El Ultimo Dia del Juicio

Esta historia me la relató personalmente Reb Leibel Zisman, testigo viviente de estos eventos inolvidables.Leibel tenía 14 años en ese momento. Extraido de Jabad Magazine
Iom Kipur, Víspera 1945/5706, en el Campamento Foehrenwald DP, Alemania. El sol estaba a punto de ponerse en la víspera de Iom Kipur, el día más santo del año. Pero para nosotros… Para nosotros se sentía como Tishá BeAv. Sólo unos meses antes estábamos viviendo, si se puede llamar a eso vida, en el horror indecible que se llamó Gunskirchen Lager (campo de concentración) en el norte de Austria.
Es imposible describir los centenares de cuerpos muertos que uno veía a lo largo del campo. El hambre, el hedor, la muerte, la locura estaban por todas partes. Los Nazis, sus nombres se borren para siempre, nos deshumanizaron, convirtiéndonos en voraces infrahumanos, desesperados por una gota de agua. Días pasarían entre un pedacito de pan y el vil sorbo. Yo tenía 14 años cuando nos liberamos, el 5 de mayo de 1945. Huérfanos, viudos, sin casa ni hogar, completamente solos sin lugar para ir – vagamos en lo que ahora parece una completa niebla. Pero todo regresa a mí cuando cuento la historia.
Nosotros-unos 5000 de los sobrevivientesterminamos en el Foehrenwald DP, el Campamento en Alemania (el sudoeste de Munich), donde pasamos Iom Kipur, junto con el Klausenburger Rebe, Rabi Iekutiel Iehuda Halberstam que trágicamente perdió a su esposa y 11 niños en manos de las bestias alemanas. Cuando la noche estaba cayendo esa víspera de Iom Kipur, los 5000 nos reunimos en un shul provisional para Kol Nidrei. Como es la costumbre en muchas comunidades, el Klausenburger Rebe se puso de pie en la bimá (plataforma en el centro de la Sinagoga) para compartir unas palabras previas a Kol Nidrei para despertar nuestros corazones y prepararnos para el imponente día.
Nunca olvidaré lo que dijo el Klausenberger Rebe esa víspera de Iom Kipur hace 61 años. El momento era agobiante. Con lágrimas en sus ojos empezó agradeciendo a Di-s que salvó nuestras vidas del infierno Nazi. Apuntó entonces a su kitel -la túnica de lino blanca que vestimos tradicionalmente en Iom Kipur– y empezó a hablar (en idish), despacio, determinadamente, llorosamente: “Una de las razones por las que llevamos este kitel es porque es la ropa de entierro tradicional en que envolvemos un cuerpo antes de ponerlo a descansar en la tierra, como hacemos cuando enterramos a aquéllos que se van antes que nosotros. El llevar un kitel así en Iom Kipur, nos recuerda nuestro último Día del Juicio. Por consiguiente, nos hace sentir humildes y rompe nuestros corazones, haciéndonos completar la Teshuvá (retorno).
El kitel blanco de lino es un símbolo de pureza que logramos a través de nuestra introspección y esfuerzos para reparar todos nuestros males. “Ya que el kitel nos recuerda la mortaja del entierro de aquéllos que fallecieron antes que nosotros” continuó el Klausenberger, “¿por qué vestimos un kitel hoy? Nuestros padres y seres amados fueron asesinados sin los tajrijim (mortajas). Fueron enterrados, con o sin ropa, en tumbas masivas, o en ninguna tumba en absoluto…” De repente, el Klausenberger Rebe empezó a rasgarse su propio kitel , literalmente. “¡Ningún kitel !” clamó con voz angustiada. “¡Seamos como nuestros padres. Quitémonos nuestros kitels, para que puedan reconocernos. Ellos no nos reconocerán con el kitel , porque ellos no fueron envueltos en kitels…”
No tengo palabras para capturar las emociones que vertían del gran Rebe ese Iom Kipur después del horror. Todos los que estábamos allí reunidos en el shul empezamos a llorar descontroladamente- hombres, mujeres, viejos, jóvenes, cada persona en el vestíbulo. Toda nuestra angustia, todas nuestras pérdidas insufribles, toda la humillación y deshumanización insensata vinieron, contando fuera de nuestros intestinos. Era un espectáculo inolvidable: 5000 personas sollozando. Nit gueveint. Me’hot guejlopet- (no sollozando; gritando). El suelo estaba húmedo con lágrimas que brotaban de nuestros ojos. ¡Qué hisoirerus (despertar) experimentamos ese víspera de Iom Kipur, un hisoreirus notable- increíble!
Las palabras del Rebe sonaban en nuestros oídos, en cada fibra de nuestros destrozados seres -cada uno de nosotros había perdido a nuestros parientes más íntimos: padres, madres, hermanos, hermanas, tíos y tías. Teníamos cicatrices indelebles. Las palabras sonaron: “¡¿Para qué necesitamos los tajrijim?! Sus padres, madres, hermanos, hermanas, tías, tíos, zeides, bobes-todos ellos reposan en tumbas en masa. ¡O en ninguna tumba en absoluto!- Quemados hasta ser cenizas… ¿Qué tajrijim? ¿Qué ropa? Qué kitel ?!…
Imagínense la escena: La noche más santa del año. El momento imponente antes de Kol Nidrei. Todos los Sifrei Torá alzados fuera del arca. 5000 judíos destrozados, sin techo, huérfanos sin sus familias. El santo Klausenberger Rav que estaba de pie en la bimá, arrancando su kitel – “Nosotros no lo necesitamos…”
¿Qué más puede decirse? Como otro Rebe una vez expresó: “Es difícil hablar, pero es más difícil permanecer callado”. Hoy, 61 años después, nos bendecimos entrar en Iom Kipur sin la miseria que sentíamos ese Iom Kipur en 1945, inmediatamente después de la liberación de los campamentos. Iom Kipur hoy viene entre bendiciones y consuelos. Vivimos en libertad y hemos logrado muchos niveles de éxito. Es casi imposible imaginar que en sólo seis décadas los judíos han pasado por semejante renacimiento: el crecimiento de Israel, avances en la educación judía y la prosperidad global de la vida judía hoy es nada menos que un milagro moderno. En contraste severo a 1945, disfrutamos ahora una comida suntuosa antes de la fiesta junto con nuestras familias intactas. Nos ponemos elegantes, nos ponemos nuestros kitels y entramos en nuestras sinagogas en calma y paz. Pero nunca debemos olvidarnos. En Iom Kipur dedicamos una sección a nuestros mártires. Recordamos los problemas que nos han ocurrido desde la destrucción del Templo, concluyendo con los diez mártires que murieron en manos del sanguinario emperador romano. Hace un poco más de 60 años no sólo diez sino… se hizo una matanza de seis millones de mártires por ninguna otra razón que su ser judío, sin tajrijim, ningún kitel , ninguna dignidad-sin nada en absoluto. Pero nosotros recordamos. Y no sólo recordamos. Recreamos. Encauzamos todo nuestro enojo, dolor y pérdida en una revolución, doblemente y triplemente reforzada por el hecho que tenemos la responsabilidad de llenar el vacío que quedó por esos seis millones y todos los que su descendencia habría logrado. |
Adaptado de una nota de Simon Jacobson