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Es posible vivir apartados de nuestra esencia?

Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh

Daniel era un dulce niño de 8 años, hijo único de una modesta familia, que se caracterizaba por su conducta ejemplar tanto con sus compañeros como con sus padres. El pequeño tenia siempre presente la mitzva de Kibud ab vaem (respeto a los padres). Sus papas estaban muy orgullosos de su hijo. Al acercarse la fecha de su cumpleaños se pusieron a pensar la forma de premiarlo por sus buenas midot (cualidades).¿Qué le podemos regalar a Dani?, pregunto su papa, y antes que pudiera terminar la frase su esposa contestó sin dudarlo: ¡un pez!, Dani siempre quiso uno, y de color naranja ¿te acordás?

El mismo día del cumpleaños, se dirigieron a una veterinaria cercana a su hogar y compraron el pez. Al regresar el niño del colegio, ansiosos le obsequiaron el hermoso pececito naranja. Brillaron los ojos de Dani. Feliz, corrió a su cuarto a encerrarse para disfrutar de su querida mascota.
Pero su alegría se transformo en preocupación y sorpresa al ver que el pequeño pez saltaba y saltaba sin detenerse siquiera por un instante. Nuestro protagonista asustado fue a buscar a sus papas para que observaran el extraño espectáculo. Para cuando entraron al cuarto, el pez ya se hallaba medio moribundo.

Pensó la mama: ¿Tal vez olvido alimentarlo? Tomo entonces el potecito de comida y lo volco entero, pero vio que esto no ayudaba. Preocupada corrió al teléfono y marco el número del doctor que atendía a toda la familia explicándole con desesperación que uno de los integrantes de la misma estaba muriendo.

El doctor al escuchar a la señora se estremeció. ¿Quien de ellos seria? Sin siquiera preguntar salio inmediatamente en su automóvil y condujo a alta velocidad para atender al moribundo Al llegar, lo hicieron pasar rápidamente a la habitación del niño quien presa de una inmensa angustia le señalo al pez.

El medico se acerco al pececito, e inmediatamente le tomo la presión y vio que estaba muy baja. Comenzó entonces a trabajar con todos los aparatos que puedan Uds. Imaginar para intentar reanimarlo. Le saco sangre, le hizo radiografías, tomografías, le coloco un suero y hasta lo conecto a un respirador artificial.

Se sentó a la cabecera de su paciente y con paciencia espero que reaccionara, pero al ver que nada de lo que había hecho daba resultado, llamo a su equipo de colegas para hacer una interconsulta. Pronto todo el barrio se vio inundado por el ruido de las ambulancias. Ingresaron los doctores presurosos para ver al enfermo.
El pobre pez tenía tantos aparatos conectados que casi era imposible verlo.

Tal como es sabido, en nuestro país, las noticias vuelan, y en poco tiempo ya todos estaban enterados.
Un veterinario vecino decidió acercarse para aportar su ayuda. Al llegar Dani lo llevo a su habitación. El doctor se acerco al pez e inmediatamente una enorme sonrisa se dibujo en su rostro

Rápidamente comenzó a desconectarlo de todo el aparataje. Todos los allí presentes le empezaron a gritar: ¿pero qué haces?, ¡lo vas a matar! El veterinario sin contestar tomo al pez y lo puso en el agua.
En solo un instante el pez comenzó a nadar feliz de un extremo al otro del recipiente. Nadie comprendía que estaba sucediendo y sorprendidos le preguntaron al doctor: ¿pero, qué fue lo que le hiciste?. El hombre contesto: No he hecho nada, solo que resulta imposible que un pez viva fuera del agua, no importa cuantos tratamientos le hagan y cuan sofisticadas sean las maquinas que le coloquen.

De esta misma manera ocurre en nuestras vidas, a veces una persona se siente enferma, vacía, deprimida, no entiende que es lo que necesita para sentirse bien, busca a su alrededor, conoce nuevas personas, nuevos lugares, pero nada lo llena. No entiende que esa carencia proviene de su interior, que su alma le esta pidiendo volver a su hábitat. Para un judío ese habitat es la Tora.

Fuera de ella no existe ninguna posibilidad de vida. Mientras permanezca alejado, va a seguir sintiendo ese vacío, no importa de cuantas formas trate de llenarlo. Su único remedio se encuentra en la Tora.

Para que esto no nos suceda, debemos estar atentos y no dejarnos engañar por el ietzer hara (instinto negativo), que se acerca a nosotros disfrazado de un inocente pescador, poniéndonos como carnada un sin número de placeres pasajeros y materialismo vano, para de esta manera distraernos y apartarnos de nuestra esencia, y así convertirnos en presa fácil de todos los males que aquejan a la sociedad contemporánea. No permitamos que esto nos suceda. Acerquémonos a nuestra esencia y disfrutemos de una verdadera vida judía.

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