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El prestamo

El Gaón Ribí Shemuel Shtrashon, Z»L, de los más grandes personajes de la Torá de la ciudad de Vilna de hace casi cien años, conocido también por su obra literaria «Hagadot Harasha»sh» sobre la Mishná y la Guemará, era un erudito en todos los ámbitos de la Torá. Igualmente era conocido por su dedicación a la comunidad, en la ayuda que prodigaba a los necesitados. Tenía una fundación para tal fin, que administraba celosamente, y que cuidaba de que siempre cuente con fondos para ayudar al que lo requería. Una vez un simple Iehudí pidió un préstamo de cien rublos, que tenía que pagarlos en el plazo de cuatro meses. Cuando llegó el día del pago, el Iehudí fue a la casa del Rab, pero no lo encontró allí. Se dirigió entonces al Bet Hamidrash, y vio que el Rab estaba concentrado en su estudio, sin darse cuenta si alguien había entrado. El Iehudí se acercó al Rab y le dijo que venía a pagar su deuda, mientras le dejaba sobre un libro de Guemará abierto, la cantidad de cien rublos.

Rabí Shemuel asintió con la cabeza, y el Iehudí entendió que el Rab estaba respondiendo que todo estaba bien, por lo que inmediatamente se retiró. En ealidad, Rabí Shemuel ni siquiera se dio cuenta de que el Iehudí había entrado al Bet Hamidrash, y mucho menos, que le había pagado su deuda. Rabí Shemuel cerró la Guemará y la puso en su lugar, sin saber que entre sus hojas había dinero.

Rabí Shemuel solía revisar los documentos de los deudores cada día. Ese día también lo hizo, y cuando vio que le tocaba pagar a aquel Iehudí y no lo había hecho, pensó que quizás no tenía en ese momento con qué saldar su deuda. Como era su costumbre, esperó unas semanas más, y recién después le mandó una persona para cobrarle.
«El día que venció el plazo, le dejé al Rab la suma de cien rublos sobre su
mesa del Bet Hamidrash. Me sorprende que me quiera cobrar nuevamente», le dijo el Iehudí al cobrador del Rab.
Cuando Rabí Shemuel escuchó el mensaje del Iehudí; pensó que éste inventó un pretexto para no pagarle. Y como en este caso se trataba de dinero del público, y no de él, decidió demandarlo y llevarlo a comparecer frente a un Din Torá.

La noticia de que ese Iehudí fue llevado demandado por el Rab, por no haber pagado una deuda que tenía con el fondo para los necesitados, consternó a toda la comunidad. «¿Cómo es posible que ese hombre no tenga vergüenza de mentir?», decían todos, porque nadie dudaba de la palabra del Rab. Y cuanto más se sabía la cosa entre la gente, más era la angustia y el desprecio que sentía aquel Iehudí y toda su familia. La situación llegó hasta el punto, que el hijo del Iehudí se fue de la ciudad de Vilna para no soportar las consecuencias de la «grave falta» de su padre.

Un día, Rabí Shemuel tuvo la necesidad de consultar el libro de Guemará donde el Iehudí había dejado el dinero meses atrás. Cuando lo abrió y vio los cien rublos, el Rab sintió que el mundo se le oscureció, por todas las ofensas injustas que le infringió al Iehudí durante todo este tiempo.
Inmediatamente, el Gaón se dirigió a la casa del Iehudí, y lo primero que le dijo fue:
«Dime: ¿Cómo podré reparar el mal tan grande que te hice? ¿Alcanzaría con que te pidiera perdón delante del público, y reconozca que he sospechado de ti injustamente, para que todos sepan la verdad de lo sucedido?».
El Iehudí bajó la cabeza, y respondió:
«¿De qué serviría que el Rab de la comunidad me pidiera perdón delante de todos? La gente pensaría seguramente que lo que usted está haciendo es para salvarme de la vergüenza que he pasado, y no porque realmente había pagado mi deuda a tiempo… ¡Quedaré siempre a los ojos de todos como un mentiroso y ladrón, y nadie querrá relacionarse conmigo! ¡Si hasta mi hijo desconfió de mi y no me creyó cuando le conté lo que había pasado, y se fue de la ciudad para no pasar más vergüenza!».

El Rab se quedó pensando unos segundos, y luego le dijo al Iehudí:
«¡Manda a llamar a tu hijo, y que venga a Vilna nuevamente! ¡Yo lo tomaré como yerno! ¡Seguramente con esto, tanto él, como toda la gente sabrá que fui yo el que se equivocó, y tu nombre quedará limpio como siempre lo estuvo!».
El Iehudí no podía salir de su asombro. Hizo lo que le había dicho el Rab, y poco después se convirtió en consuegro nada menos que de uno de los más grandes Jajamim de la época. De esa manera, de los momentos de vergüenza y desprecio que había vivido, pasó a la gloria del buen nombre y el respeto frente a todos.

Extraído de Alufenu Mesubalim 2

(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )

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