. ¿Nos hemos convertido en mujeres tan inseguras que debemos ridiculizar a las mujeres que dedican los esfuerzos de su vida a su marido, a sus hijos y a su familia? La mujer de carrera debe ser elogiada y admirada por sus logros y contribución, pero la madre que produce y nutre la próxima generación de mujeres de carrera y madres ha de ser igualmente reverenciada.
Como psicoterapeuta, he tratado a individuos con carreras exitosas que se hundieron en una profunda depresión tras su jubilación. Tuvieron una crisis de identidad en la que se sintieron inservibles. Análisis mediante, me encontré con que la causa de esta crisis es que nuestra sociedad evalúa a la persona por lo que hace para ganarse la vida más que por cómo la viven. Una persona dirá: «yo soy médico», «soy abogado» o «soy plomero». Sin embargo, esto es cómo esa persona se gana la vida; no qué son él o ella.
No es la esencia de la persona. Muchos de nosotros viven para ganarse la vida en lugar de ganarse la vida para vivir. Cada persona fue colocada en esta Tierra con un propósito, para contribuir con algo a este mundo. La Torá no menciona la recompensa por un mitzvá para que no podamos juzgar qué acto de bien es más importante que otro. La persona pobre que dona un dólar de sus magros fondos para caridad realiza una mitzvá tan grande como la adinerada que contribuye con miles de dólares. No juzgamos por el valor monetario sino por el acto.
Una feminista verdaderamente «liberal» permitiría a la mujer el derecho de determinar cómo logra ella su realización personal. Una mujer inteligente no es inferior si escoge no ser remunerada por sus esfuerzos o logros. El idealismo y los valores virtuosos no llevan etiquetas de precio y producen una sensación de logro que no puede medirse en dólares. Cada persona contribuye de una manera única. La persona exitosa se considera tal según lo que él o ella es como persona, no en base a qué hace para vivir. Lo que importa no es cuán ricos somos sino cómo enriquecemos este mundo. Edgar Z. Friedenberg declara en su libro, «El Adolescente Desvaneciente»: «Lo que debemos decidir es, quizás, cómo somos valiosos, en lugar de cuán valiosos somos».
Sí, necesitamos mujeres en carreras y profesiones, pero también necesitamos mujeres en el frente hogareño. Sigamos los preceptos de nuestra Torá y tratemos a nuestro semejante, hombre y mujer, con dignidad, amor y comprensión. No debemos ser rápidos para juzgar, y debemos aprender a tolerar y respetar las diferencias del otro. No podemos permitir que una sociedad siempre cambiante dicte nuestros valores o valía sino sólo Di s quien es el juez de todos nosotros.
Si eres la Dra. Judith Shapiro, Jefa de Cardiología, o la Sra. Bárbara Bush, primera dama de la Casa Blanca, o la Sra. Dina Teitelbaum, madre de seis hijos y primera dama de la casa de los Teitelbaum, debes ser admirada y respetada por enriquecer este mundo a tu manera.
Rose Schrage de Chai Today
Me gustó su artículo. La verdad es que necesitamos aprender a dar más de nosotros en vez de darnos a nosotros. Hay más felicidad en dar que en recibir y quien quiera ser el primero debería hacerse como si fuera el último.