El Rambam y Rabí Biniamín de Tudela
Al huir del sultán y de sus médicos, el Rambam buscó refugio en una caverna. Allí se dedicó día y noche a la Torá. Libre de la pesadilla en que se había convertido su estadía en la corte, podía dedicar todo su tiempo a estudiar.
Sus fieles alumnos, que sabían dónde estaba, le traían lo que le hacía falta y se quedaban a escuchar sus enseñanzas. En esa caverna escribió el Rambam el más importante de sus libros: el Mishné Torá. Su redacción le llevó casi diez años.
Mientras el sabio estaba en su escondite, llegó a Egipto uno de los amigos de su juventud, Rabí Biniamín. Procedía de Tudela, del norte de España.
Es posible que Rabí Biniamín ya hubiera visto antes al Rambam en la ciudad de Toledo.
En el año 4920 Rabí Biniamín dejó España para viajar por las diferentes comunidades de Israel. Estuvo en el sur de Francia, en Italia, Grecia, Turquía, Siria, Babel, Egipto y Éretz Israel. Al regresar pasó por el norte de Francia y por Alemania.
Iba tomando nota de todo lo que le ocurría por el camino y así escribió el conocido libro Masaot Biniamín. Esa obra sirvió con el tiempo como importante fuente histórica para el conocimiento de la vida de nuestro pueblo en aquella época. Rabí Biniamín describió con mucho detalle la situación de los judíos en los diferentes países que visitó.
En sus viajes llegó hasta Egipto. Ahí se enteró de que su antiguo amigo, Rabí Moshé ben Maimón, vivía en El Cairo y que su nombre era conocido en todo el mundo por sus conocimientos de Torá y por su inteligencia.
Rabí Biniamín tenía mucho interés en reencontrar a su querido amigo, por lo que su desilusión fue muy grande cuando supo, ya en El Cairo, que nadie sabía exactamente dónde estaba escondido el Rambam.
Rabí Biniamín lo buscó durante dos semanas, hasta que finalmente le comunicaron con la mayor de las reservas que el escondite estaba en una zona montañosa al este de El Cairo.
Acompañado por un alumno del Rambam, Rabí Biniamín anduvo más de una hora hasta llegar a una cueva difícil de ubicar. El muchacho dio la contraseña; una mano desconocida les abrió una entrada para que pudieran pasar, cerrando la boca de la caverna detrás de ellos.
Rabí Biniamín miró a su alrededor, mudo por el respeto que le imponía el lugar. El Rambam, sentado en un banco bajo, estaba inclinado sobre un texto sagrado. Al frente del visitante se veía una gran mesa cubierta de rollos de pergamino. Una lámpara de aceite pendía de la pared e iluminaba la caverna. Rabí Biniamín se sintió como si estuviera en presencia del mismo Rabí Shimón bar Yojai. Quedó inmóvil, sin atreverse a hablar.
Cuando el Rambam levantó la vista descubrió para su admiración a su viejo camarada. Se levantó de un salto, se acercó a Rabí Biniamín y lo abrazó cálidamente.
Rabí Biniamín le relató todo lo que le había pasado hasta entonces. Le dolía mucho ver a su amigo prácticamente preso, sin poder salir de su escondite por temor a los calumniadores. Pero el Rambam le levantó el ánimo cuando le hizo notar: “Todo lo que hace el Compasivo es para bien y la prueba está en que justamente aquí, donde nadie entra a molestar, pude con Su ayuda terminar ya siete capítulos de mi larga obra” (se refería al “Mishné Torá”).