Estudiando
3.Lej Lejá
El Libro De Bereshit (Génesis)
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Estudiando 3 pesukim (versículos) sobresalientes

5 – Y le saco afuera, y dijo: «mira por favor,hacia el cielo, y cuenta las estrellas, si las puedes contar»; y le dijo: «así será tu descendencia.»

5 – Y LE SACO AFUERA… : Literalmente: Le sacó fuera de su tienda para que viera las estrellas. Al precisar primero el sentido literal, Rashí parece querer apoyar la tesis según la cual los acontecimientos relatados aquí son hechos reales y no fantasías inherentes a la visión del Patriarca, como lo afirman Nahmánides (v, 12) y Maimónides (Guía 11, 46). La polémica en torno a este pasaje ha tenido repercusiones en varios autores, y Samuel Edels (Marsha) observa que la interpretación Midráshica tiene precisamente su origen en el problema planteado por el sentido literal (Shabbat 156a)

El Midrash, que está citado también por Rashí interpreta el versículo de la manera siguiente: «Sal de tu destino, el que está inscrito en las estrellas. Has leído en los astros que no tendrías descendencia. En efecto, Abrám no debe tenerla pero Abrahám sí la tendrá. Saraí no alumbrará a ningún hijo, pero Sarah sí que lo hará. Os daré un nombre distinto y vuestro destino será por tanto distinto.

La fuente talmúdica de este Midrash (Sabbat. ib.) saca la siguiente conclusión: Ein Mazal Le Israel, Israel no está sometido a los astros. La palabra Mazal alude esencialmente a los signos del zodíaco, Según la doctrina judía, el determinismo del destino «escrito en las estrellas» no es absoluto. Existen muchos procedimientos capaces de modificar el curso del destino, por ejemplo, y sobre todo, el arrepentimiento a Dios, (Teshuvá), la oración (Tefilá)y la caridad (Tzedaká). En cuanto al cambio de nombre y de lugar de residencia son los indicios exteriores de un cambio profundo en la existencia del hombre. Al contrario de los idólatras, quienes están convencidos de que la predestinación inscrita en el horóscopo es absolutamente irrevocable, el hombre judío ha aprendido desde Abrahám que posee la capacidad de «salir (fuera) de su destino astrológico» y de dominarlo con la ayuda de los procedimientos indicados.

No obstante, el mérito personal, que podemos adquirir gracias a estos procedimientos, interviene únicamente en los destinos individuales, no en el destino colectivo de Israel. Sámuel Edels (Sabb. Ibid.), refiriéndose a las explicaciones de nuestros Sabios, demuestra que el destino nacional de Israel depende de otros factores. Rashí alude a ello en la tercera interpretación que da de nuestro versículo. dice así: «Dios saca a Abrahám del globo terráqueo y le eleva por encima de las estrellas. Por este motivo, el texto emplea el verbo …. Havet, que significa generalmente mirar de arriba abajo. Así pues, el sentido figurado del versículo nos da a entender que la posteridad de Abrahám se situará en un plano superior al nivel terrenal y material. En efecto, mientras que los destinos de las otras naciones están dominados por contingencias de orden físico, social y económico, la historia de Israel está dominada por el espiritu. Las fases de grandeza y de decadencia de nuestro pueblo corresponden a los altibajos de su fuerza moral y espiritual. Contrariamente a las demás naciones, Israel puede alcanzar un grado de santidad en el que el espiritu, superando en fuerza a la materia, es capaz por sí solo de impulsar el cuerpo de la nación y de asegurarle la vida eterna, con la ayuda de poquísimos medios naturales. Israel puede seguir viviendo durante milenios sin país, sin gobierno y sin lengua común, gracias a la fuerza del espíritu, exclusivamente. Sus destinos nacionales son la brillante demostración de la realidad del orden Sobrenatural y Divino y de la existencia del milagro en la vida terrenal.

Y CUENTA LAS ESTRELLAS: Las estrellas del cielo y las arenas del mar son las dos metáforas que Dios emplea para hablarle a Abrahám de su posteridad. El caso es que estas dos imágenes representan extremos opuestos; pues las estrellas brillan en el firmamento, en la inmensidad del espacio mientras que las arenas del mar, cualquier persona puede pisarlas. Esta apreciación contradictoria refleja una característica del pueblo de Israel, una característica que conservará a lo largo de su historia: Pueblo de «nuca rígida», Israel es obstinado y voluntarioso, tanto para el bien como para el mal. Casi nunca podrá llevar una vida burguesa, apacible o monótona. Su ascensión será tan vertiginosa como profunda su caída. Cada vez que esté derrotado y sometido experimentará uno sufrimientos que ningún otro pueblo conocerá jamás, pero cada vez que triunfe y que recupere su puesto en la vanguardia de las naciones, alcanzará las cimas más insospechadas. «Cuando Israel sube, se eleva hasta las estrellas; cuando cae, desciende hasta las arenas del mar» (Esther, Rashí VI, 13).


1 – Y cuando Avram era de edad de noventa nueve años, el Eterno aparecio a Avram, y le dijo: «Yo soy el Dios todopoderoso; anda delante de Mi, y se perfecto».

1 – Y CUANDO AVRAM ERA DE EDAD DE NOVENTA Y NUEVE AñOS…: «Este versículo debe ser analizado cuidadosamente pues plantea varios problemas». Es así como empieza el comentario que el Zohar hace de nuestro texto. Y prosigue: ¿Acaso Abrahám no tuvo visiones antes de los 99 años? ¿Por qué entonces la Escritura recalca la edad que tiene? Porque a partir de ahora, la revelación que interviene aquí va a marcar el comienzo de una nueva vida para él. Y el texto subraya el corte que se produce entonces en su existencia enunciando de una manera inhabitual la cifra que corresponde a sus años. En efecto, la sintaxis de la lengua hebrea exige que se mencione el número más pequeño antes del número más importante. Aquí, excepcionalmente, se produce lo contrario. Se mencionan los 90 años antes de los 9. Según el Zohar, esto nos indica que los 90 años transcurridos hasta ahora forman un todo, una entidad distinta del período siguiente de la vida de Abrahám. (Por otra parte), la cifra 90 está acompañada de la palabra «año» en singular, como si la Escritura quisiera subrayar que aquella fase tan larga de su existencia contaba sólo por un año. En cambio, los años que se acercan a la vida «superior» de Abrahám figuran en plural. Lo que significa que a partir de ahora cada año cuenta, como si se tratara de un escalón más que el hombre debe subir para llegar a la cumbre de la existencia.

Además, al mencionar la edad del Patriarca a la cabeza del capítulo, la Torah quiere hacer constar también que existe una relación directa entre su avanzada edad y la revelación que nos refiere a continuación.

Abrahám tenía ya una vida muy larga a sus espaldas; lo cual podía incitarle a pensar que había alcanzado la cima de la perfección. Lo que le sucede ahora le enseña que, en realidad, su vida pasada no es más que principio.

La importancia de este hecho es doble. Hay quien piensa que para contentar a Dios basta con actuar de acuerdo con la moral y los sentimientos humanitarios; que el Judaismo no nos exige otra cosa. Otros en cambio profesan que ser judío es ser algo más que un hombre moral; que la condición judía es una variante especial de la condición humana. Hubiéramos podido pensar que todas las grandes virtudes de Abrahám citadas hasta ahora eran el producto de una alianza establecida por Dios con el patriarca desde los años de su juventud y que dichas virtudes constituían (en cierto modo) su fruto más perfecto. Esto es lo que hubiéramos pensado, si la Escritura no nos dijera aquí que Abrahám tenía 99 años cuando se selló el pacto que fundó verdaderamente el Judaísmo y que estaba basado en el mandamiento de la circuncisión.

Así pues, a la perfección moral, en la vida de Abrahám, precede la Milá, insignia de la condición judía. La llamada que Dios dirige ahora a Abrahám «sé perfecto» presupone la realización previa del ideal de Humanidad. Por lo tanto, la alianza de Abrahám implica la superación de la (básica) moral humana; nos exige que seamos hombres antes de ser judíos, pues al verdadero judío no debe resultar ajeno nada de lo que concierne a sus semejantes. Pero el que se conforma con realizar las virtudes de Abrahám expuestas hasta ahora está muy alejado de la verdadera condición judía. Pues la generosidad, el humanitarismo, el espíritu de conciliación, el desinterés y demás cualidades manifestadas por Abrahám hasta el momento, sólo nos permiten alcanzar el ideal del perfecto descendiente de Noé.

Dios quiso que el Patriarca pasara por todas las etapas del proceso educativo y que superara todas las pruebas que la Providencia le impone a cada ser humano, antes de aparecérsele por segunda vez para decirle: «Yo soy«, «¡Camina delante de mí y sé perfecto!

El nivel superior al que Abrahám debe acceder ahora es el de la Ley; y el prototipo de ésta es el Mandamiento de la circuncisión al que el judio debe someterse en el umbral de su existencia. Abrahám va a descubrir que, para ser judio, no basta con servir a Dios sometiéndose a los imperativos de la moral universal. La alianza que Dios establece con él para el mayor bien de la Humanidad exige por parte de Abrahám y de sus descendientes una obediencia absoluta y libremente aceptada a la Ley promulgada por El. Pues el Eterno es el único que conoce el secreto de la armonía universal en la que estriba la salvación del mundo entero como también la de los individuos y la de las naciones. El Eterno es pues el Unico Ser capaz de promulgar las leyes necesarias para la restauración de esta armonía que se rompió con el pecado original.

La alianza establecida por Dios con Abrahám tiene como finalidad la ejecución de esta tarea a nivel humano. Con ella empieza una nueva fase de la historia y el presente capítulo expone los primeros aspectos del pacto: Dios le promete a Abrahám convertirle en el padre de una muchedumbre de naciones y darle la tierra de Canaán en posesión perpétua; y Abrahám acepta a cambio obedecer sin reserva la Ley Divina. Este es el primer paso que da el Patriarca en el camino del cumplimiento de su misión universal (S.R. Hirsch).

(El Midrash Rabbá alega otro motivo para explicar que el texto haya mencionado la edad de Abrahám al principio del capítulo: Según él, Dios quiso que Abrahám fuera circuncidado a los 99 años, y no a los 48 – que fue la edad a la que reconoció al señor – con el fin «de no cerrarles la puerta a los prosélitos» que deseasen, a una edad ya avanzada, imitar el ejemplo del primer judío. Tampoco quiso El Eterno que se circuncidara a los 86 años, cuando, nació Ismael, porque deseaba esperar la edad en la que la pasión y el instinto pierden su vigor, con el fin de que Isaac fuese el fruto de la Santidad).

ANDA DELANTE DE MI : Proclama Mi majestad entre los seres humanos como un heraldo que anda delante de su rey, anunciando su gloria y su grandeza. «Fíjate en la diferencia que hay entre Noé y Abrahám. La Escritura dice del primero: «Caminó con Dios» es decir junto a El (XLVIII, 15). En cambio, del segundo dice: «Camina ante Mí». Rabi Yojanán comenta: Esto es como el rey que tenía dos hijos, el mayor y el menor. Al menor, le llevaba de la mano por miedo a que se cayera, mientras que al mayor, le dejaba caminar solo. De igual modo, Dios quiso que Noé caminara a su lado porque temía que cayera en los errores de su generación. En cambio Abrahám caminó solo ante El» (Rabbá C. 30). Desde entonces, Abraham y sus descendientes permanecieron en la vanguardia de la creencia en el Dios Uno.

Y SE PERFECTO: Rashi propone varias interpretaciones de esta «segunda orden». La primera coincide con la que da del versículo «Serás perfecto ante el Eterno, tu Di-s (Deut. XVIII, 13) en el que también figura este imperativo de perfección, aunque en un contexto diferente. En ambos casos, «ser perfecto» significa para Rashí tener una confianza absoluta en Dios, y aceptar todas las pruebas que nos envía con entereza (de ánimo) y sin hacer preguntas. Esta idea de aceptación y de confianza que no pide explicaciones se aparenta a la interpretación que nos da Ibn Ezrá de la palabra «Tamim» (perfecto) a propósito del mismo pasaje; pues dice: «No preguntes el por qué de la Milá«.

Esta interpretación de la expresión «sé perfecto» que encabeza el capítulo cuyo tema central es el Mandamiento de la circuncisión sobrentiende que los motivos profundos de dicho Precepto no están al alcance de nuestro entendimiento. En efecto, el Mandamiento de la circuncisión ha sido calificado de Secreto Divino (Rabbá C. 49) y las diversas explicaciones que se han presentado al respecto no son más que aproximaciones. Nadie lo ha entendido mejor que Onkelos (Aquila), el prosélito, quien, en respuesta a las objeciones de su tío, el emperador Adriano, afirmó que la comprensión de la Torah está subordinada al acto de la circuncisión. Y por supuesto, la relación de causa a efecto que existe entre ambas cosas no puede ser más que de orden místico. (Tanhuma Ex. XXI).

Otra explicación: Para poder ser integro (Tamim), es preciso que te sometas al mandamiento de la circuncisión, pues mientras permanezcas incircunsiso, serás defectuoso. Aquí, Rashí comparte la opinión de Rabi Aharon Haleví, según la cual el Creador quiso que su obra fuera rematada por el mismo hombre. Así pues, le creó defectuoso en su cuerpo para darle a entender que tanto su perfeccionamiento físico como su perfeccionamiento moral dependen de él (P. 2).

La misma Escritura, añade Rabi M. H. Luzzatto, indica en la última frase del relato de la Creación (Gen. II, 3) que el hombre debe asociarse a la obra creadora de Dios y llevarla, con su participación personal, a un estado de perfección. Ahora bien, la circuncisión constituye el primer acto que el hombre debe efectuar para la consecución de este objetivo. Este parece ser también el sentido de la respuesta que Rabi Akibá le da a Turno Rufo y que el Midr. Tanhumá recoge en Levit. XII, 3. Pero Maimónides se alza «contra los que piensan que la circuncisión completa lo que le faltaba a la Creación, opinión que ha sido legítimamente impugnada (por ciertos comentaristas). ¿Cómo vamos a aceptar la idea de que la naturaleza ha dejado sus obras inacabadas y de que necesita de nuestra ayuda para rematarlas?» (Guía III, 49).

Por último, Rashí cita el siguiente Midrash: Sé íntegro (en el nombre que llevas). Te falta la letra hei, que corresponde al número cinco. Te la voy a añadir y, así, el total de las letras de tu nombre sumará 248, que es el número de los miembros del cuerpo humano. Hasta ahora, como dicen nuestros Sabios en otro lugar, Abrahám era dueño de sus 243 miembros. Pero a partir de este momento, también será dueño de sus dos ojos, de sus dos orejas y de sus organos sexuales (Nedarím 32b). Antes de la circuncisión, Abrahám dominaba todos sus miembros a excepción de los sentidos que la mayoría de los hombres no consiguen controlar más que en raras ocasiones. A partir de ahora, le incumbe una tarea más: la alianza que Dios acaba de establecer con él implica la obligación de subordinar a la voluntad los sentidos y los instintos a los que los hombres suelen obedecer ciegamente. Todos los instintos, incluido el más fuerte de todos, deben ser dominados en nombre del Dios Todopoderoso Shadai (que quiere decir «bastante») que ha impuesto un límite a la libre expansión de los elementos. El Espíritu Divino debe alentar al hombre judío en todas sus actividades, no sólo en las que son específicamente «humanas». La voluntad, libremente asumida, de subordinar los actos (y no sólo los pensamientos y los sentimientos) al Ser Supremo es la base sobre la cual D-os ha edificado la casa de Abrahám, la del pueblo judío. (S.R. Hirsch).


19 – Y Dios dijo: «sin embargo, sara, tu mujer, te parira un hijo, y le daras el nombre de Isaac, y estableceré mi pacto con el por pacto sempiterno, y con su simiente, despues de él».

19 – Y LE DARAS EL NOMBRE DE ISAAC: La palabra Itzjaj no significa; «el que rie» o «el que se alegra», sino el que «hace reír», «el que provocó la sonrisa de su padres», la de Abrahám (V, 17) y la de Sara (XVIII, 12). Tzok es la risa irónica o burlona suscitada por la observación de un hecho ridículo e inconcebible.

Si el hecho de reír al oír la noticia del nacimiento de un hijo ha sido considerado por Dios lo bastante importante para quedar grabado eternamente en el nombre de éste, es porque aquella risa debe tener un significado verdaderamente excepcional. Las reflexiones que os exponemos a continuación nos permitirán comprenderlo.

Desde luego, es lógico esperar que una pareja que ha llegado a los cien años – o a los noventa y nueve, para ser exactos – y que hasta entonces no ha traído ningún hijo al mundo, lo haga precisamente a esa edad. La inverosimilitud es aún más flagrante cuando se pretende fundar las esperanzas de toda la Humanidad en la existencia de una gran nación que se supone va a constituirse a partir de aquel retoño tardío y único. Si adoptamos una actitud realista, todo esto resulta grotesco, a causa de la desproporción existente entre la dimensión universal del objetivo y la pequeñez del punto de partida. El contraste era tan enorme que Abrahám no pudo contener la risa, a pesar de su mucha confianza en Dios; y esta carcajada era tan característica del destino de Israel que Dios la inmortalizó grabándola en el nombre del infante que iba a nacer.

En efecto, los principios del pueblo judío son totalmente «ridículos». Para un espíritu racionalista, que se atiene a las leyes de la causalidad natural y normal, la historia de los judíos, su esperanza mesiánica, su empeño en existir como nación, son increíblemente pretenciosos. Pero el que se basa, para comprender estos hechos, en la primera y suprema causa, que es la que engendra todo el sistema de causas existente, y en la idea de que existe un Ser Todopoderoso dotado de absoluta libertad, puede llegar a encontrarlos razonables e incluso perfectamente realistas. Los Patriarcas tomaron conciencia de esto desde el principio, y transmitieron su descubrimiento a sus descendientes, quienes lo conservaron. Por eso Dios esperó que Sará y Abrahám, los primeros Patriarcas, alcanzaran aquella edad «ridícula» para plantar la semilla de su pueblo. Por eso empezó a suscitar el cumplimiento de su promesa sólo después de que todas las esperanzas humanamente concebibles se hubiesen agotado. Se trataba en efecto, de crear un pueblo distinto de todas las potencias de la Historia en el sentido de que habría de afirmarse, desde el principio y hasta el final de los tiempos, como un Signo Divino. Y por consiguiente, como un fenómeno totalmente inverosímil para todas las mentes cerradas que niegan la existencia de Dios. La carcajada irónica que acompaña al judío durante su marcha a través de la Historia, nos confirma que esta marcha se efectúa bajo la conducta del Señor. Y el judío no se deja turbar por ella, porque se le ha preparado, desde el principio, a semejantes sarcasmos. (S. R. Hirsch).

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