Estudiando
Estudio de los libros de la Torá
Vaikrá
+100%-

Emor

Primer comentario (Enseñanza Semanal de Jabad Lubavitch, www.jabad.org.ar)

Segundo comentario (Rab Daniel Oppenheimer, www.ajdut.com.ar)

Tercer comentario (Rab Moshe Hoffer)

Primer comentario – «Tres situaciones en la educación – Los adultos son responsables de los actos de los niños»

En el comienzo de nuestra Parshá, la Torá ordena a los Cohanim (los sacerdotes), que no deben impurificarse y les prohíbe permanecer bajo el mismo techo que un muerto. Lo llamativo es que el texto aparece redundante: “Dile a los Cohanim hijos de Aarón y les dirás a ellos”. Rashi, el gran comentarista de la Torá, explica que él “les dirás” es para “responsabilizar a los adultos por los pequeños”. Esta no es la única oportunidad en que la Torá encomienda a los mayores por la conducta de los niños. Nuestros Sabios indican que esta regla aparece en tres oportunidades: en la prohibición de comer bichos e insectos, en la prohibición de comer o beber sangre y en la prohibición a los Cohanim de impurificarse.

No darse por vencido ¿Por qué la Torá ve necesario acentuar la importancia de la educación justo en estos tres temas?. Esto se debe a que en estas tres situaciones el educador puede pensar que en este caso no es posible educar a un niño en el alto standard de exigencia de la Torá. Por eso la Torá lo alienta ya que aquí también es responsable de educar al menor para que no transgreda. Lo característico en la prohibición de comer bichos y reptiles es que, es algo que de por sí produce repugnancia. En cuanto al consumo de sangre, era una conducta a la que los judíos estaban acostumbrados a ver en los egipcios, y que imitaban. Y con respecto a las leyes de los Cohanim, su particularidad es que el concepto de la impureza es algo no racional. Del hecho que la Torá acentúa velar por la conducta de los niños en estos tres casos especialmente, aprendemos tres reglas fundamentales en educación.

Educar a quien come abominaciones

1) Cuando nos enfrentamos a una situación escabrosa, o frente a una reacción grosera o poco amable del educando, podemos pensar que en este caso es imposible lograr una mejora. Por eso viene la Torá y nos enseña que aunque se trate de una persona que come tarascas – un nivel de degradación moral grave-de todos modos debemos educarlo y encaminarlo en la senda correcta. 2)Algunos opinan que la educación es aplicable mientras la persona no esté acostumbrada a transitar el mal camino, pero si sus malas costumbres se convirtieron en hábitos, es en vano todo esfuerzo por instruirlo. La Torá nos guía entonces, mostrándonos que incluso cuando los iehudim se encontraban totalmente habituados a la ingesta de sangre como lo hacían los egipcios, pudieron abandonar esta conducta por mandato de la Torá. También con los niños, por medio de una educación adecuada, podemos revertir los malos hábitos.

Enseñar a tener fe

Otros sostienen que la Torá y el judaísmo pueden instruirse a los jóvenes y principiantes sólo con conceptos racionales posibles de ser explicados con la lógica, pero los temas de fe, supra-racionales, son imposibles de transmitir a los niños en edad o en preparación espiritual. Nos puntualiza la Torá que incluso un tema como el de la impureza, que es irracional, más allá del intelecto humano, debe ser enseñado y cumplido por los niños. Los temas de la fe judía, se pueden y deben enseñar y transmitir. En su fuero íntimo, todo judío es creyente, y la enseñanza que le proporcionamos sirve para revelar esta fe que ya se encuentra en él (aunque sea en forma potencial). El solo hecho que la Torá nos ordena algo, nos demuestra que esto es posible. Pero además, la orden de Di-s nos otorga las fuerzas necesarias para llevar a cabo la Mitzvá. Di-s no pide de la persona cosas que no están a su alcance, y si El nos manda en la Torá y en el Shulján Aruj, actuar de cierta manera, ya nos ha dado las energías necesarias para lograrlo.

Igrot Kodesh, tomo 1 Pág. 119


Segundo Comentario – EL ARTE DE «CORREGIR» II En el número anterior comenzamos a definir las especificaciones de la compleja Mitzvá de ayudar a perfeccionar las conductas morales ajenas. Quedó bastante claro que no se trata de una Mitzvá sencilla de cumplir, y por lo tanto, si no considera las recomendaciones de nuestros Sabios previamente, fácilmente una persona puede causar el efecto contrario al deseado.

Pensemos, por unos instantes, cuánto nos costó o nos cuesta a nosotros mismos modificar una actitud (nociva) propia, si es que alguna vez lo intentamos, y recién entonces podremos identificarnos y solidarizarnos con nuestro interlocutor (¿o será nuestra víctima…?), de quien pretendemos cambie algo substancial de su vida. Es que únicamente de ese modo la Mitzvá de reprobar podrá estar enmarcada en el contexto más amplio de la Mitzvá de amar al prójimo. En las palabras de los Sabios, esto se denomina “nosé be’ol im javeró”, quien carga el yugo con su compañero (Avot cap. 6). Quien cree que por el mero hecho de advertir al otro acerca de algún defecto, podrá modificar algo para ser mejorado en su vida, que sepa que está equivocado y puede (como suele serlo) empeorar la situación en lugar de beneficiarlo, pues quien escucha un reproche de otro que le habla desde su soberbia, tratando de personificar al perfecto que nunca se equivoca, le surge un rechazo instantáneo, y, salvo que se trate de una persona realmente modesta, las palabras “le entrarán por un oído y le saldrán por el otro” (más el odio que se crea por el sentimiento de sentirse invadido).

Cuentan del R. Arye Levin sz”l, el “tzadik de Ierushalaim”, que solía circular por las calles de Jerusalén los viernes por las tardes para alertar a los comerciantes que cerraran sus negocios ante la proximidad del Shabat. En cierta ocasión, un día muy caluroso, vio que frente a la heladería se extendía una “cola” muy larga de clientes a quienes faltaba atender. R. Arye comprendió inmediatamente la dificultad del dueño del local. Se acercó y se sentó en una de las mesas. El propietario, un tanto incómodo, se le arrimó y le preguntó si le podía ser útil en algo. R. Arye simplemente le respondió: “En verdad, si yo estuviera en tu lugar, no sé si tendría la fortaleza para no sucumbir a la seducción del ingreso de dinero por tantos clientes…, pero ¿qué se puede hacer? Es Shabat…” El Rav lo saludó con su gesto habitual afectuoso y se alejó. Apenas había llegado a la esquina, pudo ver que el dueño del comercio había disuadido y desbandado a la clientela y estaba bajando las persianas para Shabat.

Ahora bien. Lo que suele ocurrir es que la gente piensa: “si yo pude hacerlo, entonces él también debe poder”. Esta noción es, a su vez, falsa. No nos quepa la menor duda que, así como en otros órdenes de la vida no poseemos todos la misma capacidad y destreza, lo mismo ocurre cuando de corregir algún mal se trata. Es que cada ser humano goza de una cantidad de experiencias personales que lo diferencian de los demás y que lo convierten en único. Cada suceso de la vida nos afecta de manera distinta a cada uno de nosotros. Todo esto hace que la compenetración en el problema del otro sea un tanto más compleja. Pero… la Torá nos ordenó interiorizarnos y aportar nuestra buena voluntad y consejo para ayudar al otro.

A medida que avanzamos en este análisis, vemos entonces por qué esta Mitzvá es tan delicada de observar y por qué tantas veces la “embarramos”… Sumado a todo esto, no podemos desmerecer el alcance que tiene en nuestra manera de pensar la costumbre de prejuzgar las actitudes ajenas. Por inclinación propia o por la fuerte influencia de los medios sobre nosotros, caemos con facilidad en el terreno de las suposiciones (¿por qué pensar bien, si se puede pensar mal?). Por más común que sea en la sociedad en que vivimos, esta disposición es sumamente grave. En el lenguaje de los Sabios, esta actitud se denomina “joshed bikesherim” (quien sospecha de la gente recta) y está considerado éticamente inadmisible. Cuando se superponen el deseo de corregir, con la mala información acerca de las intenciones del otro, el resultado suele ser nefasto. Uno se siente agredido injustamente, y el otro ofendido y desengañado.

Unas palabras más acerca de los métodos a emplear, no estarán demás. En Europa, durante los últimos siglos existía la figura del Magguid. ¿Quién era el Magguid? Era la persona que iba de pueblo en pueblo y disertaba ante la gente para que ésta enmendara su respectiva conducta. El Maguid vivía habitualmente de lo que la gente podía pagar después de escuchar su “alocución”. En aquellas épocas, ser un Ba’al Teshuvá (quien retorna al camino de la Torá) no era la aspiración de sólo quienes no habían tenido oportunidad de aprender Torá en su niñez, sino que eran el empeño y la ambición de los judíos más simples de día a día, quienes “la tenían clara” que una persona nunca “llegó” y que debe insistir y seguir creciendo moralmente.

Una de las prácticas más comunes eran los Meshalim (ejemplos) de la vida real o de la ficción. Estos meshalim ayudaban, no sólo a amenizar la disertación (¿a quién no le gustan los relatos?), sino que permitían a la gente ver su propia vida – y sus propios errores – reflejados en la historia de los personajes de aquellos “cuentos”. Todos y cada uno de nosotros es subjetivo cuando de su propia conducta se trata. Es muy difícil reconocer los errores propios. Las historias nos dan la posibilidad de no ser tan condescendientes con nosotros mismos. El ejemplo más claro de este concepto, lo encontramos en el Tana”j, cuando el profeta Natan le presenta al rey David la historia de un hombre rico que quitó la única oveja a su vecino pobre. Una vez que el rey había dado su veredicto sobre el tema, el profeta le hizo ver la analogía que existía entre el ejemplo y la actitud del rey con Batsheva. En la Europa jasídica, habían dos hermanos que más tarde se convirtieron en líderes de muchos jasidim. Uno se llamó el Rav Elimelej de Lizensk y su hermano, el Rav Susha de Anipoli. Cuando conocían de alguna persona que había cometido alguna ofensa o lo veían relajado en la observancia de algún precepto, uno de los hermanos se dirigía al otro y le reprochaba el error como si realmente lo hubiera cometido él. Esto siempre debía ocurrir a oídos de quien verdaderamente necesitaba la censura. De ese modo, le daban el espacio necesario al “interesado” para poder estudiar su situación ética, sin la presión de sentir vergüenza por la mirada de quien lo critica ni la urgencia de responder de inmediato o de defenderse ante la “acusación”.

La Teshuvá genuina y duradera debe ocurrir como consecuencia del peso del reconocimiento de la equivocación, y no por temor a ser descubierto por otros. Pues, como ya hemos advertido, y ahora con más razón, al conocer las artimañas y la astucia con que trataron estos tzadikim nuestros temas por demás delicados, queda claro que estamos hablando de una de las Mitzvot más complicadas. Que D”s nos otorgue la inteligencia y que tengamos el corazón y el amor necesarios para poder cumplirla adecuadamente.

Daniel Oppenheimer


¿Cual es nuestra escala de valores?

Cuando un hombre contrae matrimonio, debe decirle a la mujer: «He aqui quedas consagrada para mi» y colocarle un anillo. Desde ese momento automaticamente estan casados. ¿Que cambios notamos en esa mujer? ¿Acaso no es la misma persona? ¿Que diferencia hay entre una casa y un Bet Hakneset? Acaso no estan construidos con el mismo material? De un libro de matematicas a un libro de Tora… ¿Que diferencia hay? ¡El material es el mismo! ¿Por que el Cohen bendice al pueblo? ¿No es una persona «comun», como todos nosotros? ¿A que se debe el imperativo vekidashto «y lo santificaras»? Los cohanim suben primero al Sefer Tora, por ende son los primeros en hacer la beraja, ¿por que son diferentes?

La optica de la Tora es muy distinta a la de la calle. En la actualidad muchas personas creen que todo es lo mismo, que todo tiene el mismo valor, tanto a las cosas como a la gente se las trata como algo mas. La Tora nos enseña a poner cada cosa en su lugar, nos marca la escala de valores. No es la misma mujer antes de ser consagrada para alguien que despues. Antes estaba permitida para todos, luego es exclusiva de un solo hombre. Tanto las personas (por ejemplo el caso del cohen), como las cosas (por ejemplo un libro), cuando estan consagradas para la Tora automaticamente estan en otro nivel. Si a un Bet Hakneset lo considero un espacio que tiene «paredes», logicamente no voy a encontrar motivo para respetarlo, por lo menos mas que a mi casa. En cambio si lo considero como un recinto sagrado, cambia mi conducta hacia el por completo. La Tora me enseña a diferenciar, pues todo lo que tiene Kedusha (santidad) esta en un nivel superior. Aun dentro de las mismas cosas que son santas, hay algunas de mayor y otras de menor nivel. Sobre esto la Halaja nos indica: «Se asciende en el Kodesh, pero no se desciende de nivel». Por ejemplo un Bet Hakneset se puede transformar en una Ieshiba pues esta ultima es superior al primero. Un Bet Hakneset destruido no pierde su Kedusha por lo tanto hay que respetarlo.

Hashem no solo quiere que lo que nacio Kadosh sea respetado: tambien nos pide que en nuestra manera de pensar y actuar tengamos Kedusha. «Ustedes seran para Mi un reino de sacerdotes y un pueblo santo». Nuestras acciones convierten lo vano en sagrado. Por ej. cuando recibimos al shabat con anticipacion y lo despedimos con retraso, estamos cumpliendo con «Laasot et Hashabat» (hacer el shabat), es decir transformar un dia comun en Shabat. Todo lo sagrado, cuando lo valoramos, repercute sobre nuestras vidas.

Observemos a traves de este relato que importante es no considerar a todas las cosas por igual, sino darle el lugar que les corresponde. En medio de la desesperacion se acercan varios alumnos a un Rab para relatarle que un companiero estaba por el camino de la asimilacion. El Rab lo cito en el Bet Hakneset por la noche; alli estaba todo oscuro, le pidio al muchacho que se acerque al Hejal (donde se guarda el libro de la Tora) y que lo abra. El joven no entendia nada. De repente el Rab le indico que arroje el sefer (libro) al suelo, que lo pise y lo salive y el muchacho se nego rotundamente. este argumentaba: «siempre respete a la Tora, ¡como voy a hacer semejante profanacion!» El Rab le dijo que la accion que estaba pensando realizar, era mas grave que profanar el Sefer Tora. Luego de una profunda reflexion, B»H, dejo de transitar por ese camino. Si analizamosprofundamente el tema nos daremos cuenta que el Rab lo pudo hacer reflexionar, gracias a que este muchacho anteriormente valoraba lo sagrado. De esta manera el Rab pudo hacer la comparacion. Si al joven todo le daba lo mismo, por mas comparacion que hiciera no iba a entrar en razon.

Todos los sabados a la noche decimos Ata jonantanu (dentro de la beraja – bendición- «Ata Jonen»). En ella basicamente se plantea el tema de la inteligencia, como Hashem le otorga entendimiento al hombre. Los jajamim (sabios) explicaron por que la beraja fue establecida en ese lugar. Alli se habla sobre la diferencia que Hashem realiza entre lo sagrado y lo profano. Para diferenciar necesitamos la inteligencia. Por eso debemos suplicarle a Hashem que nos otorgue la capacidad de discernir para de esa forma aprender a apreciar y diferenciar lo bueno y lo malo pero pricipalmente para valorar lo sagrado.

Rab Moshe M Hoffer

1 comentario
  1. Gloria Rendina

    Una hermosa y sabia enseñanza, no soy judía pero cada semana leyéndola siento la Presencia de Hashem; gracias,,mi alma se enriquece Baruj Hashem

    05/05/2018 a las 18:22

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