Profundizando
2. Pureza familiar y Natalidad
El Amor, La Mujer Judía y El Matrimonio
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El Placer de Unirse

Extraído de Dos partes de un todo, por Tehila Abramov

Sara sentía que estaba haciendo todo lo mejor para tratar de que su matrimonio funcionara. «Siempre estoy dispuesta a hacerle un favor a mi marido y a intimar con él», explicaba. «¿Pero cuántos favores tengo que hacer?»

* * *

Sara quizás realmente esté tratando de hacer todo lo mejor, pero simplemente todavía no ha comprendido el significado de las relaciones matrimoniales. Puede aprender de su tocaya, Sara Imenu, nuestra primera antecesora. Está escrito que una vez, uno de nuestros más grandes Sabios entró en la Me’arat HaMajpelá, la cueva donde están enterrados Abraham Avinu y Sara Imenu, y lo vio a Abraham durmiendo en los brazos de Sara (Maharal, Jidushei Agadot 3:82).

A los esposos se les dio el mandamiento de oná, brindar a sus esposas placer físico. Como explica el Raavad (Baalei Hanefesh, Shaar HaKedushá), esta mitzvá se considera tanto una necesidad como un placer de las mujeres. Entonces, evidentemente, una mujer no debe creer que le está haciendo un favor a su marido al tener relaciones íntimas. Más bien es un favor a ella misma y a su relación matrimonial.

Y D’s quiere que disfrutemos al cumplir este mandamiento. Como el Ben Ish Jai ha escrito sobre ésto: «Pese a que una persona tiene que tener la intención de cumplir los mandamientos de D’s, también tiene que tener el deseo para ésto con todo su corazón». (Torá lishmá, Or HaJaim 72).

D’s claramente quiere que tengamos ganas de cumplir esta mitzvá. Así como sentimos un deseo por la comida, que conecta nuestros cuerpos con nuestras mentes, así necesitamos el deseo para que conecte nuestros dos cuerpos y nuestras dos medias almas. Podemos ver que D’s creó nuestro sistema digestivo de manera tal que primero sintamos el olor y el gusto de la comida que necesitamos comer para vivir. En otras palabras, llegamos a obtener placer del comer. Si no se obtuviera placer, detestaríamos comer. De forma similar, D’s nos creó de manera tal que sintamos placer en la unión física, puesto que si no, trataríamos de evitar realizar esta actividad. Esto tendría un efecto negativo en nosotras, en nuestros esposos e incluso en nuestros hijos.

Hay una diferencia de sólo dos letras entre la palabra hebrea para hombre, «ish» y la palabra hebrea para mujer, «ishá», la letra iud en «ish» y la letra heh en «isha». Y cuando estas diferencias se unen, forman el nombre de D’s. Cuando marido y mujer expresan su intimidad y sus diferencias se fusionan para convertirse en un solo cuerpo y una sola alma, se dan las condiciones para que la Presencia de D’s también resida con ellos (Sotá 17:1)

Crear semejante unidad no se logra, obviamente, con una sola de las partes. Más bien, exige que se involucren ambas partes. Como explica el Rambán: «También se debe unir con él en pensamientos sagrados y puros. Entonces sus mentes se fusionarán en una; ambos se unirán momentáneamente y la Presencia de D’s permanecerá entre ellos»(Igueret HaKodesh, cap. 5).

Se alude a la relación física como a «la mitzvá de la simjá«, la mitzvá de la alegría. Se necesita hacerlo con alegría. Y si la participación de la mujer en las relaciones matrimoniales es con alegría, como resultado traerá alegría al hogar.
Podemos comprender la razón para ésto, si reconocemos la existencia del elemento místico. Nuestros matrimonios se hicieron en el Cielo pero, sin embargo, vivimos acá en la Tierra, con todos los desafíos que ello implica. La clave para conectar al Cielo y la Tierra y la clave para la conexión entre el alma y el cuerpo es este sagrado acto que alcanza la unidad completa entre una pareja.

Se convierten en uno solo a través de esta «mitzvá de simjá». Podemos alcanzar la mayor espiritualidad a través de nuestros cuerpos físicos. Esta es la base del judaísmo, lo que nos demuestra cómo los placeres físicos se elevan y se santifican.
La unidad y el amor que se expresan de esta forma que D’s nos dio, crean el lugar de santidad más elevado y completo del mundo. Y para alcanzarlo, simplemente tenemos que trabajar para disfrutar de esta intimidad.

Nuestras antecesoras, se nos cuenta, tenían relaciones con los maridos por el placer (Tosfot HaRosh en Horayot 10b). Como se explicó, la verdadera conexión entre marido y mujer no se puede obtener sin placer, «ya que si ella no disfruta de eso, no va a unirse a su marido» (Rashi, Sanhedrin 58a). Y entonces, el propósito del matrimonio, que es unirse uno al otro (ver Bereshit 2:24), no se habrá cumplido.

Por lo tanto, el objetivo de la mujer debe ser disfrutar de esta intimidad con su marido. Su placer, de hecho, también será el placer de él, al ser ésto la naturaleza del universo. La inclinación natural de la mujer es ser amada por su esposo. Y como explica Rashi, ésto se refiere específicamente al área íntima de sus vidas (Rashi en Bereshit 3:16). «Es sabido que la esperanza fundamental en la vida de una mujer es que tenga un esposo que la ame», dijo el Rab Steipler.

Especialmente cuando tenemos una vida muy ocupada, necesitamos saber claramente cuál es el punto de vista de la Torá sobre este tema, para poder ponerlo como máxima prioridad en nuestras vidas. Entonces, podremos tener en cuenta que la clave para la felicidad en nuestra vida de casadas no depende de lavar hasta el último plato ni de hornear X cantidad de tortas. Se basa en ser verdaderas esposas y lograr la mayor expresión de amor posible.

D’s le ha otorgado a cada mujer la capacidad de saber cómo ser una verdadera esposa. Sólo necesita estar dispuesta a usar su mente y sus energías para acceder a esas capacidades. Generalmente se necesita un poco de preparación de la mente y del cuerpo, de la misma manera que se necesita una preparación para cumplir cualquier otra mitzvá.

La unidad entre marido y mujer se considera como la mitzvá de simjá. El Rama explica que la mayor alegría se da cuando resolvemos nuestras dudas. Por lo tanto, la mejor oportunidad para resolver nuestras dudas sobre si nuestros matrimonios fueron hechos en el Cielo o no, surge del más profundo conocimiento de la otra persona. Así, la palabra hebrea para conocimiento, «iediyá», también tiene otro significado: relaciones matrimoniales. Esta es la expresión de nuestro máximo conocimiento uno del otro, que implica la total entrega mutua sin vacilar. En esta situación no caben dudas de que los dos son uno.

Como dice el Zohar: «Cuando una pareja se besa, sus hálitos (rujot) de vida se unen. Cuando se abrazan, entonces sus espíritus (nefashot) se unen. Y cuando tienen relaciones, sus cuerpos (gufim) se unen». Esta situación, cuando son totalmente un solo cuerpo, una sola alma, es una de verdadera felicidad. Y también sabemos que D’s no habita en un lugar carente de felicidad. La Presencia Divina reside únicamente en un lugar de felicidad. Entonces, ahora podemos comprender aún más profundamente por qué, si hay falta de deseo entre las dos partes, hay una pérdida de santidad en la unión. Como dice el Rambán: «Si están juntos sin un gran amor ni deseo, la Presencia Divina no reside allí» (Igueret HaKodesh, cap 6).

Evidentemente, el objetivo de la mujer tiene que ser infundirle deseo a la relación. Una mujer que se pone atractiva para su esposo, para que éste le preste atención (no por medio de palabras groseras o por la fuerza, sino de la forma judía, modesta y alegremente), verá los efectos positivos de su conducta en la siguiente generación. Esta es una recompensa que se promete en la Torá (Tur, Oraj Jaim).

El desafío de la mujer es simplemente utilizar las herramientas que D’s le dio para hacerse tiempo y poner energías para ser una verdadera esposa. D’s ayudó a la generación de mujeres judías que vagaban en las zonas salvajes a ponerse atractivas para sus esposos. Junto con el maná, D’s envió distintas clases de perfumes para todos los cuarenta años que estuvieron allí (Yoma 65a). Toda mujer está creada con una dimensión extra de entendimiento. Tiene la capacidad para aprender qué cosas le gusta y cuáles no a su marido y para encender las luces de la paz dentro de su hogar. Las velas de Shabat son el símbolo de la capacidad de la mujer judía para reavivar el amor de su esposo (Zohar).

Las cosas más sagradas se ocultan de la vista del público, puesto que la exposición frente al mundo exterior les quitaría valor. Es por eso que este tema es muy privado. Este tema tan sagrado no es para conversarlo informalmente entre mujeres. Pertenece a la vida privada de cada pareja.

Tzeniut, el recato, es la envoltura de lo bueno, lo sagrado, lo hermoso. Nuestra corona de gloria como mujeres judías es el recato. Toda nuestra femineidad está reservada para nuestros esposos. Por lo tanto, pese a que el recato de la mujer es un principio básico de la vida judía, y es de lo más loable, su comportamiento con el marido, en privado, no se contradice con ésto de ninguna manera (Sefer HaMidot LaMeiri). De hecho, cuanto más nos guiemos por la Torá en la conducta recatada, ya sea en el vestir o en las acciones, más estaremos protegiéndonos de relacionarnos con otros hombres y más estaremos acrecentando la exclusividad con nuestros esposos. De esta manera, nuestra unión se podrá convertir en más valiosa, sagrada y placentera.

Tehila Abramov

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