Evidencias
J. – La evidencia que citó usted concerniente a las tradiciones del Senado o Sanhedrín de Ancianos y las tradiciones de los Cohanim es incontrovertible. Pero ¿qué evidencia hay en las Escrituras acerca de la multitud de discípulos que usted mencionó ?
S. – Cuando Saúl regresaba a casa tras haber visto a Shemuel el profeta, «un grupo de profetas fue a encontrarlo» (I Shemuel 10:10). «Cuando Izebel (Jezabel) había destruido a los profetas del Eterno, Obadiá tomó a cien profetas, y los ocultó» (I Reyes 18:4). Si en las diez tribus, donde florecía la idolatría, Obadiá encontró cien profetas después que Izebel había destruido al resto, entonces ¡cuán numerosos eran los profetas de Yehudá y Benjamín! Nuestra tradición establece que en Israel surgieron más de un millón de profetas (Meguilá 14a). Muchos profetas tenían escuelas de discípulos, llamadas Bené Nebiim: «Cincuenta hombres de los Bené Nebiim» (II Reyes 2:7); «Y le dijeron los Bené Nebiim a Elishá: He aquí que el lugar donde moramos ante ti es muy estrecho para nosotros». (ibid. 6:1) «y elevé a sus hijos en profetas y a sus jóvenes en nazareos» (Amós 2:11). También había escuelas de hombres que vivían en reclusión por un período determinado, tal como los trescientos nazareos para quienes Shimón ben Shetaj proveía ofrendas para sacrificio (Bereshit Rabbá 91:3). En esta forma los Ancianos y sus asambleas, los Cohanim, los profetas y sus escuelas y los conciliábulos de los nazareos perpetuaban la tradición y la protegían. En realidad no era una cadena de tradición, sino miles de cadenas, pues miles de Sabios en cada generación transmitían la tradición a miles de discípulos. En realidad, debería yo decir cientos de miles de cadenas, pues los padres enseñaban la tradición a sus hijos como ordena la Torá (Debarim 6:7), las madres instruían a sus hijos y los maestros locales educaban a sus alumnos. Así como en Europa Oriental, en nuestros tiempos, casi cada judío era instruido en la práctica del Judaísmo y cientos de miles eran letrados en los detalles intrincados del Talmud, también era el caso de todas las generaciones que las precedían, sólo que en mayor grado. Hace dos mil años Josefo escribió: «El principal interés de nuestro pueblo es educar bien a nuestros hijos, y pensamos que es el negocio más necesario de toda nuestra vida el observar las leyes que nos fueron dadas y seguir aquellas reglas de piedad que nos fueron legadas» (Contra Apión, libro I, 12). Así hablaba un político y soldado judío. Puedes entender de ahí cómo los mismos Sabios estaban consagrados a preservar y transmitir la tradición.
J. – Si la tradición de la Torá era tan fuerte y continua, ¿por qué se conmovió tanto el rey Yoshiá cuando se descubrió un Séfer Torá en el santuario (II Reyes 22:11)?
S. – ¿Qué crees joven? ¿Qué la Torá tras haberse conocido y practicado tanto, desapareció repentinamente? No te dejes engañar por el hecho que la práctica de los preceptos no se menciona frecuentemente en las Escrituras. Los preceptos eran para nuestro pueblo tan naturales como respirar, y por lo tanto no era necesario mencionarlo. Posterior al versículo en Yehoshúa 5:8, no se encuentra en las Escrituras mención alguna del pacto de la circuncisión. Sin embargo, es obvio que observaban fielmente esta ley, pues el epíteto «incircunciso» se usaba despectivamente para referirse a los gentiles. Los padres de Shimshón (Sansón) lo reprocharon por desear una mujer «de los filisteos incircuncisos» (Jueces 14:3); Shimshón pidió a D-os no caer «en manos de los incircuncisos» (ibid. 15:18); también hay casos similares en otros pasajes (I Shemuel 14:6; 17:26; 31:4; II Shemuel 1:20). Es obvio que cada judío estaba circuncidado, y éste era un asunto tan común y aceptado que era totalmente superfluo mencionarlo. El libro de Yehoshúa está adornado con el cumplimiento de los preceptos de la Torá y con referencia a pasajes de la Torá citados por el pueblo. Las bendiciones y maldiciones en los montes Guerizim y Ebal se cumplieron en Debarim II (Yehoshúa 8); bajaron los cuerpos colgados al atardecer como está ordenado en Debarim 21:23 (Yehoshúa 10:27); no asignaron una porción de tierra a los Levitas, como está dispuesto en Debarim 10:9 (Yehoshúa 13:14); Caleb recitó la historia completa de los espías como se relata en Bamidbar 13 y 14 (Yehoshúa 14); separaron ciudades de refugio como dice en Bamidbar 35 (Yehoshúa 20); cumplieron la promesa que hizo Moshé a los hijos de Reubén, Gad y la media tribu de Menashé como se estipula en Bamidbar 32 (Yehoshúa 22); Yehoshúa les repetía una y otra vez al pie de la letra las palabras de la Torá como (ibid. versículo 5) en Debarim 11:22 y en numerosas ocasiones; narra toda la historia de la Torá (Yehoshúa 24); liberaron del servicio militar a aquéllos que temían, como se ordena en Debarim 20:8 (Jueces 7); cumplían las leyes de pureza del cuerpo y de la ropa para aquéllos que tenían contacto con las ofrendas de alimentos (I Shemuel 20:36, ibid.21:5-6); cumplían la prohibición concerniente a Obot (hechiceros) e Yidonim (adivinadores) (ibid. 28:2); mantuvieron el orden de los capitanes de millares y capitanes de centenas como se indica en Éxodo 18:24 (I Shemuel 22:7; I Crónicas 15:25); juzgaban con dos testigos (aun en el reino idólatra de las diez tribus) y castigaban al blasfemador con Sekilá fuera de los límites de la ciudad (I Reyes 21:13); y cumplían «No comáis con la sangre» como dice en Vayikrá 19:26 (I Shemuel 14:32). Una nación constituida por millones de personas esparcidas por la Tierra, necesitaba innumerables copias de la Torá para poder conocer las leyes, especialmente tomando en cuenta la dificultad de transporte y comunicación de aquellos tiempos remotos. ¿Acaso desaparecieron súbitamente todas las copias de la Torá?
J. – Los críticos de la Biblia se han prendido de este suceso para decir que el libro que fue hallado era Debarim (Deuteronomio).
S. – Dice que se encontró «un libro de la Torá«. El significado verdadero es que se encontró el Séfer Torá completo. En las generaciones precedentes encontramos citas de pasajes de Debarim una y otra vez tan frecuentemente como pasajes de otros libros. Aproximadamente 200 años antes de este incidente, el rey Amasiá se negó a ejecutar a los hijos de los hombres que mataron a su padre Joás, dando como razón un versículo de Debarim: «pero a los hijos de los asesinos él no los mató, conforme está escrito en el libro de la Ley de Moshé, como lo ordenara el Eterno diciendo: No han de morir los padres por los hijos, ni los hijos han de morir por los padres, sino cada cual morirá por su propio pecado» (II Reyes 14:6. Este versículo está citado de la Torá: Debarim 24:16). Yehoshúa (22:5) usa palabras de Debarim (11:22) y repite y parafrasea numerosos pasajes de Debarim, tales como Yehoshúa 23:16, que es Debarim 11:17. El dejar libres a los hombres que temen a la guerra, mencionados en Jueces 7:3 viene de Debarim 20:8. Caleb recibió Jebrón tal como Moshé lo había indicado (Jueces 1:20), que es una referencia directa a Debarim 1:36. Shelomó dijo (I Reyes 8:51): «Por cuanto son Tu pueblo, y Tu heredad, que Tú sacaste de Egipto de en medio del horno de hierro», que es una cita textual de Debarim 4:20. En I Reyes 9, los versículo 8 y 9 son idénticos a los versículos 23 y 24 en Debarim 29. En I Reyes 11:36, hay una referencia a Debarim 12:5.
J. – Esto comprueba claramente la ignorancia de estos críticos. ¿Pero por qué estaba tan conmovido Yoshiá?
S. – La explicación de que Yoshiá estuviera tan emocionado por el descubrimiento, en realidad está expresada en palabras claras que hacen el asunto evidente: «Helcías el Cohén halló el Libro de la Ley del Eterno dada por Moshé» (II Crónicas 34:14). Éste es el libro que Moshé mismo escribió y que había estado guardado en el Templo por siglos. Mientras Acaz destruía los utensilios sagrados y quemaba la Torá, los Cohanim habían escondido este Libro. Ahora, fue descubierto repentinamente, y proféticamente estaba enrollado de tal manera que saltaba a la vista el pasaje fatal: «Llevará el Eterno a ti y a tu rey… a un pueblo que no conociste tú, ni tus padres» (Debarim 28:36). El descubrimiento del desaparecido Séfer Torá escrito con el puño y letra de Moshé, abierto en este fatal pasaje y especialmente ahora que los profetas habían estado prediciendo por algún tiempo el amenazante destino, era un mensaje abierto del Cielo. El rey por lo tanto, convocó al pueblo para leerles «las palabras del Libro del Pacto» (II Reyes 23:2), que es la profecía fatal (Debarim 28) que concluye: «Éstas son las palabras del Pacto«. Y así Juldá, la profetiza, se refiere a esta parte, cuando Yoshiá la mandó consultar: «todas las maldiciones que están escritas en el libro que ellos leyeron ante el rey» (II Cron. 34:24), que corresponden con: «según, todas las maldiciones del pacto escrito en este libro» (Debarim 29:20 ).
J. – Señor, estas palabras en verdad convencen. En la prensa pública, los críticos de la Biblia gobiernan sin que nadie se les oponga. Salen a cada momento con molestas declaraciones espectaculares de nuevos descubrimientos, y despedazan los libros sagrados según su voluntad. Palabras como éstas deberían publicarse y difundirse para contrarrestar el daño causado por estos hombres.
S. – La irresponsabilidad de estos hombres arrogantes es sólo parte de la obscuridad de las naciones. No habrá pruebas que ayuden a los críticos de la Biblia, ni a los antiguos, ni a los modernos. Para nosotros, es suficiente nuestra sólida tradición e ignoramos a esos hombres maliciosos. Han explotado sus teorías una tras otra y aún así, continúan incansablemente produciendo nuevas. Nunca admiten sus errores, aunque hayan sido demostrados, y mucho tiempo después de haberse expuesto la falsedad de sus teorías, el público en general continúa repitiendo esas teorías como si fueran verdades científicas. Por mucho tiempo proclamaron que el arte de escribir era todavía desconocido en los tiempos de Moshé. Basándose en eso, atacaron todo el fundamento de las sagradas Escrituras. Finalmente se comprobó que ya existía la escritura desde los tiempos de Hammurabi, por lo menos 400 años antes de Moshé.
J. – ¿Admitieron entonces los críticos su error?
S. – Algunos ya habían muerto, con el prestigio y afluencia que habían ganado de sus trabajos científicos. Pero aun aquéllos que vivieron para ver su error no proclamaron su arrepentimiento. En lugar de eso, brincaron ingeniosamente al otro extremo: si la escritura ya existía mucho antes de Moshé, entonces Moshé escribió copias e imitaciones de lo que ya se había escrito mucho antes que él. Así es que ahora, en lugar de decir que no existió ni Moshé, ni la Torá, alegaban que Moshé imitó las leyes de Hammurabi y copió las historias antiguas. Si estos hombres tuvieran el mínimo respeto por la verdad, reconocerían fácilmente la vasta diferencia que existe entre el cruel e insensato código de Hammurabi y la dulce racionalidad y justicia de la Torá; y podrían fácilmente reconocer la vasta diferencia que hay entre las fragmentadas e inverosímiles crónicas de las historias antiguas y las crónicas claras y ordenadas de la Biblia. Las inscripciones cuneiformes pueden leerse de muchas maneras distintas, por ejemplo, un nombre se interpreta en por lo menos tres variantes totalmente diferentes: Ebed Tov, Puti Hiba y Arthahepa. Lo mismo se aplica a los jeroglíficos y todas las otras inscripciones. En esta forma, cada arqueólogo lo lee según le parece mejor. Por lo tanto, las Escrituras no deben medirse por estas inscripciones, sino viceversa. Otra de sus teorías favoritas era que Ezrá escribió la Torá. El hecho que todas las Escrituras anteriores a Ezrá hablan de la Torá en los términos más sonoros, es ignorado por estos hombres. Pero la persona más descarriada, si es un poco honesta, puede darse cuenta inmediatamente de la gran divergencia entre la dicción de Ezrá y aquélla de los libros proféticos anteriores a él, y el idioma de la Torá se reconoce fácilmente por su antigüedad por ser distinto aun de los primeros libros proféticos. El pronombre femenino Hi está escritosólo en los cinco libros de la Torá con la Vav masculina en todas partes (excepto 11 veces). La nación es llamada «Edá» (una congregación, no una nación establecida), sólo en la Torá, en Yehoshúa y en los dos últimos capítulos de Jueces (excepto para uso poético). Este mito es refutado todavía más por el hecho que Persia no está mencionada por nombre en la tabla de genealogía (Bereshit 10), siendo que en los tiempos de Ezrá era una nación más importante. Los samaritanos odiaban a Ezrá y buscaban la manera de desacreditarlo, sin embargo, veneraban los cinco libros de la Torá y el libro de Yehoshúa. Estos descarriados críticos de la Biblia podían haberse preguntado, si buscaran la verdad: ¿cómo podía Ezrá, quien vivió en tiempos del Segundo Templo, haber escrito en la Torá sobre las leyes del Arca, de los Urim Vetumim, la unción del sumo sacerdote, y el año de Jubileo, si ninguno de estos hechos existieron en su época o eran aplicables a ella?
J. – Otros de ellos decían que sacerdotes de épocas anteriores o los Levitas escribieron la Torá.
S. – Sí, no se desaniman fácilmente. Pero sólo una persona ciega podría pasar por alto los hechos de la Torá que ningún Levita hubiera admitido, o aún menos, creado voluntariamente. Los Levitas no hubieran afirmado voluntariamente que descendían de Leá (la esposa menos amada de Yaakob), mientras declaraban que las tribus tercas e idólatras de Efraim y Menashé descendían de Rajel, la matriarca favorita. Los Levitas no habrían deseado publicar el hecho que Yaakob maldijo a Leví por su enojo. No hubieran escrito que el sacerdocio se había dado originalmente a los primogénitos y sólo después a los Cohanim. No hubieran divulgado el hecho que Aharón participó en la construcción del becerro de oro.
J. – Éstos son golpes de martillo. Sólo el enemigo más obstinado de la verdad podría soportarlos.
S. – En la tierra de Israel, nuestros antepasados eran acosados por enemigos vecinos que los odiaban amargamente. Ningún escritor humano hubiera hecho de Abraham, el honorable progenitor de nuestro pueblo, el padre de Yishmael y de los hijos de Keturá. Ningún escritor humano hubiera hecho a Yitzjak el padre del odiado Esav, que es Edom. Cuando mucho, los hubieran hecho parientes como Amón y Moab de Lot. Ningún escritor humano hubiera hecho padecer a su nación la tremenda mancha de ser esclavos por tantas generacionesen Egipto.
J. – ¡Incontrovertible! Y mientras usted hablaba, se me ocurrió que el nombre de Jerusalem no se menciona ni una sola vez en la Torá. La sede del gobierno y el lugar donde se encontraba el Templo: ningún escritor contemporáneo o posterior a David hubiera soñado con omitir Jerusalem.
S. – Y en tiempos de David, cuando se libraban batallas contra Moab, Amón y Edom, ningún escritor hubiera mencionado la prohibición de pelear contra ellos : Debarim 2:4, 9, 19. Y la prohibición de matar ganado a menos de que sea llevado como ofrenda al Templo (Debarim 12:21) no tiene cabida en ningún lugar más que en el desierto. Y ¿qué escritor humano revelaría que D-os se negó a que Moshé y Aharón entraran en la Tierra de Canaán «porqueno creísteis en Mí para glorificarme»? (Bamidbar 20:10), un castigo sin paralelo para la persona más venerada en nuestra historia. ¿O que se acredite a un extranjero, Yitró por algunas de nuestras prácticas nacionales (Éxodo 18)?