Estudiando
1.Bereshit
El Libro De Bereshit (Génesis)
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Estudiando 3 pesukim (versículos) sobresalientes

20 – Y dijo Dios: «produzcan las aguas una multitud de seres vivientes y aves que vuelen sobre la tierra, por la superficie del firmamento del cielo».

20 – «PRODUZCAN LAS AGUAS UNA MULTITUD DE SERES VIVIENTES»: La obra de creación se desarrolla en dos direcciones opuestas. Por un lado las esferas de emanación recorren las etapas sucesivas que separan el mundo trascendente del espíritu puro de las esferas inmanentes correspondientes a las múltiples manifestaciones de la vida terrestre. En esta dirección, la unidad inicial se despliega en una rica variedad de formas. A medida que se opera este despliegue, va precisándose y pasando de lo abstracto -a lo concreto. Así, por ejemplo, la luz del primer día se concretiza en los astros del cuarto día; las extensiones de agua y atmósfera reciben el quinto día sus criaturas vivientes; y, por último, la naturaleza, que en el tercer día aparecía ya adornada de plantas, se puebla de habitantes el sexto día. Cuanto más se alejan las esferas de su fuente inmaterial, más se encarnan; su forma aparece cada vez más «rematada» y más adecuada a las dimensiones terrestres.

Pero otra evolución se produce simultáneamente en dirección opuesta: es la que parte de la materia para elevarse hacia las cimas del espíritu. En efecto, la creación también evolucionasen el sentido de una manifestación cada vez más importante de las fuerzas espirituales. Por ejemplo, la aparición del mundo mineral, inanimado, precede la del mundo vegetal en el que se manifiestan los primeros signos elementales de la vida. La etapa siguiente es la creación de los animales que según nuestro versículo, están dotados de Nefesh Jaia, es decir, de «alma viviente». Por último la creación del hombre es la culminación de este proceso de promoción del espíritu pues, además del alma «vegetativa» y del alma «sensitiva», Nefesh y Ruaj, el hombre alberga el alma espiritual Neshamá, gracias a la cual realiza dentro de sí el equilibrio de las fuerzas físicas y de las fuerzas espirituales, ocupando por consiguiente una posición central, a igual distancia de las esferas celestes y de las terrestres.

Así pues, mientras Dios va acercándose al hombre a través de una sucesión de grados de emanación que va desde las esferas trascendentes del espíritu hasta la materia inanimada, las fuerzas espirituales excluidas de la tierra tienden simultáneamente a elevarse hacia Dios siguiendo el mismo camino en sentido opuesto; y en este movimiento de retorno a la Divinidad elaboran formas cada vez más perfeccionadas hasta crear al hombre quien aspira constantemente a reunirse con su Creador mediante un esfuerzo de elevación de] alma y del espíritu. De esta manera, el rayo reflectado por el hombre se encuentra con el rayo incidente lanzado por Dios.

El Salmo CXLVIII describe a la perfección este movimiento de ida y vuelta: Todas las criaturas del Universo, unidas en un solo coro, cantan la gloria del Creador.. Sus voces se despliegan en dos direcciones. Primero, las armonías sagradas bajan de los cielos y de las regiones superiores, y luego, parten de la tierra para elevarse hasta las alturas del trono celestial (véase también Rashí en el Cantar de los Cantares VII, 2).

Así pues, el orden en el que se desarrolla la Creación les indica a los hombres el camino que deben seguir. Para cada uno de nosotros existe en efecto un camino que le conduce, paso a paso, desde lo más profundo de la vida terrestre hasta las cumbres de la existencia. A medida que vayamos subiendo por esta escalera universal de perfección, nos acercaremos cada vez más al Creador.


26 – Y Dios dijo: «hagamos un hombre a nuestra imagen, segun nuestra semejanza, para que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo y sobre las bestias, y sobre la tierra y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra».

26 – DIJO DIOS: «¡HAGAMOS UN HOMBRE A NUESTRA IMAGEN.. !» Rashí explica: Aunque nadie ha ayudado a Dios en su obra de Creación y aunque los herejes pueden utilizar este plural contra el monoteísmo, la Torah no ha querido dejar pasar la oportunidad de darnos aquí una lección de modestia: (con el plural: «hagamos …») nos enseña que (en determinadas ocasiones), el superior debe consultar a su inferior y solicitar su consentimiento. Si la Torah hubiese escrito: «Yo haré al hombre», no hubiéramos sabido que Dios consultó a su «consejo», y hubiéramos pensado que formó su proyecto solo. Por otra parte el versículo siguiente basta para rebatir el argumento de los herejes pues dice: «Y Dios creó al hombros y no «ellos crearon…»

En el texto original del Midrash Rabá, del que Rashí se inspiró para este comentario, está dicho de manera aun más explícita que cuando Moisés escribía el texto que Dios le estaba dictando, al llegar a este pasaje, preguntó: ¿Por qué les proporcionas a los herejes (con las palabras: «Hagamos al hombre») un pretexto (para confirmar su teoría politeísta)? Dios le contestó: Escribe, y que el que quiera cometer el error que lo cometa. Ya que el hombre ha de ser el amo de la Creación, es conveniente que consulte a las esferas superiores y a las inferiores para pedirles su consentimiento. Así los hombres aprenderán de Mí que el más grande debe solicitar la aprobación del más pequeño antes de imponerte un jefe».

La Torah prefiere pues emplear una fórmula que pueda dar lugar a malentendidos y favorecer el error politeísta antes que renunciar a proclamar una norma moral fundamental. La lección que nos da aquí la Biblia, desde la primera página, es de suma importancia. En efecto, son muchos los pasajes de la Escritura que resultan ambiguos, oscuros o incluso contradictorios. Ocurre que, en estos casos, la crítica bíblica no vacile en poner en duda la autenticidad de los textos sagrados, en formular juicios arbitrarlos sobre, sus supuestos autores, o también en resolver las dificultades de una manera expeditivo, tachando cierto pasajes, alterándolos o desfigurándolos. Estas son las aberraciones de la mente humana que las voz Divina apostrofa diciendo: «Que el que quiera cometer el error, lo cometa». Las enseñanzas morales, filosóficas, históricas y demás que contienen los textos incriminados y que la exégesis talmúdica suele poner en evidencia importa infinitamente más que las conclusiones engañosas de los herejes. Para el Legislador Divino, las preocupaciones morales y doctrinales prevalecen sobre las consideraciones filológicas e incluso históricas. Este concepto de la universalidad de la Biblia, que encabeza aquí el texto del génesis, es como un aviso general que nos da la Escritura en lo que respecta a las dificultades de los textos que contiene.

A NUESTRA IMAGEN Y SEMEJANZA. «La mejor de todas las explicaciones que se han dado de este versículo, escribe Nahmánides, es la que relaciona la palabra Tzelem (imagen) con el aspecto y expresión del rostro, y el término Demut (semejanza) con la forma corporal del hombre, que es similar a la de los demás seres terrestres; pues el hombre se aparenta por su cuerpo a las otras criaturas y, por su alma, a los seres superiores». En efecto, lo que mejor refleja la imagen de Dios es el rostro del hombre santo y justo, lleno de sabiduría, bondad y amor. Su grandeza de ánimo llena de gracia sus rasgos; su inteligencia ilumina su mirada y la llama que arde dentro de el, confiere a todo su ser el resplandor radiante que inspiró al salmista las siguientes palabras: «(el hombre) es casi el igual de los seres divinos: ¡le has coronado de gloria y de magnificencia!» (Salmo VIII, 6).

El hombre ha sido creado a imagen de Dios en la medida en que lleva dentro de sí una chispa del Espíritu Divino: gracias a esta chispa, el hombre es «único abajo, del mismo modo que Dios es único en lo alto; es el único ser de abajo en conocer el bien y el mal» (Rashí, Gen. III, 22) pues, entre todas las criaturas, sólo él posee el libre albedrío. Por consiguiente, tiene la capacidad de dominar la materia con su espíritu. Gracias a la chispa Divina, su alma es inmortal y enciende en él la luz de la inteligencia que le permite conocer a Dios, amarlo y unirse a El.

«Insuflando en sus narices aliento de vida» (Gen. II, 7) fue como el Creador introdujo aquella chispa en cada ser humano. Pero también la forma corporal del hombre demut a pesar de ser «polvo desprendido del suelo» (Ibid ) fue modelada a semejanza de Dios. Maimónides, en su preocupación por descartar la más mínima sospecha de antropomorfismo considera que las palabras «imagen» y «semejanza» deben interpretarse aquí en sentido figurado (Guía de los Descarriados L, l); Yehudá Haleví adopta, por su parte, la concepción conocida bajo el nombre de concepción del microcosmo, según la cual el hombre, mundo en miniatura, refleja exactamente en su constitución corporal y psíquica la estructura del macrocosmo o Universo (Kuzarí IV, 25). Esta teoría se remonta al antiquísimo Sefer Yetzirá atribuído al patriarca Abrahám o, según otros historiadores, al Taná Rabí Akibá. Afirma que existe un paralelismo entre la constitución física del hombre y la estructura funcional del alma universal: La cabeza corresponde a la esfera puramente espiritual del mundo metafísico; el pecho a los elementos de voluntad y acción de las esferas de emanación intermedias entre el espíritu y la materia; por último, los miembros y las partes inferiores del cuerpo son la encarnación de las funciones físicas del mundo material. (Para más detalles, véase Kuzari, Ibid.).

Así pues, el hombre representa en cierto modo «la sombra» proyectada sobre la tierra por la Majestad Divina, Tzelem. Y se deriva de Tzel (sombra), según la interpretación de Rabi Moshé Cordovero.


18 – Y dijo el Señor Dios: «no es bueno que el hombre este solo, le hare una ayuda idonea para él».

18 – «NO ES BUENO QUE EL HOMBRE ESTE SOLO» : No creas, apunta Bahía, que el Creador haya tenido que modificar el plan inicial después de ejecutarlo. Lo que ocurre es que nuestro versículo hace en realidad referencia al principio de la Creación. D-os creó primero un andrógino compuesto de un hombre y de una mujer que estaban atados el uno al otro por la espalda. (Esto explica que el hombre también tenga senos). Pues la Unidad absoluta no puede existir más que en Dios; es imposible en la tierra (&: Rashí). Por eso la unidad del modelo Divino se reflejó en la tierra en forma de unión entre el principio masculino y el femenino. Pero «fue sólo cuando el cielo y la tierra se unieron por primera vez, dando así nacimiento a la lluvia (v. 6) cuando el hombre y la mujer, ajustándose al modelo de la naturaleza, realizaron también su unión cara a cara. El deseo que siente la hembra por el varón se parece a la humedad que sube de la tierra al cielo; esta humedad cuaja en nubosidad y entonces el cielo riega la tierra. El hombre y la mujer se unieron verdaderamente cuando pudieron mirarse cara a cara, y fue esta unión perfecta lo que dio nacimiento al principio mediador: el amor» (Zohar I, 35 a).

Es cierto que el hombre hermafrodita también hubiera sido capaz de reproducirse a la manera de las criaturas unicelulares. En efecto, aun tenía su aspecto bisexual primitivo cuando Dios le bendijo diciendo: «Procread y multiplicaos». Sin embargo, el acto de reproducción se reducía entonces, a una reacción puramente instintiva, como en el caso de los animales. Lo que le faltaba al hombre primitivo para ser perfecto era precisamente que su relación sexual fuese un acto de voluntad libre originado en un sentimiento de amor. Con el fin de que naciera este principio mediador, que es el amor, Dios «puso al ser auxiliar en frente de él», creando así a Eva (&: Nahmánides y Akedat Yitshak, Shaar 8).

Así como el amor infinito de Dios fue lo que dio origen a la Creación del mundo (Salmos LXXXIX, 3), el amor humano es lo que debe hacer germinar la vida humana tras inspirar el acto de procreación. Cuanto mas profundo es el amor, más armoniosa es la unión de la pareja procreadora. Y este acuerdo íntimo forjado por el amor, es lo que hace posible que la unión sexual del hombre y de la mujer produzca un fruto perfecto.

… UNA AYUDA A SU LADO … Esta expresión indica claramente que la mujer ha sido creada para proporcionarle al hombre el complemento físico, moral y social que su naturaleza reclama. En efecto, la tarea que el hombre debe llevar a cabo en la tierra es demasiado pesada para una sola persona. Necesita una «ayuda a su lado». Gracias a la mujer, su otra Yo, y a la comunidad que forma con ella en el matrimonio, el hombre puede (aspirar a) realizarse plenamente. En cambio, sin su pareja, no es más que un medio hombre. Cabe advertir que la definición que el texto bíblico nos da aquí de la mujer («una ayuda a su lado») no alude al aspecto sexual de la relación. La función que la Escritura le asigna a la pareja del hombre está revestida de la mayor dignidad posible. La fórmula: «una ayuda a su lado» significa que la mujer no es la sombra de su marido o una esclava despreciada, víctima de la tiranía de su esposo – como era el caso en la antigüedad pagana – sino la colaboradora valiosa e indispensable a la que ninguna otra criatura hubiera podido sustituir.

La conclusión que los estudiosos de la Ley han sacado de este versículo es que el matrimonio es una institución Divina y que, además, el estado matrimonial es lo único que le permite al hombre vivir plenamente su verdadera vida. Cuando la Torah proclama: «No es bueno que el hombre esté solo,» condena el celibato declarándolo implícitamente contrario a la naturaleza. Incluso después de que el hombre ha cumplido su deber de procreación le está prohibido vivir sin esposa: Según la ley judía, el cumplimiento de los deberes conyugales por el marido es un derecho exigible por la esposa, y este derecho no debe confundirse con el de la procreación (Yebamot 61 b y Eben Haezer, Cap. 76.

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