Estudiando los Comentarios II
Y [Eliezer] dijo: «Yo soy el sirviente de Avraham. Di-s ha bendecido a mi amo con profusión… y le ha dado ovinos y vacunos, plata y oro… Y Sará, la esposa de mi amo, hizo nacer un hijo para mi amo en su vejez; y a él ha dado [mi amo] todo lo que posee……
– Genesis 24:34-36
«Y a él ha dado [mi amo] todo lo que posee!»- Elíezer les mostró un Acta de Cesión mediante el cual Avraham había regalado a Itzjak todos sus bienes, a fin de que ellos se apresuraran a enviar a su hija [para casarse con Itzjak].
– Rashi (ibíd., versículos 10 y 36)
Avraham vivió treinta y cinco años más después del casamiento de su hijo Itzjak con Rivká, años en los que él mismo volvió a casarse y fue padre de seis hijos. Entonces, ¿era aconsejable -o más todavía, le estaba permitido[1]- transferir «todo lo que posee» a Itzjak? Probablemente, la mitad de la considerable riqueza de Avraham hubiera bastado para hacer de Itzjak un pretendiente atractivo para la familia de Rivká.
Existencia y Nulidad
La realidad creada, tal como nosotros la conocemos y experimentamos, tiene dos dimensiones: la física y la espiritual. Las cosas físicas son aquellas que percibimos con nuestros sentidos, o cuya existencia y cualidades inferimos de la información sensorial.
«Espiritual» es el nombre que damos a aquellas realidades que, aun cuando se sienta su efecto sobre nosotros y su existencia esté comprobada por la evidencia empírica, están desprovistas de las cualidades (sustancia, forma, cantidad, etc.) que hacen del objeto físico algo real para nosotros.
Sabemos, por ejemplo, que poseemos vida, pero no somos capaces de definir o percibir qué es «vida». Reconocemos y analizamos realidades tales como «razón», «voluntad», «amor», «calma», «ángeles» y «santidad», pero la de estos es una existencia espiritual, más bien nebulosa, etérea y abstracta, que concreta, tangible y definitiva.
Es por eso que lo espiritual se considera más excelso y Divino, y lo físico más «inferior»[2] y distante de
Di-s. Pues la ley cardinal de la realidad es que «no hay ningún otro además de El»: que Di-s es la única existencia verdadera, y que todas las demás «existencias» no son sino extensiones y expresiones de Su existencia.
Por lo tanto, de esto surge que cuanta más «realidad» y «existencia» propia exhiba una cosa, tanto mayor ocultamiento de la verdad Divina constituirá.
La cosa física manifiestamente «es» y, para peor (desde una perspectiva espiritual), presume ser totalmente auto-definida y autosuficiente. Cuando preguntamos a la piedra: «¿Qué, eres? ¿Cuál es tu fuente? ¿Cuál es tu propósito? ¿Cuál es la importancia de tu existencia?», ésta responde: «Existo. En lo que a mí respecta, siempre existí, siempre existiré, y no preciso propósito e importancia más allá del hecho de mi existencia».
En contraste, la «existencia» espiritual de una cosa no se define por su sustancia y presencia, sino por su función, por la verdad que expresa y el propósito al que sirve. Así, la existencia de la entidad espiritual está menos en conflicto con el axioma de que «No hay ningún otro además de El»[3], y sirve, transmite y expresa más gustosamente lo Divino.
Hay, sin embargo, otra cara de la diferenciación físico/espiritual. ¿De dónde, de hecho, emana la absolutista sensación física del Yo y la inequívoca percepción del propio ser?
Como con todo en la existencia, también esto deriva de su fuente Divina: porque la existencia de Di-s es absoluta e inequívoca, porque Di-s no puede ser definido por ninguna función, propósito o significación a excepción del hecho de Su existencia, también el objeto físico exhibe estas mismas cualidades. En última instancia, lo que el objeto fisico hace es reflejar, más que disfrazar, la realidad Divina.
En otras palabras, tanto lo espiritual como lo físico aseveran el carácter exclusivo y absoluto de lo Divino, pero de maneras muy diferentes:
La entidad espiritual lo hace con su sometimiento y auto-anulación (bitúl). «Yo, por mí misma, soy nada», proclama. «Existo únicamente para revelar una verdad superior». La realidad auto-definida del mundo material es una mentira; una a ser refutada estableciendo la soberanía del espíritu por sobre la materia, de lo ideal por sobre lo real.
El «egoísmo» de la creación ha de ser sofocado al impartirle el reconocimiento de que Di-s es la única existencia auténtica y que todo lo demás existe únicamente para servirlo y revelar Su verdad. Esta es la perspectiva espiritual de «realidad».
La perspectiva física es una opuesta: que el mundo material es el máximo y más absoluto comunicador de la realidad Divina.
Es cierto que si uno considera la Creación (lo creado), como algo aparte de su Creador, lo espiritual es «más próximo» a Di-s: tiene menos «Yo», es menos «concreto», y por lo tanto menos contradictorio con «No hay ningún otro además de El». Pero si uno ahonda por debajo de la realidad superficial de un mundo separado de Di-s y comprende que la totalidad de la creación no es sino una expresión de Su verdad, entonces lo físico expresa un elemento más profundo de Su verdad.
¿De qué manera? Lo espiritual comunica ciertas cualidades Divinas (sabiduría, benevolencia, infinitud, trascendencia, etc.) mientras que lo físico muestra al ser Divino, reflejando el carácter absoluto, inequívoco y totalmente autónomo de la existencia de Di-s.
Se deduce de esto, por lo tanto, que la máxima manifestación de verdad Divina requiere una unión de lo espiritual y lo físico.
Requiere un sometimiento espiritual del reclamo de autosuficiencia y existencia autónoma del ser físico, algo ostensiblemente antitético a la verdad Divina. Y requiere el cultivo de esa misma auto-suficiencia como la máxima expresión de la realidad Divina.
Este es el propósito de la vida sobre la tierra. Es con este fin que el alma, un ser espiritual par excellence [4], ingresa al cuerpo físico y asume una existencia física. Es con este fin que lleva a cabo las mitzvot, reconvirtiendo actos físicos y objetos físicos en implementos de la voluntad Divina[5].
En las palabras del Tania: «En esto consiste todo el hombre; [éste es] el propósito de su creación y la creación de todos los mundos, superiores e inferiores – que Di-s tenga un lugar de morada (es decir, un ambiente acogedor a Su presencia y expresivo de Su verdad) en los planos inferiores (o sea, físicos)»[6].
Cuando un objeto físico asume subordinación espiritual a Di-s, no hay mayor aseveración de la verdad Divina.
La Primera Mitzva
El matrimonio es el equivalente humano de esta unión entre espíritu y materia.
El hombre y la mujer son los elementos espirituales y físicos del mundo humano.
El hombre es un ser «espiritual» en el sentido de que es un guerrero, una criatura que viene para desafiar el status quo e imponer su voluntad al entorno. La mujer es «física» en el sentido de que ella es nutridora, alguien que busca cultivar la realidad e identificarse con ella más que dominarla o suplantarla.
El hombre conquista, la mujer desarrolla. El hombre logra, la mujer es.
Así, nuestros Sabios han dicho: «Este mundo que cruzamos es comparable a una boda»[7]. «Sed fructíferos y multiplicaos»[8] es el primer mandamiento Divino impartido al hombre, porque el imperativo de «se unirá a su esposa y se volverán una sola carne»[9] es la esencia de la vida y la razón de que estemos aquí: para provocar la unión de espíritu y materia»[10].
A esto se debe que Avraham invirtiera «todo lo que posee» en el matrimonio de Itzjak y Rivká.
Como el primer casamiento judío descripto por la Torá, es el prototipo de todos los casamientos judíos subsiguientes, tanto en el sentido literal de «construir un hogar en Israel» como en el sentido más amplio de hacer del mundo un «lugar de morada» para Di-s. En este empeño está invertido todo lo que Avraham posee: todos los recursos -espirituales y materiales- con los que el Omnipotente abastece a Su pueblo con el fin de concretar Su propósito en la Creación.
Basado en Sefer HaSijot 5 752, Vol. I, págs. 100- 106, y en otros lugares
Notas.
1.Comp. con Mishné Torá, Leyes de Arajín y Jaramím 8:13: «La persona jamás debe donar (para la caridad) todas sus pertenencias. Quien así hace, actúa en contradicción con la voluntad de la Torá, que declara (Levítico 27:28): «[La dádiva que una persona donará a Di-s] de todo lo que posee» – «de todo lo que posee, y no todo lo que posee». 2. Véase la cita de Tania, Cap.33, más adelante. 3. Deuteronomio 4:35. 4. El alma es una «chispa de Divinidad» cuyo mismísimo «ser» es el afán por anularse dentro de la omnímoda realidad de su fuente. (A ello se debe que el alma sea llamada [Proverbios 20:27] «la vela de Di-s»: tal como la llama se tensa hacia arriba, anhelando arrancarse y liberarse de la mecha, pese al hecho de que de triunfar y lograrlo significaría el fin de su existencia misma como llama, así también el alma se esfuerza constantemente por liberarse de su atadura terrenal, el cuerpo, y verse absorbida dentro del ser de Di-s, pese al hecho de que esto significaría su disolución como ser individual). Véase Tania, Cap. 19. 5. Por ejemplo, cuero animal en tefilín, harina y agua en matzá, dinero en caridad, etc. 6. Ibíd., cap. 33. 7. Talmud, Eruvín 54a. 8. Génesis 1:28. 9. Ibíd., 2:24. 10. En consonancia, la unión de marido y mujer trae a luz la máxima esencia del potencial humano. El hombre es un ser finito, de modo que todas sus facultades (vista, oído, intelecto, etc.) son finitas en rango y alcance. Todas, a excepción de su facultad de regeneración: los hijos se multiplican en nietos y bisnietos ad infinitum-, no hay límite inherente con respecto a cuántas generaciones pueden surgir de una única unión entre marido y mujer (de ahí la frase «edificio eterno» en las bendiciones matrimoniales). Paradójicamente, la infinitud y eternidad en el hombre no se revela en una de sus facultades «espirituales» más excelsas, sino en la más física de ellas. En esto el hombre, creado a imagen de Di-s, refleja a su Creador: la máxima manifestación Divina no está en las esferas espirituales más sublimes, sino en la más corpórea de Sus creaciones, el universo físico.
La Barrera del Tiempo
Tres personas recibieron respuesta [de Di-s] mientras sus palabras surgían de sus bocas: Eliezer -el sirviente de Avraham-, Moshé y Salomón.
Eliezer, como está escrito: «Antes de terminar de hablar, he aquí que Rivká sale»[1].
Moshé, como está escrito: «Apenas concluyó de decir todas estas cosas, el suelo se abrió…»[2].
Salomón, como está escrito: «Apenas Salomón terminó de orar, el fuego descendió desde los cielos…….»[3]
– Bereshit Rabá 60:4
Cuando dos personas conversan, demora una cierta cantidad de tiempo (aun si fuera la menor posible) que el oyente absorba lo que quien habla ha dicho y responda a ello.
Di-s, por supuesto, no tiene semejantes limitaciones. El trasciende el tiempo, y Su «vista de pájaro» de toda su extensión se relaciona con nuestro pasado, presente y futuro con idéntica proximidad. Obviamente, El no precisa oírnos hablar primero a fin de responder.
Nosotros, sin embargo, existimos en el tiempo, y nuestra relación con Di-s es coloreada por la naturaleza de nuestra existencia. Por lo tanto, experimentamos la respuesta de Di-s a nuestras plegarias (cuando somos privilegiados con experimentarla) como ingresando en el tiempo físico en un punto posterior a aquel en el que la plegaria fue pronunciada. No obstante, la Torá nos cuenta que en tres instancias particulares, una respuesta Divina fue experimentada por el hombre sin ninguna separación temporal entre la plegaria y la respuesta. Esto refleja la peculiaridad de estas tres plegarias: el hecho de que pertenecieron a vehículos de una relación «atemporal» con Di-s.
Cercania y Apego
La razón de que a la persona le lleve tiempo responder al pedido de su semejante es que ambos constituyen dos entidades separadas. Tanto el pedido, como la respuesta – originándose en uno de ellos, debe transmitiese al otro; es la transmisión lo que «demora» tiempo. En el mismo espíritu, debido a que nos percibimos a nosotros mismos como existencias distintas de Di-s, experimentamos Su respuesta a nosotros como llegándonos en un punto posterior del tiempo respecto de nuestro pedido. Sin embargo, cuando el hombre experimenta genuino apego a Di-s y unión con El, ya no se trata de dos entidades que se relacionan una con la otra, sino de una única entidad. El pedido y la respuesta no precisan ser «transmitidos» sino que ya están «allí» en el instante mismo de articulación de la plegaria[4].
Así, Maimónides escribe respecto del baal teshuvá (penitente, retornante): «¡Cuán grande es el efecto de teshuvá! Ayer, este hombre estaba separado de Di-s… Y hoy está unido a lo Divino… Llama [a Di-s] y se le responde instantáneamente»[5].
(Esto es en contraste con la Ley anterior, en la que Maimónides escribe: «La teshuvá acerca a quienes están lejos. Ayer este hombre era… distante de Di-s… Y hoy es amado, deseado, cercano, un amigo[6]. Aquí Maimónides está hablando de un nivel inferior de teshuvá, con la que el hombre logra «proximidad a» pero no «unión con» Di-s. A pesar de lo excelso de aquel que es «amado, deseado, cercano y un amigo» de Di-s, es sólo cuando uno está unido a Di-s que la separación desaparece y uno «llama y es respondido instantáneamente»).
El Matrimonio Cosmico
La primera de las tres plegarias descriptas por la Torá como contestadas instantáneamente es el pedido de Eliezer requiriendo la asistencia Divina para encontrar la novia adecuada para Itzjak. «Antes de terminar de hablar», cuenta la Torá, «he aquí que Rivká sale» y cumplió todas las señales que él había pedido en su plegaria.
El casamiento de Itzjak y Rivká es la primera boda judía cuya historia es relatada por la Torá. Es, así, el arquetipo de todo «casamiento», que, como hemos explicado (véase el ensayo anterior, «Vida Casada»), es el propósito de la vida sobre la tierra. De modo que la plegaria de Eliezer hace a la esencia misma de «unión»: la unión de espíritu y materia, de trascendencia Divina (kadosh) e inmanencia Divina (shejiná), del Creador y Su creación.
En el décimosexto capítulo de Números leemos acerca de la polémica desatada por Koraj en cuanto a la autenticidad de la profecía de Moshé. Moshé apeló a una señal de que «Di-s me ha enviado para hacer todas estas cosas; no [surgen] de mi propio corazón». «Apenas concluyó de decir todas estas cosas, el suelo se abrió…… tragando a Koraj y a sus secuaces. El rechazo de Moshé, «Maestro de todos los Profetas»[7], por parte de Koraj, era un rechazo al concepto mismo de profecía: el principio de que Di-s Se comunica con el hombre.
La profecía es «el matrimonio» cósmico según éste se expresa en la capacidad del alma humana para unirse a Di-s.
Lo que la apelación de Moshé era a la comunión entre Di-s y el hombre, lo fue la plegaria de Salomón a la relación entre Di-s y el universo físico.
El Rey Salomón construyó el Beit HaMikdash (Gran Templo) en Jerusalén para servir como «morada» de Di-s sobre la tierra: un área y estructura física saturada con la presencia de Di-s y manifestando Su verdad.
El día en el que el Templo estuvo terminado, Salomón se dirigió a Di-s: «Te he construido un hogar, una base para Tu morada eterna… Alzate, Di-s, a Tu sitio de reposo…»[8]. «Apenas Salomón terminó de orar, el fuego descendió desde los cielos… y la gloria de Di-s llenó la casa». El matrimonio se consumó en el plano del espacio físico.
De modo que las plegarias de Moshé y Salomón fueron, en verdad, apenas variantes de la de Eliezer, relacionándose con el casamiento cósmico según éste se expresa en dos áreas particulares: la psiquis humana y el universo físico.
Esto explica una significativa diferencia en la «atemporalidad» de la respuesta de Di-s a Eliezer y de Sus respuestas a Moshé y Salomón.
Con respecto a Eliezer leemos que «Antes de terminar de hablar… Rivká sale», en tanto que Moshé y Salomón recibieron respuesta «Apenas [Moshé] concluyó de decir todas estas cosas» y «Apenas Salomón terminó de orar».
En otras palabras, en tanto que las respuestas a Moshé y Salomón fueron únicas en el sentido de que siguieron inmediatamente a la plegaria Expresando el hecho de que no había «separación» alguna de Di-s y por lo tanto ningún lapso de tiempo entre el pedido y su concesión- la respuesta a Eliezer fue simultánea con su pedido, expresando una unión todavía más profunda.
Dos cosas pueden estar «apegadas» una a otra (davuk, en hebreo, la palabra usada por Maimónides en el pasaje citado arriba) de modo que no haya separación entre ellas; donde termina una comienza la otra. Este era el grado de conexión concretado por las plegarias de Moshé y Salomón, como se expresa en el hecho de que la respuesta Divina siguió inmediatamente a sus apelaciones.
La plegaria de Eliezer, sin embargo, estaba relacionada con el casamiento de Itzjak y Rivká, la unión arquetípica de la que la profecía de Moshé y el templo de Salomón no eran sino expresiones particulares[9]. De modo que la respuesta a la plegaria de Eliezer no vino inmediatamente después sino simultáneamente con ella, expresando «unidad» con Di-s, a diferencia de un mero «apego». Una unión en la que ambas entidades son una y la misma cosa.
Basado en Likutéi Sijot, Vol. XX, págs. 91-99
Notas:
1. Génesis 24:15. 2. Números 16:31. 3. II Crónicas 7:1. 4. La razón de que las respuestas toman su tiempo dentro de un mismo ser humano -como, por ejemplo, la fracción de segundo entre cuando el ojo ve algo y el cerebro comprende qué ha visto-, es que, fisicamente, el ojo y el cerebro (así como también las diversas células del cerebro que deben colaborar para formar una percepción) son entidades distintas, y una debe transmitir a la otra a fin de producir una respuesta. En el caso de una unión espiritual, como cuando el hombre comprende su unidad intrínseca con Di-s, no hay dos entidades, y ninguna distancia, espacial o temporal, a ser superada. 5. Mishné Torá, Leyes de Teshuvá, 7:7. 6. Ibíd., 7:6. 7. Ibíd., Leyes de los Fundamentos de la Torá, 7:6, 8: II Crónicas 6:2, 41. 9. Veae Likutei Tora, Zot HaBrajá 96c-d