El shofar (Rosh Hashana)

Los sonidos del shofar han marcado el más auspicioso suceso de la historia judía, la revelación Divina en el Monte Sinaí cuando se nos dio la Torá, y nuevamente en el futuro retumbarán para anunciar nuestra redención final con la venida del Mashíaj.
En el curso de los siglos que conectan nuestro pasado con nuestro futuro, ha marcado los días más solemnes del calendario judío, Rosh HaShaná y Iom Kipur, reverberando antes a lo largo de todo el mes de Elul. Pero, pese a semejante alcurnia, no se trata más que de una mitzvá peculiar que involucra un crudo cuerno de carnero del que se emiten secos y poco melodiosos sonidos, vagamente inspiradores en el sentido usual de la palabra. ¿Cuál es, en verdad, el significado que se oculta detrás del shofar?
DOS PARABOLAS
Había una vez un rey que prodigaba mucha atención y amor a su hijo único. Cuando el príncipe fue lo suficientemente mayor, el rey pensó que para su hijo resultaría muy enriquecedora la experiencia de viajar y aprender sobre el extenso mundo y los pueblos que viven más allá del reino.
Dio su hijo una despedida real, y lo envió con una multitud de sirvientes y fondos suficientes como para asegurar que su viaje fuera placentero.
El tiempo pasó, las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años. Finalmente, el príncipe, habiendo malgastado sus recursos, fue abandonado por sus sirvientes y obligado a viajar sin los atuendos de la realeza, como un pobre mendigo. Anhelando volver a su padre, el príncipe comenzó el viaje de regreso al reino.
A su retorno, sin embargo, se encontró con que había olvidado su lengua natal. Intentó comunicar a los habitantes locales que él era el príncipe, el hijo único de su rey, pero todo era en vano. Finalmente, desesperado por verse reunido con su padre, soltó un amargo y doloroso lamento que retumbó a lo lejos.
El rey, al oír este clamor, reconoció inmediatamente la voz. Abrazó a su hijo y lo devolvió a su posición real.
Un rey decidió una vez pasar el día fuera de su palacio. Vistió ropas informales por comodidad, y se introdujo profundamente en el bosque. Cuando cayó el crepúsculo, el rey decidió regresar, pero ¡ay de él!, se había perdido.
Caminando a lo largo de un claro, pidió a varias personas que le mostraran el camino hacia el palacio del rey. Pero como estaba vestido como un simple plebeyo, nadie lo reconoció y ni le prestó atención. Por fin, para su alivio, un caminante observador lo reconoció y graciosamente lo condujo de regreso al palacio. El rey lo premió generosamente, y lo nombró para un alto puesto.
Años después, la corte real puso a este funcionario a juicio por haber cometido un serio delito. Se fijó el día en el que el rey debía presidir el juicio. El demandado solicitó que se le permitiera vestir la ropa de su elección para el día de su juicio. Su pedido le fue otorgado, y el día del juicio el demandado se presentó vestido con la misma ropa vieja que había vestido cuando reconoció por primera vez al rey en el bosque, tantos años atrás.
Al ver al demandado, el corazón del rey se ablandó, azuzada su memoria por la ropa que aquél vestía. El rey observaba ahora al demandado no como su funcionario sino como el caminante que había sido el único que lo había reconocido hacía tantos años, cuando ningún otro lo había hecho. Animado, emitió un edicto de pleno perdón en favor del demandado.
Ambas parábolas son narradas en la literatura jasídica como parte de su análisis de la mitzvá de hacer sonar el shofar. En la primera, el príncipe, tal como se encuentra antes de abandonar el seno paternal, es el alma judía, y sus viajes son el viaje del alma hacia un cuerpo físico y un mundo material. El propósito de los viajes del príncipe es mejorar su conocimiento y sabiduría. Del mismo modo, el alma necesita del cuerpo para poder existir en el mundo físico, y cumplir Torá y mitzvot. Pues la plenitud del alma se logra únicamente mediante el trabajo con la físico, y a ello obedece su corporización en la forma humana.
En la travesía de la vida podemos llegar a perder de vista nuestro propósito, hasta que, como el príncipe que olvida su propia lengua, llegamos a estar tan alejados de nuestra fuente que olvidamos cómo vivir como judíos. Pero siempre hay un fulgor del alma judía que perdura y anhela volver a conectarse con Di-s. El shofar es el clamor que emerge desde las profundidades de cada alma judía expresando su deseo de volver a Di-s.
La segunda parábola alude a la entrega de la Torá en Sinaí. El rey, buscando a alguien que le muestre el camino de regreso a su palacio es una alegoría de Di-s en su búsqueda de una nación que acepte tomar la Torá — siendo la Torá el conducto de Divinidad hacia este mundo. Como la ropa del demandado que azuzó la memoria del rey, el shofar, que resonó en Sinaí, está destinado a evocar la memoria de Di-s de nuestra juventud como nación, cuando sólo el pueblo judío expresó su compromiso para con la Torá.
Nuestra relación con Di-s es bilateral. La primera parábola habla de nuestro compromiso con Di-s, la segunda, de Su compromiso con nosotros. La mitzvá de soplar el shofar tiene un doble propósito: proclamar la soberanía Divina y recordar nuestra devoción a El y, a su vez, Su compromiso a nosotros.
Los sones del shofar son primitivos, una voz que carece de forma, como el lamento del príncipe en la primera parábola. Es el llamado del judío que ni siquiera sabe cómo formar palabras de plegaria, por lo que simplemente clama a Di-s.
En otro nivel, la simplicidad de los sonidos del shofar es realmente más profunda que los rezos. Las palabras, por propia naturaleza, son restrictivas, a medida que fuerzan nuestros pensamientos y sentimientos convirtiéndolos en expresiones definidas. El lamento rústico del shofar, así, carente de forma, trasciende el habla, y de ese modo comunica un mensaje más puro y provocativo — como los plañidos inocentes de un niño que no ha dominado el arte de la lengua.
El shofar, representado por la ropa simple en la segunda parábola, es también una expresión de nuestra misión como pueblo de Di-s. De la Torá y las mitzvot se habla en términos de vestimentas del alma. Pero el énfasis aquí está puesto en la simplicidad de la ropa que apeló a la bondad del rey. Esto sugiere que la observancia de las mitzvot motivada por la fe simple, a diferencia de serlo por sensibilidades intelectuales, es, por su simplicidad misma, muy preciada a Di-s.
(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).
Baila Olidort