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Aprendiendo a Ser Padres
Educación Judía
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El respeto a los padres

Selección extraída de Aprendiendo a ser padres de Mirian Levi

LA ESENCIA DEL PRECEPTO

El precepto de honrar a los padres es una de las bases del judaísmo. Está incluido en los primeros cinco mandamientos, que tratan acerca de la relación entre el hombre y Dios, y no en los cinco últimos que hablan sobre la relación entre el hombre y su prójimo. De aquí aprendieron nuestros sabios: «Comparó la Torá el respeto a los padres con el respeto a Dios».

Honrar a nuestros progenitores está relacionado con el respeto a Dios, también desde otra concepción. El judaísmo ve a los padres y al Creador como socios en la creación del hombre: «Tres socios crean al hombre: Dios, su padre y su madre. Desde el momento en que la persona respeta a sus progenitores, dice Dios, considero como si viviera entre ellos y me respetaran».

La obligación del niño hacia sus padres no es sólo física, sino también espiritual. Los padres son los que le transfieren la herencia judaica, convirtiéndose en el eslabón que une a sus hijos con la escena del monte Sinaí.
En resumen, los padres son la raíz material y espiritual de la herencia de su hijo. Por eso está obligado a respetarlos.

RECONOCER LAS BONDADES

La esencia de la mitzvá de honrar a los padres es reconocer las bondades que éstos le confirieron. Para el niño es un reconocimiento que siente hacia sus padres por haberlo traído al mundo, por quererlo, por preocuparse por él y por todo lo que sacrifican por su educación. En otras palabras, el niño necesita reconocer el bien que sus padres le otorgan para llegar a respetarlos debidamente. Mediante este camino llegará a reconocer los favores del Creador.

Debe (el niño) brindarles todo el honor y beneficio que pueda, porque ellos lo han traído al mundo, y también se esforzaron enormemente durante su infancia. Cuando llegue a fijar este proceder en su alma, llegará a reconocer los favores de Dios, que es su razón y la de sus antepasados comenzando desde el primer hombre.

Enseñándole a reconocer los favores otorgados por sus padres, no sólo le estamos inculcando el fundamento de honrar a sus progenitores, sino también el de amar al Creador, que es el eje de la fe. Por eso en los libros de ética judía está tan enfatizada la cualidad de reconocer el bien. Con esto agregamos peso a la obligación de los padres de acostumbrar a sus hijos a honrarlos.

LAS DIFICULTADES

Inculcar en los niños el agradecimiento no es tarea fácil. Los niños son egocéntricos por naturaleza y no reconocen rápidamente los esfuerzos que sus padres hacen por ellos. Desde temprana edad se acostumbran a disfrutar de todas las bondades que les son conferidas y las toman como algo sobreentendido. En la mayoría de los casos, no se dan cuenta de lo mucho que trabajan sus padres por ellos. Por eso, generalmente, no se sienten lo suficientemente agradecidos y, por ende, no llegan a honrarlos como es debido.

En muchos casos, a pesar de conocer las bondades de sus padres, los hijos asocian este proceder a instintos paternales, obviando de esta forma la entrega y el sacrificio de sus progenitores en lugar de agradecerlo.

Por otra parte, hay en cada niño el anhelo de llegar a ser independiente. A menudo, muchos de ellos interpretan los esfuerzos educativos de sus padres como «pruebas de dominio». Hasta pueden llegar a guardarles rencor debido a su autoridad y rebelarse. Frecuentemente les resulta complicado cumplir con las exigencias y limites que les son marcados.
Debido a lo difícil que resulta inculcar el respeto a los padres, es importante recalcar especialmente que exigimos del niño una relación de respeto para beneficiarlo. Esto significa que debemos evitar reaccionar enojados u ofendidos cuando no nos tratan como corresponde, o no nos obedecen. El centro de atención debe ser el niño y no nuestros sentimientos.

Por eso los padres, al dialogar con sus hijos acerca de una mala conducta, deben intentar minuciosamente que no interpreten la conversación como una defensa de su propio honor. Una de las formas para evitar esta impresión es que un padre hable con el niño acerca de su conducta desagradable hacia el otro padre. Para convencerlo de que se disculpe, podremos sugerirle: «Ve a decirle a mami que estás arrepentido y discúlpate».

Cabe recordar que honrar a los padres es una obligación mutua. Es decir, los niños deben respetar a sus progenitores, pero éstos a su vez están comprometidos a crear un clima adecuado para esto. Un padre no puede hostigar a su hijo más de la cuenta, porque ello dificulta a éste respetarlo. Es preferible comportarse con indulgencia y hasta de vez en cuando pasar por alto alguna falta, como está escrito en el Shulján Aruj:

Un padre no puede recargar el yugo de su hijo, ni exigir minuciosamente que lo respete, porque puede provocarle pecados respecto al precepto de honrarlo; sino es preferible que lo perdone y obvie parte de sus faltas. Ya que el padre puede (por halajá) no darle suma importancia a su honor. Como está escrito: «Un padre que cede parte de su honor, su honor se considera cedido».

El Rab Arie Leib, hijo del Jafetz Jaim, cuenta acerca del método educativo que aplicaba su padre: «Nos cuidábamos poco de honrar a nuestro padre… porque se comportaba con nosotros como un amigo, como un hermano». Los padres que no tratan a sus hijos con el requerido respeto les están dificultando seriamente el deber de honrarlos. Por el contrario, los que les expresan respeto y valoración en la medida correcta, le están facilitando este deber. La atmósfera del hogar tiene gran influencia. El ejemplo personal es la forma más efectiva de educar.

Obviamente, el tipo de relación entre ambos cónyuges actúa como modelo de mutación. El marido y su mujer deben dirigirse entre sí con respeto; este es un precepto por sí mismo y esta actitud fija el tipo de relación dentro de la familia. Observaciones punzantes, críticas, gritos, diversión a costa del otro, falta de paciencia para escuchar y otro tipo de desprecios generalmente se ven reflejados en la conducta de sus hijos. Los niños «observan todo» y aprenden mediante la emulación. Es preferible mostrarles un ejemplo digno por seguir.

Las discrepancias respecto a la educación de los niños son totalmente normales, pero de todas maneras no es conveniente tratarlas delante de ellos. Por encima de todo, un padre nunca debe criticar al otro por la forma en que se ocupa de los problemas disciplinarios (o de cualquier otro tema) delante de sus hijos. Los padres deben discutir sus opiniones entre ellos, ya que juntos cargan con la responsabilidad de criar a sus hijos. Deben actuar en forma unánime y apoyarse mutuamente.

Mirian Levi

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