Estudiando
3.Lej Lejá
El Libro De Bereshit (Génesis)
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Estudiando los Comentarios II

De cómo Abraham llego a creer en Hashem

En los tiempos de Abraham la mayor parte de la gente adoraba ídolos. Su padre, Téraj, formaba parte, también, de esa mayoría. Incluso era dueño de un comercio en el que los vendía. Abraham, empero, llegó rápidamente a la conclusión dé que ídolos sin vida, hechos simplemente por la mano del hombre, no podían gobernar el universo. Debía de existir una fuerza superior capaz de crear el mundo y regular toda la naturaleza. Contempló el cielo y vio el glorioso resplandor del sol. «Ciertamente, éste debe ser el señor de la Tierra», se dijo, y comenzó a adorar al sol. Pero cuando la noche llegó el sol se eclipsó y su posición fue ocupada por la luna y las estrellas. «Entonces, la luna y las estrellas deben de ser los poderes reales», pensó, y comenzó a adorarlas, sólo para descubrir que ellas, a su turno, daban de nuevo paso al sol. Entonces Abraham se dio cuenta de que debía existir un poder superior al sol, la luna y las estrellas, que controlaba todos los cuerpos visibles. Ese poder sólo podía ser un D-s eterno y todopoderoso, al cual Abraham comenzó a adorar.

Cierto día, el padre de Abraham tuvo que salir de su negocio y dejó al hijo a cargo del mismo. Entró un cliente, miró a su alrededor y decidió comprar un ídolo. Se aproximó a Abraham, quien luego de escuchar el pedido, preguntó: «¿Qué edad tiene usted?» «Sesenta años», respondió el sorprendido cliente. «Qué pena que una persona de sesenta años quiera adorar a un ídolo hecho ayer!», exclamó Abraham.
Al escuchar esto, el comprador potencial se sintió tan incómodo que abandonó el local sin comprar nada.
Al rato entró una mujer llevando una gran bandeja llena de fina harina que entregó a Abraham, explicando que le gustaría que fuera ofrendada a los ídolos. Cuando la mujer salió, Abraham tomó una pesada barra y rompió todos los ídolos, con excepción del más grande, en cuyas manos colocó la barra. Cuando Téraj regresó se sintió horrorizado por la vista que ofrecía su negocio.
¿Qué ha ocurrido?», gritó.
«Entró una mujer al local», explicó Abraham, «y trajo una gran bandeja llena de fina harina en calidad de ofrenda para los ídolos. Después que la puse frente a ellos, estalló una discusión. Cada uno quería comer primero de la harina. De pronto, este ídolo grande se levantó, tomó esa barra pesada y rompió todos los demás».
«¿Por qué bromeas conmigo?», gritó Téraj. «Tú sabes que estos ídolos no pueden hacer eso».
«Ajá!», exclamó Abraham. «Que tus oídos oigan lo que dice tu boca. Los ídolos son sólo trozos de piedra y madera. No tienen poder ni siquiera para moverse. ¿Cómo, entonces, podrían controlar el mundo? Hay sólo un gran poder en él: el de D-s».
Por este acto, considerado herético en esa época, Téraj llevó a Abraham ante el poderoso rey Nimrod, para que fuera juzgado y sentenciado. El monarca le dijo a Abraham: «Ante ti se halla el gran ídolo de nuestro dios, adorado por todos mis súbditos. Detrás de él hay un horno del cual surgen tremendas llamas y humo. Ahora la elección es tuya. Los nobles y ciudadanos de mi reino han venido a verte rendir homenaje penitente a nuestro dios o, si te rehusas a ello, a observar tu horrible muerte causada por el fuego»
«Para mí sólo puede haber una respuesta», dijo Abraham. «He decidido que nunca me inclinaré ante una simple estatua. Sólo el Señor recibirá mi adoración. El o las llamas del horno».
Cuatro soldados tomaron a Abraham y lo arrojaron dentro del horno. La gente se alejó para no ver la horrible escena que se desarrollaría. Pero entonces sucedió algo inesperado. No se oyeron gritos de terror.
La gente miró hacia el horno y vio la figura de Abraham saliendo de él. Cuando emergió totalmente, Abraham no tenía una sola marca de quemadura en el cuerpo. Era un milagro que se producía ante sus ojos, realizado por D-s para desafiar a sus dioses. La gente estaba atónita.
Harán, el hermano de Abraham, también estaba siendo juzgado por Nímrod, y no podía decidir qué hacer. ¿Debía reverenciar al ídolo o ser arrojado al horno? Finalmente resolvió esperar hasta ver qué ocurria con Abraham: si salía vivo, él estaría dispuesto a seguir su ejemplo. De lo contrario, se inclinaría ante el ídolo. Finalmente, cuando observó lo ocurrido con Abraham, él también declaró: «No adoraré al ídolo. Arrojadme al horno». Estaba seguro de que lo que le había sucedido a Abraham le ocurriría también a él.

Nuevamente se abrieron las puertas del horno y Harán fue arrojado adentro. Pero esta vez la gente allí reunida oyó gritos horribles. Eran los de Harán, que fue rápidamente devorado por las llamas. Había esperado un milagro, pero los milagros les ocurren sólo a aquellos que tienen fe total en D-s, como la tenía Abraham. U débil fe de Harán no merecía un milagro. Debemos ser fuertes en nuestra fe y estar dispuestos a defenderla sinceramente. La salvación de Abraham demostró a todos la existencia del Señor y la recompensa que recibe aquél que cree plenamente en El (Bereishit Rabá XXXVIII, 13).

Abraham fue el primer individuo que tuvo conciencia de la existencia de D-s y abrió el camino de la emuná (fe en el Señor) para todas las generaciones que le sucedieron. Incluso un niño puede percibir, con su pura y simple emuná, cosas que no alcanza a ver el no creyente. Un gentil preguntó cierta vez a un muchacho judío cómo comprobaba la existencia de HaSHem. El joven respondió: «Yo vivo cerca de la costa. Si veo pisadas en la arena, sé que alguien ha estado allí. De igual forma, cada vez que miro hacia arriba y veo el sol, la luna, las estrellas y todas las maravillas de la naturaleza, sé que el Señor está allí. Esas son algunas de Sus huellas en el universo».
Cuando Rabí Itzjak era un niño, fue llevado ante un maguid (predicador), que le propuso: «Te daré una moneda de oro si puedes descubrir donde está el Señor». Y el niño respondió: «Yo le daré dos monedas de oro si puede encontrar un lugar donde el Señor no esté».

La verdadera prueba de la fe en D-s se produce cuando uno debe elegir servirlo y morir, tal como lo hizo Abraham. Aquellos que sacrifican sus vidas por el Señor y el judaísmo reciben el más alto honor en el legado judío. Entre quienes actuaron así se hallaba Rabí janina. Era uno de los diez mártires torturados por el emperador romano Adriano debido a su fe inquebrantable en D-s. Los diez eligieron permanecer fieles y murieron al kidush HaSHem (en aras de la santificación de Su Nombre). Aunque el emperador había prohibido toda forma de estudio de la Torá, Rabí janina insistió en profundizar en los libros sagrados de D-s. Fue capturado con la Torá en las manos y condenado a morir en la hoguera. Para aumentar la tortura colocaron lana sobre su corazón a fin de prolongar la agonía producida por el fuego y envolvieron su cuerpo en el pergamino de la Torá. Mientras agonizaba se le preguntó qué veía. Y él respondió: «Veo un pergamino ardiendo, pero las letras que contiene ascienden al cielo». Las letras de la Torá y el alma de Rabí janina ingresaron en la vida eterna, pero el imperio romano se derrumbó (Avoda Zará XVIIIa).

Otra persona que dio su vida por devoción a D-s ni siquiera fue judía de nacimiento. Se apellidaba Potocki (Pototzki) y era sobrino de un conde polaco. Aunque Polonia no era en modo alguno una nación judía, tenía una gran comunidad de judíos, y Potocki se sintió atraído por su fe. Buscó aprender sus leyes e ideales y pronto decidió que era la única religión verdadera. Como resultado de ello abandonó el palacio real y se convirtió al judaísmo. Potocki fue un verdadero guer tzédek (piadoso converso a la fe de Israel) que practicó el judaísmo fielmente y estudió su Torá con avidez. Su conversión, empero, fue considerada un acto de traición por el soberano polaco. Potocki trató de escapar de la persecución del rey, pero fue capturado. Tratando de razonar con él, el rey le prometió que algún día, después que él muriese, Potocki sería coronado soberano de Polonia, pero sólo si renunciaba a su conversión. Sin titubear, Potocki se rehusó. «Soy judío y moriré como tal», exclamó. «Que así sea», dijo el rey, y Potocki fue quemado como hereje, manteniendo hasta el fin su fe en D-s. Tan grande fue el ejemplo dado por este guer tzédek que el Gaón de Vilna, el máximo líder de la Torá en su tiempo, pidió ser inhumado cerca de él.

Rabí Akiva dijo: En el Sh-ma decimos «con toda nuestra alma», y ello significa: aún si os cuesta vuestra vida. Shimón Ben Azai dijo: «Con toda vuestra alma, con la sangre vital de vuestra alma, hasta vuestro último aliento (Nedarim XLa).
La persona que está dispuesta a arriesgarse al martirio por sus principios se gana el respeto de su enemigo, quien finalmente te concede su derecho, como sucedió con Rabí Aba Ben Zima (Ierushalmi).
El hombre recto vive por su fe (Javakuk II).

Camino a Eretz Israel

Abraham tenía ya setenta y cinco años de edad cuando recibió del Señor la orden de abandonar su lugar de nacimiento y cortar todos los lazos con la tierra que había conocido durante toda su vida. Un hombre inferior hubiera titubeado al tener que realizar esta gran mudanza; pero no era éste el caso de Abraham. Aunque sus únicas instrucciones eran las de abandonar su país de nacimiento, Abraham no hizo preguntas. Partió prontamente, dejando su futuro en manos de D-s. Su subordinación a El era tal que influyó en muchos otros, los cuales pronto se convirtieron y se unieron a Abraham en su viaje hacia su oculto destino, a pesar de que no sabían hacia dónde se encaminaban.

El Señor guió a Abraham a la tierra de Canaán, la cual se convirtió, con el tiempo, en Eretz Israel, la patria de la nación judía. No cualquiera habría estado tan dispuesto a abandonar su hogar para viajar a Tierra Santa. Más tarde, muchos judíos en el exilio elegirían permanecer en otros países antes que viajar a Eretz Israel. No todos tenían la confianza en el Señor que demostró Abraham para radicarse en la tierra elegida por D-s, aunque la vida allí podría no ser tan confortable como en otros lugares.
Empero hubo quienes se esforzaron por viajar a Eretz Israel. Entre Rabí Iehudá Haleví, y poeta judío. Tenía cincuenta años de edad cuando decidió realizar el difícil y peligroso viaje. Luego de muchas penurias llegó finalmente, a las puertas de Jerusalem. Inmediatamente rasgó su vestiduras, se quitó los zapatos y se arrodilló para besar el suelo sagrado. Mientras estaba haciendo esto, un soldado turco pisoteó con su caballo a este gran tzadik y le provocó la muerte. Rabí Iehudá Haleví murió donde deseaba, en la tierra sagrada de Eretz Israel.
Un sabio que no tuvo el privilegio de ver cumplido su sueño fue Rabí Jaim Krozno. El también decidió que debía viajar a Eretz Israel. El barco que lo transportaba debió afrontar una terrible tormenta y se vio forzado a regresar. Rabí Jaim y los demás pasajeros salieron ilesos pero él ya no volvió a tener otra oportunidad de efectuar el viaje. Como resultado de esto, quedó desalentado por el resto de su vida. Cuando se acercó el día de su muerte pidió que sólo su nombre fuera inscripto en su tumba, nada más. Sentía que no había acumulado mérito alguno por no haber logrado viajar a Eretz Israel.

Rabí Shimón Ben Ioj-ai dijo: «El Santo, Bendito Sea, entregó a los judíos tres obsequios preciosos, que les fueron dados por medio del sufrimiento: la Torá, la tierra de Israel y el mundo venidero»(B-rajot, V).
D-s le dijo a Iaakov: «Vuélvete a la tierra de tus padres y a tu parentela, que Yo seré contigo» (Bereishit XXXI, 3).
La atmósfera de Eretz Israel convierte al hombre en sabio (Bavá Batrá CLVII).

Bikur Jolim (Visita a los enfermos)

Cuando el Señor visitó a Abraham después de su b-rit mitá a fin de confortarlo durante su recuperación, estableció un modelo que todos nosotros debiéramos seguir. La visita a los enfermos puede salvar una vida y, en consecuencia, ocupa un lugar destacado entre las prioridades de la ley judía, tal como puede ingerirse de las siguientes historias.
Cierta vez, una mujer fue a ver a Rabí Jaim con el rostro humedecido por las lágrimas. Cuando Reb Jaim le preguntó qué la afligía, ella respondió que necesitaba dinero para su bebé, que estaba muy enfermo. Rabí Jaim no sólo le dio el dinero necesario, sino que también insistió en acompañarla hasta su hogar. Allí permaneció vigilando al bebé durante dos días, dándole así a la madre la posibilidad de dormir.

Un alumno de Rabí Akiva se enfermó repentinamente y los eruditos que integraban la academia del maestro no lo visitaban. El estudiante enfermo no se había destacado especialmente en sus estudios, así que ellos consideraban que ir a su casa menoscabaría su dignidad.
Rabí Akiva consideraba un ultraje esta conducta insensible. El personalmente fue a visitar al estudiante enfermo, veló junto a él, le proveyó de todo lo necesario y se interesó profundamente en su tratamiento. Después de haberse recuperado, el joven le dijo: «Maestro, usted me ha salvado la vida».
Cuando sus alumnos se reunieron poco después, Rabí Akiva comenzó su clase diciéndoles: «Tengan en cuenta que no visitar a los enfermos es equivalente a apresurar su muerte y a derramar su sangre». Señaló entonces con la cabeza en dirección al estudiante enfermo cuya recuperación se debía en gran medida al apoyo moral que había recibido de su maestro de Torá.

El Gaón Rabí Hilel, yerno de Rabí Jaim de Volozin, fue visto cierto shabat portando una lámpara a través de la ciudad de Horodna. La gente quedó consternada: el Gaón profanaba el shabat llevando una lámpara encendida por la calle! Rápidamente se reunió una multitud que lo siguió hasta que el Gaón llegó a la casa de una familia pobre. El sabio entró y más tarde salió sin la lámpara.
«Maestro!», exclamó la gente. ¿Por qué llevaba una lámpara en shabat?»
El Gaón respondió: «En esta casa vive una persona que está sumamente enferma. La vela que ardía se consumió y la casa quedó sumida en la oscuridad. Por tal razón, los familiares del enfermo no podían cuidarlo debidamente. Me enviaron entonces un mensajero para consultar qué podían hacer. Para poner de relieve la Halajá (legislación talmúdica) tomé una lámpara y la traje a su casa en shabat, pues es una mitzvá infringir las leyes del shabat para ayudar a salvar la vida de una persona gravemente enferma.
Cuando Rabí Akiva Eiger aceptó el cargo de rabino de su ciudad, dedicó tanto tiempo como pudo a ayudar a sus hermanos judíos. Aunque no tenía gran fortaleza física, jamás dijo «es suficiente» cuando se trataba de acudir en ayuda de alguien.
Cuando estalló una epidemia de cólera en Prusia, en 1831, Rabí Akiva Eiger pasó a menudo noches enteras junto al lecho de los enfermos. Promulgó varias leyes de sanidad, aconsejó a la gente que hirviera el agua y contribuyó, de esta forma, a reducir la mortandad en su comunidad y en otras cercanas.
Esta heroica tarea llegó a conocimiento del emperador Federico Guillermo III, quien envió un emisario especial a la casa del rabí para entregarle un mensaje de reconocimiento. Pero la recompensa real no le es necesaria a quien ayuda a los enfermos. La mitzvá de bikur jolim es reconocida por el Rey del Universo y aquellos que la practican recibirán de El la debida recompensa.

Rabí Eliahu Jaim Meiseis fue también un líder de la Torá que tuvo que afrontar una plaga que arrasó la ciudad en que vivía. Se hizo el propósito de ir casa por casa a visitar a los enfermos y atender a sus necesidades. Un día lluvioso, mientras estaba haciendo estas visitas, una de sus galochas se atascó en el barro y no pudo sacarla. Entonces se la quitó y realizó descalzo sus visitas de aquel día. Cuando la gente le hizo notar que él era una figura demasiado prestigiosa como para andar por todas partes de esa forma, él replicó: «¿Quieren quitarme la oportunidad de visitar a los enfermos?» Hasta HaSHem realizó esta mitzvá! «
La visita a los enfermos elimina un sesentavo de la enfermedad» (Ioré Deá CCCXXXV).

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