El pan envenenado
Orgullosos de su Rab estaban los habitantes de la ciudad de Praga de hace un poco más de doscientos años. El Gaón Rabí Iejezkel Landau Z»L, conocido también como el «El Nodá Bihudá», por su monumental obra literaria, fue una de las más grandes luminarias en el mundo judío de todos los tiempos. Y los motivos de orgullo se acrecentaron después de una festividad de Pesaj, en la que el Gaón hizo gala de su sabiduría e inteligencia, que utilizó para salvar a toda su comunidad de un posible exterminio, Jas Veshalom. Y esto fue lo que ocurrió:
En uno de los crudos días de invierno, el «Nodá Bihudá» iba caminando por la calle, y en la oscuridad de la noche encuentra a un niño no judío perdido, todo tembloroso y llorando.
«¿Qué haces tú aquí, en la sección de los judíos?», le preguntó el Rab.
El pequeño alzó sus ojos, y al ver la imagen paternal del Rab, le contó:
«Mi padre es uno de los panaderos de la ciudad de Praga. Mi madre falleció cuando yo era muy chico, y mi padre se casó con otra mujer. Y desde el día en que ella entró a la casa de mi padre, mi vida se hizo cada vez más amarga y triste. Ellos se dedican a hacer el pan, cerca del horno caliente, mientras a mi me mandan a la calle a soportar este frío tan intenso, para vender el producto. Congelado y hambriento, todos los días tengo que tocar puerta y puerta, desde la mañana hasta la noche. Y si no alcanzo a vender toda la mercancía, me esperan de regreso en la casa golpes y torturas de mi madrastra, que no sé lo que es peor, si lo de afuera o lo de adentro…».
«¿Y ahora qué pasó? ¿No vendiste todos los panes?», preguntó el Rab.
«¡Sí, he vendido todo!», respondió el niño estallando en un llanto. «¡Pero cuando palpé mis bolsas, me di cuenta que perdí o que me robaron todo el dinero…! ¡Oh, que voy a hacer! ¡Tengo miedo de llegar a la casa con las manos vacías; esta mujer es capaz de matarme…! ¡Por eso estoy vagando por las calles hambriento y entumecido por el frío…!».
El Rab conmovido, le preguntó:
«¿Y cuánto es el dinero que te falta?».
«Veinte monedas…».
«Toma: Aquí tienes veinte monedas», le dijo el Rab después de sacarlas de su bolsa. Y agregó: «Y toma otra moneda más, para que entres a un negocio y compres una comida caliente antes de llegar a tu casa…».
El niño se alejó de allí rápidamente, casi sin saludar, mientras el Rab siguió su camino, consciente de que había hecho lo que correspondía.
Pasaron unos años, y en una noche de Shebií Shel Pesaj, tocó la puerta el que hace unos años era el niño perdido, y ahora era un crecido jovencito.
«Yo recuero el favor que me hizo hace un tiempo atrás», comenzó hablando el joven, «y cuando me salvó la vida del frío y de las manos de mi madrastra. Ahora vengo a pagarle aquello que hizo conmigo, y quiero revelarle un secreto: Los sacerdotes de la ciudad ven que los judíos de Praga están creciendo cada vez más en calidad, y quieren provocar en toda la comunidad judía una terrible tragedia. Ayer en la noche vinieron a la casa de mi padre todos los panaderos de la ciudad, y se complotaron para que pasado mañana, cuando acabe la fiesta de Pesaj, se envenenen todos con el pan que les vendan».
«Ellos saben», continuaba relatando el joven, «que ustedes se apresuran a comprar pan para la noche que termina la fiesta de Pesaj, y decidieron poner veneno en las masas de todo el pan que se elaborará ese día, porque saben que solamente los judíos compran pan esa noche y a esa hora. Con eso, piensan aniquilar a toda la comunidad judía de Praga en una sola noche, todos juntos…».
El rostro del Gaón palideció súbitamente al escuchar la confesión del joven. Pero al mismo tiempo agradeció a Hashem por poder enterarse de la tan tremenda confabulación antes de que ocurriera. Ahora habría que ver la manera de evitarla…
Le agradeció al joven por la información, comprometiéndose a no contarle a nadie lo que había escuchado. Se dirigió raudamente a su casa y mandó llamar a los dirigentes comunitarios. Allí les comunicó que necesitaba reunir a toda la población judía pasado mañana por la mañana, porque tenía que decirles algo muy importante. Todos aceptaron.
Llegó el octavo y último día de Pesaj. En Erez Israel, los días de Pesaj son siete, con un Iom Tob (Día festivo) al principio y un Iom Tob al final, que es el «Shebií Shel Pesaj». Fuera de érez Israel, los Iamim Tobim son cuatro; dos al principio, y dos al final, por lo que después de Shebií Shel Pesaj hay otro día más. Ese día, El Nodá Bihudá convocó a toda la comunidad judía de Praga en el Bet Hakeneset Hagadol, y les dijo:
En mi condición de Rabino de la comunidad judía de Praga debo comunicarles que se produjo una confusión en el calendario hebreo. A pesar de que sabemos ciertamente cuándo caen las fechas hebreas, en esta ocasión hubo una equivocación respecto a la festividad de Pesaj, y comenzamos a celebrar un día antes de lo que corresponde. ¡Hoy es el día «Shebií Shel Pesaj», y no el último; por consiguiente, está totalmente prohibido comer Jamez esta noche!».
Todos los presentes se quedaron estupefactos. Los directivos; los Jajamim, los miembros del Bet Din… Pero la palabra del Rab es terminante, y hay que obedecerla. Ese día, todos se retiraron a sus casas, y cuando se hizo de noche… celebraron otro día de Iom Tob de Pesaj; el noveno día.
Los panaderos se hicieron presentes en las casas de los judíos para ofrecer sus panes, pero nadie les compró esta vez. Todos los judíos dijeron que no comprarían pan, porque el Rabino de la ciudad había dado la orden de no comer Jamez esa noche. Los panaderos fueron con el alcalde de Praga a protestar, porque «el Rabino de los judíos provocó que ellos hayan trabajado inútilmente», y le reclamaron el resarcimiento de las pérdidas comerciales.
El alcalde llamó al Rab a comparecer frente a los panaderos, y cuando se encontró frente a ellos les pidió que traigan todo el pan que habían elaborado para esa noche.
Así lo hicieron, y el Rab le dijo al alcalde:
«Por supuesto que, si yo estoy obligado a pagar esta mercancía, por lo menos puedo exigir que se compruebe si está en condiciones de ser consumida ¿verdad?».
«¿Usted sospecha algo, Rabino?», preguntó el alcalde.
«Sólo quisiera que alguno de los panaderos aquí presentes, pruebe una de las piezas que él mismo elaboró…».
Cuando escucharon los panaderos las palabras que salían de la boca del Rab, se quedaron, sin poder hablar.
«¡Quiero saber qué es lo que está pasando aquí!», les gritó el alcalde a los panaderos.
Uno de ellos se atrevió a hablar, y contó que por recomendación de unos sacerdotes, envenenaron toda la producción de pan de esa noche, que iba a ser comprada por los judíos de Praga.
La situación se aclaró; los panaderos fueron sancionados; los sacerdotes se decepcionaron, y el Am Israel de Praga se salvó de una tragedia, gracias a la sabiduría e inteligencia de Rabí Iejezkel Landau Z»L.
Debemos saber que, cuando el «Nodá Bihudá» salvó al joven no judío unos años atrás, no se imaginó que eso le iba a traer beneficios no sólo a él sino a toda su comunidad. Y esto confirma lo que está escrito en el libro de Kohélet: «Envía tu pan a la faz de las aguas, que con el correr de los días, lo encontrarás…».
Toldot Hanodá Bihudá
(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )