El ubicuo Tanáj
Extraido de La patria fue un libro
Desde el comienzo un pajarito me contó que no hay nada nuevo bajo el sol: no sólo de pan vive el hombre, ni por su espada. Somos guardianes de nuestro hermano y no del becerro de oro. Pongamos la casa en orden con el sudor de nuestra frente. La escritura está en la pared; comer, beber y alegrarnos porque todo tiene su tiempo, y… Punto.
Vale un solo párrafo con una docena de locuciones conocidas en la mayoría de las lenguas, para intuir la presencia de la Biblia en nuestras vidas. Todas y cada una de las expresiones incluidas son bíblicas, y podríamos continuar sin pausa: hágase la luz; bálsamo de Guilad; torre de marfil; tiempo de curar; jardín del Edén; dedo de Dios; ciudad de refugio; jeremiadas; elegir la vida; zarza ardiente; falso profeta; jaula de los leones; día del juicio; tierra prometida; chivo emisario; ojo por ojo; Matusalén; sodomía; polvo y cenizas; espadas en arados; fruto prohibido; caída de los poderosos; amar al prójimo…
Y esto no sería lo principal, ya que en las decenas de voces mencionadas la influencia del lenguaje bíblico es directa, como lo es en las palabras que fueron incorporadas a los vocabularios de cientos de lenguas y de pueblos: aleluya, amén, gólem, hosanna, jubileo, leviatán, maná, mesías, pascua, sabático, serafín.
En la mayoría de los casos el influjo es más indirecto, el influjo del antiguo hombre hebreo y su cosmovisión es inconsciente. Es un fenómeno por cierto muy interesante.
Por ejemplo, kirios en un contexto griego no es un término religioso: significa «dueño, jefe». Cuando los traductores de la Biblia eligieron esa palabra para verter a la Septuaginta el tetragrama (el nombre divino), kirios dejó de significar meramente dueño. Tuvo una transfusión semántica del hebreo y pasó a implicar un dominio universal. Sorprendentemente, debajo del griego, la semántica era hebrea. Al latín pasó a ser dominus, y así el hebreo penetraba inadvertidamente en todos los idiomas.
Lo mismo ocurrió con muchos otros términos hebraicos, que eventualmente fueron traducidos a «bendición», «profeta», «paraíso» y otros. De este modo, por vía del griego y del latín, expresamos en muchas lenguas, sin saberlo, contenidos hebraicos.
Lo explica el lingüista Antoine Meillet en su ensayo sobre La influencia de la Biblia Hebrea en las lenguas europeas (1928): «Entre nuestras palabras y frases más comunes, muchas no muestran signos del hebreo, pero sin el hebreo no habrían llegado a nosotros, o habrían tenido un significado bien distinto del que portan» .
La Biblia Hebrea o Tanáj permanece en el sustrato de nuestro lenguaje y de muchas otras facetas de nuestras vidas. Forja una buena parte de nuestras ideas y narrativa. Es sin duda el texto más influyente de la humanidad, y es necesario conocerlo.
Se trata de una colección de veinticuatro libros, escritos a lo largo de mil años, que abarcan dos milenios de la vida de Israel. En 1455, se transformó en el primer volumen en ser impreso, y fue traducido a 1.850 lenguas y dialectos (para justipreciar el dato, considérese que el segundo libro más traducido lo fue a unos 200 idiomas).
Se imprimieron de la Biblia casi dos mil millones de ejemplares; se publica a un ritmo de más o menos cinco millones por año, y vende anualmente cientos de miles de ejemplares. Ningún texto ha inspirado tanto ni ha sido tan citado. Hay más de un millón de obras sobre la Biblia.
Ningún libro ha definido moral y filosofía, ni concitado la atención de las artes y la ciencia, de la arqueología y la historiografía, e incluso de las disciplinas más avanzadas como la informática.
En efecto, el Código Bíblico (que intenta hurgar en la Torá un código oculto que revelaría el devenir de la historia), irrumpió en 1994 en el mundo académico a partir de que su tesis fuera publicada en Statistical Science , enseñando fascinantes aspectos del Pentateuco a los que sólo puede accederse desde ciertos programas de computación. Lo iniciaron en Israel un grupo de matemáticos, entre ellos Michael Drosnin, cuyo libro sobre el tema fue publicado en 1997, y recibió legitimación por parte de académicos como Robert Aumann (Premio Nobel de Economía en 2005).
Este libro tan estudiado y abordado abre majestuosamente: «En el comienzo creó Dios los cielos y la tierra…», célebres palabras que pueden leerse como un texto teológico, poético, filosófico, y más. Incluso, admirablemente, es el único texto antiguo que aún puede ser revisado desde el punto de vista científico. Su inevitable multiplicidad de lecturas conlleva a la perennidad del Tanáj.
Ubiquemos al libro en su contexto histórico, el del antiguo Israel, donde si bien hubo ambiciosos proyectos industriales, éstos quedaron rezagados por la palabra escrita. Ni la fundición de cobre que el rey Salomón hizo construir a orillas del Mar Rojo, ni el acueducto en roca sólida erigido durante el reinado de Ezequías, pueden parangonarse en su perdurabilidad con la Palabra grabada. En Israel hubo, y hay, por sobre todo, un Libro.
Sólo él pudo superar a los vecinos imperiales de Egipto y Babilonia. Las enseñanzas éticas, mundanas y religiosas, redactadas con belleza y sapiencia deslumbrantes. Un texto que sintetiza la experiencia humana o que, al decir del poeta Enrique Heine en 1830: «Amanecer y ocaso, promesa y cumplimiento, nacimiento y muerte; todo el drama humano, todo en este libro de los libros».
Conocerlo es indispensable, pero presenta un problema.
El problema de la Biblia
Edward Flannery prologa su clásica obra acerca del odio antijudío, con una reflexión: hay un abismo entre la conciencia de los judíos y la de los no-judíos. Para los primeros, siglos de persecuciones y matanzas son parte de su conciencia histórica; para los segundos, la cuestión les parece planteada usualmente de modo exagerado, producto de una comprensible paranoia.
Una disonancia parecida ocurre con respecto a la ciudad de Jerusalem. Si es sagrada para tres religiones, algunos suelen plantear que no habría motivos para que la gobierne exclusivamente el judaísmo. La verdad es que el judaísmo no la gobierna -puesto que ni el rabinato ni una sinagoga administran la ciudad- sino el Estado del pueblo judío. La demanda judaica para con Jerusalem no es religiosa, sino nacional.
Un tercer distanciamiento es el relativo a la concepción de la Biblia, que también para el judío despierta automáticamente asociaciones muy distintas de las que tiene incorporadas el no-judío, las cuales siempre remiten a la dificultad de aceptar que la identidad judía no es meramente religiosa.
Permítaseme ejemplificarlo con una experiencia personal, durante una conferencia que dicté en 2003 en la universidad de Pontevedra en Galicia. Durante mi exposición cité la figura de Jesús, mencionando los aspectos que lo caracterizaron como un judío de su época.
Un estudiante me cuestionó que no es pertinente «atribuir a Dios particularidades de un grupo específico, debido a la universalidad del concepto». Yo insistí, y aclaré que su observación derivaba de una convicción católica que no era unánimemente aceptada. El estudiante me sorprendió cuando repuso que él no era católico sino ateo.
Quedé en la duda de qué malentendido se había producido en el diálogo, y durante mi almuerzo en La Grela, un amigo, sin proponérselo, disipó el equívoco. Cuando le participé mi extrañeza por el hecho de que alguien que no se considerara cristiano pudiera disputar una alusión a la judeidad de Jesús, mi amigo repuso: «pero aun no siendo católico, uno puede entender el concepto de Dios y rechazar su particularización».
Eureka. Lo que había ocurrido es que yo decía «Jesús» y mi audiencia escuchaba «Dios». Yo me refería a la figura histórica de Jesús de Nazaret, y quien me oía, impensadamente, entendía (también mi amigo) que yo hablaba de teología. No importaba cuáles fueran las creencias religiosas de quien escuchaba, la noción de la divinidad de Jesús está tan incorporada que, aun si no se cree en ella, se deduce automáticamente que ésa es la intención de quien lo menciona. Esta disonancia es clásica: la asociación que hace un judío con la figura de Jesús se reduce en general a lo esencialmente histórico; para alguien inmerso en la cultura cristiana, el nombre mismo del nazareno se entenderá como referido a la divinidad.
Del mismo modo, durante los Encuentros de Filosofía de la Fundación Gustavo Bueno, en Gijón, hubo quien manifestara desagrado por el hecho de que en mis ponencias citara la Biblia: yo decía «historia» y algunos escuchaban «Dios».
En general, ésa es la discrepancia cognitiva que surge al hablar del Tanáj. Para un no-judío, la idea de que alguien «estudie la Biblia» podrá asociarse con sacerdotes, conventos, religiosidad, clero. Para un judío, esas asociaciones no son evocadas en lo más mínimo. En todas las escuelas judías, tanto de Israel como de la Diáspora (incluso en las escuelas profesamente ateas) se estudia diligentemente el Tanáj.
En Israel, la Biblia es motivo de investigación constante no sólo en institutos religiosos, sino en universidades y academias por doquier. Este país organiza los certámenes bíblicos internacionales y lleva a cabo seminarios y congresos sobre el tema. El idioma cotidiano de Israel es el de la Biblia, así como su calendario anual y festividades; también la geografía, que diera a cada lar y colina su nombre original, y la historia de las Escrituras, que se asume como propia.
En suma, la Biblia, para un judío, es la antología de por lo menos mil años de libros en los que se registra su antiquísima historia. Sumergirse en el Tanáj no tiene que ver necesariamente con teología ni con religión. Más aún: en las escuelas religiosas de Israel (en las que hay dos programas de estudios paralelos: uno de estudios religiosos y otro de estudios seculares o generales) la enseñanza de la Biblia, curiosamente, se ubica en la sección de estudios generales.
Los biblistas de entre los judíos no abarcaron especialmente a personas religiosas. Desde Spinoza a Ben Gurión, abundaron los amantes del Tanáj que aprendieron en ella historia judaica, la belleza del idioma hebreo y su poesía, moralejas, ética, literatura sapiencial y mucho más.
Tal vez una parte de la diferencia de criterios resulte de que cuando un judío habla de la Biblia, se circunscribe a lo que la cristiandad denomina «Antiguo Testamento». A diferencia del Nuevo Testamento, el Tanáj no es teológico sino histórico y nacional. Argüía Ernst Renan que la literatura nacional de los judíos, se había transformado en la literatura sagrada de los demás.
Si el Martín Fierro hubiera sido un libro sagrado para la humanidad, en el mundo se conocerían con detalles sus protagonistas, sus localidades geográficas, la idiosincrasia argentina. La sobrepercepción de los judíos deriva en buena medida, de ese protagonismo en la cultura que la Biblia le ha garantizado.
Y no se trata solamente de una antología de libros sagrados que contienen enseñanzas teológicas y éticas. Es la historia del pueblo de Israel que vivió en la Tierra de Israel. Un pueblo que expresa su fe, y narra su historia viendo en ella la mano de Dios, que la gobierna.
Dr. Gustavo Perednik
Excelente información, no solo aclara mis dudas, mas bien me confirma que estudiar la biblia deberia ser materia en todas las escuelas del planeta, no solo sabriamos mas sobre un pueblo, sino de quien gobierna los demas pueblos, sin entrar en religión, gracias por darnos la oportunidad de aprender en estas páginas a quienes buscamos solo la verdad,! Interesante y amena la información, mil gracias!